LA VOZ y la opinión


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Reflexión
Javier

Por Isaías Leo Kremer
isaiaskremer@ciudad.com.ar
Don Manuel Escurra era uno de los chacareros fuertes en la localidad de Stro-eder, cercana al pueblo en que yo vivía.
Cuando se enamoró de Eñele, una chica judía de mi pueblo, fue un escándalo para ambas familias.
La fuerte raíz cristiana de los escurra y la equivalente judía de los Dorfman, (familia de Eñele) provocó iras, discusiones y disputas varias.
Por fin, el vasco escurra se salió con la suya, se casó con Eñele, pero impuso la crianza cristiana a sus vástagos cuando llegaron, así como observancia total de las festividades católicas.
Eñele aceptó todo, pese a que eso representó romper con su familia.
El matrimonio funcionaba aparentemente bien y pronto dos niñas y dos varones, completaron el grupo familiar.
Al insertarse en la co-munidad católica ya no los frecuentamos, pues aparte había como un tácito estigma sobre la mujer que abandonara a los suyos.
Muchos años después, estando yo en Buenos Ai-res, fui invitado por unos compañeros de la facultad al pensionado de la curia en que vivían ubicado sobre las barrancas de Belgrano
Circunstancialmente allí, conocí a un joven llamado Javier Escurra, que era originario del pueblo vecino al mío, lo cual nos alegró a ambos a efectos de poder intercambiar chimentos, era el hijo mayor de Eñele
Javier estaba siguiendo la carrera eclesiástica y yo estudiaba en el seminario Rabínico, lo cual nos hacía "casi colegas".
En realidad, lo único que teníamos en común era el terruño, la afición al mate amargo y a las alpargatas de yute, todo lo demás nos separaba en forma absoluta.
No tenía la más pálida idea de que era un judío, fuera de los prototipos po-pulares, yo sabía más que él, lo que podía ser un católico.
Nuestros encuentros si-guieron, recuerdo que salíamos a tomar mate a la s barrancas y sentados en los bancos del lugar, terminábamos siempre discutiendo, cada uno con su verdad.
Javier recibía una educación dogmática y cerrada, yo quería que abriera su cabeza y ampliara su es-pectro.
Uno de nuestros primeros desencuentros fue cuando, repitiendo consignas de sus educadores me dijera:" los judíos son como un árbol que se marchita y ya no da frutos , castigados por no reconocer al Mesías y su lenguaje de amor".
Yo, tocado en mi dignidad, le refuté diciendo que esa religión de amor que él predicaba, no eran más que repeticiones de la escuela de Hilel el sabio, quien viviera cien años antes que Jesús y de cuya escuela ,probablemente el Mesías cristiano aprendiera.
Nuestros encuentros, por lo general terminaban en desavenencias que tardaban en olvidarse, hasta que al tiempo, volvíamos a sentarnos en una nueva ronda de mateadas en el pensionado.
Al llegar el año nuevo judío, lo invité a concurrir a Bet-El, vino conmigo con cierto temor, cuando se oraba en hebreo yo le marcaba lecturas en castellano para que no se aburriera.
Recuerdo que se impresionó mucho con el relato de los diez mártires de la fe y la historia de rabí Amnón de Maguncia, previos a una de las plegarias más importantes de la ocasión.
Al retirarnos del templo, estaba en la puerta el rabino Marshal Meyer de bendita memoria, cuando le comuniqué que mi amigo era un futuro sacerdote cristiano, Marshal con su proverbial seducción lo abrazó e invitó a concurrir tantas veces lo deseara, inclusive, le sugirió lo visitara en el Seminario rabinico, actitud que desconcertó a Javier, poco habituado a tanta familiaridad en el trato.
Cuando Javier quiso re-tribuirme la invitación a la Iglesia, me comentó que pediría autorización a su superior, lo que motivó mi enojo y esto fue más o menos lo que le dije:
"¡Vasco cabeza dura!, si te dicen que no puedo entrar por ser un hebreo circunciso, decíles que tienen otro ahí adentro, que tampoco podría entrar por compartir las mismas características que yo, que tal vez, si quisiera entrar vestido de civil, también le prohibirían el ingreso por ser judío como yo".
Se que estuve irrespetuoso, pero no lo pensé, esto motivó cierto alejamiento prolongado entre Javier y yo. Unos meses después, lo encontré en el pensionado y volvimos a dialogar, recuerdo en especial que leímos juntos párrafos de Isaías a quien el no había estudiado, quedó muy impresionado por la posición de luchador popular que sostenía el profeta y me agradeció haberle mostrado sus características esenciales.
Discontinuamos nuestros encuentros porque me urgía recibirme en la facultad, dejé de lado los estudios rabínicos.
Javier tenía nuevos profesores, algunos de ellos muy jóvenes, que le dieron un panorama distinto sobre la religión y la manera en que esta puede o debe ser llevada a los fieles.
En otras palabras, fue descubriendo una iglesia distinta a la que conociera hasta entonces en los claustros del colegio de curas al que asistiera desde niño.
Al recibirme, fui a festejar con algunos condiscípulos de la pensión y me encontré nuevamente con Javier.
Los pocos momentos en que pude charlar con el , ese día y algunos posteriores ,me dieron la pauta del profundo cambio que en el se había dado.
Me habló de una Iglesia temporal y de una terrenal, del profundo divorcio que veía entre ambas y que no tenía razón de ser.
Me corroboró que Jesús era un judío nacido en un hogar pobre y perteneciente al pueblo, no encarnado en las elites poderosas del momento y que, según el , eso se había desvirtuado.
Como la teología cristiana y los Evangelios no son mi fuerte, lo dejé hablar a él, tratando de aprender de sus palabras.
Cuando nos despedimos, fue sin discusiones como antes, llegamos a la conclusión que la sensibilidad puede trascender las distintas religiones y que, en definitiva todos somos hijos del único, más allá de los nombres con que lo invoquemos.
Perdí contacto con Ja-vier y tampoco pregunté por su familia, que eran mis vecinos de pueblo.
La realidad es que el trabajo, mi hogar y los años difíciles que siguieron, me hicieron olvidar de la suerte que corriera ese vasco cabeza dura con quien compartiera el mate y las peleas sobre religión.
Fue ya avanzada la década del ochenta, cuando estando en el Banco de mi pueblo, se me acercó una mujer anciana, me preguntó si yo era quien soy y ante mi confirmación, me abrazó llorando mientras decía "soy la mamá de Javier Escurra".
Volvieron los recuerdos, las discusiones, la visita al templo, pero no me cerraba el abrazo de la señora, niel porque de sus lágrimas.
Salimos del Banco y sentados en las escalinatas del mismo, la señora empezó a relatar. Yo lo conozco pues Javier me contaba de sus encuentros y discusiones, lo apreciaba mucho.
El tiempo pasado que usara me desorientó y pregunté por el destino actual de Javier.
La madre, renovó su llanto y me dijo: no lo sabemos, hace años que no sabemos nada de él.
Según parece, al terminar sus estudios Javier fue destinado a una pequeña parroquia del interior, en un paraje muy humilde.
Comenzó su ministerio tratando de llevar la palabra de D" a los fieles, pero lo conmovieron los vientres hinchados de los infantes, los ojos sumisos de los padres, la resignación en el mirar de los desposeídos.
Les habló sobre la figura del nazareno, pobre y humilde también, pero no resignado, golpeando los puestos de los mercaderes y renegando de los falso sa-cerdotes que invocaban a lo alto, en medio del poder y la lujuria.
Los acólitos empezaron a escuchar a este cura joven, que les hablaba del derecho de todos y no sólo de algunos, con el creció la fe de los que hace mucho la habían perdido.
Lamentablemente, no sólo los fieles lo escucharon, también lo hicieron a-quellos que pretendían ahogar al diferente, callar al transgresor, eliminar al disidente en forma definitiva.
Fue apresado junto con algunos de su rebaño, y llevado a un sitio de detención, ni su sotana ni su fe pudieron salvarlo de las mentes cerradas que ostentaban el poder en el período infame.
Las altas jerarquías eclesiásticas no respondieron a los reclamos de la familia, ellos defendían los valores cristianos de un Von Vernich, o un Ognenovich, no los de los curas contagiados por el virus del comunismo.
Supieron por boca de otros detenidos sobre lo acontecido con Javier, este siguió ejerciendo su ministerio aún en los pasillos de la muerte.
Llevó su palabra y su aliento a cada uno de los detenidos, no preguntaba si eran cristianos o no, sabía que eran hermanos dolientes y junto a ellos, supo estar, hasta que desapareció.
Un supe consolar a la anciana y la despedí llorando también yo.
¡Javier, hermano cristiano! Recuerdo canto te impresionó la historia del sabio judío que ante la disyuntiva de abdicar de su religión o ser ejecutado, eligió esto último.
Expresó que cada día de su vida enunciaba el "amarás a tu D" con todo tu corazón, toda tu alma y todo tu ser", en ese momento tenía la oportunidad de realizarlo, aún a costa de su integridad.
Tu has hecho lo mismo, brindándote con todo tu ser a la causa de los sufrientes y los humildes. ¡Hermano cristiano!, habrás estado frente al ángel de la muerte con un Padrenuestro en tus labios, yo, tu hermano judío te evoco y bendigo tu me-moria, permite que mis labios emitan por ti, mi kadish más sentido y profundo. Salmos 9. 13 "El que vindica las vidas truncas por manos del hombre, recordará a los mártires, pues no olvidará el clamor de los humildes".•
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Febrero / Marzo 2004 - Adar 5764
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