LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
A 68 años del acontecimiento: El comandante del levantamiento del gueto de varsovia.
Mordejai Anielevich.

Por Moshé Korin
PRIMERA APARICIÓN.
Septiembre de 1939. La invasión alemana a Polonia se manifiesta a través de interminables bombardeos. En Varsovia las calles Dzika, Nálewki, Zelazna Brama (Plaza Puerta de Hierro), Panska, entre otras, son casi barridas. Se trata del densamente poblado barrio judío.
Las tareas de solidaridad exigen reubicar a las enormes masas que han quedado sin techo. En la oficina de la solidaridad unificada se presenta un muchacho. Viene comisionado por la organización “Hashomer Hatzaír”. Con serena firmeza, trae un pedido muy particular. En uno de los locales de la organización, en Leszno 6, vivía una familia de seis miembros. Pese a que el local era muy amplio, nadie más tenía que morar en él. Mordejai Anielevich obtenía así la seguridad de que ese domicilio podría seguir albergando la imprenta y la radio clandestinas, que tanto peso tendrían poco más tarde en la organización de la resistencia.
Se trataba de organizarse desde temprano, de no confiar en ninguna garantía aparente, de no creer en ninguna promesa. Era preciso que la población judía estuviera claramente informada de los planes nazis de exterminio. La resistencia militar sería efectiva si se sustentaba en una clara unidad política. Y la unidad política se logra mediante la prensa y la propaganda. El secreto de Leszno 6 no estaba al servicio de ningún otro interés que el de la unidad política de los judíos de Varsovia.
DE LAS PELEAS DE PANDILLAS A LA POLÍTICA SIONISTA.
Mordejai Anielevich había nacido al concluir la Primera Guerra Mundial, en 1919. El antisemitismo polaco calaba hondo en la población. Si los niños judíos concurrían a las escuelas, debían salir de su barrio. Y en el camino eran frecuentemente hostigados por pandillas de otros niños que, a imagen y semejanza de los adultos, los insultaban, les quitaban el dinero, los golpeaban. Pero Mordejai había desarrollado tempranamente un fuerte sentido de la oposición tenaz. Un par de peleas callejeras bastó para que ganara cierta respetabilidad en el mundillo infantil. El enfrentamiento con los “juliganes” (malvados) no cesó con eso. Pronto comprendió que la resistencia dependía de la obstinación, de la preparación, de la claridad con que se comprende el hecho que motiva la batalla.
Mordejai, quizá instintivamente, se enroló a los trece años en las filas del Betar que había fundado Zeev Jabotinsky. Desde niño había escuchado la voz de su padre anhelando la patria de Herzl en Éretz Israel. La mente infantil albergó esos anhelos, los pobló con las fantasías que nunca lo abandonaron. El combate ya no se sostenía por el solo hecho de resistir las humillaciones sino en nombre del proyecto que lo había seducido desde siempre.
Durante los estudios primarios debía ayudar a su madre con un prolongado reparto de pan. Luego se abrió la posibilidad de que ingresara en escuelas secundarias. La madre quería que su talento no se desperdiciara. El padre, quería que colaborara en el sostén de la familia. Los estudios secundarios eran caros. Pero la tenacidad de Tzirl, la madre, logró que Mordejai fuera aceptado en una escuela por una paga simbólica.
Sin embargo, las tareas partidarias le insumían más esfuerzos que los estudios. Se había comprometido con el movimiento Hashomer Hatzaír, cuyo ideario distaba del Betar, pero se acercaba al de sus sueños infantiles. Varias veces quisieron expulsarlo del establecimiento. Lo impidió la simpatía de que gozaba entre los profesores.
SI NO FUERA JUDÍO, LLEGARÍA A GENERAL.
Los institutos secundarios, en el período de entreguerras en Polonia, organizaban campamentos durante las vacaciones. Esos campamentos tenían un carácter marcadamente militar. El entrenamiento de la juventud era una necesidad para el precario Estado Polaco.
Si en los colegios había judíos, lógicamente en los campamentos también. Pero el ambiente antisemita no podía consentir que los judíos contribuyeran a la dignidad del pueblo polaco. Tenía que quedar demostrado que no eran ni podían ser buenos soldados. Debían acampar en barracas separadas. En un campamento en el que participaba Anielevich, los polacos decidieron aprovechar una ausencia de los jóvenes judíos para arrebatarles las armas, o descargarlas, o arruinarlas. Así quedaría claro que no sabían conservar lo único que podía volverlos soldados. Mordejai organizó la recuperación de las armas. Los judíos irrumpieron en los aposentos polacos, y obligaron a los culpables a huir semidesnudos en el frío de la noche.
Al día siguiente, se supo que "los judíos habían agredido a los polacos". El castigo consistió en eliminar a su jefe. Mordejai fue expulsado del campamento. Pero el episodio lo rodeó de un aura especial en los círculos juveniles judíos. Su compañero de partido, Schmuel Braslaw, repetía que “si Mordejai no fuera judío, llegaría a general”. En cierto modo se equivocaba, Jonás Túrkow escribió que Mordejai “sí se convirtió en general, en un general judío que inscribió una nueva y gloriosa página en nuestra historia”.
LA AUTODEFENSA.
Si algo había aprendido en Betar, era el valor de la autodefensa. La autodefensa era una tarea jalutziana (pionera) que nada tenía que ver con ideologías militaristas, sino con urgencias de la hora. En el año 1938, con la guerra dibujándose en el horizonte, la actividad antisemita en Polonia iba produciendo efectos cada vez más sanguinarios. El pogrom era una amenaza constante. Se constituye entonces un comité de autodefensa judía que nuclea a todas las organizaciones, sin ninguna distinción de ideas políticas, económicas ni doctrinarias. De la autodefensa participan incluso los sectores religiosos. Y así se torna efectiva. Esta experiencia tendrá enorme peso, como antecedente valiosísimo, en la organización de la resistencia en el Gueto de Varsovia.
LA TAREA EN EL GUETO.
En Polonia ocupada, aún antes de crearse efectivamente el gueto, los pogroms arrecian con el beneplácito del ejército alemán. La situación puede parecer ambigua, pero no engaña a Anielevich. No basta con la publicación clandestina de Négued Hazérem (Contra la corriente). No basta con la unidad ideológica o política. La lógica misma de los hechos conduce al enfrentamiento militar. Es preciso organizarse de tal manera, que se puedan conseguir armas; establecer contactos con la resistencia clandestina polaca para obrar en conjunto, aunque no siempre la respuesta fuera la esperada; conectarse con "el sector ario".
Con pocas armas, la reserva fundamental es una población unida. Antes de que exista formalmente el gueto, se está gestando ya el acto glorioso de la rebelión.
Cuando la invasión alemana, el plan de Anielevich y sus camaradas, entre los que se contaba su inseparable compañera Mira Fruchrer (Frujrer), iba dirigido a la frontera rumana. Intentaban establecer un contacto para favorecer el pasaje a Rumania y trasladar a los camaradas a Éretz Israel. Pero fueron detenidos por los soviéticos. Anielevich huyó de la prisión y se dirigió a Varsovia. Allí lo veremos reclamando un derecho especial para la familia que vivía en Leszno 6. También allí poco más tarde, es nombrado por sus camaradas miembro del “Hejalutz clandestino”.
La opresión nazi era salvaje, pero los judíos no debían quedarse sometidos en su lugar de víctimas. Como sujetos libres, debían resistir dignamente. Puede bastar una carta a sus camaradas para mostrar de qué modo concebía Anielevich la dignidad humana de los judíos oprimidos en condiciones realmente extremas. “La ayuda que recibís del Joint y de la Comunidad es realmente una bendición. Pero la psicología que se origina en un refugiado, según la cual a él le corresponde todo y todos le deben ayuda y preocupación, es una cosa maldita, que mata en el hombre la propia iniciativa creadora”.
LA LUCHA Y EL LEVANTAMIENTO.
La organización militar de la resistencia en el gueto fue su tarea. A principios de 1941 se produjo su primer enfrentamiento con las autoridades. En esa época, los jóvenes judíos eran enviados en masa a los campos de trabajo, con la ilusión de que allí encontrarían mejores condiciones. Pero retornaban en un estado lamentable, los que retornaban. Los dirigentes decidieron entonces sabotear el envío de contingentes. Los voluntarios desaparecieron; la policía debía retirarlos forzadamente, por la noche, de sus domicilios. Cierta vez, la policía irrumpió en el edificio en que estaba Mordejai, pero no logró atraparlo.
Esta primera resistencia exacerbó el ensañamiento nazi. Y con ello fue preciso disponer nuevas medidas. ¿Debían huir a los bosques para, desde allí, organizar guerrillas de hostigamiento? ¿O era mejor permanecer en el seno de la población judía? Ética y tácticamente, Mordejai consideraba adecuado permanecer en el gueto. No sólo porque el movimiento clandestino no podía abandonar a su suerte a medio millón de judíos, sino también porque esa masa era la mayor fuerza político militar con la que podía contar, a condición de que estuviera ideológicamente cohesionada. Fue la postura que, en definitiva, se adoptó.
El 28 de julio de 1942 se había formado la organización combatiente. El 18 de enero de 1943 se dio la primera gran lucha abierta. Hasta ese momento, se había tratado de acciones de sabotaje, de operaciones punitivas, pero no de enfrentamientos francos. La demanda alemana de mano de obra para los campos de trabajo o de exterminio se tensaba cada vez más, en virtud de la resistencia de los judíos a dejarse reclutar mediante los engaños o la fuerza. Ya se sabía que el destino era Treblinka (campo de exterminio). Mil nuevos gendarmes alemanes llegan a Varsovia con un plan claro: obtener 30.000 judíos del gueto para ser “colaboradores”. Sorpresivamente los rodean, para evitar fugas. Pero también reciben una sorpresa: la resistencia militar armada los hace retroceder primero y retirarse luego a la desbandada. Sólo obtuvieron 7.000 judíos. No fue ésa su peor derrota. Pues lo más humillante había sido el rechazo militar por unos judíos, presuntamente subhumanos y cobardes, que habían visto orgullosos la sorpresa y el pánico de sus supuestos amos.
Era esperable una nueva incursión, ya instruida por la desastrosa experiencia vivida.
ABRIL DE 1943.
Dos costumbres alemanas señalaban la inminencia de la invasión criminal: por un lado, la cercanía de Pésaj, pues para las festividades judías los nazis siempre tenían preparada una sorpresa; por otro lado, los cumpleaños de Hitler (19 de abril) era ocasión de sanguinarios festejos. De modo que el lunes 19 de abril en vísperas de Pésaj, comenzó el heroico Levantamiento del Gueto de Varsovia.
Los subcomandantes de la rebelión eran: Antek Tzukerman (Dror), Marek Edelman (Bund) el único que aún vive, Mijoel Rosenfeld (Comunista) y Hersch Berlinski (Poalei-Sion).
Tras la dura batalla que tuvo lugar el 8 de mayo, Mordejai Anielevich y el comando supremo de la resistencia se hallaban en el búnker de la calle Mila 18. Durante dos horas los alemanes, que habían rodeado las cinco entradas, combatieron con armas y gases para minar la resistencia. Después de caer los primeros en el acceso al búnker, los restantes ya no se animaron a entrar. Se limitaron a arrojar gases y granadas de mano incesantemente. Mordejai luchó hasta que sus fuerzas cedieron, asfixiado por los gases. A fin de no caer vivos, la consigna fue el suicidio. Cuando finalmente ingresaron los alemanes, sólo hallaron 80 combatientes, encabezados por Mordejai Anielevich, muertos.
Dos semanas antes de su heroico fin, Mordejai había escrito a su lugarteniente, Antek Tzukerman quien se hallaba en el lado ario de Varsovia:
“El sueño de mi vida se ha cumplido: la autodefensa judía en el gueto es un hecho; la resistencia judía armada es una realidad. Soy testigo del heroísmo de los sublevados judíos”.
¡Esa fue -esa es- la victoria!


Abril 2011 - Nisan 5771
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