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Periódico Judío Independiente
Homenaje a Ezquiel Koremblit
Mi “amicísimo” Ezequiel

Por Ing. Sami Sverdlik
samisverdlik@yahoo.com.ar
Mire Sverdlik, usted no es escritor, usted es narrador. ¡Y comete el mismo error que Borges! .
Corría el año 1998 y las palabras de Bernardo Ezequiel Koremblit, en el Hotel Monumental, explotaron en mis oídos como música celestial. Era la primera vez que lo tenía conmigo y sus dichos eran consecuencia de que él había leído mí atrevimiento de escribir un libro: Historia de amigos y semejantes.
El “error”, que para Ezequiel era un “horror”, fue que yo había usado el adverbio mente, al que Ezequiel le había declarado una guerra visceral. Luego siguió: “Pero si Borges lo utiliza usted también puede hacerlo. Por otra parte tampoco recurre a él García Márquez, así que yo no debo estar tan equivocado”. Entonces continuó: “para su conocimiento le advierto que los narradores atrapan más que los escritores. En este sentido hay que tener presente que el secreto máximo de la literatura es que el autor atrape al lector y su novela cumple el precepto, así que edite el libro”. Tuve la satisfacción que escrIbió el prólogo del mismo y lo presentó en la “benémerita” SADE, como acostumbraba llamarla, cuando él la presidía.
Allí comenzó una amistad que duró, para mi orgullo, hasta el último hálito de su vida que ocurrió cuando alumbraba este febrero, cerca de cumplir 94 años.
Escritor y humorista sin par, al que no se hizo toda la justicia que su jerarquía intelectual se merecía, justifica su dicho que bien puede aplicársele asimismo: “El destino de los seres superiores es ser juzgados por sus inferiores”.
En los más que frecuentes diálogos, y cenas, comencé a conocer a un hombre excepcional. Intimidades, gustos y secretos de su vida me fueron confiados.
Un día le comenté que desde hacía treinta años me atendía un gran médico: el doctor Fernández Soricetti. Me encargué de contactarlos en una de sus charlas en el Boston. A la sazón Ezequiel se convirtió en su paciente y amigo. Doy fe que se admiraban mutuamente.
Tuvo amigos y conocidos como nadie. Me supo decir: todavía sigo sin reponerme de la muerte de César Tiempo. Su casa, un verdadero templo de la cultura literaria que almacenaba más de cinco mil libros, estaba engalanada con fotos de amigos, amigas… que nunca le faltaron y recuerdos. Diplomas, galardones, fotos con personajes míticos de Buenos Aires y en las que no faltaban varias con su admirado amigo Borges. Cuando a la máxima pluma argentina la radiaron de la Biblioteca Nacional, Ezequiel le ofreció durante más de un año su escritorio en la Hebraica, de la que era Director de Cultura. Borges llegaba a las tres de la tarde y luego a las seis hacían el relevo. Cuando finalizó la Guerra de los Seis Días, Borges apareció en la casa de Ezequiel. Al abrir la puerta se encontró con un “Viva la Patria”, del ilustre visitante.
Spinozista a ultranza, su pensamiento era concomitante con el del genial filósofo racionalista holandés. Sus autores preferidos eran, entre otros, Shakespeare, Flaubert, Baudelaire, Stefan Zweig, Proust y su amigo “el Dosto” como acostumbraba a identificar a Dostoievsky.
Vivía en la calle Corrientes en un cuarto piso en un departamento que remataba al final con el fondo de la Sinagoga de la calle Paso. Hasta podía tocar con la mano los sagrados libros judíos. De allí su cercanía “al Señor del piso de arriba”, como identificaba a Dios, aunque en este caso sería “el de la casa de al lado”.
Unas semanas antes de partir lo visitó a su querido médico y amigo. Portaba siete libros de regalo.
En el mezquino espacio que dispongo para homenajear a “un hermano mayor”, expresión que él conocía y admitía con sincero afecto, no hay suficientes palabras para testimoniar mis senti-mientos.
Tal vez el mejor halago que recibí de Ezequiel fue un reportaje que le hicieron en el diario donde escribió artículos memorables, Mundo Israelita. En éste dejó grabada estas palabras. En la colectividad judía tengo tres grandes amigos: Moshé Korín, otra persona cuyo nombre yo no recuerdo y el Ingeniero Sami Sverdlik. Cuando le pregunté por el halago recibido me respondió:
“Soy sincero y no reparto mieles por que si”.
Te fuiste, seductor sin par … pero no te fuiste. A quienes te intimamos nos dejaste tu impronta. Quienes te amamos en vida te llevaremos siempre en nuestros más profundos afectos. Y como dijiste de César Tiempo, te diré que a mí me costará reponerme de tu ausencia física…

Número 476
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