La Voz Judía


La Voz Judía
La noche de pesaj

El seder: Un medio para revivir la experiencia del éxodo

Por Dr. Isaac Breuer

Todos los años los judíos dejan una noche de su vida para que los padres expliquen a sus hijos el significado de ser judío. Es una noche que predomina el espíritu de una nación cuya vitalidad es indestructible. Repercute en ella el triste lamento de una nación agobiada por el sufrimiento, rodeada de enemigos; el canto triunfal y orgulloso de una nación que jamás ha sido derrotada, que ha sobrevivido a todos los pueblos e imperios y el himno de alabanza de una nación muy cercana a su D’s. El conoce la naturaleza del judaísmo y esa noche, la noche de Pesaj, la noche nacional del judaísmo encierra su significado.
El padre reúne a sus hijos alrededor de la mesa de Pesaj sobre la cual se ha colocado el pan sin levadura que nuestros antepasados comieron al salir de Egipto, puesto que los egipcios no les dieron tiempo para dejarla fermentar; las hierbas amargas, tan amargas como el yugo al cual el Faraón los sometió, toda la platería de la familia, que nunca les faltó ya que los judíos se llevaron la de los egipcios al desierto. La mirada interrogante de los niños pasa por la mesa, bañada por la luz de las velas y termina ante el padre: ¿Qué significa todo esto? Y el padre comienza entonces a contarles la historia basándose en la Hagadá, el antiguo documento de la libertad nacional: “Esclavos de Faraón éramos en Egipto, y D’s, nos sacó de allí con su mano poderosa y brazo extendido y si el Todopoderoso, Bendito Sea, no hubiese sacado a nuestros antepasados de Egipto, nosotros, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos hubiésemos seguido siendo esclavos de Faraón en Egipto. Por lo tanto, aunque todos fuésemos sabios, a todos nosotros, hombres de entendimiento y experiencia, a todos nosotros que conocemos la ley, nos incumbe relatar la partida de Egipto y aquel que habla largamente de ella es loable...”
“Para la nación judía el Éxodo de Egipto no es una leyenda de la antigüedad sino una verdad histórica que todos hemos vivido. Es como testigo de esa verdad que el padre permanece ante sus hijos esa noche... pues él la escuchó de boca de su padre, cerrando así esa cadena que durante miles de años ató a los esclavos de Egipto a su descendientes más jóvenes.”
“En toda generación el judío debe considerarse como si él mismo hubiese salido de Egipto”; como está escrito: “Y tú deberás atestiguar ante tu hijo, en ese día, diciéndole que en consideración a ese servicio de Pesaj, D’s lo hizo por mí cuando salí de Egipto. “Porque el Todopoderoso, Bendito Sea, no sólo liberó de Egipto a nuestros antepasados sino también a todos nosotros. Así está dicho: “Y nos sacó de allí y podría llevarnos a la tierra que prometió a nuestros padres”.
El padre cuenta a sus hijos su propia experiencia. No les habla como un individuo débil y mortal sino como representante de la nación, portador de la historia nacional, exigiéndoles la lealtad que una nación requiere de sus miembros. Pobre de aquel niño que se aparta en esta noche de reflexión nacional con un espíritu de superioridad criticando el pan sin levadura y las hierbas amargas: “¿Qué significa para ti este servicio, que puede haber tenido tanta importancia para nuestros antepasados?” ¿Para ti y no para él? Al apartarse de la nación tú también deberías excluirlo, así como está expresado: por consideración a este servicio de Pesaj D’s lo hizo por mí cuando salí de Egipto”, para mí, no para él: Si hubiese estado en Egipto no habría sido redimido por su deslealtad...”
D’s nos liberó de Egipto y El nos convirtió de esclavos en nación porque anhelábamos observar la ley. “Bendito Sea D’s, Quien dio la Ley a su pueblo Israel; Bendito Sea”. Aquellos que se niegan a aceptar la Ley se hacen indignos de redención.
Recuerden, hijos, que no somos una nación como las demás. ¿Quién sabe cómo surgieron? Se mantienen por las leyes naturales de la sobre vivencia. Adoran el suelo que les proporciona alimento, el sol que les da luz, la fuerza que los protege. Nosotros, de lo contrario, miramos a Teraj, el padre de Abraham y Najór. Moró al otro lado del río y allí se quedó compartiendo con Najór el destino de las naciones. Sin embargo, Abraham vuestro padre fue conducido por D’s hacia la tierra de Kanaan al otro lado del río. De su descendencia, Esáv recibió la montaña de Seír y Iaacob y sus hijos fueron enviados a Egipto. Mientras los descendientes de Esáv eran reyes de Seír, el odio y la envidia nos hicieron esclavos en Egipto, convirtiéndonos en una multitud sin descanso ni derechos. “Y los egipcios nos maltrataron, nos hicieron sufrir y nos mantuvieron esclavizados”. No sabíamos cómo revelarnos puesto que ellos tenían el poder y la fuerza. Según las leyes de la historia estábamos perdidos. Sólo nos quedaba el D’s de nuestros padres. “Entonces imploramos a D’s, el D’s de nuestros antepasados y D’s escuchó nuestras voces y vio nuestra aflicción, nuestro trabajo y nuestra opresión. Y D’s nos sacó de Egipto con Su mano poderosa y Su brazo extendido, con terror y con señales y maravillas”. Con su ayuda eterna D’s ha seguido junto a nosotros desde entonces: “Nos sacó de Egipto, hizo justicia con los Egipcios, sus ídolos y recién nacidos, nos dio su riqueza, dividió el mar para nosotros, nos llevó al Monte Sinaí, nos entregó la Ley... Nos condujo a la tierra de Israel y construyó el Bet Hamikdásh para nosotros, con el fin de redimir nuestros pecados”.
Nuestra voluntad de aceptar la Ley Divina permitió que nos convirtiéramos en nación de Egipto, en la Nación de D’s, aunque no tuviésemos tierra ni estado. Nuestras transgresiones nos habían privado de nuestro Templo, estado y tierra. Desde entonces, al igual que en Egipto, “nuestros enemigos se levantaban contra nosotros para destruirnos, generación tras generación; pero el Todopoderoso, Bendito Sea, nos libró de sus manos”, porque aún somos la nación de D’s y seguiremos siéndolo mientras observemos Su Ley. D’s mantiene su promesa a nuestro padre Abraham; “esto es lo que siempre nos unió a nuestros antepasados” y que nos llevará de vuelta a la tierra prometida.
“¡Haleluy-á! ¡Únete al himno nacional judío, cantado por el Rey David en su canto al gobierno Divino de la historia: Tanto esa historia como nuestro futuro nos pertenecen. En Egipto vencimos la muerte que se lleva a todas las naciones. En el Sinaí recibimos la luz que transforma la esclavitud en libertad, la aflicción en alegría, el luto en fiesta, la oscuridad en una luz magnificente, dondequiera que estemos! ¡Haleluy-á!”
Aquel que siempre ha vivido esta noche de Pesaj y se ha compenetrado con su espíritu, no puede dudar que los judíos sean una nación. Esta noche está dedicada a los niños, cualquier sea el lugar físico donde hayan nacido, para que completen su nacimiento espiritual en la tierra santa de Israel. Esa noche no se mencionan dogmas ni el misterio de un fundador de una religión que viva en comunicación con D’s. Esa noche hablamos de historia, de la historia de una nación.
Abraham, Itzjak y Iaacob surgen ante los ojos de un niño como si hubiese sido ayer que bendijeron a sus hijos y se acostaron a descansar en la cueva de Majpelá. Pura teología pasaría a ser mitos. Mientras los eruditos discuten sobre si los judíos fueron en verdad esclavizados por Faraón, los niños judíos comen el pan de la aflicción egipcia junto a sus antepasados, prueban la amargura de su yugo y se unen a ellos para cantar el himno nacional de alabanza que Moisés entonó a la orilla del mar. Los eruditos hacen una distinción clara entre los judíos modernos y los de la antigüedad. ¿Qué significado puede tener esto en relación a la conciencia unitaria que une a los jóvenes judíos de nuestra época con Moisés y los profetas, con el Bet Hamikdásh de David y Shelomó? No hay en absoluto una “religión” judía, en el sentido común de la palabra, sino una historia nacional. Ser un judío consciente significa haber experimentado la historia judía y entregarse plenamente a ella; ser portador y creador de su futuro.
A diferencia de las demás religiones, el judaísmo no intenta ganar aceptación “convenciendo” al individuo, sino creándole una autoconciencia histórica como miembro de una nación: “¡Ustedes son mis testigos!” Exclama el profeta Isaías. Su mera existencia, aquí y ahora, esta desprovista de significado si no aceptan su pasado. Sólo les queda una elección: Si se comprometen con su historia harán de cualquier parte del mundo su hogar, sentirán el orgullo de una misión histórica y una confianza triunfante de que estarán ayudando a apresurar la redención final. Si por el contrario, se apartan de esa esfera histórica en la cual nacieron, caerán dentro de la multitud de las naciones, sin pasado ni futuro, golpeados y derrotados, oprimidos y pisoteados hasta cubrir el suelo, polvo de cultura.

 

Nro 407 Nisan 5767 - Marzo de 2007

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