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Aires de Sefarad en Buenos Aires
El djudesmo (2ª parte)
Por Luis León
En Marruecos, el judeo-español tomó el nombre de haketía y tuvo un derrotero diferente al de las comunidades del Imperio Otomano. Pero es difícil analizarlo por falta de escritos que muestren su evolución. Mientras que en las regiones de Oriente Medio había imprentas judías que abastecían de textos a sus comunidades (recordemos que en 1493 se fundó la primera im-prenta judía del Imperio Otomano, tan sólo un año después del Edicto de Expulsión), en Marrue-cos no había un desarrollo editorial, por lo que en la actualidad, los especialistas deben recurrir a cartas y manuscritos ya que la mayoría del conocimiento se daba por trasmisión oral, y hoy casi no quedan informantes que puedan dar testimonio de la lengua.
La diferencia más importante en la evolución del habla en las comunidades marroquíes respecto a las otras, consiste en que mantuvieron contacto de distinta intensidad con grupos hispano-parlantes, tanto por su proximidad con ciudades dominadas por España como la llegada de funcionarios españoles a Marruecos, y esto reavivó la influencia del castellano en el habla de los sefaradíes de esta zona.
Respecto al judeo-español hablado en cada región, dijimos que había un fenómeno de intercambio debido a que los viajeros, por motivo litúrgico o comercial, iban y venían de una ciu-dad a otra y se hacían muy reducidas las diferencias en la lengua de los sefaradíes. Pero curio-samente, era fácil detectar las diferencias en el habla dentro de una misma ciudad, de acuerdo al desempeño o la clase social del individuo considerado. Las capas de menores recursos des-empeñaban tareas que los ligaban con las clases más bajas de la ciudad, favoreciendo de esa manera el ingreso de numerosos términos en turco o griego de acuerdo a la región en que se encontraban, más que los empleados por los sectores de clase media. La falta de acceso a la educación hacía que este sector fuera preponderantemente analfabeto. Gracias a los Talmud Torá o pequeñas escuelas comunitarias que preparaban a los niños varones para leer pasajes de la Torá, llegaban a leer en hebreo, aunque sin comprenderlo. Sobre esto es interesante el testimonio de Elías Canetti, premio Nóbel de literatura 1981(1), sobre su propia experiencia:
“La escuela daba verdadera pena, el profesor era ridículo; era un pobre hombre que en vez de hablar, graznaba. Siempre parecía estar sobre una sola pier-na, encogido por el frío, y no tenía la mínima autoridad sobre sus alumnos, que hacían lo que les daba la gana. Es cierto que aprendimos a leer en hebreo y que íbamos repitiendo las oraciones machaconamente, pero no sabíamos qué querían decir las palabras que recitábamos porque a nadie se le ocurría explicárnoslas. Tampoco nos explicaban las historias de la Biblia. El único objetivo de la escuela era hacernos leer con fluidez el libo de oraciones para que en el templo los padres o los abuelos se sintieran orgullosos de nosotros ”. (2)
Este autor describe aquí las características de un Talmud Torá de la ciudad de Viena donde vivía con su familia en 1913. No obstante, varios testimonios de inmigrantes, recuerdan con mucho afecto y gratitud las primeras enseñanzas del hebreo por parte de sus maestros que en algunos casos eran sabios rabinos.
Los sectores medios que interactuaban con sus pares no judíos de la ciudad, y también incorporaban términos en griego o turco, tenían acceso a la enseñanza primaria y luego algunos podían acceder a un nivel secundario, becados a París u otras ciudades del este europeo. Esa instrucción les permitía conservar el djudesmo diferenciándolo del turco y el francés con auto-nomía. Además, dentro de este sector medio, las mujeres podían acceder a la educación esco-lar, cosa que no sucedía en sectores más empobrecidos, donde casi la totalidad de las mujeres no sabían leer ni escribir.
Había además un sector más reducido de sefaradíes que vivían “a la franca”, es decir con costumbres del occidente europeo. Hablaban fluidamente el francés o el italiano, y eran los que más dejaban a un lado el djudesmo en la vida familiar. A fines del siglo XIX, con el estable-cimiento de las escuelas de la Alliance Israélite Universelle, el afrancesamiento llegó a capas más numerosas de población judía del Medio Oriente y norte de África. Ese fue el comienzo de una visible reducción en el uso del judeo-español, ya que desde las aulas se obligaba a los ni-ños a hablar exclusivamente en francés, castigando el uso del djudesmo entre ellos. El golpe final asestado al uso de esta lengua, fue el período de la segunda Gran Guerra y los años poste-riores, donde los sefaradíes trataban de evitar ser identificados, por miedo a la burla o el ataque, por parte de jóvenes pro-nazis. Testimonios de inmigrantes llegados de Turquía a nuestro país después de esa época, relatan que sus padres los obligaban a hablar el turco dentro del hogar para acostumbrarlos a hacerlo con espontaneidad cuando caminaran por la calle.
Los rabinos y estudiosos de la liturgia, imprimían al djudesmo su estilo personal emplean-do muchas palabras del hebreo que reemplazaban a las usadas por la población media, además de términos provenientes del arameo. A través de las clases en el Talmud Torá, o su trato con la población, muchos términos se trasmitían al habla común. Pero el término medio no accedía a un nivel significativo de enseñanza, y es interesante otro testimonio de Elías Canetti sobre su abuelo, quien vivía en Bulgaria, desempeñándose como un comerciante medio, exitoso:

“...Cuando hablaba con gente de otros países trataba de expresarse en el idioma de ellos, pero como sólo lo había aprendido de pasada, en alguno de sus viajes, lo hablaba con dificultad, a excepción de las lenguas de los Balcanes (incluso su ladi-no), le gustaba contar con los dedos las lenguas que podía hablar y la graciosa seguridad con que los enumeraba...Sólo dominaba la escritura hebrea con la que se escribía el ladino, y sólo leía periódicos en este idioma. Tenían nombres españoles como El Tiempo, La Boz de la Verdad, estaban compuestos en caracteres hebreos y salían, reo, una vez por semana. Leía con dificultad el alfabeto latino, no leyó nun-ca un libro en la lengua vernácula de los muchos países que visitó -¡ y vivió más de noventa años!.” (3)

(1) Elías Canetti nació en Bulgaria en 1905, recién comenzó a ser conocido a partir de ganar el premio Nobel de Li-teratura en 1981. En su obra, alternó estilos muy variados con igual maestría: ensayos, teatro, una novela, y li-bros de memorias. / (2)Elías Canetti La lengua absuelta Editorial Milá , Buenos Aires 1988, pág. 111./ (3) Ídem Págs. 113-114.

 

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