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Apuntes sobre literatura israelí V
Yoram Kaniuk o el eslabón encontrado

Por Moshé Korin
Todos los encasillamientos en literatura son doblemente odiosos: por generalizar, y por diluir lo que caracteriza a cualquier escritor: su individualidad, su unicidad en estilo y en trama, es decir en forma y contenido. Sin embargo, solemos hacerlo porque pese a todo encontramos algo en común en la diversidad: Jeremías e Isaías son sin duda muy diferentes, pese a lo cual podemos hablar de un estilo bíblico profético que alberga a ambos, y estamos en lo cierto.

En la literatura hebrea moderna solemos hablar – como lo hacemos en otras literaturas, por ejemplo la española – de generaciones. Debido a ese proceso dialéctico, que tiene lugar también en los individuos, la generación de los jóvenes suele rebelarse contra la de sus mayores. Ese simbólico parricidio es el que permite crecer. Las revoluciones – y todos los jóvenes con actitud de cambio se sienten revolucionarios – comienzan por destruir el mundo, o el régimen, o en nuestro caso el estilo, que las preceden. Sin embargo, en muchas oportunidades los “revolucionarios” encuentran a alguien del “ancien regime” a quien consideran rescatable, un revolucionario anterior a la revolución.

Ese eslabón fue, por ejemplo, la poetisa Lea Goldberg, de la generación de Abraham Shlonsky y Natan Alterman, para la generación posterior, de Natan Zach y Yehuda Amijai. (También lo fue, pero un poco más tarde, el poeta Avot Yeshurún.) La generación de prosistas cuya cabeza más saliente es Amos Oz, no “destronó” con clarinadas a la generación que la precedía, sólo se limitó a glorificar a la generación anterior a aquella y con eso fue suficiente.

Pero es la generación literaria actual, la de los jóvenes que escriben ahora una prosa muy original, la que ha defenestrado a esa “generación del 48” (época de la Guerra de Liberación), sin perdonar a nadie. Mejor dicho: a casi nadie. Aquí también hay un eslabón rescatado por los “revolucionarios”. Se llama Yoram Kaniuk, cronológica e incluso temáticamente pertenece a esa generación, incluso luchó en la Guerra de Liberación en las filas del mítico Palmaj, y tiene hoy, a los 82 años, más éxito y aceptación que cuando tenía sesenta. Lo leen los jóvenes, que lo han convertido en best seller, y lo consideran “uno de ellos”. En una encuesta realizada en ocasión del cincuentenario de la creación del Estado por el vespertino “Yediot Ajaronot”, dos de sus novelas se incluyeron entre las grandes obras de la literatura israelí.


¿Quién es Yoram Kaniuk?

Kaniuk nació en Tel Aviv en 1930. Su padre, Moshé, era de Galitzia pero había llegado de Berlín y era un admirador de la cultura europea en general y de la alemana en particular, como sólo judíos podían serlo, especialmente los de Europa oriental que quedaban deslumbrados por la belleza que se les ofrecía en todas las áreas. Kaniuk padre fue en Tel Aviv el director del Museo de esa ciudad, el lugar en el cual se declaró la independencia de Israel.

No es de extrañar, por lo tanto, que el pequeño Yoram haya tenido una niñez singular y diferente de la de muchos otros, aunque no en el aspecto material, su padrino, es decir el sandak que lo tuvo en sus brazos a la hora de la circuncisión, fue un tal Jaim Najman Bialik, quien además fue quien sugirió el nombre: Kaniuk es el primer Yoram de la era moderna (no confundir con Yehoram), un nombre que se hizo sumamente popular.

Yoram Kaniuk no concluyó los estudios secundarios, porque ante la inminencia de la guerra enseguida después de la resolución de la Asamblea de la ONU del 29 de noviembre de 1947 a favor de la partición del territorio y la creación de dos estados, dejó el colegio, mintió su edad para que lo aceptaran y se enroló en las filas del “Palmaj”, las fuerzas de choque de la “Haganá”, el ejército clandestino de los judíos de Eretz Israel.

Siendo joven participó en la más cruenta de las guerras de Israel, en 1948. En ella resultó herido dos veces, la segunda de alguna gravedad en los combates en Jerusalem, probablemente por disparos de un soldado de la legión jordana, que por milagro no lo mató. Antes, había participado de uno de los hechos más terribles para las fuerzas israelíes (también para las de los árabes palestinos), la conquista del Castel, las alturas que permitían el sitio a Jerusalem, donde murieron excelentes oficiales del Palmaj para cubrir la retirada de soldados rasos como él, y donde también murió después Abd El Kader Al Husseini, el carismático líder militar de las tropas palestinas. Sobre lo que vivió en esa guerra escribió hace poco su libro “1948”, uno de los más grandes éxitos de venta y de crítica de los últimos años, se vendieron más de 80.000 ejemplares.

En el 2011 recibió, por ese libro, el Premio Sapir, y ha sido adaptado para la escena por el Teatro de Haifa.
En octubre de 2012 recibió del gobierno francés una de sus más relevantes distinciones, La Orden de las Artes y las Letras, por su libro “1948”, que fue traducido al inglés, francés, italiano, español y alemán.

Al cabo de una ardua convalecencia, Kaniuk hizo honor a su apellido (no olvidemos que su padre había sido el director del Museo de Tel Aviv) y desarrolló su vocación por la pintura. Ansioso por conocer, viajó a París donde llevó una vida bohemia durante un año, al cabo del cual volvió a la marina mercante y después de una breve estadía en Canadá se radicó en Nueva York, Estados Unidos (pese a lo cual sus inquietudes aventureras lo llevaron a México, a Guatemala, a Los Ángeles y otros lugares). Su vida bohemia lo llevó a entablar relaciones cercanas con algunos de los íconos de la época, notablemente Charly Parker, el saxofonista y compositor (también frecuentado, aunque mucho menos, por Julio Cortázar), de quien fue realmente muy íntimo, y demás figuras del jazz.

Después de una relación matrimonial muy breve con una de las mujeres más bellas de Nueva York, Kaniuk conoció a Miranda, una hermosa mujer de una de las familias de la aristocracia cristiana de Estados Unidos, con quien se casó, volvió a Israel y tuvo dos hijas. Desde hace más de treinta años ha vuelto a vivir en Tel Aviv, la ciudad en que nació, en un viejo edificio del centro histórico de “la ciudad blanca”, al lado del bulevar Rothschild.




Un sapo de otro pozo

Cuando el anciano patriarca Isaac, ya ciego, es engañado por su hijo Jacob en complicidad con su madre para obtener la primogenitura, siente el tacto de la piel de un cabrito que parece ser el brazo del velludo Esaú, pero oye la voz de Jacob. Su desconcierto ha quedado plasmado en el Génesis con la frase: “la voz es de Jacob, pero las manos son de Esaú”. Esa parece haber sido la situación de los contemporáneos de Kaniuk cuando comenzó a publicar sus primeras obras. Los temas eran los propios de quien venía de esa generación que había pasado por esa guerra, pero el desarrollo era otra cosa, no coincidían uno con otro en el imaginario de los lectores.

Véase un ejemplo: Kaniuk puede tocar el tema de la guerra en forma directa, pero no sólo que no hay glorificaciones, sino que por lo general hay miserias, la gran miseria humana. En su relato “El águila”, la caída del soldado y el duelo, la memoria, son vistos desde otro punto de vista: la de quien medra con ese dolor y vive de ofrecer la perpetuación de la memoria del caído, lo que le permite entrar a todos los clisés y lugares comunes, o en otras palabras a toda la hipocresía que suele acompañar también a este tipo de situaciones.

Su primera novela, “Jimo rey de Jerusalem”, presenta otro de los temas propios de la guerra: el de los heridos por un lado, y los que se ocupan de ellos por el otro. Pero aquí no hay glorias, se trata de un herido que ha perdido todos sus atributos como persona, y de entre sus vendas que lo tapan por completo apenas si puede pronunciar reiteradamente y con dificultad la palabra: “dispárame”, pidiendo que lo maten. La joven y hermosa enfermera que se enamora de él, se enamora de algo que ve ella sola, es una manera de enamorarse de sí misma.

Al máximo llega esta tendencia en su ya mencionado libro “1948”, en el cual los soldados son mostrados en toda su vulgaridad, su cotidianeidad, su rudeza, su patriotismo, sus miedos, y también su heroísmo. Contrariamente a lo que el propio Kaniuk creía, porque suponía que era una obra muy local.

Pero Kaniuk fue el primer escritor netamente israelí que se ha ocupado y se ocupa en sus libros del Holocausto. “El hombre perro” (así se lo conoce en su edición española, editorial Libros del Asteroide), su tercer libro, publicado originalmente en 1968, es junto con “El último judío” (1982) uno de los grandes clásicos de la literatura israelí. Ambos tocan el tema del Holocausto en forma directa y central, aunque cabe ser más precisos: no es la Shoá en forma directa lo que le interesa a Kaniuk, sino sus sobrevivientes, esos seres anónimos que han juntado las fuerzas para seguir viviendo y lo hicieron. Para Kaniuk, que venía de una guerra que sus contemporáneos glorificaban como heroica en sus obras, los verdaderos héroes judíos de nuestro tiempo eran y son esos anónimos individuos empeñados en vivir, no en matar y no en morir. Kaniuk los conoció cuando los traía a las costas israelíes durante su corto servicio en la marina: los veía, los admiraba, y casi no podía hablar con ellos porque nunca aprendió idish.

¿Quién escribía en esos años sobre el Holocausto? Hay un cuento corto de Aharón Megged y, por supuesto, la obra de Apelfeld, pero éste venía “de allá”, no era un sabra de pura cepa, de esos que miraban a los “de allá”, como antihéroes que se habían dejado llevar como ganado al matadero. Kaniuk era una excepción.


Una palabra sobre estilo

Kaniuk suele elaborar frases que parecen ubicadas en el flujo de pensamiento, pero ello caracteriza sólo a la frase y no al conjunto de la obra, que generalmente está estructurada de forma más clásica. Es habitual en él el uso de la ironía y en los momentos más inesperados. A veces esa ironía obedece al impulso de Kaniuk de evitar lugares comunes y frases hechas, de manera que es frecuente en él, el empleo de dichos consagrados de la lengua pero tergiversados y cambiados.

Pero lo más notable de su estilo es probablemente el cambio que se operó en él a partir de la década del noventa del siglo pasado. Las frases ornamentadas desaparecieron casi por completo y las oraciones se volvieron sencillas, cortas, precisas y sorprendentes sin aviso.
Cualquier intento por rastrear el modelo de composición estará destinado al fracaso, porque ese modelo existe pero no conforma ninguna tendencia moderna. El modelo de Kaniuk en el estilo de su prosa de los últimos años es la Biblia y, más precisamente, el relato bíblico tal como aparece, por ejemplo, en los libro de Samuel y de Reyes. Kaniuk ha llegado a una prosa dietética, quiere decir: es sólo músculos y tendones y sin nada de grasas. La acción habla por sí misma y los calificativos, precisamente por ser pocos, cobran mucha más fuerza. Él utiliza eso para adjetivar en forma insólita, sorprendente, a contramano de lo que el lector hubiera esperado. El resultado es que cada frase pasa a ser un puñetazo dirigido al centro nervioso del lector, y ello produce precisamente un deleite estético por el equilibrio entre las tensiones.

El primer libro de Kaniuk que anuncia ese estilo – si obviamos un pequeño y rarísimo relato que publicó por primera vez escondido tras un seudónimo – es “Bastardos, la historia verdadera” (1997). Todo lo que vino después, desde su autobiografía en Nueva York hasta el ya citado con sus vivencias de la Guerra de Liberación, ha perfeccionado esa tendencia.

Kaniuk suele escribir también artículos periodísticos. En los últimos años se ha vuelto escéptico respecto a la posibilidad de llegar a un acuerdo con los palestinos y sostiene que el conflicto no tiene solución por el momento y hay que aprender a convivir con él, controlándolo para que no estalle la violencia. Paralelamente a esa postura que lo ha acercado un poco a círculos de la derecha, es intransigente en cuestiones internas y un luchador consecuente y permanente por la separación de la religión del estado. Siendo su esposa no judía, su hija tampoco lo es para el establishment rabínico, razón por la cual su nieto fue inscripto en el Ministerio de Interior como “carente de religión”. Como respuesta, Kaniuk exigió que se borre de su documento la inscripción “judío” y se lo anotara como a su nieto. El Ministerio se opuso, pero una demanda de Kaniuk prosperó y a instancias del juez se cambió su registro.

A los 82 años, con decenas de libros publicados, con una salud precaria que lo tuvo al borde de la muerte (tres semanas inconsciente), Yoram Kaniuk no deja de ser un luchador.



Noviembre 2012 / Jesban - Kislev 5773
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