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Iom Hashoá
Dos cartas inéditas de Stefan Sweig
Cartas del escritor a su agente en Buenos Aires, en 1933, denunciando la situación política alemana, la persecución a eminentes intelectuales judíos, y la actitud de estos ante el avance nazi.

El epistolario inédito entre Stefan Zweig y Alfredo Cahn*, su representante y traductor al español en Buenos Aires, abarca un amplio período que va desde 1925 hasta la enigmática y breve esquela fechada el 21 de febrero de 1942, un día antes del suicidio del escritor austríaco en Petrópolis. En la temática de las cartas predomina, como es lógico, el intercambio de opiniones acerca de la producción literaria de Zweig, su traducción, edición y comercialización; sin embargo existen momentos en los que la correspondencia da un vuelco hacia lo confidencial y refleja los cambiantes estados de ánimo del autor de Jeremías. A partir de 1940, y después de su segunda visita a Buenos Aires, circunstancia que puede haber acercado más íntimamente a ambos corresponsales, es frecuente que Zweig incorpore a sus cartas dolorosos comentarios acerca de su situación: uno de los motivos recurrentes es el de la penosa peregrinación del exiliado. En medio de las frases depresivas surgen, no obstante, numerosos proyectos de trabajo, prueba de que el escritor sostuvo hasta el final una valiente lucha para sobreponerse al radical pesimismo que lo embargaba al considerar la marcha de la guerra.
El nefasto 1933 representa otro momento en el que Zweig abandona su natural discreción. En la carta del 6 de junio de ese año denuncia la situación política alemana y la actitud de la intelectualidad ante el avance nazi.
Manifestaciones como esta no representan la norma del epistolario y son escasas en los años que siguieron, quizás a causa de la censura. Ya aquí apunta una frase que expresa una verdadera regla de conducta frente a la tormenta que se avecinaba: Hay que recluirse en uno mismo y en el propio trabajo. Harmut Müller ha escrito de él con acierto: Su elemento fue la conciliación de las disonancias, la Konzilianz, que sentía como algo típicamente austríaco, y que fue para él mismo un elixir de vida. Los conflictos de opiniones, las querellas intelectuales, (...) la recusación de los derechos del adversario, toda clase de agresividad, y particularmente todo pronunciado partidismo en los conflictos políticos, le fueron esencialmente ajenos. Zweig equiparaba la política al dogmatismo, y detestaba profundamente ambas cosas. Ardiente pacifista y decidido enemigo de todo lo que representaron los totalitarismos de la época, nunca quiso, sin embargo, desarrollar una acción combativa que fuera más allá de la literatura. Al declinar la invitación a colaborar en la revista de emigrados Die Sammlung que le hiciera su director Klaus Mann, (Zweig había comprobado el carácter manifiestamente político de la publicación), le confesó a éste: "No soy una naturaleza polémica. Estaba convencido de que, por lo menos para él, sólo había una respuesta a la provocación del nazismo: la producción literaria.
Prueba de ello es el proyecto en torno a la figura de Erasmo que expone en esta carta, un personaje, por otra parte, que coincide plenamente con sus ideales humanistas. Su conducta no era un caso aislado: la negativa a participar en la vida política fue, en cierto modo, típica en la conducta de muchos intelectuales burgueses hasta 1933, y aún después. Política y cultura debían estar cuidadosamente separadas.
Su desinterés por la política estaba, sin embargo, en total contradicción con la asombrosa penetración con la que supo ver, desde un principio, la gravedad de los hechos. ¡Qué atroz el despertar de una psicosis semejante! exclama aquí, contemplando ya premonitoriamente la catástrofe final de Alemania. También de 1933 son los conceptos de una carta que envía a Thomas Mann: La mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido proscripta; las cloacas están abiertas y los hombres respiran su pestilencia como un perfume. De un modo mucho más lúcido que muchos de sus amigos y colegas (que se burlaban de él tratándolo de "viejo Jeremías), Zweig reconoció que Hitler estaba decidido, desde el principio, a una gran guerra. Cuando el 1° de septiembre éste entró en Polonia Zweig escribió en su Diario: Los viejos sentimientos de Casandra han despertado de nuevo.
En la otra carta que publicamos, fechada el 21 de marzo de 1933 (Hitler había llegado al poder en enero), en la Zweig se disculpa por no poder viajar a la Argentina, declinando la invitación que le habían hecho (vendrá en 1936), alude, sin nombrarla específicamente, a la persecución de la que son víctimas eminentes intelectuales de raza judía. Él mismo sufriría, un poco más tarde, un registro de su domicilio por una presunta existencia de armas similar al mencionado aquí, hecho que provocó su indignación y contribuyó a su partida de Viena, un alejamiento circunstancial que luego se convirtió en definitivo. Zweig , que aquí se refiere a sí mismo como autor "de una raza extranjera, aceptó desde la infancia su propio origen, aunque había sido criado en una familia asimilada, sin educación religiosa. Como sucedió con muchos otros intelectuales de su misma raza, el nazismo lo obligó a tomar conciencia de su identidad judía, condición que para él había sido hasta ese momento algo natural. Así lo demuestran las palabras que en 1916 le había escrito a Martín Buber: [Siento mi judeidad] del mismo modo como siento los latidos de mi corazón cuando pienso en ello, y dejo de sentirlos cuando no pienso.

Salzburgo, 21 de marzo de 1933
Querido señor Cahn:
Le agradezco de todo corazón su bondadosa carta, pero desde lejos usted no ve en qué situación terrible nos encontramos entretanto aquí. Probablemente los movimientos en Alemania han de tener muy pronto su repercusión, y en tales circunstancias para mí sería inimaginable alejarme de casa por largo tiempo; es que ahora incluso debo evitar viajar a Alemania, porque la libertad de uno no está totalmente asegurada. Qué más necesito decirle cuando hoy a Bruno Walter ya no se le permite dar un concierto en Alemania, y se ha hecho un registro en casa de Albert Einstein para averiguar si ocultaba un arsenal. Ahora es preciso estar presente, y por eso he tenido que anular telegráficamente las conferencias que debía dar en Suecia y Noruega en marzo y abril. Pero seguro que en los años venideros, dígale esto a esos señores, iré con el mayor gusto, y ya nos pondremos de acuerdo sobre las condiciones.
(...) Ah, querido señor Cahn, si usted supiera qué tiempos estamos viviendo ahora; probablemente muchas de las tensiones se resolverán a la larga, pero por el momento, para autores de una raza extranjera como yo, todo está muy mal en Alemania, y la situación en Austria, en el filo de la navaja.
Cuando llegue esta carta, todavía por vía aérea, quizás muchas cosas ya hayan cambiado.
Un millar de saludos de su Stefan Zweig

Salzburgo, Kapuzinerberg, 5, 6 de junio de 1933
Querido señor Cahn:
Le agradezco mucho su amable carta. La situación alemana lo agobia a uno no tanto por la actitud del gobierno, que solamente cumple con su programa partidario, conocido desde hace mucho tiempo, sino por lo que yo siento como oprimente, la cobarde y temerosa actitud de nuestros camaradas locales, que incluso no están afectados, y entre los cuales no hay uno solo que hasta ahora haya encontrado el coraje de pronunciar una palabra libre y terminante. Furtwängler lo ha hecho, por Bruno Walter y por la música, sin que esta conducta lo haya perjudicado en lo más mínimo. Pero Gerhard Hauptmann y todos los demás callan, y lamentablemente ese silencio puede ser considerado como consenso.
Lo que encuentro más peligroso es que ahora, sistemáticamente, en las es-cuelas se le enseña a toda la juventud que Alemania siempre ha tenido razón, y que está en su derecho y todas las otras naciones, razas y religiones están equivocadas; que a consecuencia de tal educación escolar y de una prensa cada vez más unificada, la juventud es inducida, absolutamente convencida, a esa espiritualidad; que se considere el pacifismo como cobardía y neurastenia, y se elogie la guerra como auténtica virilidad e ideal moral. Y así, realmente entusiasmada y sin duda sincera, con fe constante y ojos azules, toda una generación nueva marcha ahora al encuentro de mesiánicas promesas que, según mi opinión puramente lógica y racional, no pueden cumplirse, porque Alemania vive entre las otras naciones y me resulta imposible imaginarme una hegemonía real del espíritu y el poder.
¡Qué atroz el despertar de una psicosis semejante! Por eso los círculos dirigentes recurren a todo para evitar ese despertar. Se opera con los narcóticos más fuertes, y con desfiles, celebraciones y procesiones espléndidamente escenificadas se crea un "discurso del vencedor, una exaltación antes de la verdadera batalla, como después de obtener una victoria. Es verdad que diez años en la vida de un pueblo son sólo un suspiro, pero en nuestra vida privada, a la que la guerra y sus consecuencias ya le han arrebatado una buena parte de despreocupada seguridad, es claro que son una carga pesada y probablemente irreparable. Hay que recluirse en uno mismo y en el propio trabajo. Según mi parecer, una real resistencia es tan imposible como fue en 1914, en el momento de la guerra, hablar contra la guerra; en realidad sólo se la pudo establecer medio año después, cuando la primera borrachera se había disipado. Por eso tampoco yo escribiré ahora, y le pido que considere estas palabras como absolutamente confidenciales. Ya llegará la hora de hablar, sólo es necesario esperar el momento preciso.
Estuve en Suiza sólo por aquella conferencia. Mientras sea posible me quedaré aquí, porque en mi fuero interno considero peligroso emigrar, tanto como un llamamiento a otras naciones extranjeras. Los agravios que el gobierno alemán ha hecho, por ejemplo la que-ma de libros, no los ha hecho en secreto sino públicamente. Ha puesto en discusión sus actos y opiniones del modo más desembozado, por lo tanto es superfluo aludir especialmente a eso.
En este momento estoy trabajando en un libro sobre Erasmo de Rotterdam. Al principio la elección le puede parecer extraña pero es, a semejanza del Jeremías, el intento de representar en un símbolo una actitud moral que hoy está prohibida. Erasmo de Rotterdam fue un apóstol de la humanidad, [un ejemplo de] neutralidad del más alto rango, y fue vencido por su tiempo precisamente como nosotros por el nuestro; y como en el caso de Jeremías, quisiera aquí, en un libro histórico, celebrar la derrota de un pensamiento que sin embargo nunca podrá ser vencido.
(...) Si actualmente no llega allí ningún libro de Alemania, eso tiene una causa suficiente: que no se publica prácticamente nada, inter arma silent musae, la política ha dado muerte a la literatura.
Mil saludos de su Stefan Zweig.

* Alfredo Cahn había nacido en Zurich, Suiza, en 1902, en el seno de una familia judía. Después de una breve estadía en España, emigró a la Argentina en 1924.
En nuestro país se desempeñó como traductor y agente literario. Publicó algunos libros de ensayos y numerosos artículos literarios en diarios y revistas especializadas.
Durante varios años fue profesor de Literatura Ale-mana en la Universidad Nacional de Córdoba. Las cartas que publicamos pertenecen a un espitolario inédito que conservaron hasta hace poco los herederos de Alfredo Cahn.

Fuente:
Fundación Memoria del Holocausto

Abril de 2003
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