Sefaraires


SEFARAires
Aires de Sefarad en Buenos Aires
Literatura y Arte
Debut en el Izmir

Por Alberto Benchouam
- Dile a tu padre que te de parás (1) para empezar a abastecernos; él, jugar y charlar, y Pesaj ya está detrás de la puerta.
Iris dejó la revista que estaba leyendo y atravesó el zaguán esquivando las baldosas gri-ses. Miró hacia la iglesia de San Bernardo, cuya cúpula cónica dominaba el barrio. Iba a entrar al café contiguo, pero le llamó la atención un cartel escrito a mano y pegado al vidrio: “VIERNES GRAN DEBUT DE MADAME RASHEL, AFAMADA BAILARINA ORIENTAL, ACOMPAÑADA POR ORQUESTA”. Una foto mostraba a una odalisca levantando hasta los ojos un velo trans-parente.
Se acercó a Don León, sentado junto a Elías Abdala y al griego que tenia un puesto de golosinas junto al cine Villa Crespo. Sin mirarlo, le transmitió el pedido de su madre.
- Dile que no se siquilee (2) – le ordenó él con fastidio — ya tengo encargado de lo mu-cho y de lo bueno y que ella no pierda el tiempo con las vecinas.
La niña nunca se iba sin mirar la pared del fondo: más allá del estante con productos im-portados, se veían palmeras y beduinos pintados y un cielo azul oscuro que terminaba en una media luna descolorida. Observó también el tapiz en tonos marrón que reproducía una escena de turcos jugando al table (3) y la mesita baja sobre la que estaba apoyado un narguile (4) de va-rios tubos, una shisbé (5) de cobre y una caja con incrustaciones de nácar.
Una voz ronca resonó en el salón:
- El setenta y siete, las pachas de Bulisa (6) salió en Montevideo, ¡la buena suerte mía.!...café para todos y para las madamas ...lo que gusten beber...
El hombre canoso que invitaba ahora se dirigía a ella:
- Y una cuajada para la hija de León Carmona...siéntate con las señoras.
La niña miró hacia el estaño, al final y tras una cortina entreabierta dos mujeres recosta-das en un sofá revolvían unas prendas esparcidas; la más joven la llamó. Buscó la mirada de su padre, quien de mala gana hizo un gesto de aprobación. De una valija de cartón sacaban más ropa, la asombró la variedad de colores.
- ¿Cómo te llamás? ¿Iris? qué lindo nombre.
- Era el de la partera, tengo tres hermanas mayores y todos querían un varón.
- Bueno, decime, ¿cuál te gusta más?. Le mostró unos corpiños de encaje, bordados con lentejuelas y canutos brillantes.
La niña tomó uno verde, sin breteles y recorrió con sus dedos el broche, que imitaba una esmeralda. La mujer que le hacía preguntas, corrió más la cortina y se ocultó. Pasaron unos minutos y la llamó. Tenía puesta una pollera de talle bajo, que se abría en flecos hasta los tobi-llos, dejando al descubierto el vientre y unas piernas largas y oscuras.
- Es Madame Rashel, le dijo la otra al acercarse.
- ¡Pero habla español !
- Sí, viene del extranjero, sabe varios idiomas.
Madame Rashel empezó a contonearse, mientras hacía ruido con las pulseras.
- Hay que abrirlo más en el pecho - dijo la otra, haciendo correcciones con alfileres. Cuando estés sin la blusa te lo llenarán de plata.
Entonces, la mujer hizo unos pasos de baile, balanceando y adelantando el busto, dio unos giros con los brazos levantados y después se tomó la cintura, hasta que se arrodilló, rien-do, agitando la cabeza y levantando el pelo con una mano.
Por último se inclinó en un gran saludo y se fue a un rincón a cambiarse de ropa. Al re-gresar pidió una granadina, sacó un billete de la cartera y lo puso en la mano de Iris, mantenién-dola apretada unos segundos..
- No me lo rechaces. Y le dijo algo al oído.
La niña apuró su yogurt, las besó y se fue distraída. Ya en la calle, no se decidió a llamar al vendedor de cestos y plumeros. Caminó hasta Corrientes. Iba a comprar una torta de crema exhibida en la confitería La Sala, pero pensativa, apretando el dinero, regresó al inquilinato de la calle Gurruchaga.
Ese viernes, Iris y su amiga Leila Abdala, iban y venían por la vereda tomadas del brazo.
Mucha gente llegaba para presenciar la primera actuación de Madame Rashel y su orquesta oriental. La mayoría hombres, pero también algunas mujeres, solas o en pareja, bajaban de los autos. Cuando podían, miraban el interior del local. Ya estaba casi lleno; los mozos agregaban sillas. Del techo colgaban lamparitas y una fuerte luz daba sobre una tarima.
- De noche parece otro lugar, dijo Leila, vienen mujeres de la vida y algunas ricas.
- Mirá si viene alguna de nuestra casa, bromeó Iris.
- Ni tienen plata, ni las dejan los maridos, cuando cumplamos trece años no podremos entrar ni de día, porque dicen que queda feo.
Llegaron unos marineros. Al abrirse la puerta, descubrieron un ambiente brumoso, el humo de los cigarrillos mezclado al olor de frituras y gritos que luego se transformaron en mur-mullos.
El armenio, dueño de la fábrica de zapatos, llegó con un traje beige y un sombrero negro, junto a su mujer que llevaba un tapado de piel.
- Con este calor, dijo Iris. Ah, escuché que un hombre baila con un sifón en la cabeza y otro levanta una mesa con los dientes. Y que cuando las bailarinas mueven el ombligo...
Antes que en el bar corrieran unos gruesos géneros para tapar las vidrieras, lograron di-visar sombras de cuerpos que danzaban, las luces que disminuían y los aplausos que recibían a los músicos. Se quedaron enfrente, tras el árbol de la verdulería, hasta que les llegó una voz femenina:
- Chicas a entrar, es vergüenza estar hasta esta hora en la calle.
Se quedaron hablando en la cocina común hasta muy tarde. Antes de separarse, ambas levantaron la vista hacia el respiradero del Café Izmir, de un resplandor amarillento salían unos acordes deformados.
Ese Domingo de Ramos, Iris acompañó a Leila hasta la esquina de la iglesia. Después de almorzar se reunieron un rato cerca de las piletas de lavar. A eso de las siete de la tarde los vecinos que se reunían en el vestíbulo fueron interrumpidos por una fuerte música. Además, se prendieron todas las luces del patio de atrás y de la terraza. Los inquilinos salían de las piezas y se dirigían hacia el lugar donde se interrumpía la tranquilidad dominguera. Un tocadiscos trona-ba a todo volumen, primero empezó con una queja repetida, iajabibi, iajabibi.(7). Después entró el laúd, el kanun, la cítara (8).
Unas quince personas se acercaron, desde la escalera que daba al cuarto de los cachi-vaches, haciendo equilibrio entre las macetas, empezó a bajar Iris disfrazada de odalisca. Sobre unos pantalones que le llegaban a las rodillas, caían unos flecos de papel dorado agarrados por un cinturón rojo en forma de corazón. Bajo una casaca corta bordada se veía una camiseta de mangas cortas en la que estaba dibujado un ombligo.
Los ojos y los labios pintados y un lunar en la mejilla, pulseras de lata en las muñecas y una serpiente plateada como brazalete. Los pies descalzos, las uñas bermellón. Dio una vuelta por el piso ajedrezado y se paró junto a la planta de malvón. Esperó el próximo tema, movió pri-mero lentamente las caderas y cuando estalló la orquesta comenzó una danza frenética. Movía los hombros, la cintura, giraba la cabeza cubierta por una peluca hecha con hilos verdes.
Don León se adelantó, quitó de un tirón el disco de pasta y agarró los que estaban en un banco, después se encaminó hacia su hija, pero ésta saltó a la escalera, subiendo fuera de su alcance, siguieron unos segundos de silencio.
Se escuchó a Mercada Cuño
- Dejalá, es chica, alegrar que nos quiere, artista, mañana ya empezamos la limpieza de Pésaj.
Leila le alcanzó una tela violeta, e Iris ahora bajaba nuevamente. Las mujeres la rodea-ron y empezaron a dar palmas, primero tímidamente, después empezaron a cantar
- isshquidara la la laira.....la la laira (9)
en el centro del coro la niña giraba lentamente, desplegó la tela y la movía como un velo, alguien le alcanzó una botella y ella la sostuvo sobre su cabeza, sacudiendo los hombros y guiñando los ojos. Doña Lola trajo una tapa de cacerola y la tocaba como una pandereta, Zulma, dos cucha-ras y las hacía sonar como castañuelas, hasta Don Elías, fuera de la ronda volvió con una lata de aceite vacía e improvisó un instrumento árabe de percusión, su mujer poniéndose la mano plana bajo la nariz, emitía unos sonidos guturales.
Entonces Iris bailó con cada vecina, entregándoles alguna prenda, algún adorno, sentía que recuperaban ritos ancestrales, placeres perdidos, fiestas olvidadas, miró hacia la medianera del café y recordó las palabras de Madame Rashel “Cómprate algo que te haga feliz”, levantó la cabeza, cruzó la mirada con la de su padre y entendió que ningún castigo podría hacerle perder esos minutos de gloria.

(1) dinero / (2) molestarse (turco con terminación castellana) / (3) juego de backgamon / (4) pipa turca / (5) cafetera oriental / (6) “Las piernas de Bulisa” como se solía llamar entre los sefaradíes al Nº 77 en lotería y quiniela / (7) “mi que-rida”, en árabe, de una canción tradicional / (8) tres instrumentos musicales característicos de la música popular del Medio Oriente / (9) fragmento de una canción árabe tradicional.

El autor licenciado en psicología, es además investigador y escritor, con numerosas publicaciones en el país y en el extranjero, referidas a la temática de los sefaradíes.

 

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