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El hombre que dio todo por la Patria
Manuel Belgrano

Por Moshé Korin
Prócer, ideólogo de la Revolución de Mayo, economista, abogado y soldado fue considerado uno de los próceres más puros de la argentinidad.
Romántico, patriota por antonomasia, el Dr. Manuel Belgrano falleció a los cincuenta años, habiendo donado escuelas y con el Estado que le debía diecisiete sueldos. Murió en la misma habitación donde nació, y con su cama como único mueble. Fue considerado “El Padre de la Patria”, hasta que en los años treinta del siglo veinte —según afirma Félix Luna— se lo reemplazó por San Martín, en dicha veneración. Hagamos un breve repaso de su historia.

Múltiples aspectos
Todos conocemos a Manuel Belgrano como creador de la bandera, el vencedor de las batallas de Tucumán y Salta, abnegado patriota. Pero mucho más hallamos en Manuel Belgrano, a cuya vida y obra Bartolomé Mitre meritoriamente dedicó cuatro volúmenes de su Historia Argentina.
Recordemos que fue uno de los activos hombres e ideólogos de la Junta de Mayo en el nacimiento de la Patria. Fue un hombre de ideas, brillante economista —trajo al Plata las renovadoras ideas de Adam Smith y de los fisiócratas— y, cuando fue llamado a organizar el ejército, se reveló también como inteligente soldado. Considerado “el padre de la Patria”, sólo con el ascenso del Gral. Uriburu —según precisa Félix Luna—, ese apodo pasó a otro gran prócer, el Gral. San Martín.

El hogar
Hijo de Domingo Francisco Cayetano Belgrano Peri (italiano) y de María Josefa González (criolla), su padre fue un comerciante de granos (vemos que el apellido es, justamente, “bello grano”), en especial, un importador de trigo, dada la época específicamente pecuaria (ganadera) en el territorio que ahora es la Argentina.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano —tal su nombre completo— nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, siendo el cuarto de los trece hermanos. En el Real Colegio de San Carlos fue alumno de filosofía y teología, latín y letras.

De la aldea a la gran ciudad
Sus años de infancia y adolescencia transcurren en tiempos de gran crecimiento de Buenos Aires, que pasa de ser una modesta aldea a convertirse en la ciudad más grande del actual territorio nacional. Este crecimiento se da en particular a partir de la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776. Allí llega como virrey, Cevallos y con él arriba también una enorme legión de funcionarios, instalándose muchos de ellos en nuestra ciudad, que llegó a tener 45.000 habitantes, cifra más que importante para la época.

Bachiller y abogado
Con dieciséis años apenas cumplidos, en junio de 1786 el joven Manuel viaja a España junto a su hermano Francisco. Allí obtiene su Bachillerato en la muy prestigiosa Universidad de Salamanca (el padre tenía entre sus planes que su hijo Manuel José Joaquín lo asistiese en la actividad pecuaria); y, más tarde, en enero de 1793 —con 23 años de edad— el joven Belgrano se gradúa de abogado en la Cancillería de Valladolid. Un año después, en enero de 1794 al crearse en Buenos Aires el Real Consulado del Río de la Plata, el joven abogado pide a Carlos III ser nombrado allí; y en efecto, logra ser designado Secretario del mismo, por lo que retorna a Buenos Aires para vivir y ejercer dicha función.

Economista e ideólogo
A partir de 1801 comienza su trascendente tarea periodística, como redactor del “Telégrafo Mercantil”. Belgrano es un economista con importante predicamento a favor de la libertad de comercio y de empresa, lo mismo que del desarrollo agrícola y técnico. Demostró siempre una especial vocación por la ciencia económica, y estuvo al tanto de los más importantes autores europeos, como —entre otros— del célebre libro de Adam Smith, “Origen y causa de la riqueza de las Naciones” (que apareció en Europa en 1776, en el mismo año que se creaba aquí el Virreinato del Río de la Plata). Era una época en la que en el campo de nuestra región, se criaban vacas flacas, de largas patas, larga cornamenta y que corrían mucho. Esto último obligaba a los hacendados como a los peones a desarrollar cierto ingenio, dado que aún no se habían inventado los alambrados.
Belgrano comienza desde temprano a pregonar la necesidad del desarrollo agrícola, que hará más tarde de la naciente Argentina un país agrícola-ganadero por excelencia. Su ideario era a favor del progreso y de la emancipación, enfrentándose así con el cerrado absolutismo de la monarquía española en América.
En 1802, en lo de Mariano Altolaguirre, Manuel Belgrano (de 31 años) conoce a María Josefa Ezcurra (de 17 años; hermana de la esposa de Juan Manuel de Rosas), a la que lo ligaría un vínculo sentimental. El padre de la muchacha se opone a la relación y la casa con su primo, Juan Esteban.

Dos facetas
La sencillez, la modestia, el estar siempre dispuesto a servir a la naciente Patria, hacen de Belgrano uno de nuestros más admirados próceres. Su honradez y su entrega por la causa patriota lo ameritan como uno de los grandes argentinos de todos los tiempos.
No tenía ninguna formación ni vocación militar, pero cuando se producen las invasiones inglesas, él que hasta allí era Secretario del Real Consulado, no duda en alistarse y combatir. Es decir, tenemos —como muchos han señalado— “dos” Belgrano: el economista, ilustrado, ideólogo; y el militar (inicialmente improvisado, pero que luego de constituida la Primera Junta en 1810, iría también obteniendo importantes triunfos).

Invasiones inglesas
En la primera invasión (junio de 1806), como muchos vecinos, interviene y es asistente de campo de un coronel. En aquella oportunidad mueren 300 personas. La segunda invasión (julio de 1807) fue mucho más dura. Llegamos a contar con 7000 hombres en el ejército, incluido también un Regimiento de Pardos y Negros —que eran todavía esclavos— y es elocuente el dato de que en ésta hubo un total —entre ambos bandos— de 4000 muertos —es decir: más de diez veces que en la invasión del año anterior— ; en la ocasión, Belgrano que hasta entonces no entendía demasiado de la actividad militar, ya se foguea en pleno combate como novel guerrero. La hazaña del rechazo a las invasiones inglesas fue un hito determinante de la nacionalidad naciente. Acá es vencida la primera potencia militar del mundo.

Primer pedagogo
No cabe duda de que Sarmiento fue el gran impulsor de la educación argentina. Pero no fue el primero, ya que bastante antes fue precisamente Manuel Belgrano —a quien muchos autores llaman “el primer pedagogo criollo”— quien advierte sobre el riesgo de la falta de conocimientos y de instrucción mínima en gran parte de la población. “Educación es lo que necesitan estos pueblos para ser virtuosos e ilustrados como corresponde”, escribió. Entonces decide que “el país necesita escuelas”. Y las crea, comenzando por una Escuela de Niñas. Hasta ahí se pensaba que la mujer no tenía necesidad de saber nada, y todo quedaba reducido a aquellas pocas casas en las que les enseñaban a leer y escribir. Belgrano combate este absurdo y a partir de él se inicia la educación de la mujer en nuestra Patria. También incorpora al aprendizaje a los niños negros.

Apertura comercial
En los temas educacionales y de acuerdo a como se enseñaba en España, también aquí se privilegiaban la teología, la filosofía y el latín, pero se carecía de formación en las materias prácticas. Belgrano, tiene una rica formación humanista, tomando conceptos de Smith y los fisiócratas, y asimismo de la Revolución Francesa y de diversos autores iluministas (liberalismo). En una oportunidad invitó al Consulado para dialogar con él, al Ing. Cerviño, quien le dice que es necesario que la gente trabaje en cosas concretas, para lo cual hay que abrir el comercio, lo que traerá el progreso. Y Belgrano coincidía con esta idea.
Hasta entonces los comerciantes exhibían una patente que les atribuía el monopolio en su ramo. Y cuando se iba a difundir lo dicho por el Ing. Cerviño, un grupo de comerciantes ordena que no sea impreso. Su oposición fue férrea: tal como lo había determinado España, sostenían que era una osadía plantear la libertad de empresa y de comercio, o el progreso que incorpore a la gente.

Asignaturas prácticas
Pero Belgrano sigue su acción esclarecedora. Como economista muestra su amor a la gente y su voluntad de hacer. Y entonces se ocupa de crear las academias que brindan formación en materias necesarias para levantar un país y darle también herramientas de trabajo a su población. Entendía Belgrano que también era necesaria la formación incluso para desempeñarse en el comercio, y es el creador de la primera Escuela de Comercio. Y también funda las academias de Matemáticas (el Ing. Cerviño fue nombrado profesor de la misma), de Náutica, de Dibujo (donde se diseñan planos; entendía que el dibujo era imprescindible para los objetivos laborales).
También hizo aportes conceptuales a la agricultura, redactando sus consejos para un mejor aprovechamiento del suelo y enfatizando la necesidad de que la tierra sea productiva. Su idea de empezar a cultivar era también revolucionaria en aquel momento. Hoy son pocas las “Memorias Anuales” conservadas, de las dieciséis que escribió. En ellas se ve como está presente el tema del desarrollo agrícola como factor de progreso.

En la Junta de Mayo
En el periodismo su faceta de hombre de ideas tuvo excepcional desarrollo. En marzo de 1810 está al frente del “Correo de Comercio”. Ya son días en que la agitación patriótica nacida cuando el rechazo a los ingleses, adquiere la fisonomía que va a dar lugar al nacimiento de la Patria. Belgrano es entonces un activo y prestigioso propagandista de un cambio, tanto económico como político. Los acontecimientos –que determinarán la caída del Virrey Cisneros- se aceleran a partir del 22 de mayo (Cabildo Abierto). La nómina de los integrantes de la Junta de Gobierno la escribe Beruti, quien en la noche del 24 la anotó en el margen de un papel. Papel que se moja en la noche de fuerte lluvia, incluso borroneando algunos nombres, documento que se conserva hasta hoy en día. Manuel Belgrano se halla entre los propuestos, aunque en principio ni estaba enterado. En la histórica jornada del 25 de mayo, Beruti lo convoca:
-“Venga Doctor, que tiene que jurar. -¿Jurar qué…?”, pregunta con su voz aflautada. –“Usted es miembro de la Junta”, le aclara Beruti. “¿De qué Junta?- La Junta que se ha formado”. Y, Belgrano, siempre listo para servir a los ideales emancipatorios, jura como vocal de la Junta.

La misión
Pocos meses después, le depara una gran sorpresa la misión que la Junta le indica. Le dicen entonces: -“Monte a caballo, tome doscientos hombres y váyase a Asunción del Paraguay, porque allí no reconocen a nuestra Junta”. Ni la Banda Oriental ni el Paraguay reconocen a las nuevas autoridades surgidas en Buenos Aires. Para un hombre enfermo —pues ya padecía hidroplesía—, la empresa era harto compleja. Pensemos en las distancias de hace dos centurias: Asunción quedaba muy lejos… y él era un hombre enfermo, hasta con dificultades para montar a caballo. Sin embargo, monta y va. El deber estaba antes que su propia salud. El 4 de septiembre de 1810 asume como General en Jefe de las fuerzas que van hacia el Paraguay. Allí este hombre formado en las aulas y en las redacciones, el economista y el pensador debe improvisarse soldado y guerrero, algo que ya probó durante las invasiones inglesas.

El militar
Y ahora será coronel, después, general y jefe del ejército. Allí nace el militar. Su sable ya enaltece los triunfos de la Patria en la lucha independentista. Demostró coraje, estrategia, inteligencia. Ganó y perdió, pero siempre peleó. Y hasta lo hizo en condiciones muy difíciles.
En el camino se le iba incorporando gente, y muchos paisanos se alistaron en el ejército comandado por Belgrano. En noviembre, Belgrano funda Curuzú Cuatiá y Mandisoví, en diciembre vence en Campichuelo y en marzo de 1811 es derrotado en la batalla de Tacuarí. Pese a los altibajos militares, cosechó éxito político ya que se celebró un acuerdo con el Paraguay por el cual ellos dejan de reconocer al Rey. Pero la derrota en Tacuarí llevó al gobierno patrio a separarlo del cargo e iniciarle juicio. De todas maneras, el juicio a la campaña del Paraguay termina con su sobreseimiento, reponiéndosele en el cargo y con todos los honores.

La bandera
El 27 de febrero de 1812 enarbola por vez primera la bandera que él mismo ha creado, en las barrancas del Río Paraná, en Rosario. Curiosamente el día de su muerte se conmemora en la Argentina contemporánea como “Día de la Bandera”. También este acto inaugural de la bandera trajo como resultado un llamado al orden de parte de las autoridades porteñas. Un par de días después parte para hacerse cargo del Ejército del Norte, con una nueva misión: incorporar al Alto Perú (actual Bolivia) a las Provincias Unidas del Sud. En esas mismas horas, en Buenos Aires el gobierno dirige una nota de reproche a Belgrano por su osadía de enarbolar bandera (hasta aquí los revolucionarios ocultaban su verdadera actitud, mostrándose subordinados a la enseña española).

Campaña del Norte
Pero Belgrano ya había marchado al norte con sus hombres. En Jujuy, el 25 de mayo, al cumplirse el segundo aniversario de la Junta, hace bendecir la bandera. En agosto está al frente del éxodo jujeño (hacia Tucumán). En septiembre luego de la victoria de Díaz Vélez en la breve batalla de Las Piedras que a los españoles les cuesta cien muertos, tres semanas más tarde se libra la muy importante batalla de Tucumán.
El 24 de septiembre de 1812, Belgrano enfrenta en Tucumán a las tropas realistas encabezadas por Pío Tristán. Fue una batalla tremenda, donde a Belgrano, enfermo, lo tenían que transportar en camilla de un lado a otro, dado que no podía caminar. Pero era excepcionalmente inteligente, y su genio de estratega brilló en todo su esplendor. Atento a cada movimiento, supo indicar con certeza qué hacer aquí y allá. Vence Belgrano en Tucumán y revierte la situación.

Noble actitud
Avanza a Salta y vuelve a vencer, en la batalla librada el 20 de febrero de 1813, donde contó con el valioso aporte de Martín Güemes y sus cuatrocientos gauchos, con ponchos y sin uniforme. Toma más de dos mil prisioneros. Y ahí comete un gran error, ya que les dice a sus prisioneros: -“Si ustedes me prometen bajo palabra de honor de que no vuelven a tomar las armas, quedan en libertad”.
Ellos hacen la promesa, Belgrano —hombre de palabra como pocos— cumple y los libera. Pero ellos no cumplirían con la promesa, ya que nuevamente a partir del día siguiente estaban alistados en los ejércitos españoles. Ésta es la bondad y también la ingenuidad de Belgrano.
El 8 de marzo de ese año, la Asamblea Constituyente le otorga cuarenta mil pesos como premio a sus victorias. Y en un gesto admirable, Belgrano dona la totalidad del importe para la creación de cuatro escuelas (¡Qué ejemplo para la posteridad!)

Carta
A San Martín le escribe desde Jujuy en la navidad de 1813: “… No tengo, ni he tenido, quien me ayude, y he andado los países en los que he hecho la guerra como un descubridor; pero no con hombres que tengan iguales sentimientos a los míos, de sacrificarse antes que sucumbir a la tiranía. Entré a esta empresa con los ojos cerrados y pereceré en ella antes que volver la espalda…”. Son líneas muy significativas, donde Belgrano admite la ausencia a su lado de gente con el mismo espíritu de combatividad y alta moral, al tiempo que reconoce en San Martín a un entrañable colega de armas, y también a alguien que comparte el sentimiento íntegro de darlo todo por la Patria.

Sus amores
No fue afortunado en el amor. Pero tuvo sus intensos vínculos sentimentales. Y en dos de estos casos, fue padre. Pedro Pablo y Manuela Mónica son los dos hijos de Belgrano de los que hoy dan cuenta los historiadores. Pedro Pablo fue hijo de su romance con la citada María Josefa Ezcurra y nació el 30 de julio de 1813, probablemente en Santa Fe. En verdad, no pudo celebrar boda con la madre del niño, dado que el marido de ésta —realista— había fugado luego de los acontecimientos de 1810, y el matrimonio no estaba disuelto. Para preservar el honor de la madre, el niño fue ocultado.
Belgrano reconoció a Manuela Mónica, hija de su relación con María Dolores Helguero y Liendo, a la que se vinculó durante una celebración del Día de la Independencia. Manuela Mónica nació el 4 de mayo de 1819, y tenía poco más de un año a la muerte de su padre.

Larga noche
El 20 de junio es en nuestro hemisferio el del día más corto y la noche más larga del año. En ese día de 1820, en que Buenos Aires llegó a tener tres gobiernos en una jornada (Ildefonso Ramos Mejía, el Cabildo y Miguel Soler), a sólo 17 días de haber cumplido sus cincuenta años de edad, en la extrema pobreza y en el mismo cuarto de la misma casa donde nació (aunque ahora con la cama como único mueble), Manuel Belgrano ingresaba en la eternidad como prócer de la argentinidad. Pero en sus días finales no tuvo reconocimiento, y aun quiso pagarle los servicios a su médico, el Doctor Rengler, a quien le dijo que no podía hacerlo porque el gobierno le debía diecisiete meses de sueldo (¡). Le dijo también que sentía que ya moría, por lo que le dio como pago el reloj que le quedaba. Con extrema modestia y en total aislamiento, moría Manuel Belgrano, el hombre que vive siempre en el corazón de los argentinos.

El gran ejemplo
Ilustrado, activo, ideólogo, fue economista, militar y periodista. Y antes que nada fue un patriota y un hombre de bien. Su enorme figura moral es guía para generaciones de argentinos. En su “Historia Argentina”, Los historiadores puntualizan la gran estatura adquirida por Belgrano especialmente entre 1810 y 1814, pero en toda su vida fue un ejemplo. Un hombre que donó un premio en pesos luego de su triunfo en Salta, y lo hizo para que se creasen cuatro escuelas. Ese mismo hombre fallece casi en la pobreza absoluta. Pero hay que decirlo, hablamos de la pobreza en cuanto a bienes económicos. Porque su riqueza fue moral, y su genio ético es ejemplo para todos los argentinos que tienen en Belgrano a un modelo sin par.
Creo que quien mejor supo sintetizar en una frase la vida y la obra de nuestro procer fue Bartolomé Mitre quien dijo de él: “Es el hombre que lo dio todo y no pidió nada; es uno de los autores de la Nación Argentina”.

Mayo-Junio de 2007 Sivan-Av 5767
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