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Misterios Policiales
El ubicuo principal González

Por Juan Salinas
José Ignacio David, un joven médico recién recibido, y su entonces prometida, Martha Manganiello, fueron detenidos en el marco de la causa AMIA a iniciativa del oficial principal José Luis González, del Departamento de Protección al Orden Constitucional (Dpoc) de la Policía Federal.
Respecto a los motivos de su detención, lo único que trascendió es que se lo vinculaba a otro médico recién recibido y coetáneo, Mario Lorenz, hermano del principal sospechoso de haber estacionado una Tra-fic -la que supuestamente habría sido utilizada como vehículo-bomba- en las adyacencias de la mutual judía, de nombre Tomás David Lorenz.
El oficial González probablemente haya sido el policía más activo desde el mismo momento en que se consumó el atentado que dejó como saldo 85 muertos y centenares de heridos, pero no para esclarecerlo sino, por el contrario, para desviar la investigación hacía vías muertas.
El mismo 18 de julio de 1994 aseguró haber entrevistado a Hilda Delescabe de Díaz, la doliente viuda del fallecido portero del edificio enfrentado con el de la AMIA, Tito Díaz y confeccionó el acta correspondiente. Según ésta, la mujer le dijo que "instantes antes de la explosión estuve con Tito en la vereda", ocasión en la que ambos habrían visto "como un camión dejó un volquete sobre la vereda de la AMIA" y también cómo "después de que el camión-grúa se fue" llegó al lugar "una pick-up que estuvo estacionada como unos diez minutos".
Sin embargo, no sólo no hubo un sólo testigo que viera la referida pick-up (contra más de 180 que vieron el volquete, el camión color naranja que lo depositó o a ambos), sino que la mujer negó haber sido interrogada por policía alguno aquel infausto día, y al ser entrevistada por Elisa Wenger para su libro Sus nombres y sus rostros (el álbum recordatorio de las víctimas que editó la AMIA) dijo algo diametralmente opuesto: que ella se fue a trabajar a una óptica en la que hacía changas, y que dejó a su marido en la cama. Es más: dijo que Tito Díaz leía diario en la cama en compañía al pequeño hijo de ambos y que desde allí le dijo: "Bandi (un apelativo cariñoso) ¿vas a volver enseguida?". Que ella le contestó: "Mirá, si en la óptica no me dan de almorzar, vuelvo", y que él, siempre desde la cama insistió "Volvé enseguida, que te extrañamos mucho" y que esas fueron las últimas palabras que le escuchó.
Del mismo modo, el ubicuo principal González dijo haber entrevistado en las 72 horas siguientes a los tres supervivientes que habían estado más cerca del foco de la explosión y que se encontraban internados en el Hospital de Clínicas, una crasa mentira.
Era muy fácil darse cuenta de ello, ya que dos de estos heridos, el barrendero Juan Carlos Álvarez y el estudiante de cine Daniel Saravia, de 21 años, tenían heridas gravísimas y se encontraban sin sentido.
Ambos habían sido sorprendidos por la explosión de espalda. Díaz tenía ambos pulmones y los intestinos perforados por la metralla, fracturas en ambas piernas y la columna vertebral expuesta. La carne de la espalda de Saravia sencillamente había sido arrancada y el talón de Aquiles de una de sus piernas seccionado. Había perdido más de dos litros de sangre y para
volver a caminar con cierta prestancia necesitaría ser sometido a una larga serie de operaciones. Los dos confirmaron lo obvio: que ese día no hablaron con policía alguno.
Sin embargo, González metió en el expediente judicial sendas actas en las que Álvarez aparece diciendo, entre otras cosas, que había visto que el volquete estaba vacío y que la explosión había tenido lugar cuando acababa de golpearlo con la pala, y Saravia que no había escuchado nada y sólo recordaba "un viento muy fuerte".
Ambos negarían expresamente tiempo después haber sido interrogados por policía alguno y manifestarían su sorpresa de que algún policía pudiera haberlo afirmado, atendiendo al estado en que se encontraban, más próximos "al arpa que a la guitarra", como ilustró el barrendero. Saravia, es bueno acotar, dijo en el juzgado que su último recuerdo fue el volquete, alrededor del cual había obreros. Efec-tivamente, un sobreviviente de los albañiles bolivianos (la explosión mató a siete), Carlos Domínguez, recordó que se encontraban tirando dentro del volquete unas veinte bolsas con escombros provenientes de las refacciones que se estaban haciendo en el edificio.
Del mismo modo, el principal González dijo haber entrevistado en el Clínicas a Rosa Montano de Barreiro, madre del pequeño Sebastián Barreiro, de cinco años, al que la explosión mató. Rosa iba con él precisamente al hospital y había pasado por frente a la puerta de la AMIA hacía escasos segundos cuando se produjo la explosión. Tenía casi seccionado el brazo izquierdo por el corte que le infligió un trozo de metal azul, pero los médicos pu-dieron salvárselo. Ella si podía hablar, pero al igual que Saravia y Álvarez negó haber sido entrevistada por la policía en el hospital y en aquellas horas aciagas.
Por supuesto, en el acta confeccionada por Gonzá-lez, Rosa Montano no dice lo que si dijo al ser entrevistada por el periodista Ro-lando Graña para un programa especial que emitió la CNN en español al cumplirse el tercer aniversario del ataque: que cuando pasó junto al patrullero Renault 18 estacionado entre la puerta de la AMIA y la esquina de Pas-teur con Tucumán le llamó la atención que adentro no hubiera ningún policía.
Una disgresión: para ese mismo programa Graña entrevistó al cabo 1º Jorge Eduardo Bordón, a cargo de ese vehículo (que hacía semanas estaba inmóvil, pues carecía de batería) y le preguntó qué heridas había sufrido. "Eh... contusiones varias, pérdida de las uñas, operaciones varias", vaciló el policía (que se obstinaba en haber estado adentro del patrullero a pesar de que una testigo dijo haberlo visto doblar por Tucumán hacia Uriburu segundos antes de la explosión: bastaba ver el estado en que quedaron los asientos del patrullero para darse cuenta de que mentía). "¿A cuántos metros de la puerta estaba el patrullero?", insistió Graña. "A unos... seis metros", calculó Bor-dón. "Si estaba adentro del patrullero ¿cómo es que no vio a la Trafic-bomba?", insistió Graña. El cano no supo qué contestar.
Hasta el punto de que no contestó.
Volvamos al omnipresente principal González. Fue él quien encabezó el allanamiento a Automotores Ale-jandro, el establecimiento de Avenida San Martín y Cam-pana de propiedad de Víctor Alejandro Monjo, quien le había transferido una camioneta Trafic siniestrada a Carlos Alberto Telleldín, un trozo de cuyo motor habrían de aparecer entre los escombros de la AMIA pasada una semana del ataque en oscuras circunstancias.
Monjo era un hampón asociado a la cúpula policial que contaba con la protección no sólo de la División Sustracción de Automotores (que lo había distinguido con un llavero enchapado en oro), sino, tal revelaron fuentes del propio Juzgado Federal nº 9, del propio subjefe de la Policía Federal, comisario Baltazar García. Era, además, amigote de un hermano de González, también policía y miembro del DPOC.
Los fiscales Eamon Mu-llen y Carlos Barbaccia le explicarían a quien escribe que González "arregló" a sus espaldas aquel allanamiento (qué habría y qué no habría de secuestrarse) a cambio de una gruesa suma de dinero ("entre 200 y 300 mil dólares", precisaron).
Poco después, agentes de la SIDE ubicaron en San Telmo a los sospechosos de haber estacionado una Tra-fic blanca el viernes previo al ataque en el estacionamiento "Jet Parking" de Paraguay y Azcuénaga: el agente de la Policía Federal Carlos Alejandro Martínez (perteneciente a la comisaría 47 y que en sus horas libres trabajaba para Mon-jo) y su amigo de la infancia Tomás David Lorenz, am-bos de 24 años.
Tomás David Lorenz, estudiante de kinesiología, vivía en el departamento de su hermano mayor, Mario Alejandro, de 30 años, casado con la kinesióloga Susana Inés Froener, de 28. Mario Alejandro Lorenz acababa de recibirse de mé-dico. También los Lorenz eran muy allegados a Monjo y a su gestor, Rodolfo Setau, hasta el punto de que éste figuraba de testigo en trámites hechos ante la Policía Federal (obtención de cédulas de identidad) de sus miembros.
Tal como narró este pe-riodista al declarar en el juicio oral y público que sustancia el Tribunal Oral Federal nº 3 hace poco más de un mes y ha recogido el "Diario del Juicio" (diariojudicial.com), un alto funcionario de la SIDE le dijo que, bajo presión, Tomás David Lorenz admitió haber estacionado en Jet Parking una Trafic blanca en compañía de su amigo, el policía Martínez, y también que se le había prometido como recompensa por esa participación marginal en las maniobras previas al ataque una suma de dinero y una vacaciones en las islas caribeñas de Aruba y St. Marteen.
A la hora de cometerse el atentado en St. Marteen se encontraba casualmente Víctor Monjo.
Mario Lorenz, que trabajaba como fotógrafo (al parecer para la Policía Fe-deral) sería reconocido ante policías del DPOC por una de las camareras del pequeño bar "Kaoba", situado frente a la AMIA, como la persona que en los días anteriores al ataque en va-rias ocasiones había pasado ho-ras sentado en la mesa que daba a la calle -desde la que se observaba el movimiento de entrada y salida a la mutual- mientras tomaba notas y hablaba seguido por un teléfono celular.
Tomás Lorenz sería re-conocido fotográficamente por el gerente y empleados de Jet Parking como la probable persona que había estacionado una Trafic blanca pasadas las 18 del viernes 15 de julio de 1994. El mismo habría de reconocer en el juzgado del Dr. Galea-no que solía ir seguido a la cuadra de la AMIA para tramitar la papelería de la firma Servicios Médicos (en la que trabajaba) en la imprenta de Galárraga (muerte en el ataque) y Di Chiessa (gravemente herido) y que también, a pesar de no saber manejar, solía ir a esperar a su empleador (?) a Jet Parking, dónde éste estacionaba su automóvil.
No hay dudas razonables acerca de que fue Tomas David Lorenz (probablemente acompañado por el policía Martínez) quien dejó una Trafic blanca en Jet Parking en aquel día y hora, como ha manifestado este periodista en un extenso escrito en el que le pidió al juez Galeano su detención.
Aquella alta fuente de la SIDE le explicó que, careciendo la secretaría de la potestad de detener e interrogar personas, se le pidió a la Policía Federal que detuviese a los hermanos Lo-renz, a Susana Froener y al policía Martínez.
La policía así lo hizo, en allanamientos tan ostensiblemente amañados, que aunque secuestró en el domicilio de los Lorenz seis agendas, cinco rollos de película fotográfica utilizada (cuatro de marca Fujico-lor y otro de marca Ildford FP4), expurgó las agendas y "olvidó" entregarle al juez Galeano dichos rollos.
Otros elementos secuestrados en casa de los Lorenz los policías los entregaron al juzgado... afirmando que provenían de la casa de Carlos Allberto Telleldín.
El juez Galeano denunció -tardíamente- la desaparición de los cinco rollos de fotos, uno de los motivos por el que ha sido procesado el jefe del disuelto DPOC, comisario Carlos Antonio Castañeda. Fue inmediatamente después de estas detenciones y en el contexto de estas maniobras de encubrimiento de la posible participación de los hermanos Lorenz, Susana Fro-ener y el policía Martínez en las maniobras previas al atentado que el principal Gon-zález tuvo la iniciativa de detener a José Ignacio David y su entonces novia y actual esposa. Pretendió justificar sus detenciones con supuestas declaraciones de los encargados del edificio que tenían alquilado que a la luz de los antecedentes mencionados a nadie debería sorprender que fuesen fraguadas.
David fue sometido en sede policial a un interrogatorio de cuya lectura sólo cabe discernir que las supuestas sospechas que se cernían sobre él, lejos de disiparse, se agrandaban, al darse la desgraciada circunstancia de no haber podido citar testigos que no fueran familiares directos suyos o de su novia para dar cuenta de sus actos en los días previos al ataque.
El alto funcionario de la SIDE que departió con este periodista le explicó, socarrón, que por la única razón que policías del DPOC habían denunciado la su-puesta intervención en el atentado de una ex militante prófuga de la disuelta organización terrorista alemana "Rote Arme Fraktion" (Fracción del Ejército Rojo, más conocida como "Banda Baader-Meinhof"), Andrea Martina Klump (de la que no hay constancia de que jamás haya estado en la Argentina) había sido la de "embarrar la cancha" y desviar las investigaciones ante testimonios que mencionaba a una mujer apodada "La Alemana".
El apodo, recordó, distinguía a la señora Froener de Lorenz, descendiente de alemanes radicados en el pueblo misionero de El Dorado. De esa región son también oriundos los Lo-renz, familia en la que hubo un famoso espía del Tercer Reich en la Argentina y otros miembros denunciados públicamente como agentes nazis en Misiones a principios de los años '40.
Con tales antecedentes, sólo cabe sospechar que José Ignacio David y su novia fueron detenidos "pa-ra embarrar la cancha" y difuminar las prístinas circunstancias que habían llevado a la detención de Tomás David Lorenz, sus familiares y de Carlos Ale-jandro Martínez, de oficio policía, su amigo de la infancia. Una hipótesis es que, como además de la coincidencia fonética, Lorenz y David eran coetáneos, ex condiscípulos, flamantes médicos y ambos se habían interesado en especializarse en traumatología, la protección policial al primero quizá pudiera disimularse embretando gratuitamente al segundo.
En cuanto al principal González, cuando varios meses después el juez Ga-leano ordenó una extensa serie de allanamientos contra Monjo y sus allegados, los policías del DPOC le avisaron a Monjo -que pudo huir así a último momento- y González encabezó el allanamiento a su domicilio. Según el acta, secuestró allí el ya mencionado llavero enchapado en oro con la leyenda "A Alejandro Mon-jo, de la División Sustrac-ción de Automotores de la Policía Federal" pero, lejos de entregárselo a Galeano, lo hizo desaparecer.
Curiosamente, sin em-bargo, el juez Galeano ja-más lo denunció por encubrimiento, como si hizo con sus jefes, el ya aludido comisario Castañeda y el fallecido (en Mendoza y en circunstancias poco claras) inspector Carlos Alberto Nistal. No hace todavía un año que el nombre de José Luis González volvió a aparecer publicado. Fue en relación a los cinco asesinatos cometidos por efectivos policiales el pasado 20 de diciembre en la Avenida Nueve de Julio en ocasión de las manifestaciones en desafío a la declaración del estado de sitio declarado por el presidente De la Rúa, que precipitaron la caída de su gobierno.
"Seis policías detenidos por los asesinatos del 20" de diciembre, tituló Página/12 el 13 de enero pasado. En la extensa crónica, la periodista Adriana Meyer informó que "El principal José Luis González, el subcomisario Roberto Rodríguez, que revistaba en la división O-peraciones Federales, y (el comisario inspector Orlan-do) Oliverio, que pertenecía a la división Integridad Profesional de Asuntos In-ternos y ahora trabaja en Drogas Peligrosas, fueron identificados por un testigo como quienes dispararon contra (Alberto) Márquez, un consejero escolar de San Martín que fue asesinado en la avenida 9 de julio, entre Sarmiento y Perón. Los investigadores también usaron el video de un canal de televisión que resultó 'muy significativo' porque también contribuyó a la identificación de estos policías".
Y continuó más adelante: "Además de Rodríguez, González y Oliverio, fueron detenidos otros tres policías que estaban en el mismo operativo. Todos se negaron a responder las preguntas de la jueza y de los fiscales Luis Comparatore y Patricio E-vers y fueron trasladados a la Central de Investigaciones de Villa Lugano. Según los testimonios recogidos, una camioneta y dos autos frenaron en 9 de Julio y Sarmien-to, y dispararon a quemarropa contra los manifestantes".
La información, aclaró la periodista, provenía de un despacho de la agencia Télam. Sin embargo, y por increíble que parezca, tampoco en esta ocasión el incombustible González fi-gura como detenido, y tampoco como procesado.
Más allá de estos misterios insondables que acontecen en una Argentina que nada tiene que envidiarle a Macondo, está más claro que el agua clara que el principal responsable de haber ensuciado el buen nombre de José Ignacio David y su esposa ha sido el ubicuo principal González, que hoy tendrá 38 o 39 años y al que quizá en unos pocos años veamos reaparecer como comisario.
Quizá antes, de acuerdo a una extendida tradición, sea condecorado por la DAIA..
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Noviembre de 2002
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