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La judeofobia Europea
Cuando Hermann Broch, en plena locura hitleriana, lanzó su terrible aseveración -"el peor crimen de Europa es la indiferencia"-, construyó algo más que una frase histórica. Lanzó un dardo al corazón mismo de la conciencia europea, obligándola a mirarse al espejo y encontrarse consigo misma.
Europa era indiferente en la superficie porque era culpable en la profundidad. La judeofobia no era una contingencia histórica. De alguna manera, el odio a los judíos había fundado Europa.
Hitler no fue más que el eslabón último de un progresivo proceso de destrucción del alma judía que conformaba el alma europea. ¿Es ello cierto? Estoy desgraciadamente convencida de ello, y es esa convicción la que me lleva a escribir estas líneas. La convicción de formar parte de un cuerpo europeo que ha cometido el peor crimen de la humanidad: el exterminio industrializado de toda una cultura. Y que, a pesar de ello, no se ha vacunado contra su propio odio. Europa se ha librado de los judíos, pero no de la judeofobia.
Ello explica su histerismo acrítico pro-palestino, su izquierda ferozmente antijudía, su macabra banalización de la Shoá. Sus intelectuales de pacotilla tan amantes de la libertad que han ido amando intelectualmente a todos los dictadores de la historia: Mao, Stalin, Pol Pot, ahora Arafat.
Saramago sería el ejemplo más notable de lo que en 1884 Bebel tipificó como "el socialismo de los imbéciles". Y es que uno puede escribir como los ángeles y pensar como los idiotas... Europa es Kafka y Heine. Es Freud, Marx y Einstein. Europa no se explica sin lo judío y, al mismo tiempo, siempre se ha explicado contra lo judío. Es decir, contra sí misma.
Igual que su antiamericanismo patológico, tan desleal con los miles de jóvenes americanos que perdieron la vida liberándola de sus más profundas miserias, su antisemitismo también es patológico.
Escribo a favor de Israel porque soy europea, y no olvido la responsabilidad de Europa en todo lo que acontece al mundo judío. De Europa es la responsabilidad de la creación del Estado de Israel. Es Europa quien escribe en 1896 "Der Judenstaat", de la mano de Theodor Herzl. Es Europa quien envía en 1906 a un joven proveniente de la Polonia rusa, el mítico David Grin, más tarde hebraizado como Ben Gurion.
Hijos de los progroms, la diáspora y la destrucción sistemática de su pueblo, es Europa quien envía a miles de jóvenes a esa tierra sin pueblo, para dotarla de un pueblo sin tierra.
¿Puede Europa auto-otorgarse un papel moral en el conflicto de Oriente Medio sin partir de su radical, monstruosa, gigantesca inmoralidad histórica? Con su adscripción acrítica al victimario palestino, Europa se exorciza de su propia culpa: se hace dedo acusador, linda manera de dejar de ser culpable. La banalización de la Shoá forma parte de este mismo proceso. Habrá que decirles a los saramagos del mundo que banalizar a las víctimas de la Shoá es una forma de volver a matarlas.
Por cierto: si las 52 víctimas palestinas de Jenin, más las 23 víctimas israelíes -¿o no cuentan?- son equiparables al Holocausto... ¿a qué son equiparables el casi millón de personas que han muerto víctimas del proceso sangriento de islamización del Sudán, o las 20.000 víctimas del aplastamiento de la sublevación de la ciudad Siria de Hama por parte de Hafes el Assad, o las 100.000 que tiene en su macabro haber el terrorismo islámico argelino? ¿Y a qué sería equiparable la sistemática destrucción de poblados cristianos libaneses a manos de facciones palestinas?
¿Para qué perderse en números, si lo que mueve a indignación, a protesta, a escándalo y a reclamación ante la siempre atenta ONU -que llegó a tener de Secre-tario General al nazi Kurt Waldheim -es exclusivamente la culpa judía? Por supuesto, no olvido un as-pecto básico: la ignorancia. Oriente Próximo es lo más mentado y lo más mal conocido. La superposición de mentiras ha llegado a ser tan notable, persistente y minuciosa que ha conseguido conformar una verdad paralela.
De la negación del holocausto cuelga, cual hijo natural del mismo proceso de distorsión, la negación de la violencia Palestina. Así, mientras las víctimas israelíes no existen, las palestinas son revestidas de una aureola épica que las engrandece.
No existen las víctimas judías porque son judías y, por ello, son responsables de su propia muerte. En el maniqueísmo oficial en el que milita la gramática periodística europea, las víctimas sólo pueden ser palestinas. Y los asesinos, sólo judíos. Cualquier dato que tuerza esta dualidad perfectamente trabada, sencillamente es ignorado. Y así creamos un nuevo lenguaje para una nueva épica. A los asesinos fanáticos palestinos los llamamos milicianos. No son locos hinchados de odio, sino resistentes. A las bombas indiscriminadas cocidas en la cocina del odio las llamamos acciones de lucha.
Al propio odio planificado desde la mismísima autoridad Palestina, estructurado como un pensamiento colectivo, odio en las escuelas, en las fiestas, en las canciones, en la vida; eso no es odio, sino simple resentimiento.
Tampoco existe un Arafat violento y totalitario, aunque su biografía terrorista sea tan amplia como los centenares de muertos que adornan su camino. Ese líder ciego que destruyó todas las posibilidades de paz, tan abrazado a la causa palestina como alérgico a un estado palestino, ese personaje que nunca quiso un pacto con Israel, sino su exterminio, y que mereció el desprecio de un Clinton que se sintió traicionado.
Y eso que los medios de comunicación europeos po-drían haber hecho un festín con las violaciones palestinas a los acuerdos de Oslo.
Y eso que las denuncias, contra Arafat, por corrupción con las ayudas europeas, han sido publicadas incluso en Kuwait. Y eso que, puestos a pedir juicios por crímenes contra la humanidad, Arafat lleva algunas maletas sangrientas a cuestas.
Pero en el periodismo que decide que la ocupación de la basílica de Belén por 150 terroristas armados hasta los dientes no es una ocupación terrorista, sino el asedio del ejército israelí contra un lugar sagrado. En ese periodismo. ¿Qué interés tienen la información y la veracidad?
Escribo a favor de Israel porque no acepto que la defensa de la causa Palestina sea la excusa para un nuevo brote antisemita. Porque me repugna la ceguera de una izquierda, mi izquierda, que no acierta a vislumbrar el enorme peligro de la nueva cara del totalitarismo: el integrismo islámico. Europa es responsable directo de alimentar la judeofobia en su interior, de permitirla en su exterior y de que la paz en la zona no sea, por ahora, ni un horizonte lejano...
Los palestinos se sienten legitimados en su odio porque Europa lo legitima día a día.
"Am Israel jai be Israel" ("El pueblo de Israel vive en Israel"). Era el 14 de mayo de 1948, y la frase pronunciada por Ben Gurión cerraba un ciclo de miles de años de diáspora, persecución, muerte y resistencia.
Nada impedía que viviera, en franco vecindaje, el pueblo palestino. Un pueblo que llegó en masa a esos desiertos precisamente porque llegaron los judíos.
Más de 50 años después, los palestinos aun no han entendido que Israel tiene derecho a existir. Por mucha camaradería de salón que reciban de sus aliados europeos, su única posibilidad de ganar la razón histórica es entendiéndolo..
Por Pilar Rahola
Fte.: Servicio de Prensa

Junio de 2003
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