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¿Conflicto o armonía?
Padres con hijos adolescentes

Por Moshé Korin
Sabemos, está instalado en los medios, que la adolescencia es problemática. Los padres muchas veces creemos que estamos frente a un conflicto en el que no atinamos a la solución. Sin embargo, la armonía en la convivencia es posible y la adolescencia como etapa de crecimiento trae problemas y conflictos, lo cual no quiere decir que ella sea en sí misma un problema. Esta nota nació como producto de mi preocupación en el reciente verano marplatense. Allí, un descansado mediodía de enero de 2007 vi un programa de tevé en el que se pasó un sorprendente documental sobre los jóvenes que frecuentan los boliches nocturnos en la propia Mar del Plata, como asimismo en Pinamar, Villa Gesell y Punta del Este.
A no dudar de que son muy especiales los días que corren frente a los tantos riesgos que azotan a los jóvenes, sea la droga, el alcohol, la violencia. Y que dicho documental los reflejó con toda crudeza.

Una mañana particular
La cuestión adquirió para mí un especial énfasis, cuando el domingo un problema con mi auto me llevó temprano en la mañana hasta el sector mecánico del Automóvil Club. Allí, a las 7.40 ya me encontré con una larga fila de autos, que me imposibilitaban aproximarme. El repartidor de la estación de servicio me tranquilizó, aclarándome que a las 8 horas se despeja todo, porque los conductores están en el boliche de enfrente, que a esa hora cierra y concluye la velada nocturna del día anterior.
Esto fue así… pero lo que más me impactó es ver el desorden y desequilibrio de todo tipo de conductores y acompañantes que salían de la larga noche del boliche, para meterse en los citados automóviles. Allí presencié un espectáculo denigrante, con varias personas encimadas, todos muy bebidos, algunos quizá también drogados, torsos desnudos fuera de las ventanillas con autos en marcha a toda velocidad… en fin, a ningún padre le hubiera gustado constatar la presencia de un hijo suyo en esas circunstancias. Y sin embargo, todos esos jóvenes —se supone— provienen de hogares familiares, medianamente o bien acomodados.
Fue así que se instaló en mí el tema de la relación de los padres con sus hijos adolescentes, que es el momento crucial, previo al de la mayoría de edad e independización.

Disparidad
Si nos detenemos por un instante en la palabra “adolescencia” vemos que la misma proviene de “adolecer”. Y, en verdad, lo que acontece con el adolescente es justamente una disparidad entre el crecimiento y desarrollo físico y muscular, y su necesidad aún de jugar, de mantener aspectos de la infancia. El desequilibrio también aparece entre esta necesidad infantil de jugar y el comienzo de la adultez. Todo esto convierte a este período que se extiende desde el comienzo de la pubertad hasta más o menos los veinte años, en un adolecer. Adolecer de una perspectiva integradora, ya que muy “a los ponchazos” el o la joven va a tener que ir conformando una personalidad propia. Y esta personalidad —dicen los psicólogos— debe lograr darse una identidad, la cual es el producto de un conjunto de identificaciones. Las identificaciones con los padres llegan desde la más temprana infancia.

Nuevas identificaciones

Ahora… cuando se trata de esta salida definitiva de la infancia, aparece la necesidad de otras identificaciones. Y allí está el “afuera” brindando conjuntos musicales, equipos de fútbol, líderes políticos rebeldes, etc., que son de donde se van a nutrir ahora nuestros jóvenes. Con el agregado de que en la mayoría de los casos se tomarán modelos que entren en contradicción con las preferencias de papá y mamá. Esto es también lógico, dado que salir de la infancia implica fundamentalmente separarse de los padres. Por lo menos, “separarse mentalmente”. Y se adoptan conductas que van a chocar, las más de las veces, con los criterios paternos.

Visitante en casa
El hijo varón muchas veces comunica en la casa que su novia, o simplemente su chica, vendrá a su cuarto. Y esto ya origina en la casa toda una discusión. Son pocos los padres que darían su visto bueno. Acá es todavía recordada aquella película que hará unos cuarenta años causó conmoción, titulada “Suecia: ¿Infierno o Paraíso?”, una especie de documental en la que entre otras cosas se mostraba a la mamá de una adolescente sirviendo el desayuno en la cama a su hija y al novio de ésta, que había pernoctado allí.
Desde aquel lejano “traer a la prometida a la casa” para hacerla conocer formalmente en una cena familiar, a estas relaciones muchas veces efímeras, donde los jovencitos ya traen —o pretenden hacerlo— a su chica, la que es vista como una intrusa, se ha recorrido un largo camino.

Carencia y vitalidad
El adolescente carece de una conjunción entre el desarrollo del cuerpo y sus conductas atropelladas, pero al mismo tiempo posee una vitalidad desbordante. Y es esta vitalidad la que lo empuja a actuar, en todo tiempo y terreno. No importa que la chica —o el muchacho, si se trata de una chica— constituya una relación pasajera. Vivir el momento aparece como la consigna. Muchas veces los padres prefieren ceder en esta cuestión, admitiendo a una “intrusa” —o “intruso”– bajo la racionalización: “mientras no se droguen”.
Se viven situaciones tensas, y el miedo de los padres a imponer la autoridad, para no ser tildados de “represores” y “autoritarios” los ha llevado en muchas ocasiones a manifestar el temor. Y este miedo es contagioso. Los jóvenes necesitan que se los ordene.

Saber ordenar
Y con la palabra “orden” tenemos un doble sentido. Así, ordenarles quiere decir indicarles qué hacer y qué no hacer; esto también les va a ordenar la vida. Por ello, para saber ordenar es indispensable saber dar órdenes. Esto quiere decir madurar una decisión y saber hacerla cumplir. Hubo una época, quizá inmediatamente posterior a la de la citada película sueca, en que los especialistas —psicólogos, educadores, etc.— aconsejaban, recomendaban y enfatizaban en la necesidad de “no castrar”, permitir expresarse a los hijos, darles mayor libertad para que no crezcan con culpa, etc.
Y en especial ésta fue la actitud de los padres que son profesionales, o de la clase media más instruida. Se pasó de una época de castigos incluso corporales a otra de “laissez faire” (dejar hacer). El salto fue grande, demasiado grande y hoy son muchos los que se lamentan porque no pudieron darle a sus hijos una adecuada educación. Y no pudieron justamente por ese temor a dar una orden o a implementar una prohibición. Y toda educación está fundada en un conjunto de prohibiciones —pensemos en la ya interiorizada prohibición al incesto como primera ley cultural, según demuestra el psicoanálisis—.

Responsabilidad
Pero antes que pensar la actitud paterna en términos de represión o total libertad, lo primero que hay que considerar es la responsabilidad. Éste es un concepto que algunos padres —como mucha gente— equivocadamente asocian con la represión. Y no es así: debemos ser responsables, y si nuestros hijos eructan o bostezan en la mesa y sin taparse la boca, si escupen en cualquier parte o ponen la música en un tremendo volumen, tenemos también la responsabilidad en ello.
La responsabilidad de los padres no es sólo la de manutención de sus hijos hasta los veintiún años de edad. No es sólo darles un techo, darles de comer, vestirlos, mandarlos a la escuela. También es fundamental el proceso educativo en todo lo demás, porque de esa manera están forjando al hombre o a la mujer que va a ser cuando sea mayor.

Edad desafiante
Y la adolescencia es la etapa inmediatamente previa a esa mayoría de edad.
La responsabilidad de los padres —señalan hoy los especialistas— es fundamental frente al desafío que implica la crianza de los hijos. Si los padres son responsables, también estarían gestando la responsabilidad en sus hijos. Por supuesto, sabemos que al mismo tiempo están en una edad desafiante y muchas veces son “contreras” por el hecho de serlo, por el hecho de tener que diferenciarse de “los viejos”, como ya señalamos.

Autoritarismo

Escuchamos en muchísimos casos, a hombres y mujeres que dicen haber tenido padres de carácter muy fuerte y de personalidad autoritaria. “Yo no quiero ser así con mis hijos”, dicen razonablemente. Pero si adoptan una conducta antitética, que se halla totalmente en las antípodas como la de dejar que hagan lo que quieran, aunque no sea la intención lo que en verdad están haciendo es tratarlo como si fuese un objeto lejano. Y en verdad es éste el punto de partida del autoritarismo. El autoritarismo justamente consiste en tratar al otro como si no fuera otro, sino una cosa, un objeto.

Autoridad
Por ello es muy útil recordar que la palabra “autoridad” proviene de “autor”; es decir, hay una autoría (¡¿qué autoría más digna que la de la paternidad…?!). Ejercer la autoridad con nuestros hijos es un ejercicio por el cual se les posibilita que crezcan y se desplieguen más en lo que ellos son. Tal como a las plantas se las ubica para guiar un crecimiento parejo, también a los hijos hay que darles un continente y este continente que los ha de contener, debe necesariamente ser un mundo de referencia, para que crezcan y se despeguen de la mejor manera posible.
En aras de que no nos tilden de represores y autoritarios, muchas veces omitimos la autoridad. Y éste es el error más común en la crianza de la actual generación de niños, adolescentes y jóvenes.

Medio social
Tengamos en cuenta que la edad adolescente es aquella en que todos andan en grupo, son jóvenes que se juntan con otros jóvenes. Y a diferencia de la niñez, donde comenzó la socialización, aquí ya no van los padres a llevarlos a la casa del amiguito que cumple años. Ahora ellos —poseedores de la llave de su casa— entran, salen, cantan y saltan por todos los espacios y ámbitos posibles. Hay un mundo que empieza a quedar chico y otro mundo que ellos agrandan de la manera que pueden.

Mareados y confundidos
Muchas veces los adolescentes empiezan a juntarse con elementos del mundo que antes no estaban a su alrededor.
Y esto a los padres los moviliza, porque tienen amigos desconocidos. Y cuando conocen a éstos, hubiesen preferido no haberlo hecho. Todo lo cual marea a muchos padres en su función. Recordamos también el título de un libro de hace algunos años: “¡Socorro! Tengo un hijo adolescente¨ de Robert y Jean Bayro. Así, los padres están hoy un poco mareados y confundidos en su función. Por ello los especialistas se esmeran en hacernos recordar que la actividad de los padres es para disfrutar, y no para sufrir (algo que a muchos padres les parecerá imposible).

Momento de coraje
La adolescencia es un momento de coraje —también lo había sido el nacimiento, al salir al mundo y respirar—, en el que los jóvenes se están probando. Cada quien siente la necesidad de mostrarse valiente, amante, adulto, independiente, campeón, etc. Todo ello es parte del crecimiento, que como queda dicho ha de traer conflictos y problemas. Pero muchas veces se exagera cuando se caratula lisa y llanamente a la adolescencia de “problemática” —tal como Discépolo lo hizo con el siglo veinte al que en su tango llamó “problemático y febril”—. Y, como consecuencia, de allí se deduce que la crianza es un problema. Esto lleva a que hoy los especialistas puntualicen que el despegue del adolescente, su “ponerse en un mundo más ancho” implica riesgos, pero ello no quiere decir que se deba homologar “adolescente” a “problema”. Al hacer esto muchas veces los adultos nos estamos defendiendo —de manera inconsciente— de aquellas cosas que vivimos ayer al atravesar esta etapa.

Las ganas de los padres
Esta apertura al mundo social —que a los adultos nos parece exagerada—, nos moviliza mucho porque en gran medida nos retrotrae a nuestras propias vivencias infantiles y adolescentes. Y nos remite a aquellas que tenemos ganas que ellos vivan —o que no tengan que pasar— como las que vivimos en nuestra adolescencia. Y remite también a la relación que entonces tuvimos con nuestros padres. Un ejemplo bien claro es el que describimos más arriba, cuando se recuerda cómo fue la crianza que nos dieron, y que no quisiéramos para nuestros hijos. Aunque las más de las veces esta asociación con nuestra propia adolescencia, es inconsciente.

Los clubes familiares
En nuestra comunidad tenemos entidades sociodeportivas, tenemos jóvenes agrupados con ideales y que llevan a cabo la práctica de deportes, de ¨rikudim¨ (bailes israelíes) y especialmente cursos de ¨madrijim¨ (líderes), como también campamentos que los preparan para los diferentes ámbitos del vivir. Son entidades en las que también participan los adultos, es decir, sus padres, tíos, abuelos…
Fuera de la comunidad también hay clubes con acogida a las familias. Pero presuntamente un gran número se halla fuera de esta convivencia que genera lazos más fuertes en las familias.

Hormonas y referentes
La adolescencia es en sí misma una época convulsionada, diríase sin temor a exagerar: “revolucionaria”. De un lado, hay un formidable despertar hormonal y un estupendo desarrollo que muchas veces obliga a los padres a mirar hacia arriba a quienes estábamos acostumbrados a mirar hacia abajo. Del otro lado ellos tienen una mirada cuestionadora, diríase también “inquisidora” hacia las actitudes y el estilo de vida de sus padres. Sus nuevos referentes pueden ser personas del medio que justamente no sean del agrado de papá y mamá. No nos olvidemos que allá por los años setenta toda una generación contestataria se hizo peronista teniendo padres que habían estado contra Perón, o se hizo marxista teniendo padres cuyo ideal era el opuesto.

La contención
Ahora, en cambio, pueden invocarse otros referentes, del mundo de la música “pop” , de la televisión o del deporte, pero siempre con esta característica desafiante. El desafío, algunas veces, se manifiesta con la elección adrede de pareja de otra religión ó de una idiosincrasia irritativa para los padres.
Hay una fuerza que emerge en esta época y el riesgo enorme es que los padres —en definitiva, la sociedad toda— no puedan contener a sus jóvenes. Es importante dar una firme respuesta, que puede ser lo que nuestro criterio nos dicte, pero de ningún modo, vacilante.
Frente a esta vida social que se abre en amplio abanico, con novedosos paisajes y singulares personajes, el joven ya no va a recurrir a papá y mamá como en las novedades de la infancia. Sin embargo, los necesita con la misma carga energética que antes. Los padres deben contener a sus hijos, y esto se logra con la confianza en el vínculo.

Impulsos y emociones
Así como más arriba hablábamos del generalizado error de los padres respecto de lo que implica el dar una orden a sus hijos, también en los jóvenes existe una generalizada e incorrecta interpretación de lo que es la libertad. Porque es una falacia creer que para ser uno mismo, no puedan experimentar ninguna interrupción en el tormentoso afluente de pensamientos y deseos. Creen que esa interrupción es un ataque, una ofensa. Pero no es así. Antes más bien es imprescindible que los padres sean referentes, que contengan a sus hijos para que éstos no queden al arbitrio de sus impulsos y emociones. Lo contrario no sería dejarlos libres, sino “a la marchanta”, es decir, sueltos a los vientos, razón por lo que tantas veces los jóvenes pretenden atar amarras en cabos ficticios.

Ancla y faro
Y ya que empleamos una metáfora marina, es interesante recordar el planteo de los especialistas en el tema. Así, el Prof. Jaime Berenstein, cofundador de la editorial “Paidos” —por ejemplo—, empleaba igual metáfora. Para evitar que los adolescentes pierdan la brújula en el ancho mar, afirmaba la necesidad de que el padre y la madre debían ser a un tiempo, el ancla y el faro para sus hijos. El ancla los sujeta a un punto determinado. Pero asimismo el ancla tiene una función liberadora, ya que al marino lo libera de la dictadura de los vientos. Y también han de ser un faro, que es el que ilumina al barco para que éste pueda tener la dirección que quiera darse. Los padres constituyen el faro para el pensar y el hacer de sus hijos; y muestran lo que hacen con su vida, por lo cual de alguna manera le están diciendo —y no ya con palabras— qué es lo que los hijos podrían hacer con la de ellos.
La crianza de los hijos es un arte que los padres van aprendiendo a desarrollar a largo plazo. Es una generosa elaboración que marcan como capitanes de la nave en la que determinan el derrotero a seguir.

Mirada profunda
Los adolescentes son contradictorios por naturaleza. Y sus ocasionales y rústicas conductas no coinciden con la profundidad de la mirada en algunos de sus planteos. Pero lo que los guía es un destino en el que tienen que buscar experiencia.
La actitud o función de los padres es la de servirles de referencia para lo cual es preciso darles límites. Los padres deben saber cuál es el lugar que deben darse en cada situación. Si pensamos que nuestro hijo no está aún en condiciones de manejar el auto, debemos saber decirle que “no”, que no le prestamos las llaves del auto. Y decirlo con convicción, no con culposa vacilación.

Los padres y sus pares
Y una de las cosas más aconsejadas, es que se reúnan grupos de padres —como ya se hace en varias instituciones— para que vean que también a sus pares los afectan situaciones parecidas. Muchas veces un padre niega a su hijo la autorización para ir a una fiesta, y el hijo le dice que ése que le toca vivir a él, es el único caso entre sus amistades. Y los padres quedan con culpa, creyendo que los demás padres han autorizado a sus hijos. Pero sucede que no es así, y esta prohibición se da asimismo en otras casas. Por ello, entre otras razones, es importante que los padres tengan relación con otros padres y al ver que tienen una problema común, sepan también cómo actuar.
Por supuesto que no hay recetas únicas. Ni siquiera hay receta. Pero sí, se trata de saber que este problema excede el mero marco de esas cuatro paredes, y charlarlo con otros padres y con profesionales van a ubicarnos mejor, pudiendo pensar con otros, para llegar a los resultados personales. Es decir, se trata de compartir y de pensar entre pares.


La alegría
Uno de los aspectos fundamentales es volver a la alegría de ser padres. Ser padres implica —o debería implicar— una posibilidad enorme de disfrutar de nuestros hijos. Y últimamente parece haberse instalado la idea de que en cambio se trataría de una pesada carga.
Se exagera al punto de denominar a la paternidad como un “sacrificio”. Nada más equivocado. Además, con esta idea asumida, generamos culpa en los hijos. Los hijos tienden a creer —de manera consciente o inconsciente— que ese rostro amargado de sus padres, se debe justamente a algo que ellos hicieron. Y a veces hasta los padres prefieren cargar las tintas sobre algún episodio donde verdaderamente los mortificaron. A su vez, los adolescentes prefieren sentir que ellos son los culpables porque de ese modo obtienen al mismo tiempo algún mínimo control sobre las circunstancias, a no poder hacer nada sobre sus padres —este proceso es también inconsciente, pero sus manifestaciones exteriores permiten la inferencia del mismo—.

Atmósfera íntima
En los medios de prensa se suele generalizar sobre la juventud, muchas veces con ayuda de la estadística. Mucho se destacan los abusos de los jóvenes en las noches, con excesos de alcohol, de drogas y demás. Esto se da en no pocos casos —aunque no se debe generalizar y hablar así de toda la juventud—. Tienen que quemar etapas y toman atajos. Imaginan que pronto vendría “el diluvio” —de ser adultos y amargados como los padres— y ahora se trata de vivirlo todo ya. Por ello es importante que tengan de sus padres una imagen de que siendo adultos también se puede pasarla bien. Y que pueda haber una atmósfera de intimidad, lo que quiere decir que los padres conozcan y reconozcan lo que pasa con sus jóvenes. Tal como lo sabía la mamá cuando el bebé que todavía no hablaba, quería algo. Esa comunicación implica una intimidad, y esta intimidad no es sólo un concepto, sino una percepción muy estrecha de la relación.

El “reviente”Y aquí nos instalamos entonces en aquellas líneas iniciales de esta nota: en mi preocupación por esa actitud tan explosiva de los jóvenes cuando se hallan en grupo, cuando frecuentan los boliches nocturnos.
Es que inconscientemente deducen que llegar a mayores, que ser padres, “es un bajón”, es vivir siempre amargados. Entonces viven el momento a más no dar. Y se produce un relajamiento de las costumbres que horroriza a los mayores. Porque justamente es como si nuestros hijos no quisiesen llegar a ser mayores. Es decir, apuestan todo “al reviente” momentáneo. Y en ese momento conviven como dicen por ahí “sexo, drogas y rock and roll”.

En el corazón

Por ello lo aconsejable es que los padres mantengan el placer de la relación. Entre ellos y con sus hijos. Y si los padres están separados, igualmente tienen que emplear una estrategia unificada ante sus hijos.
De todas maneras, sabemos que las leyes de la vida grupal son específicas y el adolescente ingresa también en ellas. Pero en esos grupos a los que entra, está también su sentimiento respecto de lo que ocurre en la casa. Porque cuando los jóvenes llevan a sus padres en el corazón, es altamente improbable que cometan conductas dañinas para sí mismos o para terceros.

El miedo tan presente
Es importante que cuando un jovencito o una jovencita sale por la noche al boliche lo haga “con sus padres en el corazón”, por así decir. Ahora si estos padres están “muertos” de miedo, no sirven para esto. Porque los jóvenes viven el riesgo y exigen coraje. Los padres deben mostrar ese coraje, y no miedo. No olvidemos que algunos autores consideran al miedo como opuesto al amor: el amor hace florecer las cosas y el miedo las restringe.
Pero si ellos nos ven ansiosos y angustiados se van a preguntar: “¿y qué pasó que papá y mamá ya no confían en los años de educación que nos han dado hasta el momento?”, lo que genera desconfianza.

Tierra Prometida
Quiero concluir esta nota citando la metáfora bíblica judaica que también han empleado algunos psicólogos. Los padres son a sus hijos, como lo era la Tierra Prometida para los judíos. Cuando al vagar en el desierto no tuvieron la creencia en ella y perdieron la confianza, entonces se embebieron en la idolatría a becerros de oro. Sólo cuando Moisés asumió el liderazgo responsable, volvieron a creer en la Tierra Prometida. En este caso, los padres deben saber que ellos constituyen la Tierra Prometida —el futuro— de sus hijos. Y si éstos se embeben en la embriaguez del alcohol y la exaltación de los sentidos por la droga, es justamente por la falta de creencia en la Tierra Prometida.

La relación ideal
Por ello más importante que un sermón paterno con aires doctorales acerca de lo nocivo de ciertas conductas, es en cambio mostrarles a los hijos un estado de ánimo en el que prevalece la sonrisa. Y una relación en la que no falten la confianza y la contención, la alegría y el placer de la intimidad, la responsabilidad y el ejercicio de la autoridad.

Abril- Mayo de 2007. Iyar- Sivan 5767
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