LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Cien Años De Antisemitismo En La Argentina (Capítulo Diecinueve)
1937: Por qué la Iglesia católica apoyó la clausura de las escuelas obreras judías ("arbeter - shuln")

Por Herman Schiller
pds@cvtci.com.ar
En la década del treinta, cuando los regímenes fascistas de Alemania e Italia parecían que se llevaban el mundo por delante y las derechas de los más variados pelajes estaban convencidos que con “mano dura y habilidad” se podía ponerle coto al avance de la “revolución roja”, aquí, en la Argentina, la tendencia era paradojalmente distinta y los factores de poder no lograban encontrarle la vuelta al gran auge de las luchas obreras.
Las masas proletarias, llenando las calles con las banderas y consignas de los partidos de izquierda, no se dejaban tentar por el autoritarismo de Estado y el engaño corporativista.
Casi imposible le resultaba a la Iglesia que fructificara su oportunismo de crear "obreros cristianos” (al es-tilo de la JOC, Juventud Obrera Católica, o de las iniciativas impulsadas por monseñor Miguel de An-drea, que de ideólogo de la represión en la Semana Trágica de 1919 pasó a buscar caminos desesperados para cristianizar a las ma-sas) y no mejores resultados obtenía el paternalismo fascista y feudal al uso del gobernador Manuel A. Fresco en la Provincia de Buenos Aires. Mediante el fraude más escandaloso ("fraude patriótico”, se decía entonces para justificar la aberración), los conservadores podían conseguir el poder, pero la calle era siempre de los estandartes rojos. Y la Iglesia se sentía impotente para encontrar lazos entre el catolicismo y las luchas sociales.
En esos años de miseria y combatividad, el deterioro de la situación económica y la cifra de desocupados sufrió una brusca profundización. Según los propios datos oficiales, el presupuesto familiar promedio era de alrededor de $150 mensuales, mientras el salario no llegaba a $100, generándose una vez más un fuerte desequilibrio entre los ingresos y las necesidades elementales de los ho-gares laboriosos.
En esos años de continua pauperización para las masas, pero de esplendor para una cierta burguesía gerencial vinculada a las grandes empresas extranjeras, la lógica respuesta obrera fue la huelga y la movilización. En el período 1931/39 las huelgas alcanzaron a 365, con la participación de más de medio millón de trabajadores.
Casi todos los sindicatos, por no decir todos, produjeron paros muy prolongados, pero el movimiento huelguístico más importante de la época fue el de los trabajadores de la construcción que, encabezado por líderes de mucho prestigio como Guido Fioravanti, se extendió por casi cien días.
Duramente combatidas por el gobierno y la policía, a principios de 1936 todas las organizaciones obreras sin excepción resolvieron impulsar una huelga general por tiempo indeterminado en solidaridad con sus compañeros de la construcción. Esa huelga fue votada por aclamación en una asamblea pública y multitudinaria realizada en Plaza Once; y el 7 de enero, primer día del cese de actividades, el paro no sólo fue unánime (sin transporte, sin diarios y con gran adhesión del comercio minorista), sino que decenas de miles de trabajadores salieron a la calle levantando consignas antigubernamentales, anticlericales y antifascistas.
Columnas y columnas se dirigieron a los distintos mitines, cumpliendo además un papel muy relevante las comisiones solidarias que organizaban ollas populares y colectas para solventar el movimiento.
La reacción del régimen se desencadenó entonces con gran ferocidad. El propio presidente de la Re-pública, general Agustín P. Justo, dio las ordenes precisas. Hubo muertos, heridos, torturados y centenares de presos.
Los sindicatos fueron clausurados y los comedores colectivos saqueados. La Legión Cívica, formada por jóvenes católicos que colaboraban con la policía, y tenían profundas convicciones antisemitas y de simpatía hacia Hitler y Mussolini, tuvieron impunidad total para cometer depredaciones. Varias sedes sindicales fueron incendiadas, registrándose además un especial ensañamiento con algo que por entonces era tan apreciado como insoslayable para el proletariado: las bibliotecas obreras. Sobre todo las llamadas "bibliotecas rusas” que, en realidad, eran bibliotecas judías.
La represión policial agravó sus trágicos contornos hasta convertirse en sanguinaria. En Villa Urquiza fue muerto por la policía el obrero Santiago Bekener, quien había respondido a la agresión hiriendo a tres policías. En Pompeya fue baleado y muerto por un sargento de policía el obrero panadero Jerónimo Osenchuker. En Liniers quedo mortalmente herido el obrero Jaime Chudinsky, durante un tiroteo con la policía. En avenida Sáenz y Roca, al concurrir a una conferencia barrial, fue herido Juan Wov. En defensa de su li-bertad, Jacobo Bonometzky se tiroteó con la policía, cayendo muerto un agente. Detenido y procesado después, fue condenado a prisión perpetua. Efraim Lach, arrestado por el mismo episodio, recibió una condena de cuatro años.
La participación judía en esas jornadas de lucha fue muy intensa.
Era una época en que las masas judías integraban masivamente el movimiento obrero "en esas décadas anteriores a la irrupción del peronismo, la mayoría de los judíos era de distintas tendencias de izquierda", y esa militancia y esa inserción natural en las luchas sociales producía permanentemente presos políticos y víctimas.
El régimen, muy a su pesar, porque era la única manera que podía calmar la marea combativa de los trabajadores y el colapso económico que hubiera sido fatal en esa etapa de arranque de la industrialización, fue cediendo a varias de las exigencias obreras.
Así, no obstante el salvajismo de los represores que no pudieron quebrarle el espinazo a quienes habían decidido seguir adelante, triunfó el movimiento de los trabajadores de la construcción con mejoras notorias en los jornales y en la humanización del trabajo. Y todo el movimiento obrero, no obstante los sentimientos colectivos de tristeza por los caídos, celebró la victoria.
Cuando cesó la lucha y se reanudó la actividad laboral, el régimen pareció sentir cierto alivio, pero no disimuló que había quedado con la sangre en el ojo.
Desde el corazón mismo de la Iglesia se inició entonces una vasta campaña destinada a introducir cuñas de división y quiebre. El antisemitismo fue su instrumento predilecto. El objetivo inequívoco, explicito, era convencer a los trabajadores que, adhiriendo al "marxismo apátrida”, es-taban adhiriendo también al "judaísmo internacional y explotador”. Para ello desempolvó viejos prejuicios medievales, incluyendo la patraña del crimen ritual.
La preocupación por el avance de las izquierdas era muy grande en los factores de poder, particularmente en el ámbito del catolicismo. Y esos sentimientos llegaron a bordear el pánico cuando el 1° de mayo de ese mismo año, el movimiento obrero y fuertes organismos representativos de la clase media, incluidos los partidos Radical y Demócrata Progresista, ge-neraron una gigantesca manifestación, la más grande de Buenos Aires hasta ese momento, con la presencia de decenas de miles de personas que marcharon por las calles céntricas entonando estribillos contra el régimen socioeconómico vigente, especialmente contra el "oscurantismo clerical”. Hablaron, entre otros, Enrique Dickmann y Li-sandro de la Torre y va-rios representantes de los trabajadores.
En octubre de 1934, con el éxito del XXXII Con-greso Eucarístico Interna-cional presidido por el legado papal cardenal Eu-genio Pacelli, el futuro papa Pío XII, y la participación masiva de fieles, se habían imaginado que estaban tocando el cielo con las manos. Y supusieron que habían logrado revertir la tendencia. Pero se equivocaron, porque el ahondamiento de la lucha de clases y la falta de respuestas del sistema imperante ante el deterioro del nivel de vida, la extensión de la miseria y las pocas perspectivas por el futuro, hicieron crecer aún más los "grupos disolventes y subversivos”.
La calle "o sea, las movilizaciones populares y las protestas" tenía perfil inequívocamente de iz-quierda. Y para abortar eso, resurgió como una tromba la campaña antisemita, que en esos momentos partió indisimuladamente de la propia cúpula de la Iglesia.

"EL PELIGRO JUDÍO"
En esa etapa de gran ascenso de las luchas obreras, la Iglesia manejaba muchos medios directos, que eran poco menos que sus órganos oficiosos; y otros indirectos, donde el lenguaje era más llano y agresivo al estilo del que había puesto de moda en Alemania Julius Streicher con sus libelos.
No hay pruebas concretas de que "Crisol" (que cotidianamente se autodefinía como el "primer diario antijudío") o "Clarinada" fueran financiados por el clero, pero, especialmente la revista de Carlos M. Silveyra con el caricaturista que se rotulaba a sí mismo "Matajacoibos", solía presentarse como "publicación católica"; y no existen indicios de que la Iglesia los haya desautorizado o se haya sentido incómoda. Al contrario, Silvey-ra, por sus continuos escritos antisemitas y anticomunistas, fue varias veces elogiado por "El Pueblo", un diario que comenzó a aparecer a principios del siglo veinte, duró unos sesenta años y, especialmente en la década del treinta "cuando Hitler y Mussolini arrollaban en Europa", mostró una abierta hostilidad hacia los judíos, a quienes (como se había generalizado en ámbitos nazis, fascistas y del catolicismo de derecha) se le atribuían ser "los portadores simultáneos del capitalismo explotador y el comunismo ateo, subversivo y apátrida".
Pero Silveyra, como lo señalamos en algún otro capítulo de esta serie, no solamente recibía loas de "El Pueblo": también, de tanto en tanto, solía colaborar con alguna nota de opinión. Y, además, daba charlas en parroquias y unidades militares.
El antisemitismo, convertido en una poderosa e inequívoca herramienta pa-ra la penetración de las masas, fue utilizado por la Iglesia argentina a través del matutino "El Pueblo" (que nunca se mostró como un órgano oficial de la Iglesia, pero sí como un diario católico que reflejaba estrictamente las opiniones de la jerarquía eclesiástica hasta el punto que fue cálidamente resaltado por el propio Vaticano); y, también, por intermedio de varios sacerdotes que contaban con la aquiescencia de los jerarcas, especialmente Julio Meinvielle y Virgilio Filippo.
Meinvielle, entre sus múltiples escritos y su abundante actividad de furioso y activo antisemitismo (que incluía el abierto apoyo a la "acción directa", tanto que inspiró el surgimiento de varias bandas nazis), publicó en la década del treinta "El judío", cuya segunda edición de 1940 llegó a nuestras manos bajo el sello editorial de Gla-dium, en tanto que Filippo, cura párroco de la iglesia San Antonio de Villa Devoto, publicó en 1939 a través de la Editorial Tor "Los judíos, juicio histórico-científico", que incluía poemas antisemitas que re-producimos en lugar aparte.
Sin embargo, la publicación que más influencia ejerció en los cuadros católicos de aquellos días fue  la revista semanal "Criterio" que, especialmente, bajo la dirección de monseñor Gustavo J. Franceschi y con un lenguaje que pretendía culto, no disimuló nunca su aversión por los judíos.
En diciembre de 1933, el gran escritor judío A. L. Schussheim (abuelo de los conocidos Schussheim de la actualidad que se destacan en el arte y la publicidad) le replicó a Frances-chi en la recordada revista "Judaica"que dirigía Salo-món Resnik ("Hoy monseñor Franceschi ha ido tan lejos que justifica casi el estallido del odio zoológico de los alemanes hitleristas contra los judíos, así como las persecuciones brutales; y, además, monseñor Franceschi descubre que las causas de las brutalidades tudescas son los pecados judíos contra el pueblo alemán"), pero las inercias antisemitas de los primeros años de "Criterio" se convirtieron en sistemáticas y reiteradas inmediatamente después de las grandes movilizaciones y huelgas a las que hicimos referencia al principio de este capítulo.
"Los judíos son presuntuosos", señaló "Crite-rio" (11-III-37) en su sección de "comentarios" (página 221). Y el 8-IV-37, páginas 315 y 316, haciendo referencia a otro libro antisemita que apareció en esos días con la firma de otro cura ("Los judíos y nosotros los cristianos" del padre L. Th. Devaux) se despachó con cosas como estas:
"El antisemitismo típico, no por ser un sentimiento condenable, deja de ser la consecuencia de la conducta que asumen los judíos, religiosa, económica o políticamente, frente a las sociedades cristianas o no judías en cuyo seno residen (...). No debemos cerrar los ojos ni negar el peligro judío (...). El padre L. Th. Devaux, superior general de los Padres Misioneros de Nuestra Señora de Sión, dice con completa claridad que prácticamente es cierto que el punto de partida del antisemitismo reside en gran parte, entre los cristianos, en el hecho de que los judíos han desconocido, rechazado y condenado a Jesús de Nazareth, el enviado de Dios y el Mesías prometido (...). El antisemitismo existe por el espíritu judío, encerrado y obstinadamente aislado por el Talmud en el más salvaje de los exclusivismos (...). Hay un antisemitismo permitido y es el prescripto por la Iglesia. Es el antisemitismo que consiste en preservar a los cristianos de la corrupción y de la explotación de los judíos. No es lícito ignorar las prescripciones canónicas que prohíben ciertas relaciones con los judíos. Además está el Talmud, con la doble mo-ral que en él se enseña (...). Un pueblo como el judío juega un papel fatalmente subversivo desde el momento en que rechaza al verdadero Mesías (...). La francmasonería está controlada por los judíos y, de los 545 miembros que componen la alta administración soviética de Rusia, 447 son judíos. Debemos defendernos de la subversión judía. ¿O es que la sociedad sólo debe defenderse de los subversivos cristianos?".
"Criterio", con profusión de datos y citas que utilizaba sin solución de continuidad para hacer más creíble sus conclusiones ante los prejuiciosos desinformados, no perdió la oportunidad de arremeter contra los judíos cuando se estrenó en el Teatro Na-cional la obra "Pan criollo" de César Tiempo.
Luis Kardúner, en "Judaica", la criticó desde un punto de vista judío (porque consideró que ha-bía demasiados personajes judíos negativos), pero "Criterio" le dedicó páginas y páginas con un desorbitado lenguaje antisemita.
Por ejemplo, y con relación a esta pieza teatral, en sus ediciones del 15-IV-37 (páginas 357 y 358), del 22-IV-37 (páginas 381 y 382) y del 29-IV-37 (páginas 399 y 400), o sea en tres ediciones sucesivas, señaló, entre otras muchas cosas, lo siguiente:
"César Tiempo escribió anteriormente ´Carlos Marx en la intimidad´, que sirve a los fines de desargentinizar al país divulgando la figura y la doctrina del famoso judío que dio bases ´científicas´ a la subversión y al materialismo (...). César Tiempo ha arremetido contra uno de los más grandes argentinos, el director de la Biblioteca Nacional, Hugo Wast, que en docenas de libros no ha hecho otra cosas que exaltar las virtudes familiares, espirituales y patrióticas que hicieron posible la formación y la grandeza de la República. ¿Sabéis por qué César Tiempo pide la cabeza de Hugo Wast? Porque éste cometió la audacia de proclamar, en su novela ´Oro´, la necesidad de defender nuestra integridad nacional contra el avance de nacionalismos extraños como el nacionalismo judío (...). César Tiempo nunca deja de pedir auxilio a la dialéctica marxista (...). El argentino respeta la religión de los no católicos, pero no está dispuesto a respetar la conducta de los no católicos si ellos tienden a formar, dentro de la Nación, islotes sociales hostiles a su idiosincrasia. Uno de esos islotes hostiles es el que se nos presenta, típico, en ´Pan criollo´. Es el islote judío, el único que reviste, hoy por hoy, características verdaderamente peligrosas para el futuro de la argentinidad (...). Los ju-díos son, en general, así: atacan y esperan que el atacado crea que se le acaricia (...). La obra es una síntesis del hato de granujas existente en el judaísmo".
Y "Criterio" remata sus apreciaciones sobre "Pan criollo" con esta joyita imperdible:
"El escritor argentino César tiempo no se llama César Tiempo ni es argentino. Se llama Israel Zeit-lin y es ucraniano, nacido en la ciudad de Ekateri-noslav. Ha de tener, suponemos, carta de ciudadanía; y aunque puede que no la tenga, eso es lo de menos ante el hecho cierto de que no se siente argentino, a juzgar por su obra, en la que no se descubre otra nacionalidad que la judía. El judío es, por antomasia, el ciudadano del universo. Por eso es el mismo en todas partes, cualquiera sea la lengua que utilice. Pero el judío pertenece a una nación determinada que, aunque no dispone de un determinado territorio "y no dispone de él porque no quiere", se mantiene unida por medio del acatamiento a sus libros sagrados y adquiere cada vez mayor potencia gracias al esfuerzo incesante de sus financieros y políticos. Esto quiere decir "siempre que siga siendo exacto que dos más dos hacen cuatro" que los judíos procuran establecer su Estado Na-cional dentro del Estado nacional de los países en cuyo seno viven".
Este comentario, verdadero precursor del "Plan Andinia" (la superchería inventada por Walter Be-veraggi Allende a principios de la década del setenta que acusaba a los judíos de pretender desgajar una porción del territorio argentino para convertirlo en "otro Estado judío") fue publicado por "Criterio", valga la reiteración, el 15 de abril de 1937.
En ese mismo comentario, la revista semanal de monseñor Franceschi adujo que "la única salida para los judíos es la conversión voluntaria" y, por supuesto, en el máximo nivel de su magnanimidad humanitaria, aseguró estar en contra de las "conversiones forzadas". Por eso, subrayó, hay que estar bien alerta al "peligro judío".

BIBLIAS SUBVERSIVAS
En esos mismos días (27-V-37, páginas 80 y 81), en una crítica durísima al libro del gran escritor Rafael Cansinos Assens ("Los judíos en la literatura española") que acababa de aparecer en Buenos Aires, "Criterio" ya no ocultó ni disimuló su violencia antisemita y se despachó con esta amenaza directa:
"Los argentinos no están dispuestos a que los judíos dispongan de la patria como de tierra conquistada".
En mayo de 1937, como ya lo señaláramos in extenso en otros capítulos, fueron clausurados las "arbeter shuln", las escuelas obreras judías que tan importante tarea educativa realizaban entre los sectores más po-bres de los inmigrantes judíos. La clausura se produjo a raíz de la intensa campaña de "denuncias" promovidas por el senador Matías Sán-chez Sorondo (ex ministro del Interior de la dictadura del general Uriburu en 1930 y un hombre que abiertamente exteriorizó sus simpatías por el fascismo y su aversión por los judíos). En la provincia de Buenos Aires, donde ejercía como gobernador Manuel A. Fresco (que nunca, inclusive después de la guerra, dejó de mantener orgullosamente sobre su escritorio las fotos autografiadas de Hitler y Mussolini), la medida gubernamental de efectivizar el cierre de los establecimientos judíos se concretó con saña y violencia.
Durante los dos primeros años de la gestión de Fresco (1936-38) fue su ministro de Gobierno nada menos que Roberto J. No-ble, otro de los fascistas de la época que, en agosto de 1945, llegara a fundar el diario "Clarín" (y no son pocos los que aseguran que el matutino fue bautizado con ese nombre tan caro a los militares en homenaje a la revista nazi "Clarinada" que, cinco meses antes, en marzo del ´45, cesó de aparecer apenas se produjo aquella grotesca (y oportunista) declaración de guerra a Alemania suscripta por el gobierno provisional de Fa-rell y Perón cuando ya el "führer" y el "duce" estaban prácticamente vencidos.
Noble que, como lo señalara Luis A. Sciutto (Diego Lucero) en la biografía por encargo publicada en 1979, había participado activamente en el golpe de Uriburu del 6-IX-30 y fue, según Sciutto, "uno de los seis únicos civiles de la primera línea en aquellos actos determinantes del derrocamiento de Hipólito Irigoyen".
Noble, apenas asumió el cargo en 1936, designó como uno de sus más inmediatos colaboradores a Car-los Suárez Pinto, un fascista declarado que se desempeñó como subjefe de policía de la provincia y, más tarde, se dedicó al periodismo en el diario de ultraderecha "Cabildo" (años después, al aparecer "Clarín", Noble le confió la secretaría de redacción).
Y el 26 de mayo de 1937, siguiendo lineamientos que se encontraban en ejecución en el orden nacional, Noble mandó a la policía provincial a clausurar las "arbeter shuln" (escuelas obreras judías) que, en territorio bonaerense, se encontraban principalmente en La Plata, Zárate, Campana y Valentín Alsina.
Los allanamientos se perpetraron con mucha prepotencia y haciendo valer todo el peso de la fuerza pública, arrasando con materiales pedagógicos y deteniendo a varios de los docentes.
Uno de los activistas de aquellas escuelas, Gregorio Lerner (que falleció recientemente y fue un testigo clave en el juicio al dictador Videla, por el caso de su hijo Mario, asesinado alevosamente en su domicilio du-rante la última dictadura militar), llegó a brindar un amplio testimonio en el Departamento Latinoameri-cano de la Universidad He-brea de Jerusalem de a-quellas jornadas sombrías de persecución y fascismo en la Argentina de los años treinta.
La Iglesia de entonces, obviamente apoyó la clausura de las escuelas judías. Y la revista "Criterio", en un articulo sin firma aunque no resulta improbable que lo haya escrito el propio Franceschi, en la página 105 de la edición del 3 de junio de 1937, bajo el título de "Judaísmo y comunismo", señaló, entre otras cosas, lo siguiente (y reproducimos la nota en forma textual y completa, sin quitarle ni añadirle siquiera una coma o un acento, para que el lector, se haga su propia composición de lugar):
"La colectividad judía que reside entre nosotros no ha producido hasta hoy ningún documento que pruebe categóricamente su repudio por la entidad hebrea que dirige y financia las escuelas co-munistas que, siete en la Capital Federal y cuatro en la provincia de Buenos Aires, fueron allanadas por la policía en la semana anterior. Sólo ha podido leerse por ahí alguna exculpación tímida, llena de condiciones, salvedades y ataques a otras colectividades, todo lo cual no hace sino poner de manifiesto la conocida simpatía que la casi totalidad de los hebreos siente por la extrema izquierda.
"En cambio, los judíos han protestado por el allanamiento en unas declaraciones que hicieron públicas. Gran parte de las declaraciones de la mesa directiva de las Escuelas Populares Israelitas de la República Argentina constituye una salida por la tangente destinada a confundir a los lectores y a distraerlos del aspecto esencial de la cuestión. Los dirigentes judíos dicen que nada se ha encontrado que pueda confirmar la acusación oficial y, después de otras cosas, añaden que a los niños y a los padres se les exigió que firmaran una declaración por la cual reconocen que sus hijos reciben enseñanza comunista. Dicen, además, que lo único que secuestró la policía fueron proyectores de cine y biblias en hebreo que fueron calificadas como material subversivo. Y nosotros respondemos que los dirigentes judíos mienten. Ellos son comunistas y sólo los comunistas creen en la conveniencia de negar lo evidente, aún cuando pa-rezca que la negación, por no tener en qué asentarse, moverá a risa.
"Lo cierto es bien distinto. Ni siquiera el procedimiento se llevó a cabo con la intervención exclusiva de la policía, como pretenden los judíos y los judaizantes que los sirven; porque contó con la colaboración de funcionarios responsables del Ministe-rio de Justicia e Instruc-ción Pública, del Consejo Nacional de Educación y del Departamento Nacio-nal de Higiene. El organizador principal de estas escuelas, llamado Jeroso-limsky, había sido deportado en una oportunidad anterior.
"La policía secuestró muchos libros en idish de innegable ideología comunista y no sólo biblias. Y en los programas de estudio había abundante referencia a expresiones que nada tienen de bíblicas, como lucha de clases, huelgas, proletariado, cam-pesinos, terratenientes, burguesía.
"Nada de esto puede desmentirse, porque todo está ahí, no en palabras sino en hechos que tienen pruebas materiales y le-gales. Desmentirlo constituye un verdadero alzamiento contra la verdad, que es decir contra el orden.
"Hablar de abusos policiales, de firmas obtenidas por la fuerza y colocadas en hojas en blanco que luego llenará la policía; o decir que la policía tiene por costumbre ha-cer estas cosas, es un delito subversivo y audaz que exigiría inmediata represión aunque no estuviera ligado a una notoria actividad comunista.
"Y, por encima de todo, es necesario vigilar a los hebreos. No es que  falten entre ellos buenos extranjeros y excelentes argentinos. Pero no hay que engañarse, porque esos judíos buenos integran una minoría ínfima, prácticamente separada de la colectividad. De ahí que su existencia, que se suma a la vida general del país, pase desapercibida. Los judíos que se clasifican como tales son los otros, el noventa y nueve por ciento, la masa que lucha por destruir nuestra religión, nuestras tradiciones, nuestros sentimientos patrióticos, y que hoy recurre al comunismo para perseguir sus finalidades anticristianas y an-tiargentinas, igual que mañana recurrirá a otro medio que le pareciese más importante".
La reacción "intempestiva, antisemita" del órgano oficioso de la Iglesia frente a la clausura de las escuelas obreras judías, da la pauta del clima que se vivía entonces en el país, además de revelar con bastante claridad por qué la Iglesia no vio con malos ojos el cierre de los establecimientos edu-cativos judíos. Tiempo después, el 23-XII-37, en vísperas de la Navidad, "Cri-terio" publicó una violenta réplica a "El Diario",  publicación claramente antinazi, y, por eso, la revista de monseñor Gustavo J. Franceschi  solía constantemente calificarla como una expresión periodística financiada por el "oro israelita".
"El Diario", días antes, al dar cuenta de un nuevo atentado que se había cometido en Buenos Aires contra el frente de un templo judío, denunció el "inquebrantable silencio de la Iglesia católica frente a las atrocidades nazis en Alemania y frente a la hostilidad ma-nifiesta que se registra en nuestro país". Y "Criterio", como respuesta a "El Dia-rio", publicó un suelto que tituló "Desagradecimiento judaico" en el que acusó a los judíos de ser los verdaderos silenciosos, porque "no dicen nada cuando los comunistas queman iglesias en España".
Este era el contexto en la Argentina pauperizada y sometida de 1937, cuando el general Agustín P. Justo era presidente de la Re-pública, el dúo Fresco-Noble gobernaba la provincia de Buenos Aires y la Iglesia argentina hacía lo imposible por neutralizar el avance de las izquierdas y de los sectores más combativos del movimiento obrero mediante una feroz campaña antisemita.
También era la época de la Legión Cívica, el grupo de choque nazi creado bajo la inspiración del general José Félix Uriburu y que, posteriormente, se unió a otras bandas fascistas de similar catadura ("Agrupa-ciones Patrióticas Coronel Brandsen", "Comisión Po-pular Argentina contra el Comunismo", "Granade-ros de San Martín", "Huinca", "Legión de Mayo", "Liga Republi-cana" y "Milicia Cívica Nacionalista") para coordinar su acción y adoptar la designación conjunta de "Guardia Argentina".
Dijimos al principio que, desde el seno de la Iglesia,  los principales propulsores del antisemitismo en aquellos años fueron "Criterio", "Crisol", "El Pueblo" y los curas Mein-vielle y Filippo. Hoy volvimos a darle un espacio ex-tenso a la revista de monseñor Franceschi. En nuestras próximas entregas abundaremos en documentación y testimonios sobre los otros factores.•
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Marzo de 2003
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