La Voz Judía


La Voz Judía
Pesaj, símbolo de la peculiaridad judía

Quien reflexiona profundamente sobre el curso de la historia judía puede discernir a través de todas sus etapas cómo actúa la Divina Voluntad en la historia.
El surgimiento en sí del pueblo judío representa un suceso pasmoso sin par en la historia de los otros pueblos. Una familia sola llega – como un grupo de inmigrantes – a un poderoso país que posee una civilización antigua y desarrollada. El resultado bien pudo haber sido la asimilación total en el seno del pueblo egipcio. Ese hubiera sido el final, no ya de un pequeño grupo, sino de un pueblo grande que, por cualquier razón que fuere, hubiese inmigrado a un país tan poderoso. Pero eso no ocurrió con la familia hebrea, que se incrementó numéricamente y se negó categóricamente a ser tragada por la sociedad dominante.
Ningún pueblo en el mundo nació bajo tales condiciones, ni hasta entonces ni en tiempos subsiguientes. Es pues comprensible que un pueblo tan particular haya suscitado no sólo asombro, sino también resentimiento y odio.
El pueblo dominante movilizó todos sus recursos gubernamentales para liquidar a parte de ese pueblo extraño y esclavizar al resto en aras del desarrollo del país, basado en la explotación de decenas de millares de trabajadores esclavos. Bajo tales condiciones, ningún pueblo podía sobrevivir con una identidad nacional separada.
Las terribles persecuciones transformaron a los nietos de la familia de inmigrantes de Canaán en fragmentos debilitados y torturados. La esclavitud estaba tan bien organizada que hacía imposible cualquier consolidación de los esclavos. Sin embargo, los esclavos no dejaron de existir como un pueblo único con una perdurable esperanza en una eventual liberación milagrosa.

El éxodo sólo pudo ocurrir milagrosamente
Cuando Moisés apareció en Egipto por orden de D-s para redimir a sus hermanos esclavizados, batió dos serios obstáculos contra los cuales no se podía luchar naturalmente. Una gran potencia como era Egipto no estaba dispuesta a complacer las demandas de un visionario que no fuera apoyado por una fuerza como la de D-s, a Quien ciertamente no reconocían. Además, el Faraón no podía permitir la liberación masiva de esclavos necesarios para el desarrollo del país. Centenares de miles de trabajadores esclavos estaban dedicados a la construcción de edificios y fortalezas que movían a varias industrias y eran vigilados por legiones de supervisores. La liberación de tal mano de obra podía conmover hasta sus cimientos la estructura económica del país entero. Eso el Faraón y sus consejeros no lo podían permitir.
La única manera de liberar a los judíos era por intervención sobrenatural, porque bajo las circunstancias naturales los egipcios no hubieran liberado nunca a sus esclavos judíos. Nuestros sabios dijeron: “¿Por qué fue D-s, revelado desde los cielos y habló con Moisés desde la zarza? Así como la zarza es más ´difícil´ que todos los demás árboles y cualquier pájaro que entra (a su follaje) no puede salir sin lastimarse, y hasta puede perder sus miembros, la servidumbre egipcia era más difícil ante D-s que cualquier otra servidumbre del mundo...” (Mejiltá D´Rashbi). En realidad no se conoce otro caso en el que un grupo de esclavos demostró ser capaz de romper las cadenas de la esclavitud impuesta por un pueblo dominante, como lo hizo el pueblo de Israel en Egipto.
No solamente la liberación de los judíos de Egipto fue efectuada con medios sobrenaturales. De modo similar su persistencia y consolidación después de la redención no era posible por medios naturales. Todas las fronteras de Egipto estaban cerradas. En las regiones orientales y occidentales de Canaán vivían pueblos abroquelados que bajo ningún concepto estaban dispuestos a permitir el ingreso masivo de esclavos que proyectaban erigir un estado propio. Los filisteos se concentraban al oeste, en las playas del Mediterráneo: los amorreos, en las zonas centrales y orientales de la tierra: los idumeos, los moabitas y los amonitas en el sur, todos formaban un muro de hierro ante los emigrados de Egipto. ¿Qué propósito tenía toda la liberación en términos naturales?
Los hechos históricos indican que los primeros esfuerzos para atravesar esos límites por la fuerza fracasaron, como fue el caso de los hijos de Efrain en Gat y la batalla de Jarmá. Quedaba una sola solución: la ayuda sobrenatural desde arriba. Todos los otros planes políticos o militares para lograr el objetivo de conquistar la tierra prometida eran inútiles.
Las condiciones de vida – especialmente la lucha por la supervivencia – de los que habían emigrado de Egipto eran radicalmente distintas de las que los pueblos vecinos. El punto focal de la diferencia era lo ocurrido en el Monte Sinaí, con la dación de la Torá.
Toda la Torá contradice totalmente el modo de vida egipcio, en medio del cual habían tenido que vivir hasta entonces los judíos. La cultura egipcia se basaba en una idolatría fetichista. La adoración de los animales con sus pertinentes abominaciones constituía la base de la religión egipcia.
De pronto los recién liberados recibieron una Torá que, en total contradicción con la religión egipcia, enaltecía el concepto de un “D-s Altísimo, Dueño del cielo y de la tierra”, que no podía ser captado por los sentidos y que prohibía cualquier representación física en su adoración. La Torá proclamaba que los símbolos idolátricos de los egipcios y de los otros pueblos eran las más terribles abominaciones y debían ser combatidas sin compromiso alguno. Más todavía: la Torá no solamente prohibía la idolatría en sí, sino también todo aspecto del modo de vida de las sociedades idolátricas. “No os volváis a los ídolos. No seguiréis las prácticas de la tierra de Egipto donde vivisteis. Lo que se hace en la tierra de Canaán adonde os llevo, no haréis, y sus estatutos no seguiréis.”
Lo mismo ocurría con la institución de la esclavitud, la separación de la gente en amos y esclavos, la explotación de los forasteros y los inmigrantes, características de la civilización egipcia. La Torá prohibía tales prácticas: “Y si un forastero morare en vesutra tierra no lo oprimiréis... y lo amaréis como a vosotros mismos, porque fuisteis forasteros en la tierra de Egipto. (Lo ordeno) Yo, el Eterno, vuestro D-s”. Más todavía. Es natural que los esclavos liberados alberguen odio hacia quienes fueron sus opresores. Pero la Torá enseñó un principio opuesto: “No odiaréis al egipcio, pues fuisteis forastero en su tierra”.
Vemos aquí que la Torá otorgada a los judíos constituía una revolución total contra el modo de vida que los judíos estaban acostumbrados a ver en Egipto. Y aunque algunas de las tradiciones que Jacob y sus hijos habían traído a Egipto todavía vivían en la memoria de sus nietos, es de suponer que la permanencia tan larga en el país de los faraones no habrá ejercido buena influencia para salvaguardar la pureza de las tradiciones de los Patriarcas.
Es por tanto fácil comprender cuán difícil fue transformar el modo de vida de los que habían huido de Egipto. Consiguientemente no era factible implantar el mundo de la Torá por un proceso natural de desarrollo cultural. Era menester la dación de la Torá mediante un acto sobrenatural. Esto les dio a los judíos la fuerza suficiente para elevarlos del pantano hedonista donde habían caído por tantos años de convivencia con los egipcios y así se convirtieron en un pueblo único, que no guarda semejanza alguna con los demás pueblos.
De ellos también es posible comprender por qué la Torá relaciona el acto de la entrega de la Torá con el Éxodo de Egipto. “Habéis visto lo que Yo he hecho en Egipto y cómo os levanté sobre las alas de águilas, y os traje hacia Mí... y seréis para Mí un tesoro de entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra”. El carácter único y sobrenatural del destino judío quedó revelado tanto con la entrega de la Torá como con el Éxodo de Egipto. Por eso el Rabí Yehudá Halevi subrayó: “Así empezó D-os Sus palabras al pueblod e Israel: ´Yo soy el Eterno, vuestro D-s, que os sacó de la tierra de Egipto...´ Esa situación era clara para ellos por lo que habían visto con sus propios ojos, y después vino la continuación de la tradición, que es tambi´+en como la visión directa”. (El Cuzari, I, 25).
Después del Éxodo, el reino egipcio se recuperó gradualmente del severo golpe representado por la liberación de los esclavos. Sobrevivió aproximadamente mil años hasta la invasión de los griegos. Con la pérdida de su independencia política, sobrevino la destrucción y la declinación de la cultura nacional, hasta que Egipto dejó de desempeñar un papel significativo en la historia del mundo.
Todo lo que queda del poderoso reino egipcio son las ruinas de las pirámides y las momias. La civilización egipcia creía que podía eternizarse con la ayuda de grandes logros materiales, pero de todo eso no queda más que bloques de monumentos de piedra y montañas de arena.
Pero los esclavos liberados fueron al pie de una humilde montaña en el desierto de Sinaí. Allí recibieron – como cimiento de su existencia como pueblo – dos tablas de piedra en las cuales estaban grabados los Diez Mandamientos, esencia de su Torá, cuyos principios eran diametralmente opuestos a los de la cultura egipcia. Y el contenido de esas dos tablas de piedra fue suficiente para infundir el espíritu de vida eterna al pueblo de los esclavos liberados que pueden hoy elevar orgullosamente sus ojos en la dirección de las pirámides y proclamar – sobre la base de su experiencia – en qué reside el secreto de la existencia eterna de los pueblos.

 

Nro 407 Nisan 5767 - Marzo de 2007

Redacción y Administración: Lavalle 2168 Of. 37 ( C.P. 1051) de 15.30 a 18.00 Hs.
Tel.: 4953-7132 / Telefax.: 4961-0954

Tribuna Judía
Una voz que ahonda en las raices judías

Aparece quincenalmente
Director: Prof. Pedro E. Berim
Diseño y Diagramación: Luminaria Design

Propietario
Unión de Israel en la argentina (U.D.I.)

Registro Nacional de la Propiedad Intelectual #187.257