La Voz Judía


La Voz Judía
El rey que hizo teshuvá
Por Rabino Daniel Oppenheimer

Ioshiahu era muy joven al momento de acceder al trono (Melajim II 22:1). Tenía apenas 8 años cuando asesinaron a su padre - el rey Amón - que cortamente rigió durante dos años. Amón fue hijo del rey Menashé que había reinado durante largos 55 años y nieto del justo rey Jizkiahu.
Desde la monarquía de Jizkiahu hasta Ioshiahu, la situación espiritual había revertido en franco deterioro. Mientras que en la época de Jiszkiahu, hasta los más pequeños eran versados aun en las leyes más complejas del cumplimiento de la Torá (Talmud, Sanhedrin 94:), Menashé había empleado todos sus esfuerzos en erradicar el servicio al Todopoderoso de Israel, instalando ídolos hasta en el propio patio del Bet haMikdash. Quienes seguían observando la Torá escrupulosamente, fueron exterminados o debieron llevar a cabo su observancia calladamente y hasta esconderse. Después de varios años, y por acontecimientos Providenciales que sucedieron a Menashé cuando este estaba exiliado, decidió retornar al camino de su ilustre padre, pero este cambio no logró modificar sustancialmente el rumbo equivocado en el que había encaminado a su nación. Su propio hijo Amón, padre de Ioshiahu, fue capaz de hasta quemar la Torá.

Es valioso destacar que a esta altura de los acontecimientos, había ya solamente uno de los dos reinos israelitas que habían coexistido durante tres siglos en Israel, pues el reino de Israel del norte que comprendía a diez de las tribus, ya había sido exiliado a un lugar desconocido por el rey Sanjeriv de Asiria en la época de Jizkiahu. Quedaba, pues, solamente la monarquía sureña de Iehudá, que comprendía a las tribus de Iehudá, Biniamín y a los remanentes de las demás tribus exiliadas.

Si bien Ioshiahu mostró adhesión a la palabra de D”s y a los caminos del rey David - su lejano antecesor - desde el comienzo de su reinado, los Cohanim y los Sabios estaban recelosos de mostrarle el Sefer Torá completo, por temor a que reaccionara del mismo modo en que había actuado su padre Amón. No obstante, Ioshiahu hizo enormes esfuerzos para restaurar el Bet HaMikdash, el que no había sido mantenido desde la época del rey Ioash, más de 200 años antes.

Cuando llegó el momento en que los sabios asesores entendieron era propicio para entregarle el Sefer Torá completo, Ioshiahu leyó de él, y cuando llegó a los párrafos en los que se presagia el castigo de Israel si llegara a caer en la idolatría y la inmoralidad, desgarró sus vestimentas, pues temía que el abismo que había encontrado reflejaba aquello que la Torá vaticinaba (Melajim II 22:11). (Cuando desplegaron el rollo de la Torá, inesperadamente se abrió en el texto que dice - Dvarim 27:26 - “Maldito aquel que no afirme las palabras de esta Torá”, y de inmediato declaró: “soy yo el que las debe afirmar - y consolidar la observancia de la Torá”).
Por lo tanto envió a sus asesores a consultar con la profetisa Juldá (Melajim II 22:16). Prefirió hacer su requerimiento con ella, en lugar de Irmiahu (lo cual hubiese constituido una falta de respeto hacia este último, si no fuera que era pariente de ella, y - según algunos - se encontraba momentáneamente fuera de la ciudad), pues esperaba que una mujer se viera más compasiva y que pediría clemencia para los judíos - más que un varón (Meguilá 14: - esto no significa que Irmiahu no había suplicado a Israel a retornar de sus pecados, y que sufrió al contemplar la destrucción, pues los pasajes del TaNa”J claramente reflejan esta actitud de él - pero las mujeres suelen superar a los hombres en temas de compasión).
Juldá transmitió a Ioshiahu el mensaje de D”s, que por cierto no era muy alentador. La suerte de Ierushalaim ya estaba sellada, por los años de negligencia religiosa que habían transcurrido y el deterioro espiritual que ya era irreversible. Sin embargo, dada la piedad personal de Ioshiahu, el derrumbe final no acaecería en su época, sino recién bajo el reinado de sus descendientes.

Aun habiendo escuchado tamaño vaticinio, Ioshiahu celosamente trató de erradicar toda la idolatría de Israel, y por eso, viajó desde un pueblo a otro a fin de hacer cumplir con la Ley. Ioshiahu también reunió a los judíos y pactó su adhesión a la Torá de Moshé, ahondando y difundiendo el estudio de la Torá entre las masas.
Dado que Ioshiahu había desempeñado la justicia en calidad de juez aun siendo menor de dieciocho años, revió todos los casos que se habían presentado ante él, y en todas las citaciones en las que su veredicto le parecía posiblemente objetable, repuso el posible daño con su propio patrimonio (Shabbat 56:).

Pero no todos lo apoyaban. Es más: Entre aquellos que no podían desafiarlo públicamente, se estableció la costumbre de mantener las imágenes que adoraban secretamente, solapadas entre sus puertas, burlándose clandestinamente de los esfuerzos del joven y enérgico monarca.

Ioshiahu incluso logró establecer algo que no se había conseguido en siglos. Con todos los judíos reunidos bajo un solo reino, Ioshiahu hizo venir a toda la nación entera a Ierushalaim cumpliendo así de manera universal el precepto de Aliá laReguel (converger en el Bet HaMikdash) para realizar el Korbán Pesaj (ofrenda Pascual - (Melajim II 23:23).
Mientras el Mishkán (Santuario) había estado por casi cuatro siglos en Shiló, la gente no lo veía como un sitio importante, pues sabían que era una Morada religiosa temporaria.
Luego, cuando la nación había estado dividida en dos monarquías, los reyes del norte habían disuadido a sus habitantes de participar de las fiestas en Ierushalaim, e incluso dentro del propio dominio de Iehudá, había muchos que cuestionaban la autenticidad de santificación de Ierushalaim como la Sede Di-vina ordenada en la Torá.
(Es posible que no entendamos el desafío de esta Mitzvá: el hecho de ir masivamente a Ierushalaim - un viaje que podía demorar hasta un mes entre ir, estar y volver, implicaba que los campos y las pertenencias de cada uno quedarían expuestas a ladrones de países vecinos que podían llegar a hacerse de todo el patrimonio privado de uno, y aun cuando la Torá prometió que esto no ocurriría, se necesitaba de una fe muy férrea para ponerla en práctica).

Sin embargo, Ioshiahu escuchó lo que había profetizado Juldá. También había leído lo que dice la Torá acerca del exilio: “D”s te conducirá junto a tu rey que instales sobre ti, a una nación que desconozcas” (Dvarim 28:36). Por lo tanto, ocultó el Arca con las Tablas de la Ley (ya no estaban en el 2º Bet HaMikdash), la jarra que contenía una porción de maná del desierto, el aceite de unción preparado por Moshé, el bastón florecido de Aharón y la caja con los obsequios de oro cedidos por los filisteos muchos años antes (no sabemos el sitio en donde están ocultos estos objetos para que no cayeran en manos inescrupulosas de los conquistadores extranjeros).

En aquella época se desató una guerra entre el rey Par’ó Nejó de Egipto y los asirios, y éste decidió embarcarse en una campaña rumbo a Jarkemish, eligiendo atravesar en diagonal por la tierra de Israel. Par’ó Nejó advirtió a Ioshiahu a no frenar su cruzada, pues la guerra no era en su contra. Ioshiahu creía equivocadamente que el rey egipcio no debía cruzar por su país, pues la Torá asegura que si Israel se conduce como corresponde, entonces “la espada (aun de terceros) no traspasará vuestra tierra (Vaikrá 26:6). Suponiendo que ya que había extirpado toda la idolatría de su pueblo, pensó que D”s haría valer esta señal. En cambio, el profeta Irmiahu advirtió a Ioshiahu que no guerree con Egipto, pero Ioshiahu no le prestó atención y salió al cruce de Par’ó Nejó (Divréi haIamim 35:21).
El rey cayó en la batalla después de haberse sostenido aun habiendo sido blanco de numerosas flechas. Ya moribundo, Irmiahu advirtió que el rey estaba murmurando algo y se acercó para escuchar qué decía: “D”s es justo, pues Su palabra desobedecí…” (Eijá 1:18). Su mensaje, y el de Su mensajero (Irmiahu - Midrash Eijá 1:53)
“Y Irmiahu se lamentó por Ioshiahu” (Divréi haIamim 35:25) - “y hasta el día de hoy los cantantes plañen elegías y quedó como ley en Israel”.
El cuarto capítulo de Eijá (Lamentaciones) se refiere al íntegro rey Ioshiahu: “¡Cómo se ha empañado el oro!...”
(Nuestra costumbre ashkenazí es decir la Kiná # 11 sobre el rey Ioshiahu).

“Y como él, no hubo antes un rey que vuelva en Teshuvá, con todo su corazón, con todo su alma y con todos sus bienes…, ni tampoco habría de ser en su posteridad” (Melajim II 23:25).

Ud. se preguntará: Claramente Ioshiahu no dudó de la palabra de los profetas respecto a lo que habría de suceder después de su muerte (pues ocultó los objetos sagrados del Bet HaMikdash) - ¿¡qué sentido tendría la decidida acción de Ioshiahu, una vez que supo que la Voluntad del Todopoderoso ya estaba determinada, y que sus descendientes serían conducidos al exilio, aun si él hiciera todos los esfuerzos que hizo!?
La gestión de Ioshiahu nos debe dejar una enseñanza: cada uno de nosotros debe hacer lo suyo sin conjeturar si esto dará los frutos que se cree que debe producir. Las acciones de la persona valen aun cuando no se pueda percibir su resultado de inmediato. Y la Teshuvá inédita e incondicional de Ioshiahu queda como paradigma para las generaciones que le seguimos.

 

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