En los últimos días de marzo un nuevo gobierno, encabezado por Binyamin Netanyahu, del Likud, asumió la conducción política en Israel. Se puede decir que su llegada al poder surgió como resultado de un plebiscito entre distintas corrientes de la derecha judía, ya que no sólo los partidos de la coalición oficialista, sino también el principal partido de oposición -Kadima- responden a aquélla línea ideológica (cabe recordar que Kadima se formó con seguidores del derechista Ariel Sharón, que abandonaron el Likud detrás de su líder). Como resultado de los últimos comicios, la izquierda israelí quedó, en términos políticos, reducida a la nada.
Diversas han sido las causas que llevaron al electorado de Israel a votar de ese modo, pero en general se coincide que el mandato entregado por el pueblo a Netanyahu tiene por objeto enfrentar dos grandes desafíos: la crisis económica mundial y la amenaza militar iraní. Pero posteriormente se vino a agregar uno nuevo: Barack Obama.
El gabinete de seguridad.
Netanyahu designó como ministro de finanzas a Yuval Steinitz, un profesor de filosofía que abandonó el pacifismo de su juventud, decepcionado por los Acuerdos de Oslo de los ’90, volcándose entonces a la derecha. No es un economista, pero sí un hombre de confianza del Primer Ministro, por lo que se especula que el propio Netanyahu será el verdadero jefe del equipo económico (Netanyahu se destacó como Ministro de Finanzas a principios de esta década, cuando logró sacar a Israel de la peor recesión de su historia). Pero los nombramientos más críticos fueron hechos en las áreas de seguridad y relaciones exteriores.
El “gabinete de seguridad” quedó compuesto por 9 ministros y funcionarios: Ehud Barak (defensa), Avigdor Lieberman (relaciones exteriores), Moshé Yaalón (asuntos estratégicos), Dan Meridor (inteligencia), y Binyamin Begin (ministro sin cartera). A ellos se suman: Meir Dagan (Mossad), Yuval Diskin (Shin Bet), Amós Yadlin (AMAN-inteligencia militar), y Uzi Arad (Consejo Nacional de Seguridad). Eventualmente, podrían agregarse los ministros Itzjak Aaronovich (seguridad interna), y Yossi Peled (sin cartera), si las circunstancias lo requirieran.
Todos ellos son hombres experimentados y de reconocida capacidad; la elección de Lieberman -cuestionada fuera de Israel- no obedece a una especulación interna, como generalmente se cree, sino al hecho que en los próximos años, la relación con Moscú será crítica. Moshé Yaalón será complementario a Barak en el área de defensa –mantiene con él una excelente relación personal- y deberán no sólo terminar la reestructuración de Tzahal tras la II Guerra del Líbano sino también concebir un plan de operaciones para lidiar con un Irán atómico, algo que a estas alturas ya parece inevitable. “Benny” Begin es un hombre que inspira respeto en todo el espectro político israelí por abnegación y patriotismo, siguiendo así el ejemplo de su ilustre padre, Menahem Begin. Su función será la de ancla ideológica del gobierno, y también la de conciliador (condición que todos destacan en él). A Dan Meridor le tocará una misión tan novedosa como difícil: coordinar a los principales organismo de inteligencia y seguridad, siguiendo así una recomendación que ha sido formulada por diversas comisiones auditoras independientes desde hace años, pero desoída en idéntica medida por los sucesivos gobiernos.
Si hay algo de lo que no cabe duda, es que si todos estos hombres consiguen trabajar de manera sinérgica, el gobierno de Israel contará con el equipo humano más formidable de las últimas décadas.
Todos los hombres del Presidente.
Así como Netanyahu, Barack Obama también ha elegido a su equipo. Más allá de la esperada designación de Hillary Clinton como Secretaria de Estado, y la extraña continuidad de Robert Gates al frente del Pentágono los nombramientos más llamativos fueron aquellos que no necesitan ratificación del Congreso: asesores, consejeros, emisarios y asistentes “informales”. Estas personas provienen del verdadero “riñón” político de Barak Obama, aquellas que expresan su verdadero pensar y sentir.
La más conflictiva de ellas fue la de Charles Freeman, reconocido lobista de Arabia Saudita, para el cargo de Director Nacional de Inteligencia. La función para la que había sido designado es una de las más críticas dentro del gobierno, ya que reúne la información recogida por la totalidad de los servicios de inteligencia y seguridad de los EE.UU. Finalmente, Freeman no llegó a asumir el cargo al conocerse sus escandalosas vinculaciones con el gobierno chino, además de las ya mencionadas con los sauditas. Freeman publicó una carta en la que responsabilizaba de su alejamiento “a los sionistas”, escrita en un tono más propio de un ayatollah iraní, que de un funcionario norteamericano.
Robert Malley es uno de los dos principales asesores “informales” de Barack Obama para Medio Oriente, al que conoció en su época de estudiante en Harvard. Malley fue definido por la prestigiosa publicación “The New Republic” como “anti-israelí” y como poseedor de “… un odio rabioso hacia Israel, sin que haya dudas acerca de ello”. En cambio, “The American Thinker” dijo de él que “… representa la nueva generación de activismo anti-israelí”. Robert Malley fue enviado en una misión extraoficial a Damasco –cuando Obama aún no era presidente- para tantear las posibilidades de forzar una retirada israelí del Golán. También fue Malley quien influyó para que se designara a George Mitchell –y no a Dennis Ross, como al principio había trascendido- como emisario especial a Medio Oriente. George Mitchell es descendiente de libaneses.
El último miembro informal del equipo de Obama –pero no por ello menos importante- es el ex Consejero Nacional de Seguridad de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinsky. Brzezinsky, polaco nacionalizado norteamericano, fue el primer director de la Comisión Trilateral. Es un firme opositor a Israel, y defiende la llamada “iniciativa saudita” para la paz en Medio Oriente; propone, entre otras cosas, la implantación de los “refugiados” palestinos, la división de Jerusalem, y un “status especial” para la Ciudad Antigua. También está decididamente en contra de cualquier acción armada contra Irán, y propone una política de apaciguamiento hacia los musulmanes. Durante su gestión al frente del Consejo Nacional de Seguridad, entre 1977 y 1981, se produjo en Irán la revolución islámica que llevó a los ayatollah al poder.
Increíblemente, el triunfo de la derecha en Israel “sorprendió” a los asesores de la Casa Blanca, incluido al propio Obama, que no se molestó en disimular su disgusto. Sin embargo, todos los medios israelíes anticiparon el resultado electoral con varios meses de anticipación. ¿Los asesores de Obama todavía creen que estamos en los `90? Sea como fuere, sus respectivas visiones de la región y del mundo varían de manera radical. Esta situación ya se produjo -con relativa intensidad- durante la presidencia de Jimmy Carter, que coincidió con el gobierno de Begin en Israel. Aunque la administración de Obama recién está en sus inicios, todo parece indicar que se encuentra en franco curso de colisión con Jerusalem.
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