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Aires de Sefarad en Buenos Aires
HISTORIA Y TRADICIONES SEFARADÍES
EN EL IMPERIO OTOMANO
Antecedentes de la emigración sefaradí (3era. parte)

Por Luis León
En las comunidades judías se produjeron transformaciones que reflejaban los cambios generales dentro del Imperio, y sus hermanos de Europa occidental comenzaron a mostrar interés por ellos, llevándoles sus leyes religiosas renovadoras a las ciudades de Turquía. Eran en su mayoría francos recientemente asentados.
A principios del s. XIX algunas misiones cristianas comenzaron a construir instituciones, escuelas y hospitales. Muchos sefarditas fueron atraídos a estos nuevos centros de enseñanza, y derivó en que los propios judíos crearan otros nuevos para sus comunidades. El auge de estos establecimientos se produjo en 1860, con la creación de la Aliance Israelite Universelle en París. A través de ella se educó a varias generaciones, imponiendo costumbres occidentales dentro de los países musulmanes. Presionaban sobre sus alumnos para que hablaran en francés, lo que contribuyó en buena parte a la reducción de la costumbre de emplear el judeoespañol dentro de las casas de estudio que era, hasta entonces, la lengua corriente de la vida cotidiana.
Aparece así un grupo dirigente laico y la literatura deviene profana. El djudesmo pasa a convertirse en lengua escrita, desplazando al hebreo.
Comienzan entonces algunos enfrentamientos entre conservadores y renovadores. Pero a pesar de la oposición de los rabinos de las grandes comunidades del Imperio Otomano, esos cambios no produjeron movimientos organizados de oposición.
A diferencia de Europa, estas renovaciones no constituían renuncias a la religión e ideologías desjudaizantes como en Occidente.
En este marco, las emigraciones comenzaron a suceder como cosa cotidiana.
Se calcula que en la pre-guerra de 1914, el 40% de los niños judíos concurría a las escuelas de la Alliance. También, para esa época, las corrientes sionistas conquistaron ideológicamente parte de la juventud, cambiando las ideas tradicionales de la comunidad. Con esta realidad, en ese entonces, Turquía entra en la Gran Guerra, con las inmediatas consecuencias de la casi desaparición de la mano de obra destinada a la producción agrícola y el hambre que comienza a sentirse.
En octubre de 1918 Turquía firma el armisticio tras la derrota, y los Italianos se disputan Izmir con los griegos. Son estos últimos quienes ingresan triunfantes a esta ciudad el 15 de mayo de 1919. Bien recibidos por los griegos allí residentes, un incidente menor desata una represalia desproporcionada por parte de las fuerzas de ocupación contra la población turca. Cometen todo tipo de desmanes, entre ellos, la destrucción total del viejo cementerio judío con la dispersión de los restos y el posterior empleo de las lápidas para levantar una universidad, sucesos que fueron acompañados por una protesta internacional. Luego de esto, se logra una calma transitoria de dos años. Los sacrificios rituales con que tradicionalmente los griegos acusaban a sus vecinos judíos, más la lealtad habitual de los judíos hacia las autoridades turcas, hizo que la comunidad no mirara bien al ocupante.
Los turcos, comenzaron entonces la recuperación del territorio de la Anatolia, reacomodando su fuerzas. Estas, estaban dirigidas por Mustafá Kemal, hombre de gran experiencia militar, de una inteligencia y formación intelectual destacada desde niño, y quien por sus ideas progresistas, fue marginado y recluido por el antiguo régimen de los otomanos. Comienza la recuperación del territorio con un ejército informal. El 9 de septiembre de 1922 liberan la ciudad de Izmir, comenzando las represalias contra sus ocupantes. En estos enfrentamientos sucedieron verdaderas carnicerías que castigaron básicamente a la minoría armenia, hasta el momento, aliados a los griegos por motivos religiosos. Cuatro días después de su llegada, un incendio en la ciudad destruye los barrios griego, armenio y franco, salvándose milagrosamente el barrio judío. En 1923, ya recuperada Izmir se proclama la República Turca.
Los judíos admiraban a Kemal Ataturk, y este simpatizaba con ellos. Muchos sefaradíes apoyaron abiertamente los cambios hacia una nueva nación, moderna y asentada sobre leyes republicanas inspiradas en los movimientos modernos de Occidente. Estos antecedentes niegan las razones posibles de su salida de Turquía, porque además de simpatizar con el nuevo estado, la salida de las otras dos minorías que los hostilizaban, tenían un espacio social y comercial promisorio que cubrir. Pero estaban cansados de guerras y destrucción, quizá no tuvieron la paciencia suficiente para reiniciar sus vidas en el nuevo orden. Los contactos con comunidades que gozaban de paz en otras tierras, los atrajo más que las promisorias condiciones de aquel país. Y según datos: de los 70.000 judíos de Estambul contabilizados en la primera guerra, emigraron 50.000, y la población de Esmirna con 40.000 judíos, pasó a tener 10.000 en 1935.
Las reformas necesarias para modernizar el Estado, afectaron la tradicional vida de las distintas juderías, donde se vieron obligados a cambiar sus vestimentas como sucedió con el resto de la población musulmana. El poder organizador centralizado por la nueva república, hizo que los rabinos pierdan autoridad ante su comunidad.
El cambio en la escritura del idioma turco, hizo que los judíos se vean obligados a convertir la escritura del djudesmo, rashí (de caracteres hebreos), en grafías occidentales. El cambio por el idioma turco no fue en absoluto caprichoso, y justificó el esfuerzo pedido al pueblo. En los caracteres occidentales existen cinco vocales y sus variables, al aplicarle diéresis y acentos, a diferencia de la escritura con caracteres arábigos que casi carece de ellos.
Este cambio es visiblemente negativo en el uso de la lengua. Por ejemplo de los catorce diarios en djudesmo que había en Izmir antes de la primera guerra, no queda uno sólo antes de la segunda. Los judíos no son hostilizados, pero los planes de la nueva nación modernizada exigía la asimilación y eso les resultaba intolerable.
Al igual que en 1492, eligieron el exilio antes que la conversión, es decir, la diáspora antes que la pérdida de su identidad. Nuevamente esta masa de judíos optó por irse, esta vez en paz y sin ser echados.
La república naciente requería unidad cultural para crecer, y eso en la práctica representaría la asimilación y la pérdida, una vez más, de la identidad sefaradí. En escaso tiempo, miles de familias partieron con diferentes rumbos para no volver. Los primeros en emigrar, adelantaban la partida de sus hijos mayores a EE.UU o América del Sur para evitarles el servicio militar (askierlik) prolongado y peligroso.
Así llegaron al Río de la Plata las numerosas familias de judíos sefaradíes que se afincaron, sobretodo, en Buenos Aires y en ciudades importantes del interior. La mayoría vino desprovista de bienes importantes. Algunos bajaban del barco sólo con lo puesto. Hablaban el judeoespañol, lo que los favoreció para su inserción rápida, a diferencia de los judíos provenientes de países de habla árabe o de los ashkenazíes hablando idisch, que encontraron más dificultades lingüísticas.
Su adaptación y su redistribución en ciudades del interior y países limítrofes será tema para otro estudio.

 

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