La Voz Judía


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UN TURISTA ACCIDENTAL EN EGIPTO

A causa del calor de la tarde y el movimiento del tren no me había dado cuenta de que había pasado por antigua tierra de Goshen. Aquí en el delta del Nilo la fertilidad de Egipto está a la vista. Interminables campos de maíz, melones, algodón y otros cultivos. A lo largo de las vías del tren se ven pueblos primitivos con calles angostas y sucias, casas de barro o de cemento, muchas aun en construcción para poder albergar a las familias que se expanden. Hay postigos de madera sobre los marcos de las ventanas y pequeñas cabañas de barro con techos hechos con fajos de papiros, dejando las pocas decoraciones para la mezquita. El tren me llevó del Cairo a Alejandría, donde un taxi negro y amarillo de marca Lada me estaba esperando junto con mi chofer, Mohamed.
Uno podría preguntarse qué estaba haciendo en Alejandría, a orillas del Mediterráneo, una ciudad con una cantidad de musulmanes paralela a la cantidad de judíos que hay en Israel. De hecho fui un turista accidental o incidental durante unos días, siguiendo a mi marido que estaba realizando un trabajo de consultoría allí. Nos quedamos primero en el Metropole, un hotel confortable en el centro, cerca del mar. Tenía un antiguo ascensor tipo jaula, pisos de parquet y habitaciones con techos altos y ornamentos dorados.
Los sonidos poco familiares del exterior eran los trolebuses y las ubicuas bocinas de los vehículos. Estaba cerca de un mercado donde gallinas y conejos negros y blancos estaban a la venta – y no como mascotas. Los vendedores del mercado estaban sentados sobre cajones destartalados en medio de la suciedad, vendiendo mangos y otras mercaderías. Fue una escena pintoresca, bordeando la miseria. Había tiendas de jugos, llenas de pilas de cañas de azúcar y un vendedor de bebidas recorría la zona con vasos y una tetera gigante adherida a su pecho. Algunos comerciantes enjuagaban el pavimento, convirtiendo la suciedad sólida en un gran lodazal.
El viernes nuestra primera parada fue la sinagoga Eliahu HaNavi – la única que sobrevivió. La comunidad judía de Alejandría fue muy antigua y existió durante casi 2000 años. La prospera comunidad comenzó después de que Alejandro Magno conquistó Judea en el año 334 A.C. y transportó a muchos judíos a su nueva ciudad. Tan magnífica fue la sinagoga que los rabinos decían de ella, “Aquel que no la vio, no ha visto la gloria de Israel” (Talmud Sukkah 51b). Hablando de tamaño, en un vasto edificio del período Helenista, los funcionarios de la congregación de Alejandría solían usar una bandera para indicarles a los congregantes sentados en los bancos lejanos, cuándo debían responder.
Una pareja amable, Víctor y Denise Balassiano, nos guiaron durante nuestra visita. Cuando Víctor fue a la escuela judía en el campus de la sinagoga, en su clase había 50 alumnos. Se cerró en 1970 y ahora Víctor, de 66 años, dice que él y Denise, cuyo apellido de soltera es Messeca, son parte de los 6 judíos que quedan en Egipto. A pesar de que sus dos hijas están viviendo en los Estados Unidos y su hijo en Jerusalém, Víctor aun quiere servir a la “comunidad”, como lo ha hecho durante 36 años. Además de este remanente de la extinta congregación, hay varios judíos casados con no-judíos que a veces requieren de algún servicio comunitario. El consulado israelí ayuda importando un minian para Iom Kipur y procurando productos kosher para las fiestas, y el Joint también los ayuda.
La sinagoga de la calle Nabi Daniel está protegida por guardias egipcios. Se trata de un edificio de piedra imponente, de color beige con pilares de mármol rosa, ventanas en forma de arco, candelabros de hierro y una sublime galería para mujeres. La impresión que deja es de enormidad y vacío. Me molestó cuando dos perros del exterior ingresaron y comenzaron a merodear por los pasillos. El edificio fue construido hace unos 130 años, después de la invasión de Napoleón. El complejo de la sinagoga incluye una escuela judía, las oficinas del rabinato que tienen un mikve, un geriátrico y otros edificios que ahora son alquilados a los egipcios. Palmeras y otros árboles adornan el lugar rodeados por una valla de hierro forjado. También hay un marco para una sukáh.
Los nombres sefardíes de los fundadores y funcionarios aparecen en una placa sobre la pared: Rabi Shlomo Hazzan, Yosef Hakkim, Shlomo Laniado. Un ner tamid plateado adorna un arco de mármol gris claro, decorado con una fila de faroles plateados. En el lugar hay 50 rollos de Torá, muchos de ellos recogidos en sinagogas clausuradas. El gobierno egipcio los cuida con gran celo y todos los esfuerzos de llevarlos a Israel han fracasado hasta el momento.
Nuestra siguiente parada, al día siguiente, después de un terrible viaje en taxi a través del extremadamente poblado distrito de Karmouz, fueron las catacumbas del siglo 11 de Kom el Shogafa, talladas en la roca y que datan de la era greco-romana y curiosamente fueron descubiertas en el 1900 después de que un burro que tiraba de un carro se cayó en un agujero abierto en la tierra.
Luego, fuimos a la ciudadela de Qaitbay, un gran monumento piedra caliza blanca, construido sobre un rompeolas en la bahía, punto de referencia y símbolo de la moderna Alejandría. La ciudadela anteriormente alojaba el Pharos (faro), una maravillosa construcción que solía ser una de las Siete Maravillas del Mundo antes de su destrucción a causa de una serie de terremotos. Completamos nuestro pequeño tour – luego de un breve regateo – sobre un buggy a lo largo de la costa y de regreso al hotel.
El domingo visité la nueva biblioteca, la Bibliotheca Alexandria. Allí decidí refrescar mi memoria acerca de la comunidad judía egipcia – cuya decadencia acompañó el establecimiento del Estado de Israel. Fuentes de la Agencia Judía y el WJC en internet mencionan que en 1948 el Rabino Ovadia Yosef fue nombrado director del Beit Din del Cairo y vise-rabino principal de Egipto. Se negó a denunciar el Estado de Israel y prohibió las contribuciones para el equipamiento del ejército egipcio. También insistió sobre su derecho de hablar hebreo. Durante la segunda mitad de 1948 estallaron algunas bombas en el barrio judío del Cairo, matando más de 70 judíos e hiriendo a unos 200.
A fines de noviembre de 1956 el ministerio de asuntos religiosos declaró en todas las mezquitas que “todos los judíos y sionistas son los enemigos del estado” y que merecían la expulsión. Los refugiados tenían el permiso de cargar una valija y 20 libras egipcias cada uno, y el resto de sus pertenencias y propiedades debían ser “donadas” al gobierno. Se tomaron algunos rehenes para garantizar la cooperación. El gobierno egipcio utilizó la campaña del Sinai como pretexto para expulsar unos 25.000 judíos y confiscar sus propiedades. Mil más estuvieron en prisión o campamentos de detención. Aparentemente, aquellos que no contaban con pasaportes extranjeros fueron los que más sufrieron.
Luego de la Guerra de los Seis Días, en 1967, más casas y propiedades judías fueron confiscadas, mientras se alentaba a los ex nazis a instalarse en el país y obtener puestos en el gobierno. El ex jefe de la Gestapo, Leopold Gleim (sentenciado a muerte en ausencia) fue jefe de la policía secreta. La única nota alegre en esta triste saga fue en 1979 cuando el resto de la comunidad judía de Egipto fue la primera en todo el mundo árabe a la que se le permitió el contacto con Israel.
Las polaridades gobiernan aquí. Los sectores más pudientes atestan los country’s y los modernos shoppings que permanecen abiertos hasta la una de la madrugada, mientras pequeños niños pobres descalzos pululan las calles. Mi marido intercambia comentarios agradables con los huéspedes del hotel, provenientes de Bahrein, sin animarse a mencionar la palabra Israel. En el vagón de tren de primera clase, egipcios en trajes de negocios y camisas almidonadas hablan por sus teléfonos celulares. Mientras tanto, pasamos al lado de una montaña de chatarra de hierro – los restos de un choque de trenes de tercera clase. Los hoteles lujosos abundan, pero la ineficiencia administrativa prolifera. Cuando esta turista accidental finalmente llega a su casa después de haber superado algunos inconvenientes durante el viaje, ¡ha aprendido a decir sus plegarias sobre la liberación de Egipto con mucho más fervor!

 

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