La Voz Judía


La Voz Judía
Suciedad y Grandeza
Por Rabino Avi Shafran

Paterson, en Nueva Jersey, no es una ciudad muy impresionante.
A decir verdad, se trata de un lugar bastante depresivo y deprimente.
En la segunda ciudad más densamente poblada y grande de los EE.UU. después de Nueva York, su población –que en gran medida es un mosaico de inmigrantes hispanos, sudamericanos y provenientes de medio oriente, a los que se suma su progenie- sufre de un nivel de desempleo muy alto y de un nivel de ingresos muy bajo.
La zona del centro de la ciudad ha sido golpeada durante muchos años por incendios masivos, y cualquiera que visite Paterson, incluso en un dia sumamente soleado, se enfrentará con un paisaje de estructuras que en su origen habrán sido imponentes pero que actualmente están en decadencia y abandonadas, como si fuera un pueblo que vaga sin rumbo y en forma desordenada.
Paterson es también el sitio donde se encuentra una de las vistas panorámicas más bellas de la Costa Este de los EE.UU., y que mi esposa y yo hemos descubierto el verano pasado.
Nosotros no somos de tener grandes vacaciones, tanto por cuestiones de temperamento como económicas. La mayoría de los viajes que hacemos, gracias a D”s, tienen como motivo algunos acontecimientos familiares felices, o situaciones por el estilo. Pero tratamos de tomarnos dos o tres días libres cada verano para hacer un viaje en auto; en los últimos años, siempre buscamos paisajes con cataratas. Nosotros disfrutamos mucho del sonido y de la vista de las cascadas de agua, y nos rejuvenecemos con la grandeza de la mano creadora de Hashem, y a menudo descubrimos que hemos aprendido algo –más allá de la geología- de cada una de nuestras experiencias.
Nosotros hemos encontrado maravillosas caídas de agua al norte de Nueva York y de Pensilvania. Pero una de las cataratas que siempre nos faltó conocer, cada vez que emprendíamos un viaje hacia alguna otra más distante, es la de “Great Falls”, una parte del Passaic River. Se dice de ellas que son las segundas caídas de agua más grande de la costa este (precedidas en su grandeza tan sólo por las del Niágara).
Sin embargo, más impactante que el poderoso torrente de agua de las cataratas que lanza destellos sobre el borde escarpado, es el lugar donde está localizado: el centro de la ciudad de Paterson.
Uno va manejando por calles llenas de mugre en busca de ellas, con la certeza casi total de que se debe haber cometido algún error, que debe haber algún otro Paterson en Nueva Jersey; o que todo es una broma y que las “caídas” son sólo emanaciones de alguna represa industrial.
Y después de arreglársela para econtrar la señal, y entrar en el rudimentario y rocoso parque de estacionamiento, las cosas no parecen resultar mucho más prometedoras.
Luego de una pequeña caminata, sin embargo, uno resulta transportado repentinamente hacia otro mundo: un mundo de una belleza y un poder estremecedores.
La repentina materialización de ese esplendor prístino frente a la escualidez urbana, hacen una inmediata y profunda impresión. Su lección de vida más grande llevó un tiempo un poco más largo para cristalizarse, pero de hecho lo hizo.
Nosotros, los seres humanos, como criaturas indefensas, somos una masa de tejidos y órganos y digerimos alimentos. Sin embargo, dentro de nuestra propia mismidad física se agita un espíritu. Y de la misma manera que “Paterson, en Nueva Jersey”, ahora me desafía no a ver la inmundicia sino la caída de las aguas, resulta igualmente importante conocer –según me di cuenta- que no sólo nuestra mismidad física sino incluso el propio mundo físico, contiene algo sagrado.
No se trata de un pensamiento terriblemente original ni carente de obviedad. Después de todo, los Mandamientos de la Torá, son abrumadora y mayoritariamente actos físicos que utilizan nuestros cuerpos físicos y los objetos físicos.
Eso fue, por supuesto, lo que Moisés les dijo a los ángeles, de acuerdo con el Midrash, cuando D”s le pidió que responda a su insistencia de que la Torá permaneciera en en reino de los cielos: las creaciones etéreas no habitan en el mundo material, un mundo para el cual la Torá sirve como modelo.
Hubo algo más, sin embargo, que se volvió más elocuente a partir de la experiencia de las cataratas de Paterson: ¿Cuán a menudo nos sucede que ciertas personas nos parecen…bueno, nos resultan tediosas…irritantes…o desagradables?
Para algunos de nosotros, amar a nuestros semejantes, pese a todo el precio que debemos pagar por ese ideal, puede resultar uno de los mandamientos más desafiantes que debemos enfrentar.
Klal Israel (el Pueblo Judío), después de todo, es fácil de amar; Reb Israel (cada uno en forma individual), a menudo no lo es tanto.
Sin embargo, cada uno de nuestros semejantes, no importa cuán poco nos impresione en la superficie o incluso cuán desagradable nos resulte, contiene una chispa de algo sagrado.
Por muy bien escondido que pueda estar, siempre está sin embargo en algún lugar, en el lugar que le corresponde, y allí brilla.
Y así como la belleza que a veces puede yacer, bien oculta dentro de una ciudad mugrienta, nosotros necesitamos ir a descubrirla.

 

La tribuna Judía 43

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