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PESAJ, ¿VERDAD, LEYENDA O MITO?
Por Mario Linovesky
Hoy, en estos tiempos ahítos de revisionismo, negacionismo y otros cuantos “ismos” más, los historiadores expresan no pocas dudas sobre la veracidad del éxodo de Egipto. Aun así, el hecho de que la liberación del pueblo hebreo bajo la guía de Moisés haya sido real o no, en nada altera su legitimidad y permanencia, principalmente en el sentir de los judíos. Porque verídico o inventado, o un intermedio entre esas dos posibilidades, la gesta narrada en la Biblia interesa más por su significado, antes que por cualquier presunción. En el caso de los judíos, el solo acto de que este pueblo festeje año tras año la “libertad” habla a las claras de su vocación por una vida plena, lo que le ha servido de escudo para soportar cuanto soportó y de sobrevivir a través de milenios pese a los numerosos desasosiegos y penurias pasados; mientras que otras naciones muchísimo más poderosas, inclusive gigantescos Imperios entre los que se cuenta aquel Egipto esclavizante de los faraones quedaron en el camino, enterrados en el umbrío pozo del olvido.
En estos días nos aprestamos a festejar nuevamente Pesaj, donde la algarabía propia del acontecimiento prepondera, aunque no por ello evade la reflexión. Ciertamente que la llamada en castellano Pascua y en inglés Pasover, es de propiedad estrictamente judía, porque el judaísmo como tal (su asentamiento formal, ya que conversaciones previas las hubo entre el mismísimo Creador con Abraham y más tarde con su prole) emanó de las exigencias y promesas que Él le hizo a Moisés en la cima del Monte Sinaí. No obstante su celebración, pienso, debería ser también ecuménica, ya que fue la humanidad entera la que se benefició con aquel preciado don consistente en las Tablas de la Ley en las que Dios estampó los 10 mandamientos, base indubitable de la ética y moral que rigen el comportamiento de prácticamente todas las sociedades civilizadas.
Volviendo al campo judío, Pesaj tiene además cantidad de particularidades, donde quizá la más sobresaliente consista en que es igualmente celebrado, tanto por religiosos, como por laicos. Pesaj también une, por cuanto una de sus características esenciales reside en congregar alrededor de una misma mesa a quienes por ocupación o simple dejadez, no se habían tratado durante todo el año. Y aquí no puedo evitar el hacer una abstracción: lástima aquellos que por simple conformismo se han auto segregado de la comunidad a la que, quieran o no, pertenecen. Lástima doble porque además de perderse la oportunidad de participar del júbilo que la festividad conlleva, no entienden que el judaísmo no es un ropaje que se pone o se saca a discreción, sino una marca que se lleva desde el nacimiento. Deberían enterarse que así como ellos, sus lejanos predecesores también vivieron “buenamente” mezclados entre la sociedad egipcia, hasta que aquella bonanza devino en esclavitud lisa y llana, con sus consecuentes padeceres. Y aunque más de nuestros tiempos, les convendría recordar que antes de ocurrir la Shoah, sus hermanos en la tradición, de los que hoy reniegan, también tenían, así como en el Egipto de José, un magnífico pasar en la Alemania de sus amores, considerándose sólo por ello en primer lugar alemanes y luego judíos. Pero el que la historia de pronto pega un giro, lo sabemos (y ellos también lo saben aunque pretendan disimularlo) por dolorosa experiencia. Si no les dice nada la mención de un tal Ajmadinejad, de otro tal Haniyeh, del Islam todo, de las izquierdas vocingleras, de los nazis de ultraderecha al acecho y listos para caerles encima, han aprendido poco de la historia. Por eso, aunque duela, todos, leales y renegados, debemos recordar las enseñanzas de lo ocurrido hace tan sólo 60 años, ya que desde entonces todos los judíos sin excepción, aun los que no se reconocen como tales, llevamos tatuado el número de Auschwitz en nuestro antebrazo. Y menos todavía olvidar la bíblica salida de Egipto, porque ella significó el inicio de un largo camino, portando nuestros más grandes sueños: ser libres y autónomos y de una vez para siempre.
A ese respecto, y aunque en esta oportunidad las cosas debieron estar planteadas al revés, pareciera como que muchos, de uno u otro modo, reniegan de lo aprendido. Por caso lo ocurrido en las recientes elecciones llevadas a cabo en Israel. Ésto nos lleva a recordar cuan quimérica ha resultado siempre para los castigados judíos, en su larguísima diáspora plagada de sinsabores, la simple pretensión de elegir su destino, cuando el mismo dependía, invariablemente, de los antojos y humores de quienes los sometían. Y sin embargo, hoy lo pueden elegir. Por eso duele el gran absentismo que tuvo lugar en los tales comicios, propio de una visión equivocada o de una libertad que no se llega a asumir o entender del todo. Libertad que no deja por otro lado de ser relativa, porque no nos está permitido olvidar que en tanto judíos, la susodicha libertad debemos ganárnosla de día en día y de hora en hora. Ese es nuestro sino y así debemos asumirlo.
Por ello, con cada Pesaj que transcurre, con cada festejo, y entre comilona y comilona, estamos obligados a reflexionar sobre la grandiosidad de lo que gracias a él nos está pasando como pueblo y obrar en consecuencia, honrándolo como nuestro máximo hito. Y desechar el cuestionamiento planteado por los historiadores, quienes analizan o conjeturan mediante la utilización de herramientas puramente académicas y no con el corazón. Después de todo, ¿qué importancia tiene que la historia del éxodo de Moisés y los judíos de Egipto sea verdad, leyenda o mito?. Lo primordial es que hoy su “representación” predomina en nuestro espíritu y en nuestra determinación, definitivamente inamovible, de decidir por nosotros mismos.
¡JAG PESAJ SAMEAJ!


Abril de 2006 / Nisan 5766
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