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Marcelo Lapajufker, soldado judeo-argentino en Malvinas
" LOS MILITARES NOS ROBARON LA JUVENTUD "
Hace 26 años, Marcelo Lapajufker ,era enviado a la Guerra de Malvinas con tan sólo 18 años de edad, al igual que muchos otros soldados. Hoy, más un cuarto de siglo después, nos cuenta a través de su libro “Hay dos cartas sin abrir”, sus vivencias como soldado judeo-argentina bajo la dictadura antisemita.

Por Luciano Stilman, especial para Comunidades

¿De qué trata “Hay dos cartas sin abrir”?
El libro es una deuda pendiente que tenía. Es una forma de agradecerle a la gente que escribió cartas en su momento para los soldados. Hay al menos 100 cartas, de las 187 que yo me traje de la guerra. Es un caso raro traerse tantas, ya que yo recibí más de 100 en el transcurso de unos 60 días, y tuve mucha suerte en poderlas traer. Las muestro para que la gente sepa lo que pasaba en ese momento.

¿Qué expresaban esas cartas?
Yo las dividiría en grupos: primero mi familia directa. Ellos estaban muy preocupados por dónde y cómo estaba, cómo me sentía, si comía y tenía abrigo. Por otro lado, muchos parientes directos me pedían que si yo tenía algo complejo para contarles, se los hiciera llegar a ellos y no a mis padres. Cuando escribía a mis padres mentía descaradamente, les decía que comía que no pasaba frío, y en realidad estábamos viviendo a la intemperie en un pozo, con 15 grados bajo cero. Encontrar comida caliente o abrigo era muy difícil. Estaban las cartas de los chicos del club donde yo jugué al básquet toda la vida, ellos trataban sacarme un poco de ese clima contándome resultados. La gente desconocida te mandaba un aliento impresionante “desde el otro lado”, como digo en el libro. Te apoyaban permanentemente, cartas de maestras y alumnos, o una nena de 7 años que dice que si tuviera un hermano varón le gustaría que fueras vos, otra que te pide que no te mueras, otro que manda una tefilá. El sentir de la gente era de mucho cariño, apoyo, un respeto y una admiración por los soldados que estábamos allá, que en realidad éramos chicos de 18 o 19 años.

El 2 -03-82, Marcelo ingresó al servicio militar. Estaba a tan sólo dos colectivos de su casa en Avellaneda. Sin embargo, el 15-04 tuvo que arribar a Malvinas y el 19-4 cumplir años entre las bombas que caían.

¿Qué sentiste a ir a la guerra de Malvinas con tan sólo 18 años?

Es una pregunta difícil de responder 26 años después. En ese momento sentí orgullo en defender a la Argentina en una situación tan difícil. A los 18 años uno no piensa que se va a morir, es más, estaba estudiando a qué facultad iba a ir. Siempre creí que no iba a volver y tal es así que en un momento del conflicto, los cuatro que estábamos compartiendo esa trinchera tan chiquita y tan fría, pedimos ir al frente para poder terminar con esa pesadilla. Si yo vuelvo el tiempo atrás, de casi 300 soldados de la clase 63 sólo fuimos elegidos 19, y para mi, haber sido elegido me llenó de orgullo.



En la presentación del libro dijiste: “Una tumba y una trinchera es lo mismo y es muy difícil vivir en una tumba a 15 grados bajo cero y a la intemperie”.

No nos dábamos cuenta, pero los primeros días tuvimos que cavar nuestra propia trinchera, y tantos años después, me doy cuenta que estaba cavando una tumba, porque en definitiva es lo mismo: estás un metro y pico metido dentro de la tierra, lleno de humedad, nieva constantemente, llueve, se llena de agua, el agua brota porque es turba, está lleno de piedras y había momentos que como teníamos los pies y las manos congeladas y no las sentíamos; preferíamos quitarnos los borceguíes de noche, dejarlos afuera de la trinchera para que se secaran y nosotros estar empapados con los dos pares escasos de medias que teníamos. Preferíamos secar las botas antes que los pies, porque igualmente ya estaban congelados. Era un momento muy difícil, donde sobrevivís gracias a ayuda de tus propios compañeros y decidir si querés seguir o no.



Durante el tiempo que pasó en Malvinas, no sólo la ropa no estaba preparada para el frío, la lluvia y la nieve del lugar, sino que el alimento escaseaba: “Teníamos que robar comida para seguir adelante, cosa que no me indigna porque era un último recurso, sino no hubiéramos llegado. El veterano de las Malvinas siempre fue muy solidario, los cuatro de la trinchera repartíamos todo lo que conseguíamos”.



¿Cómo fueron tus días prisionero?

Estuvimos 4 días, desde el 14-06. Uno de los peores que pasé, porque fue el de la rendición. Partimos desde Puerto Argentino, y cuando estaba todo terminado, se abrieron los galpones del puerto para darnos de comer lo que estaba escondido.Tomamos lo poco que pudimos y después marchamos prisioneros al aeropuerto que quedaba a unos cuántos kilómetros, la marcha fue durísima, lo mismo cuando nos desarmaron: nos quitaron el fusil y las municiones y yo pedí que no me sacaran las cartas y el casco. Los conservé, por eso hoy se hizo el libro. Estábamos en un campo lleno de cráteres dejados por las bombas que estaba todo destrozado. Nos concentramos ahí con lo poquito que teníamos compartiéndolo entre los compañeros, tomando y comiendo lo que hubiera, y como no había agua, tomábamos la que quedaba en los cráteres después de llover o nevar.



¿Sentiste en algún momento que no ibas a regresar?

Si. Cada día que pasaba le agradecía a Di-s por haberme despertado. Generalmente no dormías, eran muy pocas las noches que podías “dormir tranquilo”, en un lugar seco o cerrado. Las noches que pasabas de guardia en la trinchera o cuerpo a tierra apuntando hacia un objetivo no podías descansar; la cabeza caminaba muy rápidamente. Yo siempre pensé que no iba a volver, me imaginaba mi propio entierro, y lamentaba no tener la chapita de identificación que va colgada en el cuello que tiene un troquel que se rompe a la mitad. Me imaginaba en una fosa común, tapado por otros cuerpos y sin que nadie supiera donde estaba.



En el libro contás que tenías un llavero que contenía una Braja ...

Las familias se colgaban de las rejas del regimiento para poder ver a sus hijos. Recuerdo que me subí al camión y vi a mi familia corriendo atrás, y mi mamá estirando la mano y dándome el llavero. No pude ni despedirme, ni abrazarlos. Es increíble pensar como lo traje de vuelta y también las cartas. Yo leía esa tefilá todos los días y está súper gastada, porque más cerca llovían las bombas, más lo apretaba y con más fuerza leía. Cualquiera que está en una situación límite se aferra a alguna creencia, y yo con mi llaverito me pasaba leyendo la tefilá constantemente.



¿Pudiste encaminar normalmente tu vida a la vuelta?

Siempre intenté moverme, ponerme mucha carga para poder olvidar, cosa que cada día está más fuerte en la memoria. Empecé en la facultad y conseguí un trabajo, pero tengo la sensación que a mi la juventud me la robaron, como que no la viví. Es un recuerdo muy vago, porque no estaba entero, ni física ni mentalmente. Cuando volví tenía los pies y las manos congeladas y una infección muy fuerte en los intestinos. Después me puse de novio un 2-4l con Laura.Lluego me casé, tuve dos hijos, trabajo y tengo una familia bien constituida. Siempre les atribuyo a los amigos y la familia haber podido salir de esa situación tan rápidamente. Igual pienso en los chicos que venían de familias marginales al ir a Malvinas y siguieron arrastrando eso y les fue muy difícil superarlo, y gente no tan marginal que incluso después tuvieron que suicidarse porque no pudieron soportar el peso de la posguerra. 149 personas murieron en combate y hay más de 400 suicidados.



¿Por qué el nombre “Hay dos cartas sin abrir”?

Cuando volví atesoré las cartas en dos cajas de zapatos. Al principio estaban al fondo del placard y a medida que los años pasaron estaban más cerca de la puerta. Mi familia no se daba cuenta que muchas noches las iba a buscar, leía algunas, no aguantaba más y me ponía a llorar desconsoladamente, las guardaba y me iba a dormir. Cuando estaba preparando lo que iba a ser el libro, mis hijos, que conocen las cartas y conviven con ellas, me dicen que querían ver unas en particular. Martín, el más grande, me dice: “Papá, acá hay una carta sin abrir”, y le digo que eso es imposible, que se fije bien, y me dice: “Hay dos cartas sin abrir”. Yo pensé que las había visto todas, y esas estaban sin abrir porque eran de dos personas desconocidas y habían llegado en la última semana, y en esos días no había ni tiempo para ver una carta. Fue una gran sorpresa, las leímos con mucha emoción y tratamos de ubicar a la gente desconocida que mandó cartas. Contactamos unas 30 personas que vinieron a la presentación del libro con sus familias. No podían creer que un soldado desconocido hace 25 años, hoy los estaba convocando para presentarles el libro y mostrarles que su carta estaba ahí.



¿Con el libro intentaste cerrar una herida?

No, porque esa herida no cicatriza nunca, y tengo que aprender a convivir siempre con ella. Lo que más me gustaría es explicar, enseñar. No entiendo como en los colegios el 2-4l todavía no hay un veterano de Malvinas dando una charla. Contándoles a los chicos qué es lo que pasó. Quiero hacer algo que vaya más allá del libro y que quede para futuras generaciones: intentar que el 3-04l no se olvide lo que pasó el 2-4.


Número 435
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