“Pipi” es el apodo de una paciente mía, yo misma se lo puse, cuando hace 10 años entró por primera vez a mi consultorio siendo una pichona de tan sólo tres años, que escuchó desde su departamento el estruendo de la bomba a la AMIA en la que “le volaron” a su zeide, al abuelo que cada día la sorprendía con golosinas y caricias. Me acuerdo lo difícil que fue tener sentada frente a mí, alguien tan chiquito, que hacía apenas tres años que había nacido y ya estaba afrontando su primer duelo traumático –duelo viene de dolor- sumado a sus crecientes temores tras escuchar el sonido de la bomba, que volvía a su mente en los cumpleaños cuando reventaban “la esperada” piñata. Trabajé con el apoyo de sus padres, para poder conocer qué podía pasar por su cabecita, en qué la había afectado, cuánto podía entender y me comentaron que “Pipi” miraba siempre fotos del abuelo desde entonces. Por eso, le pedí que eligiera una foto que para ella significara mucho. Pese a estar segura que me traería una foto con su abuelo, me sorprendió con una en la que se la veía a ella sonriente dando vueltas en el caballo de una calesita, en realidad me frustré al no ver a su zeide. Entonces fue cuando le pregunté: “Pipi, con quien estás en la foto?”, me sorprendió con su respuesta: “Silvia, ¡¡¡¿¿¿vos no lo ves???!!! estoy con mi abuelo, el fue quien me la sacó”.
Hoy, 10 años después, vuelvo a hablar con Pipi, ahora toda una hermosa señorita que está por hacer su Bat Miztvá y me contó que decidió que la primera de sus velas la dedicará a su zeide. Temerosa de su respuesta, le pregunté qué sentía a diez años del Atentado y aunque apostaba a que me diría, siendo màs grande que espera justicia y castigo a los culpables sólo salió de su boca hablar orgullosa de su abuelo y los recuerdos que aun guarda: “me acuerdo que nunca se enojaba, que era muy bueno, que nos tenía paciencia y que siempre nos compraba golosinas”. Entonces me pregunto: ¿son 85 las víctimas del atentado a la AMIA?. Sin duda, que 85 de nuestros afectos “fueron volados” en un acto repudiable, inentendible, cobarde y que no bajaremos los brazos hasta dar con la verdad, ni callaremos 10 años de injusticia, pero ese número se multiplica en los afectos de las victimas fatales, tantos familiares, amigos, novios, esposos. Porque “Pipi” me enseñó con su foto que los recuerdos se hacen presentes, que se sienten y se ven, que no hay tiempo físico que haga extrañar menos, ya que el amor no se puede olvidar, porque tenemos memoria emotiva y porque nos mantiene vivos.
10 años después, los familiares siguen pidiéndome que por favor los ayude a encontrar el remedio que calme tanto dolor, ese que desgarra profundamente, heridas que no pueden cicatrizar y por más que soy especialista en desastres masivos, capacitada para tragedias de esta índole, no puedo más que mirarlos, escucharlos -sin juzgarlos- tratando de comprender que “hacen lo que pueden”. Porque lamentablemente, por más avances científicos que hayan, no puedo darles una receta de un remedio que incluya la caricia de una esposa, los besos de un hijo, la sonrisa de un nieto que ya no están. Por suerte, sí somos los seres humanos los que podemos brindar lo que una droga no aporta: una buena escucha, un abrazo fraternal, una caricia reparadora, un tiempo compartido, motivar risas para mitigar el dolor. Vuelve a mi memoria una frase china que dice: “Ya que no podemos evitar que las aves de la tristeza vuelen sobre sus cabezas, podemos intentar que no formen un nido en sus cabellos”.
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