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Periódico Judío Independiente
Shavuot
Las reglas del pacto

Por el rabino Irving Greenberg
Jerusalem –El Pacto de Israel transforma al Éxodo de Egipto, que se festeja en Pesaj, en un proceso que sigue permanentemente en curso. En Pesaj, Dios se obligó a su participación en el Pacto mediante un acto de redención, que fue la liberación del pueblo judío de su yugo de esclavitud. En Shavuot el pueblo judío, de pie ante el Monte Sinaí, respondió aceptando la Torá.



El siguiente trabajo fue redactado por el rabino Irving Greenberg, presidente de la Jewish Life Network y presidente fundador del, Centro Nacional Judío para la Enseñanza y el Liderazgo.





Del Éxodo a la Torá.




La enseñanza que guía el camino de los judíos – la Torá – se convirtió en la Constitución que rige la relación en continuo desarrollo existente entre Dios y el pueblo judío.



Los tópicos de que trata la Torá atañen a la infinitud y a la eternidad. A un Dios que está más allá de toda magnitud o dimensión y que trasciende la comprensión y el conocimiento de los seres humanos, a un destino que va a sobrevivir a la propia Historia. Semejantes conceptos no son comprensibles en el mundo limitado, fragmentado, imperfecto que habitamos. Pero mediante los mecanismos del Pacto, infinitud y eternidad son convertidos en formas finitas, temporarias, manejables sin que por esto pierdan su cimentación en lo Absoluto. El Pacto hace posible que el judaísmo funcione dentro de la Historia.



El judaísmo propone aprehender sus propósitos infinitos mediante pasos finitos. El Pacto posibilita moverse hacia la perfección última, pero dando un paso a la vez. Hay un compromiso inevitable entre el ideal y la realidad, puesto que empujar hacia delante con intención de saltar por encima de todos los obstáculos daría como resultado cierto la deformación del intento. ¿Pero acaso los intentos de lograr un compromiso no conllevan un propósito de engaño? No, los compromisos forjados mediante un pacto son legítimos en sí mismos, ya que no pretenden ser el final del proceso sino la vía para avanzar en el mismo.



Cada generación cumple con los principios del Éxodo en la extensión que le es posible a dicha generación y trata de avanzar en su cometido un poco más adelante, más cercano al nivel de perfección. La generación siguiente va a continuar con este espíritu y se moverá aún más cercanamente hacia el objetivo final. A medida que el principio esencial del Éxodo no sea traicionado, ni se congele el statu quo, el Pacto del judaísmo procura objetivos revolucionarios inflexibles a través de métodos evolutivos que no se detienen jamás. Lo ideal y lo real están mixturados entre sí. Esta interacción dinámica seguirá adelante hasta que sea reconquistado el Paraíso.



Viviendo la imperfección.




Así es como funciona la interacción entre lo ideal y lo real: en la Torá algunos de los principios del Éxodo deben ser practicados sin rodeos. El débil, la viuda, el huérfano, los forasteros, tienen que ser tratados amablemente y con justicia. Hay una sola ley para los ciudadanos y para los extraños. La vida humana es preciosa; suprimirla es el crimen más atroz.



Pero por el otro lado, Israel tiene que hacerle concesiones a la realidad. La manera de hacer las cosas en el judaísmo consiste en sostener los principios de la más excelsa condición humana en la extensión que es posible hacerlo en el tiempo en que se vive. Estas concesiones son parte del proceso de redención. Las fallas van a ser superadas con el transcurso del tiempo, considerándolas pasos necesarios para ir haciendo el camino. Todo acuerdo que respete la libertad debe ser admitido en este proceso.





Por ejemplo: la vida humana contiene la imagen y semejanza de Dios, y por esto es tan sagrada. Por consiguiente, todo quien destruye la vida humana se merece la sanción última: ser llevado al cadalso. En principio, la pena capital por homicidio está instituida porque resalta la seriedad de la ofensa y defiende la santidad de la vida. Pero sin embargo, la muerte es definitivamente contradictoria a los valores humanos, de modo que la pena capital fue constantemente restringida. Para todos los casos, la condena de muerte acabó resultando abolida por la Halajá, la legislación judía emanada de la Torá.



Las concesiones a un statu quo imperfecto y frecuentemente injusto eran moralmente soportables puesto que estaban contenidas en el marco de un Pacto, vale decir, un acuerdo para seguir viviendo y trabajando hasta que todas esas limitaciones fueran superadas. La integridad de este compromiso depende de la infusión constante de la idea perfeccionista que el pueblo nunca dejará de procurar. La Halajá es el mecanismo mediante el cual el proceso del Pacto es mantenido en perpetuo progreso Mediante sus estructuras rituales, da a conocer las contradicciones entre realidad e ideal incluso al formular conductas reconciliatorias en su legislación y en su ética.



Cada generación desempeña su parte en el proceso del Pacto.



Para acceder a los objetivos del Pacto y para modelar en proceso del Pacto, el pueblo judío ha formado una comunidad en la que se lleva a cabo la manera judía. Es por esto que el factor individual supera el aislamiento del “yo mismo ” y vincula a todos los judíos. En la comunidad, cada generación supera el aislamiento del “ahora” y vincula entre sí a las generaciones que la han precedido y las que la sucederán.



Precisamente porque el objetivo de perfección no puede ser asequible en una sola generación, el Pacto es – por causa suficiente – un trato forjado entre todas las generaciones. Cada generación tiene que cumplir su parte de la misión y pasarla a la generación siguiente hasta que se complete la redención. Al asumir esta tarea, cada generación se une al pasado y ejerce su rol hasta el día en que serán completadas todas las esperanzas. Si una de estas generaciones rechaza el Pacto o no logra pasarle la posta a la generación siguiente, entonces quedarán frustrados los esfuerzos tanto de la generación anterior como de la siguiente. Cada generación sabe que no está operando en el vacío. Su labor fue hecha posible por los logros de las generaciones que la precedieron, y los esfuerzos que desempeñarán sus sucesores contribuirán a forjar o a quebrantar su propia misión.



Esta percepción de ser parte de la cadena de transmisión genera el compromiso emocional con la supervivencia judía, inclusive tratándose de personas o de generaciones que no conocen la razón de esta compulsión ni menos, ciertamente, la razón que subyace a la existencia misma del judaísmo. Lo que pareciera ser apenas un sentimentalismo ciego, o un “tribalismo”, es realmente una urgencia que se comunica de una a otra generación. Esta tradición es demasiado importante como para perderla, especialmente puesto que los esfuerzos de incontables individuos – muchos de los cuales dieron sus vidas en aras de esa visión – se perderían junto con ella.



El Pacto es vinculante, no precisamente porque es jurídico (vale decir, que es impuesto) sino porque la gente continuamente acepta su propósito y se siente adherida al proceso. La generación actual no es la seguidora obediente de la tradición entregada por generaciones precedentes, ni tampoco una comunidad autónoma que se siente libre de alterar prácticas del pasado ni objetivos del pasado. Cada generación es una socia que ingresa responsablemente al Pacto y su proceso, y uniéndose de esta manera a la comunidad pactual intergeneracional.



Este es el fundamento de la tradición rabínica según la cual todos los judíos que han vivido antes de nosotros, y los que vivirán después de nosotros, junto con nosotros mismos, estuvimos de pie ante el Monte Sinaí y aceptamos juntos la proclamación del Pacto, lo cual es simbólicamente recreado de nuevo, año tras años, en la mañana de Shavuot.



También Dios está vinculado por este acuerdo divino.



Mucha gente – algunos formalmente religiosos y otros que no lo son – acuerdan que un Dios infinito, o Poder, es la fuente de este vasto universo. Pero algunas de esas personas se sienten molestas por la afirmación judía de que ese Divino Ser Supremo escogió a los judíos para que le sirvan como un vehículo especial (como dice la antigua chanza antisemita: “¡Qué extraño resulta pretender que Dios haya escogido precisamente a los judíos!”.



De manera similar, las religiones hijas del judaísmo; el cristianismo y el islam, concuerdan también en que Dios unce a los humanos al Pacto Divino. Sin embargo, los teólogos de las demás religiones monoteístas encuentras harto pesado tener que aceptar la afirmación que hace el judaísmo de que Dios no es meramente la fuente de la Torá, sino que además también Él está obligado a cumplirla. ¿Acaso el Único, infinito, universal, todopoderoso va a ocuparse de intervenir en preocupaciones humanas “triviales”? Acaso este Ser Supremo puede ser reconocido como ejecutor de una tal intervención en los simples asuntos cotidianos? Pues sí, afirman la Biblia y la tradición judía posterior.



Todo esto procede de la aserción bíblica de que el ser humano es la imagen de Dios. Al igual que Dios, los humanos están agraciados con libertad, poder y conciencia. Según las Escrituras, Dios permite el ejercicio de esas cualidades humanas (para recurrir al lenguaje bíblico: Adán y Eva pecaron, pero no fueron ejecutados . Luego, después del Diluvio, Dios se autolimita a Sí mismo en Su primer Pacto y promete no destruir nunca más al mundo con otro Diluvio) Esto significa que el proceso de ejercer la libertad humana, incluyendo la comisión del mal, es aceptado. La perfección puede ir desarrollándose muy lentamente, pero en adelante se producirá únicamente a través de una sociedad, de un Pacto, entre los humanos y Dios. En ese convenio el humano no será abrumado ni obligado a hacer el bien.



Si la bondad no va a ser obligada por el poder, pues entonces el humano tiene que ser educado en pos de la perfección. Los rabino lo conciben a Dios como Maestro, Pedagago, que enseña la Torá a Israel y al mundo enero. Esto también explica por qué en la “Ética de los Padres” (“Pirkei Avot”) (capítulo 6, Mishná 2), se dice que “la única persona verdaderamente libre es la que estudia la Torá”.



Como Maestro, Dios ofrece un modelo personal para el comportamiento humano. La imitación de Dios es la base de la ética. Los padres – por cariñosos y espontáneos que sean – no están capacitados para enseñar a sus hijos a crecer a menos que ellos estén dispuestos a obligarse a sí mismos. Para poder enseñar con éxito, los educadores deben ofrecer un modelo personal confiable y sólido. Es por esto que Dios mismo, como Padre y Maestro, tiene que vincular su propio ser a los asuntos humanos.



Desafiando a Dios.



De esta comprensión de la auto obligación divina para participar también Él, Dios, en el Pacto, extrajo Abraham su increíble desafío cuando Dios trató de destruir a Sodoma. “¡No te atrevas a hacerlo! – le dijo Abraham a Dios - ¿Acaso el Juez de toda la tierra no obrará con justicia? (Génesis 18:25). De esto procede la tradición judía de hacerle un Din Torá al Ribonó shel olam, vale decir, emplazarlo a Dios a juicio. Desde Moisés a Jeremías y las Lamentaciones, pasando por Rabí Levi Itzjak de Berdíchev y por el escritor Elie Wiesel en nuestra época, la vida religiosa judía ha producido gente que no tuvo temor de denunciar a Dios cuando se produce una injusticia.



Esta obligación de Dios con el Pacto es la garantía de que la Redención es verdaderamente el destino que le espera a la Humanidad. La realidad cotidiana no siempre parece estar funcionando en pos de asegurar el triunfo del bien.. Es, entonces, la promesa de Dios la que justifica la esperanza. Tal es la ironía y la paradoja de esta “garantía”: la misma está construida sobre algo tan insustancial como es la palabra de Dios. ¿Qué podría ser más efímero que una mera promesa, especialmente si la Redención puede demorar centenares de miles de años?



Pero, con todo, los judíos confiaron, aguardaron y trabajaron. La Torá no es una garantía sencilla ni blindada contra el sufrimiento, pero ella ha supervivido imperios, El testimonio judío es que el Pacto seguirá vigente cuando caigan las sociedades y culturas que niegan su existencia. Por la otra mano, la ética de pedirle a la gente que dependa de la palabra empeñada por Dios, implica que Dios va a estar realmente obligado consigo mismo para sostener Su promesa.



Shavuot es la fiesta de la asociación.




En consecuencia, Shavuot no es un ceremonia de coronación. En Rosh Hashaná los judíos trompetean el “shofar” (el cuerno de carnero) para coronar a Dios como Rey del Universo. Shavuot es una fiesta más “democrática”. Nos hace recordar los que caminaron al Sinaí para recibir la Torá. Celebra al Dios que “descendió sobre la montaña” y unció permanentemente su Ser Divino con el pueblo judío. Un rey soberano emite decretos de vida y muerte, pero un Pacto se base en la libre negociación, la aceptación mutua de deberes y el pleno reconocimiento de iguales derechos entre las partes contratantes.



También Dios se convierte en socio de esa comunidad del Pacto. Dios se introduce en la comunidad humana y comparte la existencia de la misma a través de las estipulaciones del convenio. Como Joseph B. Soloveitchik lo señaló, el concepto mismo de Dios que sufre junto con la Humanidad (“Yo [Dios] estaré con él en la desdicha” dice el Salmo 91:5), “sólo puede ser comprendido – comenta Soloveitchik – en la perspectiva de la comunidad del Pacto que también involucra a Dios en el destino de sus socios” (Joseph B. Soloveitchik, “The Lonely Man of Faith”).



De modo que Shavuot es la fiesta de la asociación, El Ser Divino, aparte de su amor ilimitado, voluntariamente pone a un lado su ilimitado poder. Con esto equipara a ambos socios. La idea de sociedad ha tenido un impacto inconmensurable en la historia humana, incluso más allá de la religión. El pacto se tornó en la fuente de moral y ética, desplazando a la humanidad de conceptos mágicos y rituales mecánicos acerca de la interacción entre lo Divino y lo humano. La preocupación por la justicia social, la compasión hacia el sufrimiento humano y la exigencia de que la gente religiosa sirva a otros seres humanos, todos estos conceptos han emanado de esta idea. ◊



Traducción del inglés : Pedro Olschansky


Número 440
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