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Aires de Sefarad en Buenos Aires
HISTORIA Y TRADICIONES SEFARADÍES
EL CAFE IZMIR (2º parte)

Por Carlos Szwarcer
En la plenitud del Café Izmir, Alboger poseía una importante colección de discos de pasta de música oriental, especialmente turca y griega, con la que se solazaban los parroquianos. El chiftetelli invadía el local y su ritmo llegaba distorsionado a la vereda, al tiempo que en las mesas se jugaba a las barajas o se deleitaban con un buen mezé (especie de picadita de platitos típicos: queso blanco, aceitunas, rabanitos, pepinos, huevo duro, etc.), que ayudaba a incorporar más dignamente en el organismo los "vapores etílicos" diversos.
El humo permanente del salón se espesaba cuando en la pequeña parrilla de la cocina se asaban trozos de carne, a veces picada para su justa cocción, que hacían girar lentamente en unos pinches metálicos. Colocaban un par de esas albóndigas, acompañadas por un menjunje parecido a una ensalada dentro de un pan árabe (pita) cortado al medio. El shishe como llamaban a ese delicioso sandwich, era saboreado con un invariable ritual de malabares para no mancharse la ropa con el jugo que se escapaba por los costados del pan.
Pero en horas de la noche, esos hombres con sombrero e infaltable corbata o pañuelo al cuello, llegaban al paroxismo cuando el sonido provenía de la orquesta oriental: mandolín, laúd, kanún (instrumento de cuerda ejecutado con plectros), pandereta, dumblek (tambor pequeño), violín, etc. y a su ritmo bailaban hombres y mujeres, solos o en pareja, y como verdadera atracción las odaliscas con sus pechos semidescubiertos, sombreros cónicos y velos ende-moniados.
Madame Jeannette, Flora, Madame Flash, Milí, las Livías, y tantas otras fueron las bailarinas que alegraron el ambiente según pasaron los años. Pero los hombres no le fueron a la zaga en cuanto al baile, fue famoso Abraham Sadrinas, quien con rítmicos movimientos mantenía una botella en su cabeza mientras también hacía sonar dos cucha-ras a modo de castañuelas. Otro, Elías Bajar, era llamado por las orquestas que iban al café por su calidad de gran bailarín.
El Izmir ofrecía un ámbito para la magia, el ensueño y la sensualidad a un público casi exclusivamente ma-chista. Aquellos varones que lo frecuentaban para acortar la distancia entre la Reina del Plata y sus lejanos pueblos de mar se casaban. La ceremonia religiosa, con ritual sefaradí, se iniciaba generalmente a la vuelta, en el Gran Templo de Camargo 875 y algunos mozos del lzmir se convertían en "mozos de boda". Y cuando al templo le faltaban hombres para llegar al número mínimo necesario para los rezos (minyám) al primer lugar al que acudían era al café, el cual con acierto fue descrito como "... institución y... Secretaría informal de la comunidad". (1)
Pasaron los años y el Café lzmir se consolidó como referente de la colectividad. La Segunda Guerra Mundial agitaba los ánimos de sus habitués y sus paredes pintadas con arabescos -dibujos de palmeras y siluetas orientales que simulaban las Mil y una Noches-, eran parcialmente cubiertas por banderas de los países vencedores de la con-tienda. En consonancia con los cambios políticos y sociales que acaecieron en nuestro país, llegaron al lzmir las ele-mentales discusiones entre peronistas y antiperonistas; asimismo, los dirigentes de fútbol de Atlanta y Chacarita (clubes de la zona), llevaron al café algunas de sus agitadas reuniones, sobre todo en los prolegómenos de las elecciones internas.
Y mientras los años cincuenta y sesenta provocaban vertiginosas transformaciones en la vida cotidiana, el local recibía una "turcada" más canosa y arrugada que renovaba el ambiente con sus jóvenes hijos.
De todos modos don Alboger, con su habitual elegancia y pulcritud, continuaba detrás del mostrador que, como un atalaya, le daba el dominio visual del salón y sonriente suavizaba el aire formal y nostálgico que envolvía su figura.
El doctor Alvarez Estrada, quien viera periódicamente a Alboger, asegura que: "...era un hombre simpático, muy simpático. Demostraba haber vivido mucho. Tenía lo que llamamos 'estaño', que era el lugar donde en el café uno se apoya y se entera de todas las cosas, las buenas y las malas; donde se daban consejos y se adqui-ría experiencia. El había vivido".
En una jornada aparentemente apacible, la súbita discusión con un armenio en el café le provocó un ataque cardíaco que, pocos días después, cuando parecía recuperarse, lo llevaría a la muerte el 29 de abril de 1965, cerrándo-se así un maravilloso y dorado ciclo.
Desaparecía el dueño del lzmir, quien durante casi tres décadas magníficas señoreó en ese espacio mítico, sitio que "... entre otros, forman parte de la esencia porteña". (2)
Sus dos yernos, Naum Szwarcer y Alberto Cafferata se ocuparon del lugar para que la viuda siguiera tenien-do un ingreso. En noviembre de 1969, el asturiano Jesús Rodríguez se hizo cargo del fondo de comercio y los años setenta serían testigos de la lenta desaparición de los viejos "turcos". "...Alboger tenía imán... mientras vivió el café estuvo a full..." aseguran con añoranza sus viejos clientes. El "espíritu oriental" ya no existía, y los habitués, a excep-ción de un pequeño grupo, eran otros: los empleados y albañiles de la zona. Los motivos de tal metamorfosis fueron varios: el cambio de dueño, de estilo, de sociedad, etc. Y lejos de las madrugadas, los discos de pasta, las orquestas con odaliscas, los refranes y los dichos en "ladino", comenzó a languidecer y a cerrar sus oxidadas cortinas metálicas a las 18 horas y los sábados al mediodía. Sus paredes se descascararon perdiendo el color y la vida.
El lugar de reunión e inspiración, y parte del alma y de la cultura porteña, cerró definitivamente sus persianas el 9 de octubre de 2000. El lzmir figura entre los 39 cafés citados en el libro Los cafés de Buenos Aires, publicado por la Comisión de Protección y Promoción de los Cafés, Bares y Billares y Confiterías Notables de la Ciudad de Buenos Aires y entre los 21 citados como "emblemas porteños" en La Guía Total de Buenos Aires, de Diciembre 2000. (3)
Quizás nos quede preguntarnos qué fue de Adán Buenosayres, de Rafael "Alejandro" Alboger y de aquellos años esplendorosos, y quiénes recordarán en los siglos venideros este sitio del corazón de Buenos Aires, este lugar de antología por donde pasó una de las tantas corrientes inmigratorias que aportaron, con sus denodados esfuerzos y sus sueños de paz, a la formación de la policromática nacionalidad argentina. "¿Café lzmir quién mudó tu piel, café lzmir quién quedó de pie? : ¡dioses y duendes de un tiempo lejano, dioses y duendes que hoy quieren volver!".(4)

1.BERGMAN DANIEL Y SLAVSKY LEONOR, Presencia sefaradí en la Argentina, Buenos Aires, Ed. Centro Educativo Sefara-dí, 1992, página 61.
2.SPINETTO HORACIO, Cafés de Buenos Aires, Buenos Aires, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 1999, página 5.
3.Ciudad Abierta. La guía total de Buenos Aires, Buenos Aires, 2001, año 1, N9 1.
4.SZWARCER CARLOS, Café lzmir, canción.
- TESTIMONIOS ORALES: familiares y amigos de Rafael Alejandro Alboger. Vecinos y habitués del café Izmir; empleados café Tortoni.

Compilado especialmente para Sefaraires por el autor del artículo, publicado en: "Todo es
Historia" Nº 422. Setiembre de 2002. Bs. As. Argentina.

 

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