La Voz Judía


La Voz Judía
Reflexiones sobre Pesaj
Por Edith Rubin

Purim quedó atrás. Toda la alegría de esa festividad –el tipo de vestimenta, la risa, el desafío de mishloaj manot- ha pasado. Y una vez más Pesaj se va acercando.
En medio de la fervorosa limpieza, la búsqueda rigurosa del jametz en sitios impensados, los placards entregando sus tesoros olvidados, la creación del orden en donde reinaba el caos, nos sentimos recargados con tareas infrecuentes. Pero es un glorioso ejercicio de auto-disciplina.
A medida que nos liberamos del indeseable desorden, vamos creando una atmósfera de jubilosa anticipación.
Nosotros reunimos a toda la familia y nos maravillamos ante la exclusividad de cada nieto.
El verano quedó atrás y nosotros nos preparamos para darle la bienvenida y esperar ansiosamente al esplendor del Iom Tov de Pesaj.
Cuando nos sentamos a la mesa de nuestro hijo y nuestra nuera, rodeados de todos los adornos del Iom Tov, viendo las caras sonrientes de nuestros seres queridos, pensamos en un tiempo pasado.
Yo imagino los rostros de nuestros padres y abuelos, mirando la preciosa escena con los ojos húmedos.
Ellos miraban con amor a nuestro hijo sentado en la cabecera de la mesa, junto con mi marido que conducía el Seder. Los ojos de nuestro hijo se posan en los rostros de sus hermoso hijo y luego miran hacia su padre a modo de confirmación.
Este ritual ha continuado de manera ininterrumpida por generaciones.
El último Seder en el gueto de Budapest fue conducido sin la presencia de mi padre (quien se encontraba en un campo de trabajos forzados), por su hijo de 15 años de edad, mi hermano. El recreó para nosotros la solemnidad de este ritual, sin matzot, sin vino, sin mucha comida, pero con seriedad y amor recorrió para nosotros la Hagadá, reemplazando con todo lo que tenía a su alcance, siguiendo la tradición.
Al año siguiente ya nos habían liberado en Budapest, antes de Pesaj, pero no había forma de conseguir matzot. Ni siquiera había lugares donde cocinarla. Las compañias americanas de matzot, quizás Manischewitz, avisados de esa necesidad, prometieron enviar algunas. A causa de las irregularidades del correo, las matzot llegaron, pero un día después de Pesaj.
A modo de improvisación, una persona emprendedora vino con la idea de hacer harina de papa. Las papas se podían conseguir, de modo tal que la harina de papa se convirtió en nuestro alimento principal para la dieta de Pesaj. Para sustituir las matzot pudimos hacer panqueques de esa harina. En aquel Pesaj nos sentíamos desolados, sin nuestro padre ni nuestro hermano, que también había fallecido. Nosotros realizamos ese Seder con las magras provisiones con que contábamos.
Físicamente nosotros éramos libres, pero nuestros espíritus estaban decaídos mientras realizábamos ese Iom Tov con los corazones desgarrados.
Mientras nuestros pensamientos retrocedían hacia antiguas ocasiones de alegría, que tenían que ver con las sorpresas que podía producir el afikoman, nosotros nos sentíamos felices de poder al menos conservar intactos los rudimentos del Iom Tov, y poder aún alegrarnos de nuestra libertad no obstante sentir la amargura por la falta de nuestros seres queridos.
Hoy en día, cuando Pesaj se va aproximando, con todo su esplendor, mientras nos quejamos del trabajo arduo, de la magnitud de la limpieza y de las compras continuas para tener todo lo necesario, miramos hacia atrás, hacia el pasado, y nuestros corazones se oprimen. Nosotros estaremos con la familia que amamos, rodeados de todo lo que necesitamos y con todos los detalles que hacen a este Iom Tov memorable e inolvidable.
Y mientras que no podemos olvidar el pasado, el futuro está aquí.
Nosotros estamos agradecidos a Hashem, que nos dio vida y respetó nuestras memorias, mientras nos dio el regalo de regocijarnos con la continuidad de nuestra herencia.

 

La Tribuna Judía 63

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