LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Un clásico del periodismo judío: Iákov Botoshansky
Por Moshé Korin.
ENCUENTROS LEJANOS.
Hace aproximadamente un mes editamos en la Editorial Milá del Departamento de Cultura de AMIA el libro Castelli 330 y otros sitios de interés – Di Presse en mis recuerdos de Horacio Guillermo Rosenfeld, donde relata también sus vivencias durante los años que trabajó en el diario Di Presse. Leyendo el libro y escribiendo el prólogo del mismo me vinieron a la memoria varios personajes del periodismo y la cultura judía; a uno de ellos me referiré en esta oportunidad.
El nombre de Iákov Botoshansky aparece en mis recuerdos más tempranos, cuando todavía no sabía bien qué era un escritor, un periodista, y casi no pasaba un día sin que oyera a mis padres comentar sus artículos en el diario Di Presse, del que ellos eran suscriptores. Igual que el teatro judío, también el diario ídish fue un poco ”la instrucción media y universitaria” para la mayoría de los inmigrantes de los años 20, que habían dejado Europa corridos por los pogroms y la miseria, sin tiempo de realizar estudios sistemáticos en sus aldeas de origen, ni después en sus lugares de destino.
De esa época recuerdo también que los niños solíamos asistir a las conferencias junto a nuestros padres y así empecé a familiarizarme con otra faceta de la personalidad que hoy nos ocupa.
Más tarde, siendo alumnos de la escuela secundaria, fuimos recibidos amablemente por el periodista en la sede del diario “Di Presse” (Castelli y Valentín Gómez) en más de una oportunidad, ya como simples visitantes o bien para realizar algún trabajo de investigación.
Además, Botoshansky fue mi profesor de literatura ídish durante dos años (1957-1958), en un ciclo denominado “Aspirantur curs”, curso de formación para docentes de idish en las escuelas secundarias, en el IWO, junto al profesor I. Schusterovich, que dictaba lengua ídish y al profesor S. Rollansky, que coordinaba el curso y enseñaba folklore judío.
Pude intimar más con él cuando en la “Midrashá” (Instituto del profesorado para escuelas secundarias) se decidió introducir dos horas de literatura y cultura ashkenazíes y Botoshansky fue propuesto por nuestro director, Moshé Guil, para cumplir esa tarea, junto con el escritor e investigador Mordejái Bernstein (Matvei). Pocos alumnos mostraban interés por el ídish en ese momento. Yo me encontraba entre ellos y así surgió una mutua simpatía. Botoshansky solía invitarme a su casa en Corrientes 2791 (y Pueyrredón), justamente en los altos del famoso Bar León. Eran habitaciones enormes repletas de libros, donde me explicaba y me leía distintos temas que me interesaban y que él no había alcanzado a desarrollar en sus clases regulares.
Posteriormente conversamos cada vez que nos encontrábamos, sobre todo en el teatro, ya que su esposa, Míriam Lérer, que fue actriz, y junto a Willi Goldstein, empresaria del Teatro Mitre (Corrientes y Acevedo), y algún tiempo también del Teatro Argentino (Bartolomé Mitre y Paraná).

VOLVIÓ PARA QUEDARSE.
Iákov Botoshansky ha sido una de las figuras más populares de la Argentina judía. Su influencia perdura en todo lo que concierne a nuestra vida, a nuestra creatividad.
Sin embargo, sólo ocasionalmente se lo menciona, como ocurrió no hace mucho, cuando su hijo Abraham Z” L” (“Avréiml”), donó a la Sociedad Hebraica Argentina un retrato suyo, pintado por el artista judeo-francés Ben. De todos modos, sus huellas se sienten profundamente cada vez que nos imponemos no bajar los brazos y persistir en la dura senda elegida.
Iákov Botoshansky había nacido el 6 de Agosto de 1892, en un apartado rincón de Besarabia. Falleció el 26 de Octubre de 1964 en Sudáfrica, durante una de las tantas giras de difusión cultural judía que solía emprender por el mundo. Doloridos y atónitos, miles de judíos desfilaron por el foyer del edificio de nuestra Kehilá el 31 de Octubre, para rendirle su último homenaje. A la mañana siguiente, 1º de Noviembre, un multitudinario cortejo encabezado por el entonces Presidente de la AMIA Don Gregorio Fainguesch acompañaba sus restos al Cementerio de La Tablada.
Botoshansky había hecho una fugaz aparición en Buenos Aires en el año 1923. Eran los tiempos de la inmigración masiva, después de la Primera Guerra Mundial. Todo estaba por hacerse en nuestro Ishuv, con muchos jóvenes inmigrantes. La Comunidad daba sus primeros pasos.
En 1925 regresa a Europa, pero ya en 1926 “Di Presse” lo trae de vuelta a pedido de sus lectores; como predestinado a conducir cuesta arriba, en lo cultural y en los dominios del espíritu, a los integrantes del “Ishuv” (comunidad), tanto de la intelectualidad como de los sectores populares. Y podemos afirmar que ejerció su liderazgo así en la palabra hablada como en la escrita y en el cotidiano trajín, de un activista de la cultura y de la educación, de un hombre de teatro, de alguien dispuesto a hacer de todo por su ideal; capaz de ir de casa en casa a solicitar colaboración, ya que ninguna tarea podía resultarle ingrata si servía a la causa de la vida judía.
Sin embargo, no fue nunca hombre de partido, aunque tampoco indiferente a los ideales en boga. Era, sí, un cabal hombre del pueblo, para quien no contaba otro linaje que el de los bienes del espíritu, a los que cualquiera digno de ellos podía tener acceso.

DECISIÓN Y CORAJE.
Hasta el último día de su vida siguió siendo un francotirador, un precursor y un solitario. Era él mismo quien definía sus propios objetivos.
Así, Iákov Botoshansky mostró gran decisión y coraje al liderar los esfuerzos de nuestra comunidad por librarse del oprobio de los “temeím” (impuros), los tratantes de blancas. En 1926, en La Plata, debía presentarse la opereta El corazón de una madre. Antes de que se levantara el telón, el escenógrafo, pintor e ilustrador de textos judíos Misha Schwartz provocó un escándalo, impidiendo la representación. Se le sumó Botoshansky, quien inició, desde las páginas del diario “Di Presse”, una tenaz campaña contra los “temeím”. A ella adhirieron luego, los periodistas Pinie Katz, A. L. Schussheim, Sh. Rollansky y otros. En ese mismo sentido, Botoshansky dirigió, en 1926, la obra teatral de Leib Málaj “Íbergus” (“Trasvasamiento”), en momentos en que no muchos se habrían atrevido a hacerlo, ya que los rufianes no dejaban de amenazar a sus oponentes. La representación de esta obra, que desenmascara la maraña de los tratantes de blancas judíos, marcó un punto de inflexión en la conciencia de las masas judías, para salir a luchar contra los “temeím” (impuros, rufianes) y sus madamas.

EL HOGAR Y EL MUNDO.
Así actuó Iákov Botoshansky en sus años de juventud, señalándole el camino a un Ishuv que crecía. Tuvo parte en el prestigio que un judaísmo argentino sustancioso y auténticamente popular iba ganando. Él le aportaba no sólo su esfuerzo cotidiano, sino también su enorme talento en la palabra escrita y hablada, que llegó a repercutir en todo el mundo judío y en los últimos años de su vida también en el Estado de Israel. Digamos de paso que por decisión propia, porque sintió que así debía ser, Botoshansky estuvo presente en la proclamación oficial del Estado Judío, siendo el único escritor en lengua ídish que gozó de ese privilegio.
Sus crónicas de ese acontecimiento histórico y de los hechos que le sucedieron, tuvieron gran repercusión en el “Ishuv” argentino y en la prensa judía del mundo. Dicho material fue editado como libro (2 tomos), a fines de 1948, en Buenos Aires; el título: “Breishis fun Medinas Isroel” (Génesis de Medinát Israel).
Realizó muchos viajes por el mundo judío. Estuvo en Polonia tiempo antes de la gran catástrofe; en New York, cuando esa ciudad era la fragua de la literatura y la prensa judías. Pero siempre volvía aquí, a casa.
A veces daba la impresión de una ballena, que condenada a nadar en un lago pequeño, golpea con su poderosa cola y sus aletas, con su cabeza y sus costados, de orilla a orilla, en esas aguas dulzonas y tediosas. Y no hace más que añorar el gran mar salado que ha debido abandonar. Ese puede ser el secreto de tantos viajes: siempre el ancho mundo, y siempre el regreso a las aguas dulzonas que él sabía salar tan magistralmente con su humor.
Fue un clásico del periodismo judío. Debió crear casi de la nada un ambiente propicio a la palabra ídish y se involucró profundamente en la vida de nuestra comunidad judía, con artículos monumentales escritos sobre la marcha y a veces de manera casual.
También escribió bajo distintos seudónimos, como: Iánkele Guibales (Danos todo), Jane Levin (el nombre de su madre), Iásha, Iákov Ben Avrohom, Shimele Soroker (un personaje de Sh. Aleijem) y otros.
Si fueron grandes sus méritos en la primera etapa de su actuación, cuando los horizontes parecían ilimitados, más lo fueron en los años posteriores, en que los dirigentes comunitarios debieron aprender a remar contra la corriente. Y si lo lograron, en buena parte fue por seguir sus huellas y hallar fortaleza en su recuerdo.


IDEALES DE VIDA.
Iákov Botoshansky solía citar a un personaje de Gorki, según el cual un ser humano no puede vivir porque sí, sino que forzosamente necesita un enganche (a “farchépenish”), es decir, un asidero en la vida. Él mismo contaba con varios de esos enganches. No se trataba de ideas abstractas, sino de ideales derivados de su pensamiento y de su acción.
Uno de esos ideales, que se percibe en todos sus escritos, es el de “ahavat Israel” (el amor al pueblo judío). En un boceto autobiográfico, dice sentirse orgulloso de poder trasmitir a sus lectores la trayectoria judía en el mundo y la clave judía para los problemas universales. También le complace el hecho de no haber traicionado nunca el ideal nacional judío. “Siempre he enseñado a mis lectores -dice- un principio importante: el de ser judíos totalmente y en todas las circunstancias”.
El otro ideal de vida que Botoshansky preconizó fue el de “mame-ídish” (el amor al ídish, la lengua materna). El ídish era un bien irrenunciable como la vida misma, por ser sangre de su sangre y en mérito a las maravillosas obras creadas en esa lengua.
El tercer ideal abarcaba el aquí y el allá. Entendemos por aquí la lucha por mantener una vida judía dondequiera se encuentren sus portadores; y por allá, los esfuerzos por construir una patria para todos los judíos.
Botoshansky se preocupó por ambos aspectos. En cuanto al primero, puso el acento en la educación, cuyo estado era lamentable, y aportó “sangre, sudor y médula”, según sus propias palabras, a fin de mejorar la red escolar judía.
También se ocupó de traer al país visitantes de alto nivel cultural: los escritores Zalmen Reisen, Shmúel Níguer, Iósef Opatoshu, Iákov Glatshtein, Jaim Grade, entre otros. La serie de disertaciones del poeta H. Léivik, aún hoy se comenta, fue inolvidable. Si bien Léivik había viajado (1937) por cuenta del PEN Club, sus conferencias fueron organizadas por Botoshansky.
En la misma línea de acción, éste alentaba todas las expresiones de literatura ídish en la Argentina y las hacía conocer en el mundo.
En cuanto al otro aspecto, el allá, escribió en su autobiografía: “Nunca pude hacerme a la idea de que los judíos seguirían siendo un pueblo extraterritorial. No quise renunciar del todo al territorialismo, en particular a Éretz Israel”. En 1936 adhirió al campo sionista y se entregó a este ideal con todo su ser, sin descuidar por eso el aquí, los asuntos locales.
El cuarto ideal de vida a que aspiraba Botoshansky era el goce artístico. Sostenía que el arte es más verdadero que la vida, y la versión de un artista, más válida que la realidad. De ahí su entusiasmo por el buen teatro judío y por la literatura judía, a los que dedicó sus mejores esfuerzos.

CARÁCTER Y FIGURA.
Iákov Botoshansky era de estatura mediana. Su figura irradiaba fuerza y presencia. Así también su cara, siempre dispuesta a la sonrisa cómplice, de ojos rientes y vivaces. Esos ojos podían atravesar con mirada segura, arder en un súbito romanticismo o brillar en un rapto de humor. A menudo los cerraba para meditar, y cuando los abría de nuevo, venía con un pensamiento recién armado o con un episodio extraído de quién sabe qué neurona increíble.
Bohemio por naturaleza, se lo veía, sin embargo, bien arreglado, aunque un poco descuidado. Un travieso mechón de pelo negro era su rasgo de juvenil rebeldía. Pudo tender al gris otoñal, pero nunca se puso del todo blanco.
Ese exterior pleno de disonancias guardaba, no obstante, una rara armonía; y bastaba verlo una vez para que quedara impreso en el recuerdo.
Iákov Botoshansky había nacido para escribir. En sus Memorias nos dice:
“Entre Kilie (Besarabia) y Buenos Aires se extiende una vida de sueños y de lucha, de hablar, cantar, amar, odiar; de tempestades y escándalos, de alegrías y de escribir. ¡Oh, cuánto escribir! Es lo que más ha hecho nuestro héroe. Todavía no sabe si es un gran escritor, o uno de menor cuantía. Sabe, si, que es auténtico, que está llamado a la escritura como el gallo a cantar o el gato a sus maullidos. Y que no puede vivir un día si no escribe, tal como Heine y Shólem Aléijem tampoco podían...”
Nos preguntamos qué fue: ¿periodista, autor de folletines, dramaturgo, publicista, ensayista? -En realidad, una rara conjunción de todos estos géneros en su producción cotidiana.
Su potencia artística consistía en escribir con el talento de un orador. Era muy personal también cuando hablaba: gestos medidos, frases cortas, las necesarias pausas para respirar; sin particular elocuencia, con una argumentación convincente.
En la crítica literaria, Botoshansky deja de ser el periodista que requiere la inmediata respuesta del lector y se entrega de lleno al misterio del arte. No es un investigador frío, sino un gustador apasionado que comparte ese placer con sus lectores. Casi ningún otro crítico de la literatura ídish ha podido trasmitir de manera tan magistral el contenido de una obra. Y así también sintetiza lo más destacado de un autor. Por ejemplo: “Péretz Hirchbein era un príncipe, tanto en su aspecto como en su carácter”... Botoshansky publicó varios libros de crítica, entre ellos: “Pshat” y “Mame ídisch”, y cada uno de sus estudios resulta tan atractivo como una novela.
Debemos el mayor respeto a la memoria de este hombre, que se insertó en la historia de un “ishuv” (comunidad) en formación y se empapó de todos los temas a él referidos, desde los primeros pasos de los niños en el jardín de infantes hasta el amanecer de la colonización judía en suelo argentino.
De su recuerdo emana la fuerza para que sigamos construyendo, pese a todos los obstáculos.


Tevet 5772
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