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18-07-2017

La conmovedora carta leída en el homenaje a las víctimas de la AMIA

Jennifer Dubin leyó en el acto un discurso sobre la voladura de la mutual

Como todos los años, la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) realizó este martes un acto en homenaje a las víctimas del atentado ocurrido el 18 de julio 1994 en la sede de la calle Pasteur al 600, donde murieron 85 personas.

En este día que se cumple el aniversario número 23 de la voladura, familiares, amigos de las víctimas y representantes de la colectividad homenajearon a partir de las 9.53 a los fallecidos y sus deudos, con una conmemoración en la que se renovó el reclamo de Justicia y por el esclarecimiento del ataque terrorista.

Uno de los momentos más conmovedores del acto lo protagonizó Jennifer Dubin, quien se subió al palco para leer una desgarradora carta en la que expuso una dolorosa vivencia personal en torno al atentado. "No dejemos nosotros que la impunidad nos mate de nuevo", cerró en su lectura.



El discurso completo

El 17 de marzo de 1986 nace una nena muy esperada en su familia. Era la primera nieta, única sobrina. Fue llamada Jennifer. Toda la familia estaba muy emocionada, nació sin pelo, con ojos claros y con un pequeño problema de labio leporino. Sus hermanos y sus padres estaban muy emocionados por su llegada, y como familia, decidieron apoyar a Jenny en cada operación y cada tratamiento.

A medida que fue creciendo y pasando el tiempo, Jenny fue creando un hermoso lazo con su papá Norberto. Él trabajaba en la sede de la AMIA y en sus ratos libres amaba jugar con su princesa, hacerla sonreír, para que jamás pierda su hermosa sonrisa. Más que padre e hija, eran cómplices, que solo con miradas ya se entendían.

A Jenny no le importaba si se burlaban de su problema, si se reían, o si simplemente la miraban. Ella sabía que un grandote de un 1,85 de altura y de 140 kilos la iba a defender.

Lo que Jenny nunca pensó era que no iba a ser para siempre.

El 18 de julio de 1994, en una mañana muy fría, tanto como la de hoy, Jenny empezaba sus vacaciones de invierno y esperaba muy ansiosa ese día, porque le iban a dar la última fecha de operación. Su papá le dijo que pase por su trabajo para darle el beso de cada día y desearle toda la suerte del mundo.

Pero Jenny no pudo ir porque a su mama le dolía mucho la cabeza, y cuando intentó volver a recostarse, un fuerte sonido no solo interrumpió su sueño sino que interrumpió toda su vida. Pasaron seis largos días, y Jenny no entendía nada. No entendía por qué su papá no estaba y por qué no venía a jugar con ella. Hasta que llegó ese momento, donde su mamá le agarró muy fuerte sus manitos y le dijo que su papá iba a vivir en su corazón, porque se había ido con Dios. Jenny la miro muy fijo y vio que en los ojos de su mamá se le derrumbaba todo su castillo de princesa.

Jenny dejó de ser una nena de 8 años para convertirse en una mujer, en una mujer que llenaron de golpes, en una mujer que tiene más luchas que paz, en una mujer que le costó mucho seguir en la vida.

Hoy Jenny tiene 31 años, los mismos 31 años que tenía su papá y que un día cuando la vida se le detuvo, la peleó mucho pero pudo salir adelante. Se casó con Gustavo, se consagró de chef, tuvo dos hermosos hijos, Mía y Gael, que nacieron y crecerán sin su abuelo, como tampoco su sobrino Axel, pero ello tres saben que él siempre los va a cuidar toda la vida.

Jenny creció, formó su familia, tiene su trabajo, pero todavía sigue esperando desde hace 23 años que sean las 7 de la tarde, para que su papá venga a jugar con ella, para que la abrace y que le diga que solo fue un mal sueño, una pesadilla. Hoy Jenny, después de 31 años, no tolera las sirenas de bomberos, ni de policías ni de ambulacias, ni tampoco que su despertador suene todos los días a las 9.53.

Yo soy Jenny, soy la hija de Norberto y tengo 31 años, la misma edad que tenía mi papá un día como hoy hace 23 años. Es muy emocionante estar acá parada en esta cuadra, a esta hora, donde a él la vida se le detuvo y se la arrancaron, y donde hoy expongo la mía.

Me gustaría que todos los mensajes algún día fueran para recordar, pero eso es imposible. Porque hace 23 años que la impunidad se nos ríe en la cara, cada día más. La Justicia esa, que mira y no ve, la madre y cómplice de la impunidad, en todos estos años pasaron muchos gobiernos y siguen pasando. Todos se llenan la boca con promesas que jamás cumplen. Todos, ¿y por qué? Porque a ninguno le importa. Porque no fueron ellos los que tuvieron que buscar a un familiar durante lo escombros, llorar en una tumba fría, decirle a sus hijos que sus seres queridos fueron brutalmente asesinados. A ninguno le importa el atentado de la AMIA.

Mi papá siempre decía una frase: yo puedo perder la vida, pero la vida no me la pierdo. Mi papá Norberto y todas las víctimas del atentado de la AMIA perdieron la vida, pero la vida no se la perdieron, mientras estuvieron en vida no dejaron un segundo de vivirla.

No dejemos nosotros que la impunidad nos mate de nuevo. Tengamos memoria, exijamos Justicia, para que la Justicia mire y actúe de una vez y gritemos todos juntos nunca, pero ¡Nunca más! Las víctimas de la AMIA, presentes y vivos, ¡ahora y siempre! ¡Siempre!



Muchas gracias.

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