Sefaraires


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Aires de Sefarad en Buenos Aires
HISTORIA Y TRADICIONES SEFARADÍES
Celebrando la vida (II), Nace un varón

Por María Ch. de Azar
En el barrio de Flores, donde reside parte de la comunidad alepina de Buenos Aires y entre quienes pasé mi infancia y adolescencia, preservando costumbres y tradiciones, organizamos de manera festiva casi todos los acontecimientos familiares y religiosos.
Así por ejemplo la noticia del primer embarazo de la pareja es recibida con gran alegría, momento significativo en el deseo de los hombres que privilegian el nacimiento de varones para garantizar la continuidad del apellido y asegurar la lectura del Kádish ante su muerte, en tanto para la mujer confirma su fertilidad y le posibilita desarrollarse como madre, atributo valorizado y actividad hasta hace unos años casi única en el entorno sefardí ya que las mujeres se casan muy jóvenes, tal vez tanto como sus madres o abuelas, con la diferencia que en estos años la cantidad de hijos se limita a tres o cuatro, no doce o catorce como sus antecesoras.
Por lo tanto el nacimiento de un hijo, varón o mujer, tiene invariablemente su ritual y festejo dentro de la familia y también su celebración en la sinagoga. Ya comentamos en el número anterior, las reuniones celebradas para la preparación del ajuar del bebé. Ahora nos ocuparemos de la embarazada, el nacimiento del hijo varón y el thur. La joven embarazada está colmada de cuidados, evitándole esfuerzos, cuidando su alimentación, evitando nombrar hechos desagradables, enfermedades, por temor a provocarle un aborto. Prueba los primeros frutos de cada estación, también aquellos nombrados en su presencia y si reconocemos que entre creencias y supersticiones pesa el temor que el cuerpo del bebé tenga manchas repitiendo formas, por ejemplo de aquella frutilla que no comió, entonces conseguir el “antojo” es tarea imprescindible.
Dentro del universo de las creencias hay actividades especiales (algunas ya no se realizan, pero vale mencionarlas): al cumplir los nueve meses de embarazo una salida al cementerio, para visitar a los parientes muertos y pedir que intercedan ante el Todopoderoso para favorecer un parto normal. Esta visita, lejos de producir tristeza, era motivo de fe y alegría porque los participantes iban provistos con dulcería y frutos que saboreaban después de la lectura de los Salmos.
Cuando ya aparecían los dolores del parto era inminente cumplir con ciertas recomendaciones como la de enviar una botella de aceite a la sinagoga para alimentar el tamiz (lámpara que se mantiene siempre encendida frente al Tabernáculo) y allí prender una vela.
Llega el día y ha nacido un varón. La abuela puso su dedo índice sobre los labios del bebé para sellar el recuerdo de todo lo pasado en el vientre materno. Costumbre sefardí. Flores, bombones y confites para saludar al recién nacido y a su familia.
La parida también ahora será cuidada. Su cama lucirá con las sábanas bordadas del ajuar, la brillante colcha de raso con importantes bordados, su camisón de fina seda con puntillas y moños, más el ramito de ruda junto al libro de salmos y un cuchillo debajo del colchón protegerán a madre e hijo del mal de ojo.
El caldo de gallina y el tazón de leche con almendras machacadas, alimentos infaltables que mejoran a la flamante mamá y fortalecen la lactancia.
La visita del mohel para controlar la salud del recién nacido y confirmar la fecha de su circuncisión, si todo está bien, será al octavo día como indica la Ley, aunque coincida en día sábado o en Yom Kipur.
La noche anterior al thur se acostumbra hacer una fiesta que recibe el nombre de shdel-az, donde la lectura del Zohar, canciones y comidas acompañan a la parida y su bebé, para que no les ocurra nada malo, alejando a los malos espíritus, especialmente de la Lilit. El shamosh visitará casa por casa, familia por familia para participar del thur, abriendo puertas y batiendo palmas, anunciando con bendiciones y gran entusiasmo la invitación. Se preparan algunos objetos en el templo.
El alto y ancho sillón para el sendak (el padrino, quien tendrá al bebé en su regazo durante la circuncisión) y se inician algunas costumbres, como poner debajo del sillón un frasquito con agua de azahar, considerado de buenos efectos para luego de la ceremonia repartir entre las mujeres que desean un embarazo o para aliviar algún enfermo. El sillón de Eliau Anaví, ubicado al lado del sillón del sendak, más pequeño, de fina y tallada madera, apenas cubierto con un parojet, imprescindible en cada circuncisión porque recuerda que en tiempos del Rey Ajav se había prohibido la práctica de la circuncisión entre el pueblo de Israel. El Profeta Elías se rebeló contra esohuyó y se escondió en una gruta, donde Dios lo encontró y al conocer el motivo de su conducta le prometió en mérito a su postura, que a partir de entonces estaría siempre presente en cada circuncisión. Hay también otro objeto apreciado: la ceníe de plata con su florero en el centro, rodeado de pequeños candeleros y sostenida sobre una preciosa columna labrada. Colorida, adornada con flores y velitas, cuando comienza la ceremonia una joven soltera, elegida especialmente, lleva la ceníe permitiendo a la abuela encender la primera vela, para luego desplazarse entre las mujeres y los niños para que prendan las demás mientras dejan en la bandeja dinero para tzedaká..
Es costumbre también que la abuela paterna lleve al niño en sus brazos sobre una almohada preparada con cintas, puntillas y bordados, se lo entregue al padre quien inicia las bendiciones al Eterno. Después se lo entrega al sendak. Casi siempre se elige al abuelo. El mohel inicia la circuncisión mientras el minian entona a viva voz canciones litúrgicas que impedirán que las mujeres allí presentes puedan escuchar el llanto del niño, sobre todo su mamá, se proclama el nombre del circuncidado y con la bendición del vino, comienzan a repartir el perfume de plantas aromáticas como el mirto o la ruda.
El bebé ya en brazos de la otra abuela se lo entrega a su madre. Cuando en la familia hay una mujer que tiene dificultades para su embarazo, le ceden este honor para que sea ella quien le devuelva el niño a la madre, con la esperanza de estimular de esta manera, su futura maternidad. También es el momento de los regalos, las joyas serán para la mamá, una moneda de oro o unas pulseras y el infaltable sheday para el bebé, que irá prendido en su babero todo el tiempo que esté en medio de las visitas, pues será protección.
Y ahora sí es el momento del brindis sefardí, cuando las bandejas con el sendú (pan de España), el refresco de chufas, los confites y dulces de almendras son repartidos con alegría para saludar al nuevo miembro de la comunidad.
Mazal Alto y con salud cumplida! De novio que lo veas…
Así, la circuncisión se registra como un acto de consagración religiosa, enriquecido en el medio sefardí por rituales y creencias que permiten afirmar el deseo comunitario de preservación de la vida, respetar a los mayores, visitar a los enfermos, y mantener un legado donde la identidad, la transmisión, la memoria y la solidaridad son valores permanentes que se sostienen en la vida cotidiana y es realzada en cada una de las celebraciones.

Kadish : oración de homenaje a los muertos
Thur: (en árabe) circuncisión
Mohel: Persona religiosa que hace la circuncisión
Iom Kipur: día del perdón
Shdel-az: (en árabe)víspera de la circuncisión
Lilit: nombre de un espíritu femenino maligno
Shamosh: ordenanza de la sinagoga
Sendak: Padrino
Parojet: Cobertor de terciopelo. Bordado con hilos de oro
Tzedaká: beneficencia
Minian: mínimo de10 hombres para el oficio religioso
Sheday: Manito de oro con el nombre de D´os


 

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