LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
A 60 Años de su Trágica Muerte
El "jáver" Árthur Ziguelboim, un símbolo del heroísmo judío.

Por Moshé Korin
A Shmúel Ziguelboim (Samuel Mordecai Zygiel-bojm) todos lo conocían como Árthur o, en sus primeros tiempos de activismo, como el Jáver (compañero, camarada) Árthur. Fue un hombre que se desvivió por sus hermanos. Se quitó la vida ante la indiferencia y la desidia del mundo, que nada hacía por detener la masacre sistemática de judíos por los nazis.

El militante del Bund
La vida de Árthur fue la de un inclaudicable luchador por derechos judíos, y especialmente los derechos de los trabajadores judíos en las misérrimas condiciones de aquella Europa de los zares. En cuanto a la muerte de Árthur, su suicidio en la noche del 11 al 12 de mayo de 1943 se ha constituido en símbolo del drama judío, en los terribles días en que los nazis ejecutaban su siniestro plan de la solución final.
El célebre escritor, poeta y pensador judío, H. Leivik, escribió en "La Inmolación de Ziguelboim" que: "...sus últimos momentos perdurarán en nuestra conciencia como perduran los momentos finales de Hirsch Lé-kert..." (Este último, también, un militante del Bund. Lékert acometió la venganza contra las autoridades zaristas que azotaban a obreros judíos. Ajustició al Gobernador de Vilna, el General Von Wal y se negó a pedir perdón. Fue condenado a muerte y ahorcado el 10 de junio de 1902). Cua-renta y un años separan los dos ejemplos citados por Leivik, desde la persecución antisemita de los zares rusos hasta el nazismo alemán.
Lékert, ejecutado por decisión de una corte militar rusa; Árthur, en cambio, activo hacedor de su propia muerte para llamar a la reflexión a las altas esferas del denominado mundo libre, que se encogía de hombros ante la cotidiana siembra de cadáveres judíos en las cámaras de gas.

Un hogar donde no se pagaba alquiler
Shmúel Mórdejai Ziguelboim había nacido en Borovice (a orillas del río Wieprz, en la provincia de Lublin) en 1895. Era tal la pobreza del hogar paterno, que sus padres vivían -con diez hijos (!)- sin pagar el alquiler de la casucha. Y esto por gentileza del dueño, un comprensivo y bondadoso polaco cristiano, que era todo un mench (una buena persona). Su padre, Ioske (le decían "Ioske, el silencioso"), era un maestro de tan pobre condición económica que, pese a su devoción por el Rabí Kazimierz, nunca pudo verlo porque no tenía ni para pagarse el viaje.
Su madre, Henia, no era tan callada. Cosía a máquina y con lo que ganaba podía mantener tantas bocas, aunque no alcanzara para pagar el alquiler. Pero ella cantaba, alegraba la casa y el vecindario, y hasta en ocasiones brindaba funciones gratuitas con canto y actuación.
Shmúel estudió en el jéider y, desde muy temprano, fue un ávido lector de todo cuanto caía en sus manos, tanto de la literatura judía como de la universal. Era muy memorioso e inteligente.
Pronto debió ganarse la vida trabajando. A los 10 años comenzó su actividad laboral como empleado en una fábrica de envases farmacéuticos, cuyo dueño era un adinerado judío de Krasnystaw.
Y fue allí donde el joven Shmúel ingresó en el Bund y donde lo rebautizaron como "el Jáver Árthur". En su actividad política mostró siempre un singular apego y un absoluto compromiso.
Pero además de su desempeño en las tribunas obreras, era suficientemente dúctil como para incursionar en la actividad teatral. En su juventud actuó en diferentes círculos dramáticos y en exhibiciones de aficionados. Luego se casó con Mania Rozen, que sería actriz dramática profesional en el teatro judío.
Además de decidido ac-tivista y esporádico aficionado a las tablas, Árthur fue periodista y columnista en diversos periódicos del Bund en ídish, como en el "Arbeter Fragn" ("Cuestiones Obreras"), en el "Folkstzaitung" ("Diario del Pueblo"), etc.

Lógico y audaz
Era soñador pero también lógico y convincente, siempre fiel a su línea política. Las masas populares lo querían mucho y los trabajadores judíos lo sentían como su más fiel representante. Todo ello confluyó para que, muy pronto, el joven Jáver fuera propuesto como delegado del partido a todas las convenciones.
Pero además de la lógica de su discurso, estaban su valentía y hasta su audacia. Durante la Primera Guerra Mundial, los cosacos incendiaron Krasnystaw y Zi-guelboim debió huir con su familia a Jélem. Allí, en 1917, fue delegado a la Convención de Organiza-ciones Polacas del Bund. Y en esa ciudad dio también una singular muestra de osadía. Al huir las tropas del Imperio Austrohúngaro, un grupo del Bund, con Ár-thur a la cabeza, se apoderó de un edificio bien equipado. Pero sucedió que, proclamada la República de Polonia como país independiente, los militantes nacionalistas y los hampones de la Sokol -organización de forzudos deportistas y paramilitares- rodearon al edificio y arrestaron a Árthur. Desde el cuarto en el que estaba preso oyó deliberar a los antisemitas, que resolvieron colgar al judío de la rama de un árbol.
Esa rama llegaba cerca de una ventana. Sin pensarlo demasiado Árthur se aproximó y, tras descolgarse por la extendida rama, se deslizó a tierra y pudo huir.
Esto, por supuesto, le trajo bien ganado prestigio entre todos sus correligionarios.

Un dirigente popular
A partir de 1920 vivió en la capital polaca, Varsovia. Pronto llegó a ser secretario de la Unión Metalúrgica, y en 1924 integró el Comité Central del Bund. Fue miembro, y más tarde secretario, del Comité Nacional de Organizaciones de Trabajadores Judíos de Polonia. Siendo obrero en una fábrica de guantes de cuero, se destacó también como activo sindicalista y ejerció la presidencia del Sindicato de Trabajadores del Cuero de Polonia. En 1926, en representación del Bund, integra el Consejo Municipal de la ciudad de Varsovia.
Era ya muy popular en esa ciudad, y en toda asamblea de masas había gran expectativa por la palabra del Jáver Árthur y por las acciones que sugería.
En 1936 se va a vivir a Lodz, y forma parte del Consejo Municipal de esa ciudad. Participa en mitines, y es tan popular entre la masa de trabajadores como lo era en Varsovia.
Al estallar la guerra, septiembre de 1939, antes de ser ocupada militarmente Lodz, escapa a Var-sovia. En la capital polaca es delegado del Bund en el Con-sejo Directivo de la Kehilá (Comunidad Judía).
Asimismo, se conecta con los dirigentes del Par-tido Socialista Polaco para organizar en forma conjunta la resistencia obrera a las tropas invasoras. La consigna es: "¡La Clase Obrera no se rinde jamás!".
Varsovia sólo se rindió después de heroica -y desigual- defensa, tras tres semanas de terribles combates. Con la ocupación de la capital por las tropas nazis, el alcalde de la ciudad, Stefan Starzynski (un patriota al que los nazis fusilarían años después en un campo) fue compelido a entregar doce figuras públicas en calidad de rehenes.
Árthur se ofreció vo-luntariamente al alcalde para formar parte de ese contingente; otro judío - el empresario Abraham Gep-ner- integraba también el núcleo de los doce rehenes que los alemanes tomaron de entre las personalidades destacadas de Varsovia.

La difícil hora del Judenrat
Eran los tiempos del Judenrat, una de las primeras imposiciones de los nazis, especie de Consejo Municipal Judío en las ciudades dominadas por el invasor. Árthur fue designado para el "Judenrat" de Varsovia, como representante del Bund.
En octubre de 1939, los nazis le exigieron al presidente del Judenrat, Adam Czerniakow1, que fueran precisamente los judíos de ese Consejo quienes instalaran un Gueto en Varsovia.
La mayor parte de los miembros del Consejo Ju-dío entendía que se debía ceder a las exigencias nazis, porque de lo contrario el daño sería peor. Árthur, en cambio, se opuso terminantemente: "... ¿Que explicación tendremos para nuestros hijos, para la posteridad?... ¡Vamos todos juntos a la Gestapo, a decirles que no podemos cumplir semejante orden!..."
Más de diez mil judíos, enterados de lo que se debatía, se agolparon frente a la sede del "Judenrat". "¡Na-die debe ir al gueto voluntariamente!" los arengó Ár-thur.
En el "Judenrat", el voto mayoritario indicó que se debía obedecer la orden nazi. Ante esa situación, Árthur presentó su indeclinable renuncia al cuerpo, aun sabiendo lo riesgoso que esto era, ya que debía ser comunicado a los nazis.
Cuando, a la mañana siguiente, la Gestapo le anunció al presidente del Judenrat que la instalación del gueto se había postergado por unos meses, reinó alegría en la judería varsoviana. Como sabemos, fue en noviembre de 1940 cuando los nazis, finalmente, crearon el gueto.
1. El 23 de Julio de 1942 Czerniakow se suicidó. La-mentablemente no dejó ex-plícitamente escrito el móvil de dicho acto, lo que hubiera, tal vez, evitado muchísimas víctimas judías.

Una voz que clama extramuros
Los dirigentes del Bund trabajaban clandestinamente. La organización quería que Árthur llegara a Bél-gica para la convención partidaria que se haría a finales de enero de 1940, en Bruselas.
Árthur obtuvo una visa para viajar a Holanda (de allí iría a Bélgica). Pero una vez llegado a la frontera, su documentación resultó in-suficiente. Debió padecer numerosas peripecias en las infranqueables geografías de Europa en ese momento, comienzos de 1940. Incluso pasó una semana en la mismísima Berlín (!).
Logró allí ponerse en contacto con dirigentes bundistas en Bruselas (en-tre ellos la hermana de Víctor Alter) y pudo finalmente obtener el visado para Bélgica. En la frontera fue golpeado salvajemente por los agentes de la Gestapo.
Ya en Bruselas, pudo informar de las terribles condiciones imperantes en Polonia ocupada ante el Consejo Ejecutivo de la Internacional Socialista.
En septiembre de ese año, a su vez, pronunció su informe ante los públicos de los Estados Unidos de América.
Ziguelboim comenzaba a ser, extramuros, el vocero de quienes, en los guetos, carecían de voz.

Lavar la mancha sobre la Humanidad
A partir de la primavera de 1942, Árthur reside en Londres. Es allí el representante del Bund en el Consejo Nacional del Go-bierno de Polonia Libre en el Exilio.
En Londres, como antes en Bruselas y en los Es-tados Unidos, Árthur de-nuncia de viva voz la tremenda situación que atraviesan los judíos polacos y la total carencia de solidaridad por parte de las potencias aliadas.
Esta etapa coincide con los días más críticos del aniquilamiento de los judíos en Polonia, con la implementación por los nazis de la llamada "solución final". Ziguelboim recibía por vías clandestinas fehaciente información sobre los sucesos de Polo-nia. En algunos casos llegaban cartas y notas con precisión de detalles.
De todas las maneras posibles intentaba Árthur alertar a las autoridades polacas en el exilio, a la dirigencia política británica y a todos los foros internacionales, para que actuaran sin dilaciones en el sentido de interrumpir la sistemática masacre de sus hermanos judíos. Y también para que se cumplieran inmediatas medidas de re-presalia militar.
"...¡Laven la mancha sobre el honor de la humanidad!, ¡Obliguen a los asesinos nazis a detener el planificado crimen de hombres inocentes!..." fue su clamorosa proclama.
Pudo, sí, -junto a Isaac Schwartzbart- lograr que 27 judíos polacos que se hallaban en países asiáticos fueran salvados, al incluirlos en una nómina junto con polacos cristianos a quienes México brindaría asilo (estos 27 judíos llegaron finalmente a México en octubre de 1943, cuando ya Árthur había muerto).
Testigos de la tragedia
En septiembre de 1942, en un acto masivo organizado por el Partido Laborista en Londres, su discurso ha-bía sido una mezcla de indignación, de desesperación y desaliento. Ya había recibido informes a través de mensajeros clandestinos, sobre las deportaciones en masa y el exterminio de los judíos en las cámaras de gas. Él experimentaba en carne propia los tremendos sufrimientos de sus hermanos; y sus intervenciones públicas lo reflejaban notoriamente.
Por una carta fechada en noviembre de 1942, se enteró de la matanza de 250 niños judíos en la Clínica Médem (Médem Sanato-rie), de Varsovia.
En dicha clínica se encontraban su esposa y su hijo, por lo que supuso que también ellos habían sido asesinados, (eso no fue así, pero sí lo sería tiempo después).
Habló entonces por la BBC, la radio londinense. Comenzaba a sentir la angustia y una llaga que no cerraría: "... Aquí sólo se habla, se declama... otros tratan de favorecer a su partido... se habla de ilusiones... y mientras tanto, perece lo que queda de los judíos...", se quejó amargamente ante el micrófono.
En febrero de 1943 recibe una carta desde el propio Gueto de Varsovia, enviada después del primer acto de resistencia armada. Era un pedido de S.O.S. que Árthur se encargaría de re-transmitir al mundo. Pero el mundo permanecía callado. Mandó, incluso, un telegrama pidiendo auxilio al presidente norteamericano, Franklin Delano Roosevelt.

La hora final
En el que sería su último acto público anterior a su suicidio (que fue, asimismo, un acto público, según lo expresado en sus cartas), participa en la Conferencia de Refugiados Anglo- Nor-teamericanos celebrada en Bermudas, entre el 19 y el 30 de abril de 1943.
Allí, en su informe, detalla la continua marcha a las cámaras de la muerte de miles y miles de judíos y requiere enérgicamente una pronta intervención que ponga fin a esa delincuencia organizada. Sólo obtiene como respuesta que "... cuando concluya la guerra con la victoria aliada, seremos implacables en el castigo a los criminales de guerra...".
Mientras, millares y millares de sus hermanos eran condenados a morir, y el mundo se negaba a to-mar las medidas necesarias para impedirlo.
Para colmo, llegaría lue-go la terrible noticia acerca de la tremenda violencia con que había sido sofocada la rebelión del Gueto de Varsovia. Y esto vigorizó aún más su decisión.
Shmúel Ziguelboim (Árthur) opinaba que todos los dirigentes judíos deberían dirigirse al edificio londinense sito en el Nº 10 de Downing Street, sede de la cancillería británica. Y amenazar desde ese lugar con un suicidio colectivo, si no se tomaban de inmediato medidas de represalia contra los nazis. Esto provocaría un cambio de actitud en la dirigencia política mundial.
Pero desistió pronto de su idea pues supo que no encontraría imitadores y no creyó correcto persuadir a nadie de que se suicidara.
Entonces supo que él tenía que hacerlo. Aun sin ir a Downing Street.
Su suicidio fue un acto político. Consiguió con él la consternación y conmoción de la opinión pública, aunque no cambió la actitud de la dirigencia mundial.
Y la carta póstuma tenía destinatarios: el Presidente de Polonia, Wladislaw Rackiewicz y el primer ministro del Gobierno de Polonia en el Exilio, Wladislaw Sikorski.
Queremos reproducir también aquí, como ha sido hecho en tantas ocasiones y en diversos medios, los más significativos párrafos de esa carta final.
"... no quiero vivir mientras los remanentes del Pueblo Judío en Po-lonia, al cual represento, son asesinados... mis amigos en el Gueto de Var-sovia murieron empuñando las armas en esta última lucha heroica.
No fue mi destino morir como ellos, junto a ellos. Pero les pertenezco, a ellos y a sus tumbas colectivas. Con mi muerte quiero expresar mi más enérgica protesta contra la pasividad con que el mundo contempla y permite el exterminio del Pueblo Judío...
No puedo guardar silencio. No puedo seguir viviendo cuando el resto de la población está a punto de perecer...
Con mi muerte, deseo protestar contra el exterminio del Pueblo Judío y la pasividad del mundo li-bre...".
Escribió una página de heroísmo en la historia judía. Shmúel Ziguelboim (Samuel Mordecai Zygiel-bojm), el Jáver Árthur, reflejó la amargura y el llanto contenido de todos los judíos del mundo por el drama de la Shoá.
Fue un símbolo de los que no callaron, de los que no obedecieron a los jerarcas nazis y de los que lucharon hasta el último segundo para que el mundo se redima y abandone la indiferencia..
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Junio de 2003
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