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Periódico Judío Independiente
Jerusalén ante Ryhad y Teherán
Por Julián Schvindlerman
En este nuevo Iom Haatzmaut, Israel enfrenta dos desafíos peculiares provenientes del mundo islámico. Desde Teherán, líder del chiísmo musulmán, surge un claro mensaje eliminacionista. Desde Ryhad, líder del sunismo musulmán, emana una falsa obertura de paz encubridora de una añeja animosidad. Israel no tendrá más remedio que afrontar el antisionismo de ambos. Si bien varían en el nivel de peligrosidad existencial, ambos poseen altas dosis de hostilidad. Vayamos por partes.

El frente iraní. En octubre de 2005 se llevó a cabo en Irán una conferencia titulada “Un Mundo Sin Sionismo” en la que abundaron los llamados a la destrucción de Israel. Dos meses después, el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad comenzó su negación pública del Holocausto. Simbólicamente, lo hizo desde el centro religioso más poderoso del Islam -la Meca- donde estaba reunida la Organización de la Conferencia Islámica; ente agrupador de las 57 naciones musulmanas del globo. Otros dos meses más tarde, en febrero de 2006, el régimen iraní anunció la apertura de una competencia internacional de caricaturas acerca del Holocausto. Presumiblemente, ello era una suerte de respuesta a la publicación en un periódico danés de caricaturas críticas del fundamentalismo islámico. Al poco tiempo, Ahmadinejad anunció la convocatoria a un encuentro mundial de negadores del Holocausto, evento por supuesto disfrazado de reunión académica bajo el título “Revisión del Holocausto: Visión Global”. Destacadas figuras del mundillo negacionista participaron del mismo en diciembre de 2006. A lo largo de todo este período, repetidas veces el presidente iraní instó a “borrar a Israel del mapa”, a su vez.

Evidentemente, estamos ante una política deliberada con un propósito singular. Al negar la Shoá, Irán persigue la obtención de dos objetivos simultáneos que tienen un mismo fin. El primer objetivo es negar legitimidad al Estado de Israel. Desde la óptica iraní (y la de otros países en la región también) la creación de Israel ha sido resultado directo de la existencia del Holocausto judío. Si los hechos terribles de la Segunda Guerra Mundial pudieran de alguna manera ser refutados, entonces la justificación moral del establecimiento del estado judío quedaría cuestionada. El segundo objetivo es negar la condición de sufrientes a los judíos. Tal Como Yigal Carmon ha observado, en tanto el mundo recuerde el Holocausto será difícil poder efectuar otro contra el pueblo judío, ahora mayormente asentado en Israel. El paso previo al genocidio es la deshumanización de un grupo, pero ello no puede hacerse si éste es aún percibido como una víctima. Así, el negacionismo debe ser visto como un medio que ha adoptado Teherán para facilitar la obliteración de Israel al aspirar a la remoción del status de víctima a los judíos y a la sustracción de legitimidad al estado de los judíos. Al negar la Shoá, Irán niega a Israel.

Como trasfondo de todo esto, el régimen iraní ha estado avanzando en la consecución de su proyecto nuclear. Tres resoluciones han sido adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU, dos de ellas han impuesto sanciones (desafortunadamente muy débiles), más Irán permanece más imbatible que nunca, atreviéndose incluso a secuestrar y posteriormente liberar a piacere a tropas extranjeras en aguas foráneas y a declarar con total impunidad las nuevas metas técnicas alcanzadas en su plan nuclear. La preocupación es mundial, pero la urgencia recae sobre Israel: de todas las naciones del orbe, ésta ha sido la única designada para la aniquilación por parte de Irán.

El frente saudita. Cinco años atrás, Arabia Saudita sorprendió al mundo diplomático con una flamante propuesta de paz: si el Estado de Israel fuera a abandonar todos los territorios que ocupa, el mundo árabe normalizaría relaciones con él. Posteriormente, este plan sería adoptado por la Liga Árabe durante un encuentro en Beirut y pasaría de allí en más a ser conocido como la “Iniciativa de Paz Árabe”. Como era de esperar, esta iniciativa despertó considerable excitación en los círculos donde reina la fe en el pacifismo árabe, pero con el tiempo ella pareció hundirse en un pozo de arena mesooriental. Hasta hace poco, cuando Ryhad resucitó su brillante idea diplomática y una vez más los crédulos de siempre la recibieron con exultante efusividad. El plan, esencialmente, postula la destrucción de Israel; pero lo hace más sutilmente que como lo hace Irán. Vale decir, con la típica habilidad árabe de disfrazar sus intenciones agresivas con ropajes de paz. La solución saudita se reduce a lo siguiente: los árabes normalizarán relaciones con Israel si éste acepta 1) regresar a las fronteras de 1967, y 2) reconocer el derecho al retorno de los refugiados palestinos. (Exige además la división de Jerusalén). En otras palabras: el reconocimiento árabe es contingente a que Israel retorne a las fronteras militarmente indefensibles de 1967 y que admita también en su entonces encogido territorio a millones de retornados palestinos. Una vez que Tel-Aviv quede a 15 kilómetros de Cisjordania y el estado judío haya sido ahogado demográficamente, entonces las naciones árabes normalizarán relaciones.

El plan es tan absurdamente obvio en su intencionalidad de despertar el rechazo israelí que cuesta creer que se le haya brindado siquiera el beneficio de la duda. Esta iniciativa tiene poco que ver con una inquietud saudita por solucionar el conflicto palestino-israelí y mucho que ver con proteger sus intereses nacionales. Cuando Ryhad lo publicitó a principios del 2002, lo hizo con la finalidad de restituir su imagen ante la opinión pública norteamericana, entonces consternada por el hecho de que 15 de los 19 terroristas suicidas del 9/11 fueran saudíes, que el propio Osama Bin-Laden también lo fuera, y que el anti-norteamericanismo rampante entre los musulmanes fueran en gran medida resultado del wahabismo extremista enseñado en las numerosas madrazas de la órbita islámica patrocinadas por Ryhad. Hoy la Casa de Saúd ha relanzado su plan con el único propósito de contener el ascenso del chiísmo iraní y su creciente influencia en los asuntos de la disputa palestino-israelí a través del terrorismo de Hizbullah o de Hamás. El “Partido de Ds” (Hizbullah) fue creado por la Guardia Revolucionaria Iraní, pero el Hamás no. Ryhad aspira a remover a esta agrupación sunita de la actual influencia chiíta iraní. Este apoyo será a expensas del Fatah de Mahmoud Abbas, el supuesto moderado en este rompecabezas. Y dado que Hamás rechaza reconocer a Israel, la iniciativa de paz árabe tarde o temprano colapsará. La idea, sin embargo, es que el repudio nazca de Jerusalén y quedé así expuesta como la obstaculizadora de la paz. De ahí una propuesta que recicla los tradicionales reclamos maximalistas árabes. Que la Iniciativa de Paz Árabe incorpore demandas ausentes en pilares de la diplomacia regional tales como la Resolución 242 (que no exige el retorno a las fronteras de 1967) y los Acuerdos de Oslo (que no imponen el derecho al retorno) es el indicativo más fiel del falso pacifismo saudita.

En comparación con Teherán, Ryhad luce menos fanática. Pero en comparación con Ryhad, Teherán luce más franca.


Número 414
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