La Voz Judía


La Voz Judía
Cuando se vé todo negro
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Esa alegría, la Simjá - en su real dimensión y significado - abre las puertas para sentir motivación de repetir la experiencia, a mirar el mundo con otros ojos, permite ver lo bueno en las personas que lo rodean y, en general, dispone a la persona en un rumbo positivo.
“No aguanto más”.
“Estoy podrido”.
¿Cuántas veces dijo - o escuchó - Ud. estas palabras (expresadas obviamente con un dejo de desesperación, con un tono de voz que denota el estado de cansancio y exasperación mediante signos de exclamación invisibles, pero claramente audibles)?
Y si la otra persona no habló exactamente en estos términos - ¿es posible que Ud. haya notado ese gesto facial en el rostro de otra persona?
¿Cuándo fue la última vez que Ud. sintió personalmente esta sensación - aunque no haya proferido esta expresión u otra similar?, ¿hace apenas cinco minutos...?
No cabe la menor duda que esta forma de pronunciarse es una de las más frecuentes en la sociedad contemporánea.
Impaciencia, ansiedad, angustia, nerviosismo y malestar general están a la orden del día, mientras la sociedad no sabe cómo vivir con estos síntomas.
Algunos agreden a terceros que se les cruzan en su camino, otros toman calmantes, otros se enferman, algunos tratan de escapar de su realidad (si bien habitualmente no llegan muy lejos, y muy pronto la realidad los alcanza y deben volver a su escenario anterior - guste, o no).
“Escapar” a las circunstancias de uno, puede hacerse por distintos medios: algunos se toman vacaciones, otros descargan la tensión comiendo con exceso. Hay personas que escapan hacia la vida virtual del cine o hablando de lo que les pasa a otros, hay quienes buscan distracción en el juego, y otros se precipitan a instancias aun peores. Y no podemos negar, que lamentablemente muchas de las enfermedades mentales modernas se originan o se agravan por el hecho de que las personas no saben o no pueden convivir con su entorno.
Todos tienen un denominador común: la disconformidad e intolerancia con su ambiente y el escapismo compulsivo.
Si se tratara de casos aislados, no sería tan necesario dedicar una nota a este tema.
Lamentablemente no estamos hablando de una situación esporádica, y a medida que avanzan los días, las personas se sienten cada vez más abrumadas por su contexto, a raíz de las obligaciones y presiones varias que recaen sobre cada una de ellas.
Y - por si esto fuese poco - en lugar de que las personas encontraran refugio en el apoyo fraternal de sus allegados y pares, contrariamente - los problemas de los individuos se suelen potenciar. En lugar de transmitirse tranquilidad solidaria, se “dan manija” uno al otro, y crece el malestar, sintiéndose cada vez mayor frustración con la vida, y una sensación de hallarse en un laberinto sin salida.
Y mientras las personas giran dentro de esta maraña de dificultades aparentemente imposibles de ordenar, el estado de ánimo negativo ocasionado por una situación adversa lleva al individuo a verlo “todo mal”. La confusión suscitada por su ánimo íntegramente crítico, no permite que disfrute o siquiera vea los múltiples aspectos alegres y lozanos de la familia y de su entorno. Es tan así, que es muy común escuchar que padres agreden a sus hijos (despreciándolos, desestimándolos, etc.) al retornar a casa luego de una jornada laboral o comercial frustrante.
Tampoco es extraño escuchar a mamás que vierten en la escuela de sus hijos la frustración que sienten por no poder encauzarlos adecuadamente dentro de su hogar.
La falta de preparación de muchos adultos en el manejo de las emociones, lleva frecuentemente a los protagonistas a destruir las facetas positivas de su vida.
Lo que sigue, no es producto de un estudio profesional de psicología, ni tampoco está extraído de un “manual de auto-ayuda”. Sin desmerecer la utilidad complementaria de estos textos, nosotros - como judíos - debemos encarar y buscar las enseñanzas que la Torá nos brinda. Esto se refiere tanto en relación a comprender qué aspectos de nuestra vida cotidiana nos perjudican, y cómo la Torá enseña a vivir la vida para que ésta sea sana y ordenada. Solamente espero, al escribir estas líneas, que se tome este escrito en el espíritu constructivo con el que se transmite, y no provoque que la gente se auto-maltrate aun más por sentir que “lo está haciendo todo mal”...
Entendamos, pues, que gran parte de lo que somos, incluidos los aspectos negativos de nuestro proceder habitual, se lo debemos a la sociedad en la que nos criamos y en la que seguimos - aun hoy, siendo adultos - creciendo y desarrollándonos. Esto vale tanto para personas que nacieron en un contexto secular, como, lamentablemente no menos, en un ambiente observante de las normas de la religión (que no son ajenos a estas manifestaciones).
Sin duda, D”s no nos quiere ver sufrir, y menos aun, sentirnos desahuciados: ¿dónde, entonces, debemos intentar buscar respuestas?
CONTENIDO
El primer aspecto que debemos analizar, es el contenido espiritual de nuestra vida cotidiana. ¿Cuánto tiempo real (en horarios) ocupa ese contenido, y qué importancia ejerce sobre el resto de las actividades que se realiza?
No existe un vacío más profundo que la ausencia de objetivos espirituales. Nada material jamás llena el alma del judío.
Al final de una jornada ociosa, uno se siente mal, inútil y superfluo. Inversamente, al concluir un espacio constructivo, uno siente plenitud y realización. Aun si estuviese físicamente cansado, su alma está satisfecha y rejuvenecida.
Esa alegría, la Simjá - en su real dimensión y significado - abre las puertas para sentir motivación de repetir la experiencia, a mirar el mundo con otros ojos, permite ver lo bueno en las personas que lo rodean y, en general, dispone a la persona en un rumbo positivo.
MOTIVACIÓN PARA LIDIAR FRENTE A LAS PRESIONES
El segundo punto a analizar, es la motivación para luchar la vida. Puesto que nacimos y nos habituamos al orden exitista de la sociedad, el énfasis de la cotidianeidad está puesto en los logros - y no en el ahínco por alcanzarlos. En la mente del hombre moderno, existe la noción de que si pudiera alcanzar un status de vida en el que no requerir luchar para obtener lo que desea, esta sería la situación ideal.
Sin embargo, tengamos en cuenta que la perspectiva judía es la opuesta.
El pasaje nos enseña que “el hombre ha sido creado para esforzarse” (Iyov 5:7). El Talmud analiza este pasaje y lo relaciona principalmente con el estudio de la Torá.
Sin embargo, una de las lecciones más importantes que se derivan, es que no solo el objetivo debe ser virtuoso, sino que los medios para alcanzarlo deben ser cuidadosamente estudiados y apreciados. El propio esfuerzo es muy valioso, y es decisivo para la construcción moral de la persona que lo pone en práctica.
El esmero que muchas veces nos resulta tedioso e indeseable no es, pues, un mero “medio”, sino - también - un fin en si mismo.
Si agregamos a este punto la universalmente consabida consigna que pesa sobre todos nosotros: la “eficiencia” (una presión absolutista que dictamina que todos debemos “poder lograrlo”), entonces cargamos con un lastre adicional del que no podremos liberarnos: el “juicio” social de lograrlo - o no (a comparación de otros que aparentemente son más exitosos). Esta idea no permite respirar, porque arroga al (pobre) humano lo que pertenece a D”s.
En la cosmovisión de la Torá, se entiende que todo lo que sucede en este mundo, ocurre exclusivamente porque D”s lo determinó. Nadie tiene éxito. Los logros - o la ausencia de ellos - no son nuestros, como para atribuirnos o jactarnos de ellos.
No olvidemos, asimismo, que - para sumar al apremio - la sociedad demanda cada vez más que las cosas se resuelvan rápido - ¡de inmediato! - cosa que habitualmente no está en nuestras manos.
Y, ya que estamos analizando este punto, el hecho en sí de creerse evaluado continuamente por terceros (por falta de auto-valoración), agrega al aplastamiento que tantos sufren (los boletines escolares se han convertido en una brisa agradable - en comparación a la medición de “rating” a la que se cree expuesto crónicamente el hombre moderno...).
APRENDER A APRECIAR LO BUENO
Por último, al no haber aprendido a apreciar suficientemente todo lo bueno que nos sucede, estamos limitados en nuestra posibilidad de abarcar una visión global respecto a la situación que fuere.
Percibir lo bueno en la vida es una obligación en el judaísmo. La Torá está colmada de ejemplos en los que se insta al judío a advertir todo lo favorable y beneficioso que rodea a la persona.
Lamentablemente, las expectativas exageradas respecto a lo material, circunscriben la visión del individuo, llevándolo continuamente a enfocar lo que cree carecer, en lugar de permitirle apreciar todo lo bueno con lo que efectivamente ha sido agraciado.
Si sumamos el estruendo que provoca en nuestros oídos y mentes el flujo constante de “noticias” con tinte negativo, de corrupción y desconfianza, de inmoralidad y decadencia, se torna todavía más complejo pensar en todo el bien que nos envuelve.
La Torá (Bamidbar 11:1) narra una secuencia de situaciones de los judíos que atravesaban el desierto. Cada queja sucedía a la anterior. El pueblo se sentía como en duelo para consigo mismo. Si bien habían aceptado obedecer todas las Mitzvot, aun debían vivirlas con alegría y entusiasmo para poder asimilarlas todas a su forma de vida.
Pero no es fácil distinguir y reconocer exactamente qué es lo que lo frustra a uno.
En el descontento personal, frecuentemente se mezclan las disposiciones que se perciben: lo que uno cree que es el motivo de su queja y efectivamente puede parecer como si fuera la causa auténtica de aquel sentimiento, en realidad suele ser el pretexto que se busca, para justificar la sensación negativa…
“La Voz de D”s está en la fuerza” (Tehilim 29:4).
En la “fuerza” de acción y resistencia que cada uno posee, se expresa la Voz de D”s.
Frecuentemente tildamos a personas temperamentales como aquellos que “tienen mucho carácter”. En realidad ese es un auto-engaño.
El Talmud (Sanhedrín 101:) acota sobre el pasaje “los días del pobre son dolorosos” (Mishlei 15:15), que esto se refiere a una persona irascible, mientras que “aquel con buen corazón siempre está en fiesta”, alude a una persona apacible.
Quizás debiéramos ejercitarnos a poner en práctica una forma agradable y placentera de trato con la gente, tal como Pirkei Avot (1:15, 3:12) nos exige - y no ver esta disposición como una debilidad.
Es muy posible que no recibamos como retorno una reacción inmediata correspondiente a este semblante. Sin embargo, si lo sostenemos y creemos con convicción que es lo que realmente corresponde, la repercusión en los interlocutores será generalmente de reciprocidad a la que ofrecemos.
NUESTROS HIJOS
Debemos hacer una acotación importante respecto a nuestro tema.
Los adultos tenemos la enorme responsabilidad de criar a los hijos, y estos niños nos observan. Las expresiones verbalizadas y calladas que emitimos a lo largo del día, revelan nuestro estado de ánimo y emiten una fuerte lección hacia los jóvenes.
No olvidemos: como papás, representamos el sostén íntegro a ojos de nuestros hijos.
Son conscientes - pues lo han comprobado desde su infancia - que dependen de nosotros. Los cuidamos y protegemos en todo momento frente a cualquier daño potencial que les pueda acaecer. Los alimentamos y los vestimos. Los abrazamos y los sostenemos. Los guiamos y los encaminamos. Figurativamente, constituimos para ellos una gran columna, fuerte e indestructible, de la que se asen en sus situaciones de miedo e inseguridad.
Cada vez que observan cómo sus progenitores flaquean y no pueden ocultar su propia fragilidad - p.ej. porque manifiestan su desilusión a través de gritos por situaciones que no saben sublimar, o agresiones verbales que no pueden controlar - su propia estructura se torna tanto más débil y desorientada.
No solo que no tienen de quién sujetarse y dónde ampararse, sino, al mismo tiempo, aprenden a descargar y canalizar sus fracasos con agresión o métodos de escape varios.
Los daños que provocamos los papás en la psiquis de nuestros hijos - por acción o por omisión - son inmensamente más perniciosos que los perjuicios que terceros puedan hacerles o provocarles en su vida. Bajo “acción” entendemos todo acto que provee un mal ejemplo al hijo, mientras que “por omisión” remite a la negligencia de equipar a los hijos con suficiente seguridad y tranquilidad para que puedan sostenerse aun ante agravios y situaciones molestas.
El “abc” de la educación de los hijos consiste en formarlos con estructuras emocionales estables para que sepan sobrellevar las dificultades ineludibles que trae consigo la vida.
Niños que crecen en un ambiente de miedo e inseguridad (de los padres), agresión (manifiesta o solapada), o inestabilidad y desequilibrio en las decisiones vitales del hogar, no gozan del ámbito propicio para aprender a enfrentar las vicisitudes de la vida.
Si notan un rechazo encubierto hacia su persona (no reconocido, ni advertido como tal por los propios papás) su personalidad seguramente se verá afectada a raíz de ello en el futuro.
“No es infrecuente que los padres crean que, al tratarlos con rigor exagerado (por haber desatendido sus instrucciones), están educando a sus hijos, cuando en realidad ese trato se clasificaría más como una venganza (por originarse en sentimientos negativos de enojo)” (“Alei Shur” de Rav Wolbe sz”l).
Esta reflexión incisiva muestra claramente cómo una de nuestras cualidades incorrectas (en este caso, la del disgusto) sabe esconderse detrás de la “respetable” responsabilidad de “educar” al hijo.
No es muy distinto ver tantos casos en los que los padres (inconscientemente) utilizan esa misma actitud negativa hacia la escuela a la que envían a sus hijos. Cubriéndose con el manto de “compromiso” para con el bienestar de sus hijos a quienes se entiende que deben proteger, agravian a los docentes (cuya tarea consiste en representarlos en muchas horas y situaciones del día) y recurren a ciertas cualidades que no son las más refinadas - “borrando con el codo, lo que escriben con la mano”, o tratando de encubrir lo que creen que son sus propias insuficiencias en el plano educativo doméstico.
Lamentablemente, este es un fenómeno recurrente en muchos establecimientos (de aquí, y del exterior), y - aun peor - numerosos padres emiten sus comentarios corrosivos aun frente a sus hijos. En estos casos, no solamente producen un daño en términos de merma autoridad en los maestros aludidos, sino que - y aun más - con el tiempo menoscaban su propia autoridad (al desmerecer a las personas bajo cuya tutela los papás mismos los dejan tantas horas del día).
Obviamente, aconsejar a los hijos a “que se defiendan y peguen”, no los vuelve más fuertes, sino más débiles, pues quien solamente sabe enfrentar las situaciones adversas con violencia, no podrá generar una vida de amistad y estará condenado (por sus padres) a vivir el resto de su vida bajo la sombra de la rivalidad y la suspicacia...
Cimentar una estructura estable, no es tarea simple. La tranquilidad es el primer requisito, pero también es menester darle a cada hijo el espacio en el que sienta un protagonismo que le traiga reconocimiento por parte de sus padres.
Esto significa que si se le permite opinar y se escucha su razonamiento (en aquellos temas en los que corresponde que lo haga), aun si finalmente no resultan las cosas como el niño consideró, es muy valioso - pues se está convirtiendo en “alguien” - y aprende a emitir un razonamiento propio en el cual afirmarse, aun si su entorno no lo apoya, o incluso lo burla por sostener su opinión.
Por nosotros, y por nuestros hijos, entendamos que esta manifestación contemporánea, constituye uno de los desafíos más importantes en el crecimiento espiritual, y en la educación de los niños.

 

La Tribuna Judía 66

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