La guerra mejor dicho la guerrilla terrorista árabe contra el Estado de Israel ya lleva más de medio siglo. Comenzó el mismo día, incluso en el mismo momento, en que el líder judío David Ben Gurión z"l leyó en el Museo de Tel Aviv la declaración de independencia del primer Estado Judío en dos milenios. Gran parte de esa declaración se refiere al planteo de la convivencia con los vecinos árabes, en pos de la construcción en paz y progreso de un Cercano Oriente común.
La contestación árabe a ese planteo es conocida y no varió un ápice hasta el presente. Y lo que es peor: tal como marchan las cosas, las perspectivas de cambio substancial, más allá de algún que otro formalismo, son muy escasas. La violencia domina la escena y por añaduría cuenta con mayor beneplácito, "comprensión" y apoyo en el patinoso terreno de la diplomacia y la burocracia internacionales.
Al menos a mi entender, Israel también se dejó arrastrar hacia ese torbellino violento y sus demostraciones de fuerza parecen, más que señales de firmeza, como señales de debilidad. Esto no es una crítica que a nosotros, desde esta lejanía, no nos corres ponde sino la constancia de una situación cierta, a la vista de cualquiera que tenga un mínimo de criterio político. El esquema es tan sencillo como atípico aunque posiblemente necesario a los ojos de propios y ajenos y es ineficiente: hay alguna actividad terrorista y continúa la reacción militar israelí. La muerte hace su cosecha en ambas partes y lo tremendo de todo esto es que ya se instaló como rutina en las práctica y, peor aún, en las mentes de judíos y árabes.
Tengo conciencia que lo que antecede también es atípico, pero las verdades al menos las que surgen del entendimiento de comentarista hay que constatarlas aunque duelan. Y vaya si son dolorosas, ya que de esas verdades surgen conclusiones y/o constancias mucho más graves.
Se piense sobre la repugnante figura de Arafat lo que se quiera, hay que reconocerle una ominosa capacidad de tacto político. A este árabe de aspecto físico ya desagradable le salió bien precisamente lo que a partir de la muerte de los líderes históricos israelíes le falta tanto al Estado Judío como a la diáspora de nuestra grey: líderes con visión de futuro y convicción, más allá de los vaivenes de la política o politiquería diaria.
Diplomáticamente, Israel se insertó de forma adecuada al esquema internacional formal, pero le faltan talentos. Hay embajadores, cónsules y/o delegados israelíes por doquier y la presencia cultural y de otros órdenes israelíes se siente y conoce por cualquier lado, pero en los aspectos políticos NADA. Hay grandes "amigos" de Israel que cuando hay que votar en cualquier foro internacional lo hacen en contra, permaneciendo la diplomacia judía feliz si logra que algún estado isleño perdido en las lejanías oceánicas vota en favor de Israel, o al menos se abstiene de votar en contra.
El caso testigo es ahora el tema del famoso cerco contra la infiltración masiva de terroristas en el territorio israelí. Si uno mira alrededor del mundo, en cualquier lugar se encuentran instalaciones y/o mecanismos que tratan de impedir la entrada de ilegales. Pero en la mira del esquema internacional está unicamente ese hecho israelí y hemos llegado a tal situación, que Israel depende ahora tan sólo del voto estadounidense en las Naciones Unidas, para no caer en un aislamiento in ternacional por causa del cerco. Y ese voto depende de la voluntad de un solo hombre, el Presidente Bush, personalmente en aprietos por el avance de los demócratas con miras a las próximas elecciones presidenciales. Mírese a donde han llegado los judíos que viven en Israel, o los que no vivimos allí, pero se sienten consustanciados con aquel país: imaginemos que algún día Bush se levanta de mal humor y alguien de sus tantos colaboradores le plantea que los vetos en el Consejo de Seguridad a favor de Israel perjudican a los intereses estadounidenses en el mundo islámico, y así entonces Bush decide cambiar de táctica, prescindiendo de esos vetos. Entonces, ¿cómo queda Israel? Seguramente en el mismo lugar geográfico, pero aislado diplomáticamente y eventualmente cargado con algún tipo de sanciones.
Y miremos dónde están Arafat y sus huestes: ese personaje no ha hecho en toda su vida otra cosa que preparar, organizar y/o apoyar actos terroristas que merecieron en sus oportunidades el repudio del mundo civilizado. No logró ni su meta de destruir al Estado Judío, ni tampoco asegurar la creación del Estado Palestino. En síntesis, un simple, si bien talentoso, criminal terrorista que positivamente nada logró. Sin embargo, ese mismo sujeto está mucho más presente en el esquema internacional que el Estado de Israel con todos sus logros y todo su aparato diplomático. Sus emisarios vaya uno saber con qué pasaportes pululan por todo el mundo y encuentran ecos por doquier. Israel, en cambio, está a la defensiva y hasta en la inercia frente al avance del terrorismo, dependiendo en buena o mala medida de la buena voluntad del titular de la Casa Blanca.
¿Y qué ofrece Israel frente al mundo? ¿Un cuadro de unidad y de ideas inovativas para salir de sus calamidades? Poco y nada de esto responde a las realidades palpables. Hasta la razonable idea de construir una valla defensiva alrededor del país, que requiere un esfuerzo económico descomunal de casi tres mil millones de dólares, ha sido mal planificada. Dándose con ello pie a la desmedida campaña anti israelí por parte de las huestes de Arafat, que una vez más consigue con inteligencia (hay que reconocerlo), presentar su causa como víctima de una supuesta agresión israelí. Las consecuencias están a la vista: Israel debe replantear el trazado del cerco, de modo que la parte adversaria puede atribuirse una victoria, sin haber aportado al logro de la misma un solo centavo ni una sola concesión. Y lograron instalar en el entender del mundo que todo el emprendimiento del cerco es malo y no sólo parte de su trazado. Hay muchas preguntas que se le presentan a uno en ese contexto, pero queda tan sólo la angustia de plantearse la cuestión: ¿qué le pasa a Israel y cómo no logra superar su inercia frente a los constantes ofensivos de sus enemigos?
Sé que no son fáciles las respuestas a estos planteos. Pero urge que los líderes del Estado Judío las busquen y formulen frente a todos los judíos y al mundo, que nos mira, y ya no tanto con simpatía.
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