LA VOZ y la opinión


Periodismos Judeo Argentino Independinte
Bernardo Ezequiel Koremblit Z”L
Por Moshé Korin.
Hace dos años y cuatro meses, el 1º de febrero de 2010, a la “edad provecta” de casi 94 años, tal como él lo afirmó en la sede de la SADE, a fines del 2009, “He nacido en 1916… después de Cristo…. Condición de criatura antediluvial”.
Koremblit físicamente se despidió de todos nosotros, pero sigue presente en cada uno de los argentinos como un intelectual, un escritor y un académico que ha producido un estilo vital, plasmado en la estética, en la filosofía, en el lenguaje, en la literatura, en la misma tradición judía, y envuelve con su potencia no sólo al lector: quienes hemos tenido la fortuna de ser interlocutores de Koremblit, sabemos de esa suerte de fascinación que ejercían sus precisas palabras; su agudo pensamiento; su filoso humor.
“Contrariamente a lo que la gente supone, no nací en una biblioteca”, afirmaba Koremblit. La frase, cargada de humor, dice mucho más de Bernardo Ezequiel que de su vida. La biblioteca, un sitio que puede ser una metáfora de muchas de sus existencias. Porque si bien “uno de los que él era” nació en algún barrio porteño, los “otros muchos que también él era” nacieron, no nos cabe duda, en una biblioteca.
A los 23 años se casó con Esther Teitelbaum, con quien tuvo tres hijos, dos varones y una mujer. Manuel Stéfan, Eduardo Hipólito y Alicia Eleonora. Le dieron cuatro nietos.

OTRO COMIENZO: LA VIDA INTELECTUAL.
Sus comienzos literarios fueron en la adolescencia como colaborador de la revista Leoplan y en una publicación de la editorial Claridad denominada “Cultura sexual y física”.
Pero sin duda, el Diario Crítica marcó el comienzo de una carrera intelectual. Se trata de una carrera en todo el sentido del término, puesto que allí Ezequiel ingresó siendo muy joven, a los dieciocho años y terminó escribiendo en la sección literaria. Sus compañeros de forja fueron nada menos que Nicolás Olivari a quien dedicaría un libro, Raúl González Tuñón, Ulyses Petit de Murat, Pablo Rojas Paz, Florencio Escardó, César Tiempo, Conrado Nalé Roxlo, Roberto Arlt, Edmundo Guibourg, Roberto Tálice y el mismo Jorge Luis Borges. Una elite intelectual en torno al peculiar proyecto periodístico de Natalio Botana, que logró una síntesis entre la cultura de vanguardia y la cultura popular.
Koremblit fue por más de treinta años, director de cultura de la Sociedad Hebraica Argentina y redactor de la revista “Davar” (la palabra); publicación de notoria incidencia en el ámbito cultural de la época y fue sin duda, la mayor expresión en el género literario judeoargentino.
Es importante para mí señalar el significativo aporte de Koremblit, durante la última década de su vida al Departamento de Cultura de AMIA, especialmente como coordinador y expositor en el memorable ciclo cultural “Condenados a la Eternidad”.
Ezequiel fue, como mencioné, un hombre extremadamente sensible al humor; le gustaba reír y hacer reír, y era inimaginable que una conversación con él, tuviera la dignidad que tuviera, prescindiera de la risa. Su interés por el humor también poseía un costado intelectual que quedó plasmado en su ensayo “El humor: una estética del desencanto”.
La madre de Koremblit se llamaba Elisa Sas, su padre Meier-Manuel, y fue él quien lo introdujo en el mundo de la bohemia y el teatro judíos. A raíz de esas vivencias escribe nuestro hoy recordado escritor su primer libro: “Jacob Ben Ami, el actor abismal”.

SUS OBRAS.
En mis años mozos, a fines de la década del ’50, del siglo XX, época en que todo el núcleo de compañeros que me rodeaban, “devorábamos” los libros, pero fundamentalmente, casi todos de autores extranjeros, me encontré con un texto, que aunque parezca mentira, me fue devolviendo poco a poco a la Argentina.
Era el libro con el que Ezequiel, a mi juicio, en ese momento, se perfiló definitivamente como un ensayista con mayúscula. “La torre de marfil y la política”. Ese libro comenzó a brindarme, hoy lo sé, la posibilidad de reencontrar el ejercicio del idioma en su plenitud.
En aquel momento, teniendo yo alrededor de veinte años, ese escrito, a su manera, me fue permitiendo recuperar el sentimiento del idioma castellano que fui perdiendo, leyendo casi exclusivamente traducciones, como así también muchos textos en idish y en hebreo.
Poco a poco fui recuperando el sentimiento festivo de la lengua castellana; luego se sumaron otros del mismo Koremblit como “Romain Rollan, Combate y soledad”,
“Coherencia de la paradoja” y textos de otros escritores, claro está.
Pero no puedo olvidar que ese libro de Ezequiel, dentro de sus obras, me resultó un texto disonante, pues advertí, sin poder conceptualizarlo en ese entonces, que estaba sustrayendo el ensayo, a la rigidez en que moría dentro del campo académico.
Yo me fui dando cuenta de que Koremblit estaba liberando al ensayo de una carga retórica que lo fosilizaba, en virtud del ejercicio académico que se ejercía de ese género, distorsionando verdaderamente lo que él era, un género creador en el que un individuo se hace cargo de los dilemas que promueven su pasión vital y los despliega en una perfecta sintonía entre el vigor reflexivo y la hospitalidad delocutiva amena. De él podríamos también decir que era un hombre cortésmente desesperado. Bernardo Ezequiel solía decir: “Para qué hablar si no podemos aferrar un sentido pleno, podemos hablar y debemos hablar para que la ilusión de un sentido pleno no nos aferre, no nos ate, no nos amarre, no nos condene, no nos subordine”.
En ese sentido, la obra de Bernardo Ezequiel Koremblit es la obra de un ¡liberador!...




KOREMBLIT POR SÍ MISMO.
Koremblit solía afirmar: “me interesa una sola cosa: todo”. Él, constantemente, renovaba su alianza con la vida, en el mejor sentido talmúdico, permanentemente; y creo que esto se debe a un hecho profundo, no sólo temperamental. Él sabía que la palabra nunca le iba a brindar una imagen definitiva sobre lo real, nunca un sentido pleno, acerca de lo que él quería conocer.
Esta discontinuidad, esta disonancia fundamental entre lenguaje y realidad, hacía que Ezequiel se convierta en un insomne perpetuo, alguien que sabía que al pronunciarse, sólo podrá traducir la intensidad de un anhelo de cercanía entre la palabra y el mundo, y nunca la plena sinonimia, entre uno y otro, una imposible plasmación mimética No hay rasgo, creo yo, que distinga más sustancialmente a un escritor, que éste.
El estilo de Bernardo Ezequiel Koremblit trasciende lo estrictamente literario: es un estilo que envolvía con sutileza su conversación, su pensamiento, su modo de estar y escribir. Aunque quizá no lo trascienda; acaso suceda que su ser literario transformaba en literatura todo lo que ante él emergía: el humor, el amor, la amistad, en fin... la vida misma.
Cuando Koremblit exponía, ese lexicómano irremediable, buscaba con delicadeza las palabras, paladeaba con placer las etimologías, se fascinaba con las paradojas y se entusiasmaba con los juegos de palabras, que dan lugar a la apertura de sentidos, sin caer en la unicidad interpretativa.
Bernardo Ezequiel adoraba los contrastes, las oposiciones arriesgadas que lindan con la trasgresión, el absurdo y la paradoja.
Tanto en los libros citados, como en los más recientes: “Eva o los infortunios del paraíso” y “Gerchunoff o el vellocino de la literatura”,( como decía nuestro impar e infatigable amigo, son “los últimos que he escrito, no, los últimos que escriba”,) se hallaba evidente y palpitante, el carácter vital-literario, tanto apasionado cuanto intelectual y estético de Koremblit.
Cabe recordar, por otra parte, en esta oportunidad, sus inteligentes, ingeniosos e inolvidables programas radiales y televisivos durante décadas como “El amor, el honor y el humor”.
DESDE JULIO DE 2006
Pero desde julio de 2006, cuando falleció su hija, para unirse a sus dos hermanos en el más allá, creo que podríamos agregar acerca de nuestro querido Koremblit, que el llanto cotidiano tenía su mitigación en haber recuperado, gracias al consuelo que manda el Señor, la paz espiritual, de igual modo que Job recuperó su familia y sus bienes.
Hay una enseñanza milenaria: Dios no le manda al hombre, nada que la persona no pueda sobrellevar.
También esta enseñanza de estoica actitud frente a las adversidades de la vida, fue patrimonio de su manera de ser.
Tal como él lo expresara en noviembre del 2009, cuando la SADE lo distinguió con el Gran Premio de Honor: “Sé que el buen Dios me puso en órbita, en la curva de traslación de la vida, pero no sé cuándo me sacará de circulación”; falleció el 1º de febrero de 2010.





SUS ÚLTIMOS MESES DE VIDA
Recién ahora, después de más de dos años, me animé a escribir algo sobre esos meses, los últimos de su vida.
Todos sus amigos, quien más quien menos, saben cómo fue construyendo su vida como periodista, escritor y ensayista. Este hombre abarcó todas las disciplinas, las que desde el fondo de la historia comprometen al hombre arrojado al mundo según nos ilustra el filósofo alemán Martín Heidegger (1889-1976).
Construyó su portentoso intelecto con la paciencia y la obsesión de un orfebre y de ahí que surja en su escritura un estilo rico en ideas y un lenguaje atravesado por aforismos y juegos verbales que hacían inconfundibles su paternidad.
Amaba la belleza. Cierto que a nadie puede resultarle indiferente, pero en él la belleza configuraba la exacta respuesta a todas las elucubraciones metafísicas que aporrean el deseo del hombre. La belleza para él, como para el escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900), constituía la más excelsa manifestación del genio, tal vez la más elevada, porque no necesita ser explicada. “La belleza -decía Wilde- es”-.
Y así sin desviarse del buen gusto, Koremblit consecuente y fiel a ese estilo de vida que en más de una vez emparentábamos risueñamente con los perfumes de la Belle Epoque, fue elaborando con total obstinación su propia muerte.
Desde su última intervención quirúrgica sabía que nunca iba a aceptar otra más que alargara su ya declinante salud.
Y se oponía, por un principio de equilibrio mental, a la sola idea de volver a someterse a la soberbia de unos instrumentos quirúrgicos, hurgando sin conmiseración en su cuerpo. Esto lo horrorizaba.
Y con rigor afirmaba: “El dolor físico es miserable en un hombre, un hombre logra superar y contener los lacerantes dolores del alma, pero no los que padece la carne”. Y lo confesaba alguien que conocía la desdicha, la desolación, la angustia, ante ese decreto de la providencia que lo dejó sin hijos, sin Manuel, sin Eduardo y sin su Alicia.
Él solía repetir: “Yo ya no necesito someterme a este humillante miserable dolor de la carne, me basta con alzar la mirada y ver en lo que se ha convertido la humanidad”.
Sus amigos en los últimos meses, andábamos cargoseándolo con los llamados telefónicos. Algunas veces al preguntarle cómo se sentía, respondía: “no en un cien por ciento, digamos en un noventa y tres.” Refiriéndose socarronamente a sus años. Y seguía: “a esta edad, es de buen tino intentar morir sano.”
Y así fue, que con esta consigna, inició su plan de ir disminuyendo su ingesta diaria.
Ramona, la mujer que durante años le cocinó, lo corroboró, al contar que en el último mes dejó sin tocar la mayor parte de los alimentos que le preparaba. Y ni hablar de que le diera algunos sorbos al agua que le ofrecía.
Pues sin conmiseración la rechazaba, con su risueña teoría de que el agua producía hongos ferruginosos mientras que el vino se disolvía en ideas.
Pero que al menos ¿no intentara pasar la lengua por la cumbre de un helado de chocolate? Para él suprema delicia de los dioses…fue la rotura de nuestra fantasía de revertir su posición.
Su deseo de morir no era un dibujo metafórico de brillante ensayista, de la coherencia, de la paradoja y de la estética de desencanto, era tan cierto como su mirada de amor y de despedida a su nieta y a sus amigos que lo rodeábamos.
Y entonces fue que le salí al cruce con un esbozo de pregunta: “querido Ezequiel ¡te has puesto ya en la mira de agarrar y morirte!” Rió, apenas moviendo los labios y aclaró: “no creas que ´el agarrrar´ está mal empleado. ´Agarrar´ en una de sus tantas acepciones dice: conseguir lo que se buscaba”.
Fue después de una última caída en la calle que quisimos comprarle como regalo de cumpleaños un bastón. Pues bien, ¡había que oírlo! Para él esa intención nuestra delataba el reconocimiento de una vulnerabilidad inconcebible en él. Se opuso con refunfuño, si decidíamos hacerlo contábamos ya con su rotundo rechazo; que sólo lo reduciría a un virtual e irreducible viejito, al que le deben ceder el asiento en cualquier transporte, por encima de la natural prioridad que merece una mujer.
En el último mes, como muchos jueves desde hacía varios años, fui a buscarlo con el auto a su casa para reunirnos con amigos, a comer y me sorprendió caminando por la vereda de su casa, esgrimiendo un bastón, pero con esta curiosidad: ¡no lo apoyaba en el suelo! Lo mantenía suspendido por sobre el piso. Como le observé ese detalle, me dijo: “lo uso para bajar y subir cordones, escaleras y superar cascotes que ponen en la vereda para tapar los agujeros”. Odiaba un “hasta esa dependencia”.
Sin embargo, la ostensible disminución de su movilidad la sufría con evidente desconsuelo. Ya no podía echarse a andar las 40 cuadras a su diario La Prensa y entregar sus notas personalmente. Y sé hasta qué punto le lastimaba renunciar a ese viaje, al que le confería el rango de gozosa peregrinación.
Pero casi siempre con estos desalientos se cruzaban sus ocurrencias y su humor, su simple y profundo conocimiento de la vida.
Solía decir: “la tierra debe ser el infierno de otros planetas”.
Y evocaba a su maestro y guía espiritual, el humanista y escritor Erasmo de Rótterdam (1469-1536), cuando comparaba con ventaja a las abejas con el hombre, al aducir que aún teniendo todos los sentidos, el arquitecto no puede igualarlas en la construcción de edificios, ni el filósofo en fundar una república semejante.
Ezequiel sabía paliar sus desdichas y su inferioridad ante las abejas, a través del humor. Y escribió palabras que bien hubiera suscrito el mismo Erasmo, su maestro: “Hay un único hombre que desde su estricta y demarcada limitación es capaz de saltar hacia lo prodigioso e ilimitado de una pirueta de volatinero, en una cabriola de ballet que supera su propia limitación; ese único hombre, es el humorista”
Confieso que algo nuestro se ha llevado Ezequiel consigo. Y lo digo por esa sensación que nos dejó con su partida, de ya no ser uno, el mismo.



UN SER QUERIDO
Los seres queridos, se dice, no mueren, se nos vuelven invisibles, no los vemos, pero Bernardo Ezequiel Koremblit cada vez que lo nombramos o escribimos sobre él, está con nosotros y nos sonríe.
Los que tuvimos la oportunidad de conocerlo, escucharlo, leerlo y disfrutarlo: su familia, amigos, admiradores y admiradoras - como siempre él decía: Bienqueridos, que lo bienquerían – eternamente lo recorderemos por su bonhomía, dinamismo, sensualidad, fortaleza, simpatía, inteligencia, laboriosidad y talento.
“Iehí zijró baruj!” ¡Bendita sea su memoria!


Junio 2012 / Sivan - Tamuz 5772
Página Principal
Nros. Anteriores
Imprimir Nota

DelaCole.com


www.lavozylaopinion.delacole.com

E-mail: lavozylaopinion@gmail.com

Reg.Prop. intelectual 047343
Los ejemplares del periódico se pueden conseguir en los locales de los comercios anunciantes.

Auspiciado por la Sec. de Cultura de la Ciudad de Bs. As., Registro No 3488/2003 (15-01-04)

Editor y Director: Daniel Schnitman
Socio U.T.P.B.A 14867

Adherido a Sind. Intern. Prensa libre 4339

El contenido de los artículos es de exclusiva responsabilidad de los autores. Su inclusión en esta edición no implica presumir que el editor comparta sus informaciones o juicios de valor. Los artículos publicados pueden ser reproducidos citando la fuente y el autor. La dirección no se hace responsable por el contenido de los avisos publicados.

PRODUCTORA IDEAS DEL KOP S.A.