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Aires de Sefarad en Buenos Aires
ARTE Y LITERATURA
Los dos leones

Por Isaias Leo Kreimer
Lionel Samuels, oficial de la armada de la corona inglesa, contemplaba la bruma que cubría el amplio y gélido mar austral.
Pese a la brisa helada que cortaba la piel de su rostro, se sentía motivado y ansioso por comenzar el combate; no era una guerra buscada, ni siquiera sentida, pero al ser contratado como oficial de la fuerza real, toda su preparación era para llegar a este momento y sentía el shock adrenalínico que aceleraba sus latidos y su respiración.
Atrás, muy atrás en el tiempo, habían quedado sus recuerdos de los primeros combates, cuando su nombre aún era otro y la causa nacional, junto a la supervivencia del estado, sus primordiales motivaciones.
En esa época era soldado del ejército israelí y su preparación era óptima, pero al volver a la situación de paz no supo o no quiso adaptarse.
Un matrimonio frustrado, peleas continuas que ningún trauma de guerra podían justificar, hicieron que el joven oficial buscara otros destinos, al fin y al cabo siempre habría guerras y sus servicios serían bien recompensados dondequiera que fuese requerido.
Eso lo convirtió en un mercenario trashumante de las contiendas, hasta que fue requerido por la Armada Real para actuar en el conflicto de las Folklands en el Atlántico Sud.
Ariel Levinas era un civil nato, criado en Buenos Aires, en un hogar judío de clase media, con buen pasar económico e insertado en su comunidad tanto religiosa como socialmente.
Nada hacía prever sobresaltos en su desarrollo como hombre de bien y de provecho; sólo un tema conflictuaba al joven Ariel ¿cómo despejar en sus amigos gentiles las dudas con respecto a su patriotismo argentino?; obviamente se sentía en la obligación de demostrarlo a toda costa y fuera de toda duda.
Fue por eso que al salir sorteado para formar parte del Ejército Argentino, creyó ver en ello la oportunidad anhelada y se incorporó de buena gana y con todo entusiasmo, sin saber cuan lejos de sus aspiraciones había fijado el azar su destino. Después del período de instrucción, bastante duro y con continuas referencias de los suboficiales a su condición de judío, en las cuales no faltaba el mote descalificativo o la sonrisa menoscabante, fue llevado con todo su batallón a Comodoro Rivadavia, pues había un conflicto por las Islas Malvinas.
Ariel creyó que pese a las duras condiciones climáticas y del momento, podría demostrar su amor a la patria y en pos de ello soportó todo, sabiendo que su actitud sería valorada y su mérito reconocido por aquellos que hoy dudaban por su condición de ‘’argentino a medias’’.
Al agravarse el conflicto, todo el batallón fue aerotransportado a las islas; allí las condiciones eran peores, cavar trincheras todo el día, con los pies empapados en agua helada, con mala alimentación y para colmo, con la sensación de estar verdaderamente en guerra y no en maniobras de práctica.
Ya no era un juego de soldaditos, ya atronaban los cañones, el temor a la muerte tocaba en serio sus sentidos, por primera vez se cuestionó Ariel ¿qué estoy haciendo aquí?
¿en aras de qué puedo llegar a morir? ya no quería mostrar patriotismo si ignoraba para qué estaba temblando de frío, con un arma en la mano.
Llegan momentos en nuestra vida en los que las circunstancias nos superan y no podemos controlarlas, es cuando la desesperación nos invade y nos quedan sólo dos alternativas: intentar sobreponernos o dejar que el destino decida por nosotros, ya que igual no podemos torcer sus designios; ésta era la duda de Ariel en la helada trinchera.
Ariel quiso sobrevivir y por la tarde, ante la ausencia del ‘’rancho’’ para los soldados, decidió ir a buscar comida, ya que la desorganización era tanta, que no les había llegado esa sopa caliente que los reanimaría y permitiría sobrellevar el resto de las horas al descampado. Ante el reclamo para él y sus compañeros, los superiores lo insultaron por abandonar su puesto y fue acusado de ‘’desertor’’, ‘’traidor a la patria’’ y otros epítetos igualmente injustos.
Como consecuencia de ello y ante su asombro, fue dada la orden de ‘’estaquear’’ al soldado Levinas para ‘’escarmiento’’de la tropa y para ‘’mantener la moral’’ de los soldados y así fue como recibió Ariel el bombardeo de Puerto Argentino.
Comenzó a gritar para que lo liberaran hasta que no tuvo más voz; lloró hasta que se terminaron sus lágrimas; cada explosión reventaba sus tímpanos hasta dejarlo sordo, llamaba a su madre que no podría acudir.
Hasta que su mente hizo un «clic» y se desconectó de la realidad como única alternativa de supervivencia ante una situación irremediable. Ya sin voz ni lágrimas ni esperanza, comenzó a rescatar desde el inconsciente una vieja letanía, que como una regresión atávica, volvía a su mente una y otra vez y así fue como empezó a murmurar: Shemáh Israel Adonai Eloheinu Adonai Ejad (Oye Israel, D’’s nuestro D’’s es único) y ese era el murmullo que emitía con sonido a veces fuerte y otras débil, ya que no oía, cuando un alma buena, de las que gracias a D’’s hay en todas partes, lo liberó.
El cabo Canosa, en medio del combate, acertó a pasar por donde el joven soldado estaba ‘’estaqueado’’ y a despecho de las órdenes recibidas, se compadeció de él y fue a desatarlo. Lo cual demuestra que más allá de la ‘’obediencia debida’’, cuando se está ante un acto inmoral, los individuos tienen la opción de ser cómplices de él o intentar remediarlo, aún a riesgo de sí mismos.
Al sentirse liberado de las ligaduras, Ariel bebió desesperado el mate cocido que Canosa le hiciera tomar de a sorbos y luego emprendió la carrera hasta un peñasco grande, a cuyo reparo quedó temblando como un pollito mojado, mientras su mente se negaba a hilvanar la realidad y de sus labios seguía brotando el Shemáh Israel como única reacción ante la situación circundante, que le resultaba inexplicable e in entendible.
La orden para Lionel Samuels era avanzar, si era necesario tomar prisioneros y si no mejor no hacerlo; eso hizo que su marcha estuviera plagada de ejecuciones a heridos e impedidos
.¡Maldita guerra! ésta y todas, que liberan lo peor del hombre a despecho de esa imagen que debería ser ‘’a semejanza de D’’s’’; de repente, detrás de una roca un’’argie’’ temblando y acurrucado, sin armas ni actitud ofensiva, con la mirada perdida y ausente en medio del fragor y el estruendo de la batalla; el oficial levantó su arma dispuesto a eliminar a un enemigo más.
Estaban enfrentados la presa y el cazador, la víctima y su victimario, cuando de pronto se hizo un breve espacio de tempo en el que no atronó la metralla ni sonaron los cañones, ese instante de quietud fue suficiente para que el oficial inglés alcanzara a oír el Shemáh Israel emitido por su víctima inmediata y algo golpeó su corazón.
Bajó el arma, se acercó al ‘’argie’’, lo tomó del hombro, sus miradas se cruzaron, la del evadido de la realidad por la locura y el captor, que también estaba desconectado de la humanidad, ambos bajo ese cielo tan limpio que fue testigo de dos hombres invocando juntos y al unísono el nombre de D’’s.
Este relato no tiene un final feliz, pero ocurre que muchas veces la vida no nos da finales felices y es lo que a cada uno le toca vivir.
El oficial inglés regresó a su país de origen y se alejó de las actividades mercenarias.
Fue el cabo Canosa quien me contó las circunstancias en que Ariel fue ‘’estaqueado’’ y nuestro pobre soldado, después de haber sido ‘’prisionero de guerra’’, volvió al país y fue internado en una clínica psiquiátrica; aún hoy se niega a volver a tomar contacto con la realidad.
Cada tanto sus padres lo llevan a su casa, pero deben volver a internarlo en forma recurrente, pues no saben cómo manejarse con el pobre Ariel, que no ve ni oye ni comprende lo que pasa a su alrededor; vive temblando permanentemente, cual si estuviera helado y de su boca solo se escucha un Shemáh Israel, Adonai Eloheinu,Adonai Ejad.

 

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