La Voz Judía


La Voz Judía
Adivina adivinador
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Habían transcurrido pocos años desde la conclusión de una de la peores masacres en Ucrania, Polonia, Rusia y Lituania, que tuvo como verdugo principal al tristemente célebre Bogdan Chmelnitzky, quien a la cabeza de hordas de cosacos y tártaros aniquiló más de 300 comunidades torturando y matando a cientos de miles de judíos. Esto ocurrió en los años 1648/49 (en el calendario hebreo años 5408/09 - de allí surgen los nombres Taj y Tat que son las siglas de aquellos años en hebreo).
Al igual de lo que sucedió en nuestra época, las secuelas de esta destrucción permanecieron con los sobrevivientes, quienes trataron de rehacer sus vidas. La enormidad de la devastación hizo creer a muchos judíos sencillos y creyentes de esa época, que este sería el último sufrimiento del pueblo judío y que la redención final estaría pronta por llegar Algunos pronosticadores habían vaticinado que 1648 sería efectivamente el año de esa salvación tan anhelada.
Fue en aquella época que apareció un personaje que sumaría más ruina a la ya existente. En 1626 nació en Smyrna (Izmir, al oeste de Asia Menor) Shabetai Tzvi, hijo de un mercader de origen español. Desde niño maravilló a todos con su sagacidad en el estudio y se dedicó muy joven al estudio de la Kabalá. Su carisma atrajo a un grupo de jóvenes que lo siguieron y su voz melodiosa lo convertía en una atracción. Llevaba una vida ascética que aparentaba una profunda piedad y su modo generaba éxtasis y entusiasmo entre sus seguidores.
Estos comenzaron a difundir la idea de que él verdaderamente era el Mashíaj tan esperado y se afirmaban mutuamente en esa noción.
Los rabinos de Smyrna lo excomulgaron (Jerem) por pronunciar públicamente el Shem haMeforash (uno de los Nombres del Todopoderoso que no debe ser expresado verbalmente), razón por la cual se trasladó a Constantinopla (hoy Estambul), lugar en el que un aliado suyo, Avraham Iojeni, “descubrió” un “manuscrito a ue él verdaderamente era el Mashíaj tan esperado y se afirmaban mutuamente en esa noción.
Los rabinos de Smyrna lo excomulgaron (Jerem) por pronunciar públicamente el Shem haMeforash (uno de los Nombres del Todopoderoso que no debe ser expresado verbalmente), razón por la cual se trasladó a Constantinopla (hoy Estambul), lugar en el que un aliado suyo, Avraham Iojeni, “descubrió” un “manuscrito antiguo” que rezaba que en 5386 (1626) nacería un hijo de Mordejai Tzvi que “destruiría al Gran Escorpión y tomaría la fuerza de una serpiente” y sería el Mashíaj…
Con esta “prueba” Shabetai Tzvi se trasladó a Salónica (en la costa de Grecia), donde a pesar de los seguidores que logró atraer, los rabinos de inmediato notaron que se trataba de un charlatán. Cuando llegó al extremo de llevar a cabo su boda pública bajo una Jupá con la Torá, los Rabinos de esa ciudad también le declararon el Jerem.
Marchó entonces a El Cairo, donde un judío de gran fortuna (Rafael Jalebi) lo patrocinó y con su ayuda emprendió viaje a Jerusalén, donde inicialmente no tuvo mayor trascendencia. Volvió a El Cairo, donde contrajo matrimonio con una tal Sará, pobre muchacha sobreviviente trastornada como resultado de las persecuciones de Polonia, que había presagiado que se casaría con el Mashíaj.
Mientras tanto uno de sus secuaces, Natan de Gaza, decía ser profeta y mediante discursos que pregonaba y cartas que enviaba comunicando su profecía a las comunidades de la Diáspora, hablaba de la pronta revelación del Mashíaj Shabetai quien destronaría al Sultán del Imperio Turco.
Las historias fantásticas acerca del Mashíaj y de las maravillas que realizaba crecían en la imaginación de la gente, provocando una ola de arrepentimiento y de preparativos para aprestarse a la pronta redención final. La gente vendía sus propiedades, cerraba sus comercios, casaba a sus hijos aún siendo niños, y se preparaba para viajar a Eretz Israel.
En varias oportunidades Shabetai Tzvi desafió la Ley Judía anulando los ayunos en los que recordamos la destrucción del Bet haMikdash (10 de Tevet, 17 de Tamuz, etc.), y se tomó la atribución de promulgar decretos y realizar actos reñidos con la Halajá.
Los Rabanim en muchas ciudades intentaban detener la histeria, pero no había caso. O eran ignorados, o se los silenciaba por la fuerza. A medida que crecía la insensatez, también se acababa la paciencia del Sultán Turco quien decidió apresarlo.
Una vez que Shabetai Tzvi fue puesto bajo la opción de ser ejecutado o convertirse al Islam, no titubeó y optó por renunciar a la fe de sus ancestros. La falacia era tan profunda, que aun en esa situación no faltaron quienes querían interpretar ese aberrante acto como un paso más en el camino a la redención.
Si bien para muchos judíos la enorme decepción les abrió los ojos, y retornaron a su vida anterior para esperar al verdadero Mashíaj, hubo muchos que cayeron en el abismo de la desesperanza y el descreimiento. También surgieron otros impostores que trataron de copiar las apetencias de Shabetai, hasta que fueron desenmascarados por los Rabanim.
Además, el temor por la posible aparición de nuevos embusteros, hizo caer con posteridad un manto de sospecha aun sobre personalidades rectas y sabias como el Ramja”l (Rav Moshé Jaim Luzatto) autor del Mesilat Iesharim y Derej haShem.

A raíz de lo sucedido, los Rabanim de la época concluyeron que el estudio místico debe ser reservado a personas que estén preparadas intelectual y espiritualmente para encarar tal disciplina.
Aun cuando el Rav Ionatán Eibeshutz de Hamburgo escribió amuletos de curación a necesitados, se presumió que también estos estaban influenciados por las doctrinas de Shabetai Tzvi, desatándose una gran polémica al respecto.
Una de las características de nuestra época es la superficialidad con las que se encara la vida. Tanto los vínculos personales, los deberes, y el pensamiento en general, se modifican con una trivialidad que no comprometen a la gente. Así también resurgió la moda de
“estudiar Cábala”. ¿Qué es la Cábala?
Se suele interpretar como tal a todo lo que sea o parezca misterioso, oculto, arrebatado y, asimismo, se le llama “espiritual”. ¿Quién puede participar de esos cursos?
Pues cualquiera. No se requiere una preparación espiritual ni de ninguna otra índole. Solamente es menester que uno sea crédulo e incauto y que se crea todo lo que se le dice, por el solo hecho que el oyente no tiene herramientas - aun la gente honesta e ingenua - para confirmarlo o invalidarlo.
¿Importa, acaso, la conducta moral personal de quien dicta esa materia?
“En absoluto” - suelen argumentar - “¿con qué derecho, acaso, puede uno cuestionar al otro? ¿la libertad no es libre? - al fin y a cabo - todo depende de la interpretación que uno le quiera dar. Él tiene la suya…”

¿A qué responde el auge de interés por esta clase de estudio?
Claramente no se demuestra una intención de mejor cumplimiento de las Mitzvot, pues raramente se encuentre que las personas que asisten a estas clases se vean más inspiradas a una mejor observancia. ¿Y entonces?
Estas conferencias aprovechan la curiosidad humana por lo que está oculto. Ya desde niños queremos saber qué es lo que hay detrás de esos agujeritos en la pared (los enchufes)…
¿Tiene dudas de que realmente sea así? Piense: ¿estuvo alguna vez en un evento en el que los anfitriones contrataron a un mago para entretener a los invitados ejerciendo sus destrezas para la fiesta?
Observe pues al público. Están todos asombrados y atontados mirando al mago. Lo “raro” e inexplicable, siempre convoca. El esfuerzo y el trabajo común, no.

La difusión que se le dio a los supuestos cursos a los que atienden celebridades famosas de otras latitudes y la proliferación de materiales, han creado una terrible confusión en las masas que no saben distinguir entre lo que es verdaderamente espiritual, y quienes son embusteros, lleven título de rabino, tengan barba larga, o no.
Todo corre por carriles huecos y vanos: “¿suena bien?, ¿es carismático?, ¿sonríe?”
¡Ya está! ¡eso es lo más importante! - “Me hace sentir bien ir a escucharlo” - dice (alguna) gente.
No se ría. Se lo pido. Yo también me reiría si no fueran los nuestros quienes se equivocan…
Los afiches anuncian la llegada de un “Gran” Rabino. La gente que sufre o que tiene algún pariente en situación crítica corre en búsqueda del milagro. Al ingresar a la audiencia, espera del rabino vidente que le adivine algo de su vida privada para darle credibilidad (y acceder a dispensar una suculenta donación - obviamente) y someterse a lo que él le vaticine.
¿Y qué sucede si prospera económicamente aquel que recibió el oráculo y presagio del gran rabino? Obviamente esto es una “demostración” de los poderes del rabino: ¿no se comprueba así que es más auténtico?
Desafortunadamente, poco importa que la Torá claramente haya dicho que está prohibido ir a consultar a videntes (Dvarim 18:10,11 - ¿quién dijo - preguntará Ud. - que la Torá sabe de la espiritualidad de hoy en día…?)
Lamentablemente, no podemos impedir que gente viole la Torá en este tema. Sin embargo, es aun peor aquel que engaña a los demás utilizando el respaldo puro y la creencia del público para vender sus supersticiones. Los que tratan de cobrar credibilidad mediante libros que se abren para encontrar respuestas a las dificultades personales, los que invitan a tocar bastones que dan suerte, etc.
Ud. pensará que yo no creo en los milagros, o que la Kabalá no existe. No es así. La propia Torá nos narra los milagros que sucedieron, y no hay límite a la Omnipotencia de D”s para realizarlos. Asimismo, los Sabios de todas las épocas conocieron los aspectos velados de la Torá, y los transmitieron a aquellos alumnos aptos de ser receptores de tales enseñanzas.
No es simple cumplir con la tarea que nos legaron todas las generaciones que nos antecedieron. Tampoco tratemos de eludir el desafío duro - pero real - de crecer a través del cumplimiento minucioso de las Mitzvot, el estudio esmerado de la Torá y el cuidado de nuestras cualidades humanas, reemplazándolo por una supuesta “espiritualidad” endeble, vulgar y seductora.
(Al margen de lo expuesto, es útil señalar en este contexto, que - más allá de la típica ilusión de la gente - aun si la persona conociera los eventos que le sucederán en el futuro, no estaría “mejor preparado” para encararlos, pues - más allá de ciertas circunstancias que se supiera - nuestra conformación mental - anímica no es uniforme a través del tiempo, y creer que uno con certeza actuaría de determinada manera en alguna situación, termina siendo totalmente indefinido).
Pocos judíos leyeron nuestra propia historia. Esta posee muchas acciones de gloria moral, pero también ocurrieron faltas. Nosotros, que vivimos en las generaciones posteriores, debemos cuidar de no repetir aquellos traspiés.
En Bamidbar (23:23) leemos que el profeta no-judío Bil’am pronunció: “pues no hay adivinación en Iaacov, ni magia en Israel”, a lo cual comenta Rash”í: “son merecedores de la Bendición de D”s, pues no hay entre ellos adivinos, ni espiritistas”.
Seamos, pues, merecedores de aquella Bendición.
PD:
Hay un punto adicional a considerar vinculado con lo anteriormente expuesto, y se refiere a costumbres practicadas en ciertas comunidades bajo el nombre de Segulot (sing. Segulá).
A simple vista, dado que estas prácticas no forman parte de la Torá (y está terminantemente prohibido agregar leyes a la Torá), ni tampoco son obligaciones de orden rabínico, y -además - se observan con el objetivo de traer “buena suerte” y rechazar el “mal de ojo”, tienen toda la apariencia de tratarse de supersticiones… judías.
Se trata, sin duda, de un tema amplio que supera este capítulo. Sin embargo, debo señalar dos cuestiones al respecto.
Nada reemplaza las Mitzvot, que constituyen el deber del judío, como ya lo expresamos. En caso que estos objetos (p.ej. cintitas rojas) estuvieran avaladas por una autoridad rabínica, no son más que un símbolo recordatorio a lo que ya la Torá nos ordenó.
En Bamidbar (21:4-9) se menciona que el pueblo de Israel pecó, y a raíz de ese acto, fue atacado por serpientes. Después de arrepentirse por su error, pidieron a Moshé que rece por ellos. D”s le indicó a Moshé que haga una serpiente “artificial” para que la gente la pueda contemplar - y curarse.
El Talmud (Rosh haShaná 29.) pregunta: “¿acaso una serpiente mata - o revive? Esto no es sino para enseñar que mientras los israelitas elevaban sus ojos para adherir a D”s, se curaban - y, caso contrario - se derretían”.
¿Quién destruyó esa serpiente de cobre? Cuenta el TaNa”J (Melajim II 18:4) que el virtuoso rey Jizkiahu la rompió (con aprobación de los Sabios) modificándole el nombre a “Nejushtán” para descalificarlo, desde el momento en que lo habían convertido en un objeto de adoración.
¿Por qué?
La gente tiene la tendencia a olvidar cómo distinguir entre lo auténtico y lo periférico. Como en otras oportunidades, comenzaron a creer que la serpiente de cobre tenía “poderes” curativos. Era el momento de destruirla.
Es más que evidente, que la postura de los Sabios es de suma cautela en todas estas cuestiones.

 

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