La Voz Judía


La Voz Judía
Hacerles olvidar la Torah
Por Rabino Daniel Oppenheimer

En los párrafos adicionales de los rezos de Janucá (“Al haNisim”), en los que se hace una reseña de los acontecimientos que explican la razón de esta festividad, mencionamos que el gobierno griego de aquella época intentó “hacer olvidar la Torá de Israel y provocar que se alejen de la observancia de Sus preceptos”. En agradecimiento a la Salvación Di-vina que tuvimos cuando un grupo escaso y débil, pero conformado por personas que poseían ideales honestos y que permanecieron aferrados al cumplimiento de su deber judío, luchó por su derecho a seguir observando la Torá, celebramos estos ocho días de Janucá.
Al comienzo de dicha plegaria, indicamos que nuestro reconocimiento no se limita a aquel preciso evento, sino que se extiende a todas las numerosas situaciones de riesgo a las que estuvimos sometidos durante nuestra larga historia, y de las cuales fuimos redimidos:

“En aquella época, en estos días”
Efectivamente, hasta nuestros días hemos estado expuestos a influencias hostiles que intentaron socavar las bases ideológicas del judaísmo – casi con éxito.
Para mencionar alguna de ellas:
En forma análoga a lo que había hecho la reforma en Alemania y Austria, el iluminismo (suena como si hubiera esclarecido a los judíos, cuando en realidad, sus teorías tenían el objetivo opuesto) ambicionó crear un judaísmo más aceptable a la forma actualizada de pensar de Rusia. El gobierno de los zares del siglo XIX intentó por todos los medios deshacerse de los judíos de su imperio, pues les eran molestos. Quitaron sus fuentes de ingresos, limitaron su lugar de residencia, le robaron sus hijos para “rusificarlos” en su ejército y llevaron a cabo pogroms para destruirlos físicamente. Sin embargo, el peor asalto en contra de los judíos, fue su interferencia en la transmisión de la Torá de padres a hijos y en los tradicionales “Jadarim” (escuelas), que intentaron cerrar e impedir su funcionamiento. Estos, estaban siendo asistidos por judíos (!) que ayudaron a llevar a cabo sus planes: Isaac Ber Levinson, autor de varias sátiras sobre el judaísmo, Max Lilienthal, allegado del ministro de educación de Rusia, Sergei Uvarov, y otros. Amenazaron a los judíos, pero se encontraron con el rechazo mayoritario de sus hermanos – menos “iluminados”, pero concientes de su judaísmo.
Junto al gobierno, siguieron intentando, mientras que otros judíos crearon organizaciones “judías” de trabajadores, tales como el Bund y los comunistas. Participaron de la revolución de octubre y persiguieron tenazmente a los judíos que seguían fieles a su esencia. Casi lograron llevar a cabo sus objetivos en los 70 años de régimen comunista de Rusia.
Muchos de ellos, intentaron establecer su ideología en la Argentina, con escuelas solo en Idish, teatro en Idish, etc. Dedicaron mucho esfuerzo para construir grandes instituciones y educar “mejores judíos”. ¿Qué quedó de esa ideología? ¿Adónde están los hijos y nietos de esos inmigrantes? ¿Porqué se cerraron casi todas esas escuelas?
Los judíos, frecuentemente caemos en el error de la miopía. No vemos, o no queremos ver.
Del mismo modo en que los judíos que conocieron a Alejandro Magno, que diseminó el helenismo en el mundo allí por el año 320 antes de la era común, no vieron cómo esas influencias llegarían al choque cultural que culminó en la batalla de los macabeos alrededor del año 150 a.c.; así también los que creyeron en las ideas “novedosas” y “modernas” del siglo XIX, no sospecharon que eso llevaría a que sus nietos firmaran el acta de defunción de su judaísmo. Quien ve el comienzo, no ve el final. “¿Quién es sabio? Aquel que puede vislumbrar las consecuencias..

“En aquella época, en estos días”.
Efraim acababa de culminar el estudio de su primer volumen de Talmud. Efraim provenía de una casa en la que no se le había enseñado el valor del estudio de La Torá ni el sentido del cumplimiento de las Mitzvot. En estos casos, se acostumbra realizar una celebración denominada “Sium” – o sea, terminación de un estudio y Efraim no fue la excepción. Lo acompañaron para este evento, sus compañeros de estudio y sus maestros. Efraim estaba muy orgulloso por su logro, que le había costado tanto empeño, pues hasta poco tiempo antes, él no había sabido leer el texto arameo del Talmud, ni había comprendido la disciplina de dicho estudio. Sus padres eran inmigrantes de Rusia, en donde había estado vedado todo contacto con el conocimiento y la práctica judía. Por lo tanto, en su hogar paterno, no se sentía como si el hecho de ser judío tuviera algún significado. Al contrario, su papá sostenía que el acercamiento de Efraim a la religión era absurdo.
Sin embargo, a la modesta fiesta que preparó Efraim, y luego de mucha insistencia por parte del hijo, acudió su papá. Por la manera de vestirse – con su short, sandalias, remera de color y una Kipá que no calzaba bien sobre la cabeza, se notaba que no pertenecía al grupo de los habitués de una Ieshivá, en donde todos lucían por lo general camisa blanca y pantalón oscuro.
Los maestros de Efraim pronunciaron palabras de elogio acerca del mérito de Efraim por haber logrado alcanzar ese hito. Efraim a su vez leyó las últimas palabras del Talmud y procedieron a festejar con el banquete de rigor. Cuando estaban por concluir con el Bircat HaMazón (bendición de agradecimiento por la comida), el papá de Efraim pidió hablar.
Todos los presentes estuvieron curiosos por conocer qué es lo que diría el padre, de quien sabían que estaba ideológicamente alejado de todo lo que sucedía allí. Hicieron silencio y prestaron atención a sus palabras. En la voz del padre se notaba que le era difícil hablar:
“Sabés Efraim que yo nunca compartí tu camino, pues no fui educado para apreciar esta clase de estudio. Cuando joven, era un ardiente seguidor del comunismo. Dada mi militancia en el partido, si bien era judío, nunca creí que podría tener algún problema. Sin embargo, se sospechó de mí tener ideas contrarias a las del régimen, y luego de un breve “juicio”, se me sentenció ir a Siberia. Era un lugar helado e inhóspito y pocos volvían a sus hogares vivos después de pasar por esa experiencia. En el sitio en el que me asignaron, tuve un compañero de aspecto judío durante todo un año. Puesto que cada uno sospechaba del otro de ser un entregador de la policía secreta, nos saludábamos e intercambiábamos únicamente la mínima información necesaria. Ambos sufríamos por el frío, por el hambre y por la tortura de no saber si algún día volveríamos a casa a ver a nuestros seres queridos. Sin embargo: ninguna palabra. Inesperadamente, un día me llegó el “alta”. Podría volver a casa.
“Fui a despedirme de mi “compañero de dolor”, a fin de desearle que siga bien. Éste se alegró por mi suerte y me deseó lo mejor. Antes de decirnos el último “adios”, me contó una leyenda sumamente misteriosa. Nunca la entendí, y me dejó pensando perplejo en mi camino de retorno a casa:
“Hace muchos años, existía un hermoso jardín con deliciosas manzanas. Al jardín, lo cuidaban dos jardineros muy dedicados a su tarea, que destinaban todos sus esfuerzos a su manutención. Desde lejos se sentía la fragancia de las manzanas, y el solo hecho de ver el jardín traía placer a los transeúntes.
Un día se le ocurrió una brillante idea a uno de los jardineros y se la comentó a su compañero: “¿De dónde recibe el árbol su energía y su fuerza para producir frutos tan deliciosos? ¿No es acaso de sus raíces? Sin embargo, estas están dentro de la tierra escondidas y sucias. ¡Si lográramos desenterrar esas raíces y exponerlas al sol, sin duda que los frutos superarían enormemente lo que hemos obtenido hasta el momento!
Dicho y hecho: Con mucho brío, excavaron las raíces de un árbol y lo dieron vuelta. Ahora la copa estaba sepultada en la tierra, mientras que las raíces estaban a la luz del día. Esperaron ansiosamente los resultados de su experimento, pero... no surgió nada. “Supongo que no lo hemos hecho con el cuidado necesario. Probemos con otro, y sin duda, tendremos éxito”.
Sin embargo, su segundo ensayo resultó idéntico al primero. No creció ni una sola fruta. Ni del tercero, ni de ningún árbol dado vuelta en todo el jardín.
Al final debieron conceder la derrota. El panorama era tétrico y desolador. Donde anteriormente había existido un hermoso jardín, ahora solamente se podían ver raíces lúgubres, sombrías y grises que se extendían de la tierra hacia el cielo...
Sin embargo, allí no más, al costado del jardín, y sin que alguien lo hubiese advertido anteriormente, un pequeño retoño de manzano comenzó a brotar. El tallo creció y después de unos años comenzó a dar frutos... de los cuales pudieron plantar un nuevo jardín.
“Jamás entendí esta narración, ni su significado. En algunas oportunidades, intenté descifrarla, pero sin resultado. Sin embargo, hoy – por fin – creo entender a qué se refería: Nuestros abuelos tenían una hermosa tradición que daba frutos, o sea, familias con niños educados en el seno de la tradición.
Las familias eran unidas y podían resistir las dificultades constantes del Galut (el exilio). Aparecieron nuevos aires: Personas que se creían muy sabias y que podían lograr evitar el sufrimiento del judío galútico. Trataron de convencer a la gente que estarían mejor con su ideología y que podrían superar los frutos anteriores. Dieron por tierra todo lo que se les había enseñado. Esperaron nuevos y más vigorosos frutos judíos – que jamás llegarían. Sin embargo, imprevisto e impensado creció el retoño: Eres tú, Efraim. Has vuelto a las fuentes y la esperanza del futuro está en ti”.
Habiendo dicho todo esto, dejando perplejos a todos los asistentes, y después de llorar y besar a su hijo, el papá de Efraim se sentó y procedieron a recitar Bircat HaMazón..

 

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