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Periódico Judío Independiente
Arenas sangrientas: la rebelión de los chiítas en Irak.
Por Alejandro Wenger
(Ultima parte)

A principios del pasado mes de abril, cuando las Estados Unidos se aprestaban a lanzar una ofensiva de gran alcance en la región central de Irak, ocurrió lo impensable: los chiítas, dirigidos por el clérigo Muqtada al Sadr y de la mano de Al Qaeda, superando su vieja hostilidad con los sunnitas y en cooordinación con ellos, iniciaron una fuerte rebelión contra las fuerzas de la Coalición. Estas últimas, tomadas por sorpresa, perdieron temporariamente el control de la situación, y durante algunos días el Irak de la era post-Saddam permaneció cortado en dos mitades por acción de los rebeldes.

Graves consecuencias.

En los primeros días de abril, una sombra de duda empezó a cernirse sobre todo el Medio Oriente: ¿qué podría pasar si, finalmente, los norteamericanos eran forzados a retirarse de Irak?. Si bien resultaba muy improbable una victoria militar de los elementos árabes radicalizados, la presión política sobre la administración de George Bush, en un año electoral, podría ser tan fuerte que se viera obligado a buscar alguna clase de “salida política” que descolocara a Washington de un modo irremediable.

La patada inicial la dio el gobierno español de Rodríguez Zapatero, que se apresuró a iniciar el bochornoso retiro del contingente español de Irak, en medio de una ejemplar muestra de cobardía (o complicidad) política. Le siguieron algunas naciones centroamericanas, cuyas pequeñas fuerzas dependían del comando español (estaban englobadas en la unidad llamada “Plus Ultra”), y que necesitaban de su presencia para tener alguna mínima entidad estratégica. La decisión, al mejor estilo Chamberlain, fue aplaudida por un coro laudatorio de izquierdistas, europeos proárabes, musulmanes integristas y marxistas rococó (1) de diverso origen.

En los círculos de poder de la capital norteamericana, el clima no era el mejor. Empezó a rondar el desagradable espectro de la Guerra de Vietnam. Muchos recordaron la Ofensiva del Tet, a comienzos de 1968: los comunistas perdieron la batalla, pero el impacto político fue lo bastante fuerte como para expulsar al presidente Johnson de la campaña electoral, y convencer a la opinión pública que la guerra “no se podía ganar”. Si bien el candidato demócrata John Kerry evitó atacar a Bush –dando una muestra ejemplar de responsabilidad política-, algunos legisladores republicanos buscaron tomar distancia de su presidente, que caía en las encuestas a ritmo vertiginoso. Mientras tanto, en las capitales de la región la crisis se veía como un peligro inminente. En Israel, los estrategas advertían que de prosperar la rebelión iraquí, se produciría un efecto dominó que afectaría como mínimo a Jordania y a Arabia Saudita, y también a los territorios palestinos. En estas condiciones, abandonar el Valle del Jordán como parte de una negociación sería irresponsable. Lo mismo podía decirse de Gaza, cuna de los peores terroristas de Hamas. Algunos atribuyen la extraña falta de publicidad oficialista en el plebiscito interno del Likud por el futuro de los asentamientos en Gaza como un efecto colateral de la situación en Irak. Las alarmas no sonaron sólo en Jerusalem: los atentados, e intentos de atentados, que tuvieron lugar en Riyad y Amman respectivamente (en esta última ciudad, perpetrado por terroristas iraquíes), pusieron crudamente en evidencia que la desestabilización de Irak no terminaba en sus fronteras.

Rumsfeld contraataca.

Sin embargo, en Washington tomaron la situación con proverbial sangre fría. La estrategia fue simple: continuar la operación militar contra los sunnitas en Falloujah y zonas adyacentes, y neutralizar a los chiítas por vía política. Relevado Paul Bremer del manejo de la crisis, este pasó a manos del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld. En Falloujah, el Pentágono aplicó las tácticas de combate urbano aprendidas de los israelíes; estas tácticas debían haberse empleado en la batalla de Bagdad, un año antes (cosa que no ocurrió por el rápido derrumbe del régimen de Saddam), así que las tropas norteamericanas sí estaban preparadas para esa contingencia. Al cabo de algunas semanas, mezcla de lucha intermitente y treguas inestables, los americanos habían destrozado a la guerrilla sunnita.

Pero en el sur de Irak, dominado por los chiítas, el desarrollo de los hechos fue muy distinto. Los americanos evitaron lanzarse de lleno contra el Ejécito Mahdi, en parte por razones tácticas, pero también por un importante motivo político: Irán. En efecto: la situación interna iraní está lejos de ser sólida, y los grupos opositores al régimen islámico son cada vez más fuertes. En su seno no existe ningún sentimiento antiamericano (más bien lo contrario), y un ataque intenso contra los chiítas iraquíes -los iraníes son mayormente chiítas- hubiera deteriorado la relación. Así fue que surgió un mediador imprevisto: el ayatollah Alí Sistani, un chiíta iraquí que nunca fue hostil a Washington. El ayatollah Sistani –de enorme peso moral en el seno de su comunidad- se apresuró a enviar mediadores a entrevistarse con Al Sadr, acantonado en la ciudad santa de Najaf. El mensaje de los mediadores fue claro. Primero: los norteamericanos estaban firmemente decididos a terminar la rebelión por cualquier medio, aplastándola si era necesario; segundo: Al Qaeda lo abandonaría a su suerte cuando empezara la lucha, tal como lo había hecho con los talibanes en Afganistán; tercero: de ocurrir estos eventos, la comunidad chiíta de Irak sufriría grandes penurias, y él, Muqtada al Sadr, junto a su Ejército Mahdi, serían los únicos responsables.

La mediación no fue sin embargo del todo exitosa, porque Al Sadr permaneció atrincherado en Najaf hasta mediados de junio, pero al menos sirvió para reducir su poder; En Kerbala, el otro bastión de Al Sadr, la normalidad retornó luego de la festividad religiosa del Arbaín, a mediados de abril, momento en que la ciudad se llena de peregrinos (y que fue aprovechado por Sistani para infiltrar a sus propios milicianos) mientras que en el resto de las ciudades del sur iraquí se fue recuperando paulatinamente. En Najaf, las tropas estadounidenses chocaron con violencia contra el núcleo duro del Ejército Mahdi –estimado en 3000 hombres- a lo largo del mes de mayo, mientras estallaba el escándalo mediático de los prisioneros de Abu Greib, distrayendo a la opinión pública del escenario principal, hasta que Al Sadr terminó por aceptar un alto el fuego impuesto por el Pentágono.

Conclusión.

A dos semanas de la entrega del poder a un gobierno iraquí provisional, la situación está lejos de ser estable, pero la gran rebelión concebida por los altos cuadros de Hezbollah y Al Qaeda contra las fuerzas norteamericanas fracasó. Lo que sigue –y seguirá por algún tiempo- es el intento de entorpecer el flujo petrolero por medio de atentados terroristas, y asesinar a aquellos iraquíes que se unan al gobierno provisional, como forma de demostrar poder. Es muy probable que el siguiente capítulo de la Guerra contra el Terrorismo se libre no sólo en Irak, sino también en Arabia Saudita. Aunque, por supuesto, los atentados y la muerte pueden llegar en cualquier parte donde exista una comunidad islámica.

(1): Marxista rococó: término acuñado por el escritor y periodista Tom Wolfe para referirse a ciertos intelectuales acomodados y petulantes que se autoproclaman “izquierdistas”

Julio de 2004 - Tamuz de 5764
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