Sefaraires


SEFARAires
Aires de Sefarad en Buenos Aires
LITERATURA Y ARTE
Esmirna 1920 (CUENTO)

Por Alberto Benchouam
Fue Oro la que descubrió al hombre, que iba y venía como si estuviera perdido. Su figura se recortaba en la oscuridad creciente. La muchacha descorrió varias veces la cortina de la ventana enrejada, hasta que lo vio apoyado contra la pared, temeroso, apretando un bastón con las dos manos.
- Debe ser inglés, dijo. Es muy alto y parece tener los ojos mavis (1)
Su suegra dejó la aguja y subió la luz de la lámpara a kerosene.
- Ven, dijo. Siéntate, no te canses que estás en el mes de parida, ayúdame a caplear (2) la colcha, que ya empiezan los fríos fuertes.
Los ruidos que llegaban desde el patio, disminuían, un llanto de bebé precedió a una lenta canción de cuna:
- Durmete mi alma, durmete mi vista. Que tu padre llega, dande mueva amiga.
- El hijo de Baena sigue mal, dijo Oro. Hace tres días que está en un lloro.
El diálogo fue interrumpido por la llegada de Nissim. En su último día en Esmirna se había despedido de familiares y amigos. Dejó su abrigo en el perchero y besó a las mujeres, quienes se apresuraron a referirle lo del hombre:
- Lleva una ropa muy liviana, se va entesar (3), debe estar buscando a alguien, es viejo y puede necesitar ayuda, dijo Reina.
Nissim salió de la casa e intercambió algunas palabras con el anciano. Después lo condujo del brazo hacia su vivienda, invitándolo a entrar. Lo sentaron en el minder (4). Oro se paró y su suegra lo saludó con un movimiento de cabeza.
- Baruj abá (5), dijo. Y sin esperar respuesta, echó más carbón al tandur (6), un resplandor iluminó la piel pálida del extranjero.
Las mujeres prepararon en un rincón de la habitación, platos con aceitunas, queso y pan, que se apresuraron a ofrecerle; pero el hombre los rechazó con un gesto de su mano:
- Creo que no puedo comer, aclaró. No se dónde estoy ni qué hago aquí, es extraño que pueda hablar y entender este lenguaje.
- Estás en Izmir, contestó Nissim, en la calle de los confiteros; somos djidiós o sefarditas, como nos llaman los europeos. Hoy es un día especial, continuó, mañana temprano parto para la América.
Reina exhaló un suspiro y bajó los ojos, iniciando un lento balanceo. Su hijo la miró y siguió hablando.
- Mi madre y mi mujer no quedarán solas, las cuidarán y apenas pueda, les mandaré pasajes para que estemos juntos. Aquí cuesta mucho ganar el pan y el año entrante me tocará ser soldado, hay guerras, además mi primo Yaco nos manda letras (7) desde Buenos Aires, pero...
- ¿Puedo demandarte de dónde vienes, forastero?
- De allí precisamente, creo. Soy escritor y quizás todo esto sea parte de un sueño, es un milagro que pueda hablar, entenderlos, tocar las cosas. Ayer tardé en dormirme y después este suburbio de casas bajas, frente a un mar que ha ido perdiendo color.
- Come y bebe, nada más se te demandará (8), dijo Reina.
Nissim reavivó el fuego, removió las cenizas y sacó una castañaza que dejó a un costado para que se enfríe.
- Quizás me sea dado decir, tal vez profetizar sea el sentido de este viaje, aunque es posible que en vez de un oráculo sólo sean un delirio senil.
Las miradas se cruzaron, debían esforzarse para entender la lengua del extranjero. Pero este parecía hablarle sólo al dueño de casa:
- Mañana comenzarás a transitar un largo camino y llegarás a una tierra en donde para aceptarte no se te preguntará de dónde vienes, tendrás plenos derechos y con el tiempo la considerarás tuya.
- En esa tierra generosa podrás comprar campos que se llenarán, gracias a tu trabajo, de todo tipo de cereales verduras y frutas, no faltará agua para el riego, ni pastos para el ganado. Podrás vender libremente tus productos y comerciar con toda clase de mercaderías, abrir almacenes, negociar, hacer manufacturas y artesanía, tu iniciativa tendrá valor y te irás enriqueciendo con la compra y la venta.
- En esa tierra maravillosa podrás morar donde gustes junto al cristiano y al musulmán, al griego y al italiano. Nadie te impondrá por la fuerza religiones ni ideas, podrás erigir templos a tu dios, festejar tus fiestas y cumplir con tus ritos y deberes espirituales.
En ese país donde llegarás, mezcla de distancia y futuro, podrás enterarte al instante de la suerte de tus hermanos, diseminados por el mundo. Gracias a los progresos médicos, se alargará tu vida y más aún la de tus hijos, pues habrá mil remedios para las enfermedades del cuerpo y disfrutarás de la vejez, al disminuir el dolor y la miseria. Podrás elegir libremente tu profesión, dedicarte al arte o a la ciencia, investigar los misterios de la naturaleza, inventar y descubrir, aprender lenguas y técnicas, ninguna rama del saber te estará vedada y podrás desarrollar tus posibilidades, con el único límite de tu capacidad y tu deseo. Sólo algunos grupos tratarán de impedirlo, pero se irán disolviendo poco a poco, empujados por gente de otras naciones, que también llegarán a ese país, donde te será dada parte de la felicidad que te fuera prometida desde hace miles de años. Y en ese lugar, donde crecerán tus descendientes, el bienestar será moneda corriente.
El hombre calló, sólo el viento se escuchaba, se acomodó en el minder, aclaró primero su voz y prosiguió, ahora lentamente, como si otro hablara por su boca.
- En ese país, donde llegarás después de atravesar un mar de muchos días y noches, también el olvido será moneda corriente.
Poco a poco se irá desdibujando el lugar del cual procedes, sólo quedará el nombre de esta ciudad, pero los objetos que te rodean se irán rodeando de bruma, también el barrio, los paseos, la gente que te vio nacer y crecer, gozar y sufrir. Todo lo mezclarás con la ciudad donde llegarás y contarás poco a tus hijos y lo que referirás estará desfigurado por tus errores y fantasías y no hablarás de lo que creerás superfluo y esa será también tu trampa. Sucumbirás a las monedas y al progreso, te avergonzarás de tus refranes, tus dichos, tus costumbres.
Primero se irá modificando tu lengua, la mezclarás con palabras de ese país, donde se habla un castellano moderno. Reemplazarás tu sh por la j, tu f por una letra que no se pronuncia. Y mudarás tus palabras, llamarás tomate al tomat, albhaca a la aljabaza, calle a las calleyas, patio al cortijo. No dirás enguayar sino llorar, en vez de trocar dirás cambiar y de mazal, suerte.
Nadie te pedirá explicaciones, pero nadie te las dará. Cambiarás tu actual cortesía por la educación fría del ciudadano, tu preocupación por el vecino, por la indiferencia, tu cálida hospitalidad por el cálculo en las relaciones humanas. Junto a tus refranes irán desapareciendo tus supersticiones, acorraladas por la información y la lógica.
Dejarás de hacer tú mismo el vino, de ahumar el pescado, cambiarás el anís por el cognac y la ginebra. Suplantarás tu cordero guisado por el asado de vaca, tus habas y chauchas por el maíz y las papas, tus bizcochos y almendras por tortas y dulces extraños y sentirás nostalgia de los sabores que conociste en tu niñez.
También tu música, de triste y alegre, pasará a ser melancólica y en vez de pandero o laúd, optarás por el piano y la guitarra. Tus tertulias de table y pastra, serán sustituidos por loterías y entretenimientos solitarios. Perderás de a poco tus cuentos e historias que refieres ahora junto al fuego y tu romancero. Hasta llegará un momento en que en las fiestas no se oirán tus cantos, ni se bailarán tus danzas y con todo eso no sólo se irá modificando tu identidad, sino también el sentido que das ahora a tu vida.
Cuando el viejo terminó de hablar no hubo preguntas. Se escuchó una sirena corta y metálica.
- Es el último vapurico (9) para Karshiacá, dijo Reina, antes que unos sollozos llegaran de la habitación vecina.
- Nochada buena que tengamos, agregó y ofreció un vaso de te al extranjero.
- Hace mucho frío, puede dormir aquí.
- Si no me acompaña, tendré que irme solo.
El dueño de casa guió al hombre en silencio, vil que gruesas nubes se desplazaban hacia el oeste. Al regresar enfrentó la mirada interrogativa de Reina, pero nadie comentó lo sucedido, pensaban en la inminente partida de Nissim.
Esa noche casi no durmió, recordaba las sentencias del extranjero: en esa tierra el bienestar y el olvido serán moneda corriente, todo se disolverá como una pizca de sal en el agua. Al amanecer, cuando llegó desde la mezquita el llamado a la oración, soltó la crecida cintura de su mujer.
Su angustia se fue aliviando, le llegaba el aroma del café, del otro lado del mar aumentaba la excitación y la esperanza.
Al volver al templo guardó los elementos de culto en su valija de mano. Sabía que mientras no dudara, Dios lo llevaría de la mano.

(1) azules / (2) forrar la cobija con la sábana, cosiéndolas entre sí / (3) morirse de frío / (4) sillón (del turco) / (5) saludo (del hebreo) / (6) brasero / (7) cartas / (8) preguntará / (9) barquito de vapor.

 

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