La Voz Judía


La Voz Judía
Fuego, Fuego
Por Daniel Oppenheimer

“Todos contra todos”
¿Se acuerda cuando era más joven y “jugaban” a pegarse todos, contra todos?
Quizás dejó de ser un juego.
Nuestra sociedad se ha convertido en víctima de si misma con un mayor impulso escalonadamente, en los últimos años.
Afirmo esto, tomando como vara de medición la historia inmediatamente anterior - cosa que hacemos todos continuamente - para evaluar si estamos “mejor” o “peor” que antes.
Obviamente, si nos comparamos con tiempos muy lejanos (en los que ni siquiera habíamos nacido), no tendríamos en cuenta otros factores que cambiarían radicalmente los elementos de comparación.
Históricamente las palabras “guerra” y “paz”, se relacionaban con ejércitos formados por soldados que iban al frente de batalla, y trataban de vencerse entre si. Aun en épocas modernas, en las que no vimos estos cuadros bélicos tan de cerca, sabíamos que existía la “guerra fría”: las superpotencias competían con arsenales tan poderosos que tenían los suficientes medios como para destruir a todos los seres vivientes de este planeta - varias veces.
La guerra fría perdió actualidad (por el momento). Sin embargo, no por eso el mundo se tornó más seguro. El peligro continúa - y peor. Uno quisiera pensar que el riesgo está lejos, quizás en aquellos países que están más involucrados en conflictos internacionales, pero luego observa que la inseguridad acecha en la esquina de su propia casa.
Escucha los noticieros, conoce a personas que fueron objeto de delincuentes salvajes. La ferocidad con la que actúan los criminales no tiene parangón con el pasado más reciente.
“¡Cómo!” - dice el ciudadano promedio- “¡antes estas cosas no pasaban! Violencia en los estadios deportivos, violencia en las demostraciones callejeras, violencia en las escuelas...”
¿Por qué esta escalada que parece no dejar de crecer?
Muchas causales de nuestra sociedad aportaron a convertirla en más insegura. Esta hoja no pretende estudiar todos aquellos factores, a los que no tengo acceso de conocer a fondo. Sí, en cambio, aspiro a hacer ver un efecto generalizado que influye en todos los estratos de nuestro medio, a fin de reconocer esta percepción y poder trabajar sobre ella.
La sociedad en general, tiene mayor acceso a la “información” visual de hechos que pueden suceder en cualquier lugar del planeta.
La pantalla de los medios de comunicación, permite al hombre común la experiencia de presenciar de cerca los cuadros de dolor, que son la consecuencia de accidentes y agresiones de la sociedad. Cuanto más morboso el cuadro, más se considera digno de mostrar. El alma se asquea ante cada hecho de injusticia, pues está en el consciente de los humanos la inclinación hacia la justicia (salvo cuando somos parte, y distorsionamos los factores).
Se forma en la mente la percepción de injusticia, y cuando se interpreta que los actos inmorales han quedado impunes (lo cual desafortunadamente puede ser el resultado calculado de una mala administración de justicia, puede también ser negligencia, o simplemente, puede ser la consecuencia de que no se pudo hallar a los responsables de la vileza), esto crea una mayor necesidad de ver “correr sangre”. La sensación de indefensión, se va multiplicando en las personas a través de los hechos que le han sucedido a ellas mismas, a sus conocidos, o a terceros ignotos (muy publicitados) con quienes se identifican. Se crean marchas para reclamar justicia, con mayor o menor evidencia de que no la hay, y las disposiciones se caldean progresivamente.
Todos se están defendiendo: algunos porque no tienen trabajo con el que alimentar a sus familias. Por lo tanto, cortan el tránsito en las calles. Algunos se sienten agraviados porque cobran sueldos que no les alcanzan. Declaran un cese de actividades. Otros se sienten agredidos, porque quienes los tienen que atender, están de huelga y no los atienden en el hospital u otra dependencia pública. Otros - a quienes se les ultrajó su derecho a transitar por la vía pública, se sienten afrentados porque no llegan al trabajo (por la calle cortada). Hay una sensación constante de ser víctima, o identificarse con la víctima, enojarse y victimizar a otros.
Se cierra el círculo: cada uno sufre por otros, y hace sufrir a terceros - casi siempre totalmente inocentes y carentes de posibilidad de ayudarle en su reclamo...
Se crea un sentimiento de que “todo vale” para defenderse. Se retroalimenta el círculo vicioso. Se multiplican los individuos “justicieros” que creen y difunden de que “todo está mal”. Con su modo - invariablemente pesimista - de expresarse, impulsan y alimentan aquel sentimiento de preocupación, y en su verborragia mezclan los conceptos de justicia y venganza. Todo vale.
¿Todo vale? Y si es así: ¿cómo se sale, o se intenta salir de esta calesita?
¿Podemos, humildemente, procurar crear un modo más saludable de ver y creer en el futuro?
Sin duda que sí. Sin embargo, debemos previamente tomar distancia prudencial del común del modo superficial de hablar y contemplar nuestra situación. La verdad es que nadie puede evitar vivir en la adversidad. Hay situaciones que vivimos que son particularmente difíciles, y están las otras, las más comunes y corrientes. Todas son parte de la vida.
A veces, vemos a personas que atraviesan situaciones comprometidas y las toman con calma. Los envidiamos - no por los problemas - pero si por el modo en que lo encaran.
¿Por qué nosotros no podemos imitarlos? ¿Por qué perdemos la tranquilidad con tanta facilidad?
¿Hemos pisado baldosas flojas en la calle cuando acabábamos de vestir ese traje recién retirado de la tintorería camino a una fiesta? ¿no le ha sucedido que la ropa que se acababa de secar, se volvió a mojar por la lluvia, o que el colectivo se le fue justo cuando llegaba a la parada con los minutos contados para cumplir con una cita importante? O quizás… ¿la sopa se volcó cuando fuimos a atender la puerta o el teléfono?, o quizás ¿los cordones de zapato se rompieron cuando estábamos apurados?, etc...
Todos los días estamos expuestos a que estas cosas sucedan.
Viendo estas situaciones a la distancia, sabemos que “el mundo no se cae abajo” cuando suceden. Con un poco más de perspectiva hasta nos podemos reír de nosotros mismos por la reacción que tuvimos en el momento en que sucedieron.
¡¿Pero en el momento?!
En realidad, no quisiéramos parecer ridículos por nuestras reacciones, o por perder la prudencia. ¿Por qué es así? ¿qué podemos hacer?
Efectivamente vivimos en un mundo acelerado. Todo va más rápido. Todo debe ser eficiente- y de inmediato. No nos toleramos errores (aun menos si son advertidos por los demás), y, por lo tanto, nos toleramos menos unos a los otros.
El secreto pasa por ejercitarse mentalmente. Decidir de antemano que cuando sucedan esas cosas pequeñas e insignificantes, las tomaremos con tranquilidad, recordando ahora - antes que se presenten nuevas crisis - todas las dificultades que ya hemos sobrevivido - sin que nos trague la tierra...
No es un ejercicio difícil, especialmente cuando ahora - en este momento - de todos modos está todo tranquilo. Esta práctica mental se puede llevar a cabo en cualquier lugar - aun mientras se ducha.
Si se logra trivializar los problemas insubstanciales, se ha logrado un importante comienzo: efectivamente “se puede”. Ahora es cuestión de crecer en ese rumbo. Si se pudo mantener la calma en los obstáculos pequeños, se podrá luego mantener el sosiego y la ecuanimidad, durante las crisis medianas.
Es más, el hecho en si que uno reaccione con aplomo ante los bretes, reducirá la ansiedad de quienes nos rodean - pues no temerán acercarse para comentar lo que necesiten y la comunicación será más transparente y fluida. Le sonreirán a uno, y muchas de las crisis más habituales no “pasarán a mayores”: desaparecerán, o, al menos, van a aminorarse como “por arte de magia”.
Sin duda, que la mejora será gradual. Tendrá sus altibajos iniciales. Luego se sentirá más seguro y más tranquilo.
Cuando se lee la Torá y se reflexiona acerca de la época del Mabul (diluvio), cuando la tierra se había llenado de violencia, uno se extraña de percibir una situación en la que todos estaban del lado pecador y errado - salvo Noaj.
Si eran violentos: ¿No había víctimas? ¿Eran todos victimarios? ¿Cómo explicamos la situación?
Quizás también allí era un “Todos contra todos”. Las propias víctimas en cierta situación, se sentían con derecho a escudarse y se convertían luego en los victimarios: obviamente plenamente justificados por lo que sufrían a manos de quienes los agredían a ellos...
La historia se repite. Por eso la narra la Torá como lección para nosotros.
A nivel comunitario, esperemos que esta lección nos permita vernos mejor uno al otro, y salir de esta situación de Sin’at Jinam (odio injustificado) que caracteriza y prolonga nuestra Galut.
Si habrá paz en el hogar, luego lo habrá en la comunidad, y el efecto se multiplicará a través de toda la sociedad.

Rabí Avraham Ibn Ezra (siglo XII) escribió un breve mensaje de esperanza al pueblo judío en forma de espejo (se puede leer de atrás hacia delante). En él, nos transmite que sepamos que D”s no nos abandona: “Sepan de Vuestro padre no se demorará, volverá con Ustedes cuando sea el momento”. Que se cumpla pronto en nuestros días.

 

Nro 414 Elul 5767 - Julio de 2007

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