La Voz Judía


La Voz Judía
Jaie Sara
Por Rabino Daniel Oppenheimer

El que cava una fosa, cae en ella… (Kohelet 10:8)

El mayordomo de Avraham tenía en sus manos una misión muy difícil. Itzjak, el hijo de su amo, no debía - bajo ninguna circunstancia - salir de la tierra de C’na’an (la futura Israel). Además, las jóvenes del lugar no reunían las condiciones morales para convertirse en su esposa. Avraham era anciano, mientras que su hijo Itzjak ya tenía 37 años, y aún no había contraído enlace. Del futuro matrimonio de Itzjak dependía la ulterior gestación del pueblo de Israel. Toda la tarea realizada por Avraham hasta ese momento estaba en juego.
Tamaña responsabilidad la del sirviente. ¡¿Cómo haría para encontrar y reconocer a aquella muchacha tan especial y cómo para convencerla de que estuviera dispuesta a acompañarlo desde la Mesopotamia hasta la tierra de C’na’an sin siquiera haber conocido al futuro marido?!
Obviamente debía ponderar todos los detalles del plan para que fuera exitoso. En ediciones pasadas, ya hemos expuesto la prioridad de virtudes que el sirviente inquirió en Rivká. Sin embargo, todo dependía también de la bendición de D”s: “del Cielo, Quien me ha tomado de la casa de mi padre y de mi tierra natal, y Quien se ha expresado por mi y ha jurado que ‘a ti te daré esta tierra’, Él enviará Su emisario delante de ti, y tomarás una esposa para mi hijo desde allí” (Bereshit 24:7), le predijo Avraham al enviado.
El modo de articularse del sirviente en este aspecto es singular. “D”s de mi amo Avraham haz suceder por coincidencia frente a mi hoy, y actúa con bondad para con mi amo Avraham” (Bereshit 24:12).

Las palabras “haz suceder por coincidencia” son solamente aptas en relación a D”s. En la visión de la actividad humana, los sucesos son programados o fortuitos. Sin embargo, aquello que para nosotros pareciera ser una simple casualidad, en realidad fue “hecho suceder” por Él.

Las palabras “haz suceder por coincidencia” son solamente aptas en relación a D”s. En la visión de la actividad humana, los sucesos son programados o fortuitos. Sin embargo, aquello que para nosotros pareciera ser una simple casualidad, en realidad fue “hecho suceder” por Él.
El vocablo “kará” escrito en hebreo con la letra hebrea “alef” al final significa llamar (o sea, un acto premeditado) y la misma raíz finalizada con “he” indica suceder (o sea: fatalidad). Solo en el accionar recóndito de D”s, estas afirmaciones se aúnan (R. Sh. R. Hirsch sz”l).

Es más: el propio nombre Itzjak, que en hebreo denota alegría y risa en tiempo verbal de futuro, entraña la existencia sobrenatural del pueblo de Israel. Todo lo que se intenta explicar en términos geopolíticos y situaciones fortuitas de la historia respecto a los judíos, no deja de ser la conducción de Quien todo gobierna discretamente.

Y - volviendo al tema de la elección de la pareja - aun si no todos están dispuestos a reconocerlo, en cada matrimonio judío que se concreta, se está forjando el futuro del pueblo de Israel. Por este motivo, los criterios que se deben tomar al sondear las características de la persona con quien se formará el eventual hogar, deben ser acertados y la atención, honestidad y prudencia son imprescindibles para no caer en error.

Este último punto - el del auto-engaño - es el punto que más se percibe como origen de las afecciones que sufren muchas parejas más adelante en su camino en conjunto, cuando cunden el desencanto y la desilusión de los integrantes del matrimonio.
Y, si es tan evidente que tantas personas sufren esta frustración posterior - ¿por qué las sucesivas personas que ya conocen y saben de los ejemplos - algunos tranquilos y otros tantos desventurados - vuelven a caer en aquella misma trampa?

Buena pregunta, y no tiene una única respuesta fácil.

En realidad, no podemos abstraernos de una situación práctica: al encontrarse con cierta persona desconocida hasta aquel momento, lo primero que se advierte de esa persona es su aspecto exterior (“entra - o no - por los ojos”) - la apariencia física, la voz, sus gestos y expresiones. Claro que aun si esa persona posee las más diáfanas y prístinas virtudes, será difícil apreciarlas una vez que ya nos formamos un preconcepto desventajoso sobre ellas a partir de los primeros elementos (exteriores y superficiales) que hemos percatado.

Más aun, en una sociedad en la que los criterios de belleza ya están estipulados con un rigor muy exhibicionista, se torna aun más limitada la posibilidad abierta de aprecio por las personas y se valúa exageradamente los rasgos superficiales, en desmedro de la belleza interna de cada individuo. Si a esto le sumamos el factor “público” del arbitrio, esto confunde aun más la opción serena que se requiere. ¿Cuál es ese “factor público”? Del mismo modo que sucede en otros contextos de la vida calculadora e individualista, la elección de la pareja suele estar teñida por el pensamiento de cómo será mirado uno (junto a él o ella) por parte de terceros. En otras palabras, el “cómo queda” prevalece por sobre lo que realmente es bueno para uno.
Es verdad: esto suena terriblemente atroz. ¿Qué nos debiera importar el “qué dirán” de los demás?
Sin embargo, cuando la vida de uno está implicada en todos los demás aspectos en este sentido, se torna difícil modificar esta actitud en una decisión tan trascendental.

Esto no sucede cuando hablamos con personas sobre quienes ya hemos creado una imagen previa por informes de los demás, por haber escuchado su enseñanza por vía auditiva, o por haber leído sus libros. En estos casos, el conocimiento de su sabiduría, de su modo de pensar y actuar, permite a uno la ecuanimidad de ver a la otra persona como un ser completo y no con una visión parcial y fragmentaria.

Pensemos por un momento en aquel/la joven que sale a la “caza” de un muchacho o una muchacha que le gusta basándose principalmente (si no únicamente) en su aspecto físico, esperando que de alguna manera lo/a pueda “conquistar”. Desde ya que estamos hablando de una actitud egoísta. “El” o “la” otro/a son para uno (es mío/a), términos difícilmente compatibles con el amor genuino y abnegado (¿o solo lo admitimos así para la teoría?).
Comienza entonces el jueguito de “ganarse” a la otra persona. Es momento de “show”. El juego consiste en venderse bien: intentar permitir que se vea en uno todo lo que se cree que lo haga apetecible para el otro, decir lo que al otro/a le agrade, ponerse “pilchas” al tono para la ocasión, etc. El encuentro es una gran puesta en escena por parte de ambos.

Y dado que estamos hablando de una seducción mutua que esquiva el pensamiento lógico, adormece la visión a futuro e hipnotiza a los protagonistas, todo vale. Siendo así, utilizar el cuerpo propio, excitarlo, e intentar estimular correspondientemente a la otra parte termina por premiar la gran ficción y empujar a ambos adentro de su propia trampa…

“La mentira tiene patas cortas”, y al igual que todo lo que tiene un valor material (¡seres humanos considerados como una utilidad!), tiene una vida útil limitada antes que nos cansemos de “tenerlo”, y los cambiemos por un nuevo modelo…

Si bien hasta aquí hemos tratado solamente el modo promiscuo de lo que se denomina “noviazgos” en esta época, también en el sistema de Shidujim (presentación de posibles candidatos por parte de terceros que conocen a ambas partes) puede convertirse en un escenario preparado para la simulación. Es difícil decir cómo uno es “natural”. Innegablemente, todos tratamos de presentarnos civilizadamente ante la sociedad y subsisten facetas ocultas en cada uno. Hasta cierto punto - y si bien no debiera ser así - la mayoría de las personas evidencian un temple distinto en diferentes situaciones de su vida.
El artificio, en todo caso, va en proporción a la amplitud de la brecha que existe entre lo que se expone y la realidad diaria que se vive.

La falta de indagación acerca de la persona con quien se pretende vivir una vida en conjunto, integrarse y construir un hogar en común, puede ser un error irrevocable. Repetidamente se escucha el comentario de cuidarse que “el otro no se entere que se está inquiriendo acerca de él/ella”.
Sinceramente: ¿es preferible que la otra persona (con quien se desea compartir la vida) se entere de ciertos aspectos de la vida de uno más tarde, por vías inesperadas (y quizá malintencionadas) y se sienta defraudado y engañado?

¿No es la confianza mutua un pilar principal de la vida armoniosa en el hogar?
Desde el punto de vista de la Torá, engañar al ocultar información vital (como puede llegar a suceder en aspectos de enfermedades que pueden, o no repetirse) puede estar prohibido por los preceptos de “lo tonú” (no embaucar - Vaikrá 25:14) y “lifnéi iver” (no colocar obstáculos frente a un ciego - Vaikrá 19:14).

Por otro lado: ¿es necesario relatar información irrelevante sobre la otra persona? ¿No cabe la posibilidad que cierta revelación sea insubstancial para la otra persona, hasta el momento en que se comentó y se convirtió en “tema”, precisamente por el hecho de haberse expuesto como algo digno de ser comentado?

Claro está entonces, que esto también tiene un límite: no toda “información” es significativa como para ser comentada. Es difícil emitir un código exhaustivo acerca de qué es lo que puede ser importante para cada persona, pues hay normativas culturales que se sobreentienden dependiendo del entorno que esa persona haya vivido en el pasado. Pero hay reglas al respecto, y ciertos aspectos negativos pasados de la vida del individuo que claramente han cambiado de manera definitiva, no deban ser considerados.
En muchos casos, esta clase de cuestiones deben ser presentadas y consultadas ante autoridades halájicas competentes. El libro Jafetz Jaim que trata acerca de las leyes de la maledicencia, enseña en detalle qué es lo que debe revelar el interesado o un tercero, sea consultado, o no.
Por último: no debemos olvidar que estamos hablando de un público creyente y que si entendemos que nada sucede en la vida si no es por orden y disposición clara de D”s, entonces nada se conseguirá o debe intentarse lograr por vías que son contradictorias a Su voluntad.
Sea Su voluntad que cada uno encuentre su designado/a sin dolor, ni ansiedad innecesaria.

 

La tribuna Judía 56

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