La Voz Judía


La Voz Judía
Uno por uno
Por el Rabino Daniel Oppenheimer

Nuestra generación vive un fenómeno jamás producido en la larga y variada historia de nuestro pueblo: el retorno de muchos judíos que no habían tenido el privilegio natural de haber sido educados por sus padres en el cumplimiento de los preceptos de la Torá, a las raíces de nuestra nación.
Hay un vocablo que muchos utilizamos con frecuencia. Es la palabra “normal”.
Es muy “normal” usarla. Pero: ¿qué significa “normal”?
Por lo general, en el léxico común, se considera una conducta normal aquella que se ajusta al promedio de la gente. O sea: si un individuo se ajusta a lo que la mayoría de la gente hace en cierto entorno - entonces merecerá aquel rótulo. (Por lo general, la gente se siente muy molesta de ser marcada como “no-normal”…)
¿Cómo cantábamos en el Jardín de Infantes?
“Sobre el puente de Avignón, todos bailan, todos cantan - ¿hacen así? - así me gusta a mi (“y yo también” - según otras versiones)...”
El primer aspecto de esto, si analizamos lo que acabamos de exponer, es que - según esta visión subjetiva - no existe una conducta universalmente correcta, o ni siquiera hay un pensamiento respecto a que cierto modo de comportarse sea de por sí acertado, sino que lo oportuno y pertinente es acomodarse a lo que la mayoría hace.
“Normal”, entonces, no sería sinónimo de coherente, lógico o justo.
Luego de esta observación que trajimos a título de introducción, podemos pasar al tema que nos convoca:
Nuestra generación vive un fenómeno jamás producido en la larga y variada historia de nuestro pueblo: el retorno de muchos judíos que no habían tenido el privilegio natural de haber sido educados por sus padres en el cumplimiento de los preceptos de la Torá, a las raíces de nuestra nación.
Claro que cuando comenzó a producirse esta manifestación en números cada vez aumentados, hace aproximadamente veinticinco años, no sabíamos que esto alcanzaría las dimensiones que hoy estamos viviendo (no era “normal”…).
Es más: las décadas que siguieron al terrible Jurbán (destrucción) de Europa, y la aparición del Estado de Israel, que según muchos presentaba una alternativa de judío que no requería para nada la observancia de los preceptos de la Torá para expresarse igualmente como judío, presentaban al judío tradicional como arcaico, un resabio de la historia - indefenso, enmohecido, en vía de extinción - y burlado por los “nuevos judíos progresistas” que manejaban el timón de la política, y supuestos “representantes” ante los entes internacionales.
Si no eran contemplados con desdén, al menos se los veía con un dejo de lástima - por lo “agotado” de sus pensamientos y su evidente ineptitud en las realidades de la vida moderna. Claro que en algunos casos, recibirían aquel respeto que se tiene por la gente mayor - especialmente los ancianos que insistían en rezar al modo tradicional, tal como habían aprendido en su niñez - perdonándoseles el hecho de su obstinación en sus costumbres, dada su trayectoria e integridad.
Pocos pensarían en los años sesenta que la situación daría un vuelco como el que terminó por producirse.
Todos somos o conocemos muchos ejemplos de personas y familias que buscaron y encontraron el verdadero camino - y en cada caso, las circunstancias que se dieron fueron distintas una a la otra.
Sam era deportista en Nueva York. Las envidias de sus colegas impedían su progreso a nivel competitivo. Terminó yendo a Israel. Junto al Kotel (Muro Occidental) se encontró con muchachos estadounidenses que lo invitaron para Shabat…
David vivía en un pueblo de EEUU en el que no había absolutamente rastro alguno de vida judía. Su judaísmo pasaba por su apellido y su ascendencia. Concurría a una escuela católica. Un profesor de dicha institución - cura católico - inquirió acerca del motivo de su asistencia a dicho establecimiento y se sorprendió de encontrarse con que David era judío. (En realidad, aquel catedrático sentía una deuda a las Ieshivot pues había sido invitado a pasar un tiempo en una Ieshivá en Israel - creyéndosele judío - y había pasado allí “los mejores tres meses de su vida” gratuita y engañosamente…).
Le recomendó - contra la voluntad de los padres de David - viajar a estudiar a una Ieshivá en Israel…
Marc buscaba la espiritualidad que no había recibido en su hogar “judío”. Viajó al Himalaya para conocer los gurús que allí pululan. Siguió “religiosamente” a uno que creía sumamente espiritual - hasta que lo sorprendió quedándose con dinero que había encontrado - sin importarle restituirlo a sus dueños - bajo pretexto que “su dios se lo había enviado”….
Decidió, pues, probar Israel - adonde ya estaban sus compañeros anteriores.
Katherine había tenido su “Bat Mitzvá” muy moderno (y caro) en carpas que aparentaban aspectos y aromas de Palestina…
Viajó al Lejano Oriente para colaborar con grupos humanitarios que ayudan a los aborígenes. Se enamoró de un nativo y se “casó” con él. Luego de una lucha fraternal dentro de la tribu, su flamante marido decidió inquirir sobre la “religión” de la que provenía su esposa…
Mariela vivía en las afueras de la Capital. En su casa se festejaban las fiestas cristianas con total naturalidad. Su padre, como así también el padre de su madre no eran judíos.
“Por casualidad”, se enteró que según la ley de la Torá la identidad judía de la persona se transmite a través de la madre. Indagó los detalles de su procedencia con su bisabuela y aprendió hebreo sola. Su familia íntima la tildaba de “loca” (no era “normal”…).
Viajó a Israel y allí finalmente creó su familia judía.
Erich llegó al país siendo apenas un bebé. Sus padres habían sufrido los avatares del “Anschluss” (plebiscito austríaco en la que se expresó su adhesión a los ideales del nazismo). Sus padres, ya asimilados, no querían sufrir la humillación que ellos habían atravesado en los últimos años hasta que pudieron escapar con vida de Austria. Llevaron a sus hijos a la parroquia y los bautizaron. Por ciertas circunstancias, Erich volvió a Alemania a estudiar. En una riña entre estudiantes, uno de ellos le gritó “judío…”.
Erich buscó sus raíces y las encontró - y llegó a buen puerto.
La nómina de historias podría continuar interminablemente.
Claro: no todas las epopeyas son tan dramáticas. Tampoco precisan serlo. Algunas llaman más la atención que otras, pero este detalle no cambia la realidad.
Más que ahondar en casos apasionantes, lo que nos debe conmover es el hecho en si de un fenómeno que no sería creíble si no se lo viviera. Solamente la Torá, que es la palabra de D”s, podía vaticinar esta revelación hace más de tres mil años. Y el hecho de la repetición de la gesta de cada uno y uno de los Baalei Teshuvá, no debe ensombrecer al próximo.
El esfuerzo propio interno y las batallas de cada individuo no se tornan necesariamente más livianos por el mero hecho de haber sido transitadas por otros, pues las circunstancias del entorno, los acostumbramientos previos y las tendencias personales son distintas en cada caso.
Lo “interesante” de estas circunstancias es el escenario del mundo occidental en el que suceden, más allá de todos los factores personales particulares de cada caso.
En primer lugar, debemos ser conscientes que nuestra sociedad es extremadamente exhibicionista en aquellos matices que debieran ser privados - por los medios de comunicación y por la intromisión promiscua de sus integrantes en la vida de los demás (posiblemente producto de la baja auto-estima - la excesiva competitividad y de la demasía de tiempo disponible a raíz de la facilidad que han permitido los miles de inventos que nos dejan realizar las necesidades cotidianas con un mínimo esfuerzo e inversión de tiempo - sin que se le supiera dar un sentido o un uso útil a aquel exceso de tiempo).
El resultado de esta naturaleza humana moderna, es el mandamiento universal de ser “normal” - o sea, adecuarse a lo que todos hacen - sin cuestionar.
Una de las manifestaciones más conspicuas de este modo de ser, es la moda que cambia de una temporada a la siguiente.
Claramente, hay prendas que las personas (que siguen fielmente los dictámenes supremos de las revistas de aquel rubro) jamás vestirían por lo ridículo que se sentirían y porque no condicen con las características del clima, salvo que esas propias vestimentas repentinamente se tornan “normales” - porque todos las visten.
Visto con ese trasfondo, es aun más maravillosa y meritoria la determinación de cada individuo que debe sortear esa tendencia popularizada buscando su ruta personal - aun a costa de sentirse aislado en su trayecto.
Luego, no debemos abstraernos de la disposición cada vez más intensa de la sociedad epicureana en la que vivimos, y cuya filosofía se centra en el hecho de que el placer constituye el bien supremo y la meta más importante es la vida tranquila - y sin compromisos ni obligaciones. El Baal Teshuvá también afronta este descomunal obstáculo.
Precisamente en este momento en el que menos se creería posible que ocurra el milagro del Baal Teshuvá, se cumple aquella profecía de la Torá: “Una vez que hayan acontecido estos eventos, las bendiciones y las maldiciones... y tomarás conciencia entre todas las naciones adonde has sido desterrado... y volverás hacia HaShem y escucharás Su voz... con todo tu corazón y todo tu alma” (Dvarim 30:1, 2).
El profeta Ieshaiahu vaticinó muchos de los detalles de la redención futura de Israel.
Asimismo, muchos de estos pormenores no los sabemos comprender, pues aún están por suceder. Sin embargo, en la Haftará de Shmot leemos un pasaje que nos ayudará a aproximarnos a los fenómenos que estamos viviendo: “Y seréis juntados uno por uno, pueblo de Israel” (27:12).

En un poema escrito por Rabí Iehudá haLeví (siglo XIX), se habla del momento de la re-unión del pueblo de Israel diseminado en el exilio: “y reúne a los dispersos como quien recolecta espigas”.
Judíos dispersos en los confines del planeta, quienes no han conocido siquiera una letra de lo que es el judaísmo - al igual que espigas perdidas casualmente a lo largo de un inmenso campo - se encuentran con su origen…
Quienes se desempeñan como guías para aquellos que se interesan y buscan su identidad, pueden dar testimonio de esta realidad: el acercamiento a las fuentes no sucede mediante “arengas públicas de clérigos que entusiasman a los oyentes con fervor trayéndolos masivamente cual ovejas de un rebaño a ver la luz”.
No es así - y aparentemente es lo que dijo el profeta: “uno por uno”, en lo que denominaríamos un “trabajo de hormiga”.
¿Será porque cada judío equivale un mundo (Sanhedrin 37.)?
Posiblemente.
¿Es “normal” hacer Teshuvá?
Por lo que interpretamos en el idioma coloquial, esta gesta desafía “la normalidad”.
Si la pregunta, en cambio, fuere si es lógico y coherente emprender el tránsito por esta senda, la respuesta es que es la decisión más lógica de la vida.
Responde a nuestro origen en común, a nuestra historia y a miles de antepasados que ofrendaron sus vidas por esta verdad.
También es cabalmente natural con nuestra constitución física y psíquica, lo cual lo torna más justo que cualquier otra opción de vida. Y, a medida que se cumplan los preceptos con más naturalidad, se percibirá la coherencia con la que aportan sentido a la vida: “la Torá de D”s es íntegra, restaura el alma… los mandatos de D”s son rectos, alegran el corazón…” (Tehilim 19:8,9).
Y para los que tuvimos el privilegio de haber nacido en un ámbito en el que se cumple con la Torá como algo natural, no debemos dejar de fascinarnos con cada llegada de un judío adicional a los brazos de Nuestro Padre, por el reconocimiento al esmero de dicho individuo, y por ser agraciados con la concreción de una profecía más del TaNa”J: “uno por uno”.

 

La Voz Judía Nro 426

Redacción y Administración: Lavalle 2168 Of. 37 ( C.P. 1051) de 15.30 a 18.00 Hs.
Tel.: 4953-7132 / Telefax.: 4961-0954

Tribuna Judía
Una voz que ahonda en las raices judías

Aparece quincenalmente
Director: Prof. Pedro E. Berim
Diseño y Diagramación: Luminaria Design

Propietario
Unión de Israel en la argentina (U.D.I.)

Registro Nacional de la Propiedad Intelectual #187.257