LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Caso AMIA. Una sorprendente Relación entre el Volquete y la Trafic.
El intermediario

Por Juan Salinas
Su identidad es el “agujero negro” (o azul) en el que desde hace una década está empantanada la investigación

Casi desde el primer día, la investigación esta empantanada en un punto: ¿a quién le entregó Carlos Telleldín la Trafic a la que se acusa de haber servido de vehículo de los explosivos? A pesar de la práctica certeza de que será condenado, ya sea por miedo, conveniencia o ambas cosas, Telleldín sigue negándose tozudamente a decir a quien se la dio. Sin embargo, como en otros mensajes cifrados de su autoría (plagados de dobles sentidos), Telleldín dijo varias veces que fue un tal “Barg” quien se la llevó. Esas cuatro letras abrieron un agujero negro que el inicuo juez Galeano, como jefe operativo de los encubridores, trató tan desesperada como infructuosamente de tapar. ¿Por qué? Nada menos que porque vuelve a poner la lupa sobre una vasta organización de robo y “mellizaje” de automotores que gozaba de absoluta protección de la Policía Federal, y sobre el volquete que se descargó frente a la puerta de la AMIA unos pocos minutos antes de que se desatara el infierno.



El traspaso de una Trafic blanca por parte de Carlos Alberto Telleldín (a) El Enano a terceros aun desconocidos una semana antes del atentado está envuelto en el misterio. Según la historia oficial, a esa camioneta se le colocó un motor proveniente de otra Trafic, y como un pedazo de su block de motor apareció entre los escombros de la AMIA, ello acredita que sirvió como vehículo para volar la mutual hebrea.
Haya o no ocurrido así, haya sido la Trafic el vector del atentado o un señuelo para desviar las investigaciones de quienes demolieron con explosivos el edificio y mataron a 85 personas e hirieron a mu-chas más, de lo que no hay duda es de es clave para el eventual avance de las investigación y la identificación de los asesinos.
El misterio está relacionado tanto con la identidad de quién o quienes recibieron la Trafic de manos de Telleldín como acerca de si su traspaso fue a titulo oneroso (una venta, tal como dijo su concubina, Ana Boragni ante el tribunal); una cesión bajo amenazas (extorsión), o bien una en-trega gratuita de a pedido de los jefes de una extensa y ramificada banda de de-lincuentes a cuyas estribaciones periféricas El Enano habría pertenecido.1
Probablemente haya si-do una mezcla de las dos últimos posibilidades. Co-mo le dijo Telleldín al juez Galeano en el curso de las espurias negociaciones que mantuvieron con el objetivo de que El Enano acusara falsamente a un grupo de policías bonaerenses con quienes estaba enemistado a cambio de 400.000 dólares y otras canonjías: “Con ellos (los que se llevaron la Trafic) tenía una relación comercial. Hasta ahí no-más, claro. No me metían preso para sacarme plata a pesar de que sabían que mi situación era más o menos buena. Venían, me sacaban plata y listo”.2
Como está acreditado que Ribelli y sus hombres habían detenido y extorsionado a Telleldín, está claro que El Enano no se refería a ellos, sino a otra banda. Con toda probabilidad, la misma que le había dado la Trafic quemada a la que él y su mecánico habitual, Claudio Guillermo Miguel Cotoras le habían sacado el motor, que Telleldín y Ana Boragni se llevaron en el auto de ésta. Ese mismo motor parte del cual habría de aparecer entre los es-combros de la AMIA. Es decir, Telleldín se refirió a la banda que integraba quien le había dado la Trafic quemada: Alejan-dro Monjo, quien gozaba de una protección tan completa de parte de la Policía Federal y particularmente de su División Sustracción de Automotores, que le gustaba exhibir un llavero enchapado en oro que le había entregado esta división, tal como hizo al de-clarar ante el juez Galeano. Por lo demás, esa protección era obvia: ocho policías federales de uniforme hacían horas extras (adicionales) en Alejandro Auto-motores, su amplio negocio de la Avenida San Martín y Campana, Capital Federal, lo que de modo alguno es un dato menor.

El Pato de la boda
Escasas horas después de cometido el ataque, al-gunas radios empezaron a difundir que había sido cometido con una Trafic-bomba. Poco después, se presentó la única testigo que dijo haber visto la supuesta camioneta (de la que dijo que era beige) Nicolasa Romero, una enfermera del Hospital Bartolomé Churru-ca Visca, de la Policía Federal… que años después admitiría que se presentó a declarar (es de-cir, a mentir desaforadamente, hasta el punto de que ubicó el volante de la Trafic a la derecha) aleccionada por una compañera, esposa de un comisario de los Bomberos de la PFA.
Está acreditado que en tales circunstancias Tellel-dín sospechó que podía haber sido traicionado y estaba a punto de convertirse en “el pato de la boda” por lo que huyó hacia Misiones.
Sospechaba bien: si bien la historia oficial afirma que fue la numeración de aquel pedazo de motor que apareció entre los es-combros de la AMIA la pista que le permitió a los investigadores llegar hasta él, ese andamiaje se de-rrumbó como un castillo de naipes en el juicio oral y público que se sustancia en los sótanos de los tribunales federales: la lectura de la fojas 114 y 865 del colosal expediente demuestran que, a pedido del Departa-mento de Protección al Orden Constitucional (DPOC) de la Policía Federal, el juez federal Juan José Galeano ordenó intervenir el teléfono de Telleldín antes de que aquel motor apareciera (ver Fojas delatoras).

Sirios, federales y contenedores
El regreso de Telledín a Buenos Aires y su entrega en Aeroparque fue objeto de largas negociaciones entre el prófugo y un nu-meroso grupo de agentes de la SIDE, policías federales y bonaerenses que se habían instalado en el chalet que El Enano y Ana Boragni (que participó acti-vamente en aquel regateo) habían alquilado en la calle República de Villa Balles-ter. Esas negociaciones de-bieron ser muy embarazosas3, ya que ocupaban la mayor parte de los 66 casetes de audio cuyos originales y copias desaparecieron tanto en la SIDE como del Departamento de Protección al Orden Constitucional (DPOC) de la Policía Fede-ral, desaparición que, más que sugerir, vocifera la existencia de una orden superior.
Coincidentemente, el propio Telleldín relató co-mo, al momento de ser detenido en el Aeroparque Metropolitano, los policías del DPOC borraron su agenda electrónica y mutilaron la de papel a fin de que no se lo relacionara con figuras vinculadas al poder y con altos oficiales policiales que protegían sus actividades delictivas. Por ejemplo a ex policías exonerados por sus vínculos con secuestradores y asesinos y oficiales en actividad relacionados con claros sospechosos de haber participado en la preparación del ataque como el sirio Alberto Jacinto Kanoore Edul, quien llamó a Telleldín en momentos en que éste se desembarazaba de la Trafic.4
Para entonces, Ana Boragni ya había declarado en el DPOC y dicho tal como había acordado que Carlos le había vendido la Trafic a unos “orientales”, chinos o coreanos que se habían llegado a su casa en un Mitsubishi Galant azul, así que por lo que Telleldín se vio obligado a seguirle la corriente.
Cuando la historia se reveló como un cuento chino, Ana y él acordaron decir que se la habían vendido a un ex-tranjero de gorra encasquetada y anteojos oscuros. Lástima que Ana dijo que tenía acento “europeo” (?) y Carlos que era “centroamericano, co-mo el de los narcotraficantes de las películas” y que le había enseñado documentos argentinos a nombre de “Ramón Martínez”.
Telleldín también dijo que el hombre había sacado el dinero, fajos de dólares, tras abrir un maletín. Ana tuvo un delicioso lapsus que quedó asentado textualmente en el acta y por lo tanto en el expediente judicial: dijo que había sacado el dinero de “un contened... perdón de un maletín”.

Mensajes cifrados
La mención de “Ramón Martínez” como supuesto comprador de la Trafic no fue aleatoria. Telleldín quería vengarse de “El Ga-llego”, un ex socio que al parecer no le había pagado lo convenido por unos electrodomésticos robados. Po-co después, Martínez, un ciudadano español de unos cincuenta años residente en Mar del Plata, fue detenido. Horas después, tan pronto quedó claro que nada tenía que ver con el atentado, fue puesto en libertad.
Fue a mediados de 1996 y tras llegar a un “arreglo” con el juez Juan José Galeano a cambio de muchísimo dinero de los fondos reservados de la SIDE, que Telleldín acusó a un grupo de policías bonaerenses de haberle quitado la Trafic blanca y se abstuvo –según aclaró, por el enfático pedido del juez Galeano y su secretario Javier De Gamas para que así lo hiciera- de ni siquiera mencionar a la Policía Federal.
Telleldín dijo que el domingo 10 de julio de 1994, una semana antes de la voladura de la AMIA, había recibido en su casa la visita de un tipo que le dijo que quería ver la Trafic que ofrecía, pero que tan pronto ambos estuvieron en la vereda, el visitante le puso frente a los ojos una credencial de policía y le dijo que estaba con unos amigos que tenían mucho interés en conversar con él.
Dijo que el hombre llevaba una gorra encasquetada y anteojos oscuros, y que además tenía peluca, todo con el obvio propósito de que él no lo reconociera, pero a pesar de todo, anunció triunfal, lo había re-conocido: se trataba de “Marcelo Barg” a quien había conocido en Entre Ríos.5
Tanto El Enano como su concubina coincidieron en señalar que, apremiado por un grupo de policías bonaerenses que lo extorsionaba, no había tenido más remedio que firmarle los papeles de la Trafic al misterioso “Barg”.
Como no había constancia de la existencia de persona alguna con ese nombre y ante nuevas preguntas de Galeano y de De Gamas, Telleldín dijo socarrón que no podía asegurar que “Barg” fuera su verdadero nombre, pero sí que figuraba con él en el Re-gistro Nacional de Auto-motores, donde también fotos de él.
Y que aunque no podía asegurar que “Barg” fuera policía, si podía decir que trabajaba para una ban-da policial que hacía “duplicados” y “triplicados” de vehículos siniestrados.
Todo indicaba que, al igual que había hecho antes al mencionar a “Ramón Martínez”, Telleldín estaba enviando un mensaje cifrado. Pero ¿Cual?

Galeano tira la pelota afuera
El juez Galeano se tomó tres (3) años hasta difundir un identikit del supuesto “Barg”: el dibujo de un hombre sin ningún rasgo notable, con gorra, peluca y anteojos oscuros. Podía ser cualquiera, pero como el propio Telleldín se había desdicho para afirmar que al acusar a “Barg” había mentido, no era nadie.
Transcurrían las vísperas del cuarto aniversario del atentado y un noticiero destacó el supuesto parecido del identikit con uno de los policías bonaerenses detenidos. Laura Ginsberg, la más activa de los familiares de las víctimas del atentado, no lo dejó pasar: “El mismo Telleldín ya reconoció que ese identikit es falso. Es como si Galeano quisiera mostrar que hace cuando no hace. No puede ser que cada vez que se acerca un aniversario haga estas co-sas”.
Quizá Galeano no estuviera preocupado sólo por hacer como que investigaba. Quizá estuviera tratando de evitar que alguien atase cabos y descubriera a quién había señalado furtivamente El Enano, para lo cual había que encontrar un candidato al que le cupiera el sayo, alguien de quien pudiera decirse que era “Barg” (ver Un sambenito para Santos)

Socios e Íntimos
Un colega que estuvo cerca de atar cabos fue, al parecer de manera fortuita, Walter Goobar, autor de El tercer atentado. Al referirse al escándalo de las concesiones de unos Registros de Automotores que recaudaban entre 30 y 50 mil pe-sos/dólares diarios, Goobar definió el 17 de agosto del 2000 la concesión de aquellos como “una especie de franquicia” graciosa de las tareas propias del Ministe-rio de Justicia, “una privatización para familiares de apellidos ilustres como Menem, Granillo Ocampo, Barra”.
El entonces juez federal Gabriel Cavallo, recordó, se encontraba investigando “un caso de corrupción (falsificación de recibos de sueldos y de contratos la-borales) en la Dirección Nacional del Registro, que centraliza los registros de propiedad automotor”.
El periodista explicó seguidamente que personas fallecidas seguían cobrando sus sueldos del Estado y que falsos abogados firmaban expedientes y resoluciones, de lo que responsabilizó al titular “histórico” del Re-gistro Nacional de Propie-dad Automotor (RNPA), Manuel Durand, con quien, anunció, emitiría a continuación una entrevista grabada.
Durand era quien, a partir del número que tenía el pedazo de block de motor encontrado entre los escombros de la AMIA (váyase a saber cómo y por quien, ya que el acta correspondiente era falsa como una perla de cristal, tal como se demostró en el juicio oral y público) había encabezado formalmente la pesquisa para averiguar cuál había sido el último dueño de la Trafic a la que correspondía ese motor.
Esa pesquisa dio como resultado que había sido de la firma textil Messin SRL (hoy Daniel Cassin) y, se-gún la historia oficial, fue a partir de ese dato que los investigadores llegaron a Alejandro Automotores, la empresa de Alejandro Mon-jo, un viejo socio de la jefatura de la Federal, donde pudieron identificar a Te-lleldín, que figuraba en los registros de Alejandro Au-tomotores como “Telledín”.
Hubiera sido muy interesante preguntarle a Du-rand por todo ello, pero en cambio Goobar centró sus preguntas en las relaciones que a través de terceros mantenían entre si el entrevistado y el detenido comisario Juan José Ribelli, un experto en el reciclaje de vehículos robados.6
Al comenzar la entrevista, Goobar le preguntó a Durand si una sobrina suya era titular de un registro. Cuando Durand lo confirmó, tuvo lugar el siguiente diálogo:

Goobar– ¿Hay una persona que era su escribano particular en Entre Ríos que también es titular de un registro?

Durand– No, no es así, Es encargado, pero es uno de los escribanos con los que yo he trabajado…

Goobar– Me refiero al registro nº 27, que creo que está a cargo de Rita Ber-tana. Ella es la esposa del escribano (Carlos Gerar-do) Fischbarg.

Durand– Es esposa del escribano Fischbarg, persona que en alguna época ha sido socio mío, pero que actualmente tiene su propio registro.

Aunque minimizó su relación con Fischbarg, ex prosecretario del Colegio de Escribanos, Durand no pudo negarla: en el Colegio de Escribanos ambos tienen registrado como domicilio la misma oficina de la calle Lavalle al 1400.
Además, los números de DNI de ambos son correlativos, lo que revela lo que pudo confirmarse por otras fuentes: además de socios, Durand y Fischbarg eran íntimos.

El escribano de los Haddad
A partir de entonces, el tema “Barg” resucitó. Para quienes están empeñados en desviar cualquier atisbo de investigación genuina hacia vías muertas, la mera posibilidad de que Telleldín se hubiera referido al entrerriano Fisch-barg como “Barg” (sugiriéndoles taimadamente a los investigadores nada menos que fueran a averiguar por esa grafía al Registro Nacional de la Propiedad Automotor, don-de también podrían encontrar su foto) suena a hecatombe.
Es que Carlos Gerar-do Fischbarg era, desde mucho antes de cometerse el atentado el escribano habitual del libanés Nassib Haddad, titular de la empresa Santa Rita: la misma que depositó un volquete frente a la puerta de la AMIA escasos minutos antes de que fuera demolida mediante lo que el extinto Alfredo Yabrán llamó un “bombardeo” (ver Diez toneladas de explosivos).
Goobar emitió la entrevista con Durand exactamente una semana después de que el escribano declarara en el juicio oral. Aquella declaración estuvo plagada de evasivas, y en ella Durand había negado tener relación alguna con Fischbarg, lo que había dejado atónitos a quienes sabían de la estrecha amistad entre ambos.

Res non verba
El DPOC le pasó al juez Galeano un pedido de intervención del teléfono de Telleldín que fue cosido al expediente el lunes 25 de julio por la mañana y numerado como foja 114. Y el motor apareció entre los escombros de la AMIA ese mismo lunes luego de anochecer.
¿Cómo sabían los policías del DPOC que Tellel-dín estaba involucrado en el ataque (como mínimo) un día antes de que se encontrase el motor?
Una explicación la dieron quienes eran los jefes de los Bomberos de la PFA al momento de cometerse el atentado. Los comisarios Omar Rago y Norberto Corcetti. coincidieron en declarar ante el tribunal que el motor se encontró, como muy tarde, al día siguiente del atentado y que fue llevado al Depar-tamento Central de Policía. Un periodista, José Bianco, de Radio Mitre, testimonió por su parte que un motor Renault se encontraba so-bre la calzada y fue recogido por personal policial de civil el mismo lunes 18 de julio, lo que, por cierto, no figura en ninguna acta policial.
El jefe de la División Sustracción de Automoto-res que le regaló el llavero enchapado en oro a Monjo y mantenía la relación personalizada entre aquella división y dicho doblador de autos para la época del atentado era el comisario Alfredo Daniel Díaz, que a raíz de ello había sido raleado de la fuerza.
Al declarar ante el tribunal, Díaz confirmó que el DPOC tenía el número de ese motor mucho antes de que apareciese entre los escombros de la AMIA. “Un día a la tardecita me llamó gente del DPOC y me dio los datos del mo-tor”, explicó.
Tras ver que la Trafic que se correspondía con ese motor no tenía pedido de captura, siguió diciendo, se había puesto en contacto con el RNPA al que le pidió que le enviara datos de su propietario, información que, precisó, le llegó al día siguiente. “Apenas me comunicaron los datos llamé al DPOC para pasarlos, pero me dijeron que ya se los habían informado”, confirmó.
Después de Díaz, de-claró Durand. Dijo ante el tribunal que “tres o cuatro días después del atentado” el secretario de Justicia “me llamó para pedirme colaboración” motivo por el cual había armado un “equipo especial” que había trabajado durante toda la semana siguiente “hasta altas horas de la noche”.
Ese “equipo especial” de empleados del RNPA había trabajado en conjunto con efectivos de la Policía Federal y agente de la SIDE ordenando en listados “todas las trafics que estaban inscriptas”, a pesar de lo cual Durand dijo no poder precisar si de esa labor había surgido la información que condujo a Telleldín.

Bluff
Durand dijo que el “equipo especial” trabajó hasta altas horas de la noche en la semana que fue del lunes 25 de julio de 1994 al viernes 29. Está claro que todo ello era un bluff para encubrir que los policías del DPOC tenían información sobre Tellel-dín antes de que apareciera el motor en público.
Lo que no tendría nada de raro si Telleldín hubiera entregado devuelto ese motor a quienes se lo habían dado.
Coincidentemente, cuando en 1995 el juez Galeano, secundado por la policía bonaerense, detuvo en Villa Maipú a Pablo Ibáñez y a Miriam Salinas, dos íntimos de Telleldín y Ana Boragni el destino de ese motor pareció estar a punto de resolverse.
Ibáñez era un “pesado” que andaba habitualmente “calzado” con armas de grueso calibre y que le había encargado al mecánico Ariel Nitzcaner que le blindara un automóvil. Sa-linas, de profesión prostituta, no sólo era íntima de Ana Boragni sino también su apoderada.
El fiscal Eamon Mu-llen dijo entonces que se encontraba investigando la posibilidad de que Te-lleldín, una vez que estuvo reparada, le hubiese de-vuelto la Trafic a Monjo. Efectivamente, tal como consta en el expediente Telleldín le dio la Trafic quemada a un allegado a Monjo, que la llevó al desarmadero clandestino de Antonio Avelino “El Cor-dobés” Agüero, en la localidad bonaerense de José C. Paz, donde fue “cortada”, es decir, desguazada.
Los policías bonaerenses que detuvieron a Ibáñez y Salinas le dijeron a los periodistas que Ibáñez integraba una “organización muy ramificada y muy pesada, que tiene antecedentes por la eliminación de quienes se interponen en su camino”, tal como publicó el diario “Crónica”.
La pareja tenía consigo 600 (seiscientos) gramos de cocaína. Sin embargo, el juez Galeano no sólo los puso prontamente en libertad sino que les extendió inmunidad al hacer de ellos “testigos reservados”.•
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Febrero / Marzo 2004 - Adar 5764
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