Comunidades


Periódico Judío Independiente
La comunidad judía ante la problemática de la drogadicción
"S.O.S: DROGA"

Por Lic. Roxana Umansky
Enciende el cigarrillo; le da una pitada; luego se lo pasa a su amigo y la ronda continúa. Ríen acaloradamente y un aroma particular impregna el lugar. Es sábado a la noche y Ariel se dispone a distenderse en una reunión con amigos, luego de prestar actividades en el club como madrij. ”Qué hay de malo en fumar un par de porros a la semana y tomar alguna que otra cervecita. No es que inhalamos cocaína como muchos otros” – relata Ariel, con tono coloquial y mirada perdida.



Lo cierto que el ritual del consumo de droga no marca raza, ni sexo, ni religión. Y al igual que Ariel, son muchos los jóvenes judíos que las consumen, en el contexto de un país como la Argentina donde la ingesta indebida de psicofármacos es una enfermedad que está todavía en su pico ascendente.



Las cifras no dejan lugar a dudas: según revelan las estadísticas, la venta de cerveza trepó de 240 millones de litros en 1980, a 1300 millones al año 2003, representando un salto del 400 %. Mientras el alcohol es considerado la droga de inicio, dentro del mapa del consumo de drogas en Argentina se observa que las sustancias más utilizadas son la marihuana, la cocaína y la pasta base, una degradación de la cocaína con mucho poder de destrucción neuronal que por ser más barata se usa mucho entre los sectores más pobres, a la vez que las drogas sintéticas como el LSD y el éxtasis, que son más caras, son más frecuentes entre los adictos de clase media y alta. Ya el último relevamiento nacional que se hizo hace cinco años advertía que el 2,9 por ciento de la población de entre 16 y 64 años y el 3 por ciento de los chicos de entre 12 y 15 años tuvieron algún contacto con las drogas. Pero la crisis que explotó a fines de 2001 y la extensión de la red ilegal de venta de drogas anuncian ahora el desborde de esos resultados.



Las cifras paralizan, pero no deberían impedir una mirada más profunda sobre la magnitud social de dicha problemática. Según la Lic. María Marta Herz, Directora del área de Prevención de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico, la dificultad para su abordaje, radica en la multicausalidad que caracteriza a la temática de la drogadicción. “Ya sea desde lo personal y familiar, hasta lo social, hay un contexto muy adverso para los jóvenes. Estos tienen que enfrentar un mundo de mucha competencia y frustración, donde el márketing de la publicidad dedicada a ellos pasa por el éxito, el hedonismo. En la medida que el chico no tenga formación, no esté bien orientado, este mundo se vuelve muy violento y amenazante para él”.



Gabriel Anapolsky, psicólogo y coordinador del Centro MAOR, Primer Programa Comunitario para la Asistencia y Prevención de las Fármacodependencias y otras adicciones dentro de la comunidad judía, observa que, de acuerdo al trabajo de prevención que realizan en las escuelas de la colectividad, “la droga está en la esquina de la escuela y los chicos consumen alcohol y marihuana como cualquiera, esto es universal”. Por otra parte, sostiene que la vinculación de la persona con las substancias no se da por casualidad, sino que más bien se asocia con severos antecedentes de consumo en el seno familiar -por lo general alcohol- y cuestiones relacionadas con diversos disfuncionamientos familiares, los cuales llevan a la persona a recurrir a substancias como modo de mitigar el conflicto y aliviar el padecimiento. “Por eso es que a los padres les cuesta tanto ver que en casa hay un adicto, porque eso implica repensarse a ellos mismos como personas y como familias”- reflexiona el Licenciado.



Entre el miedo, el ocultamiento y la culpa, muchos son padres a los que les cuesta encontrar el camino adecuado para acercarse al problema de sus hijos. “Y es que al que consume no es que le está doliendo algo como para ir a una consulta y recibir ayuda. Al que le duele la situación de consumo es a la familia. Recién cuando esta familia toma conciencia de la situación - que por lo general intenta no ver- es cuando decide acudir a la consulta”- explica Anapolsky.



“Mi hija cambió su carácter, dejó de atender a los pacientes (se había recibido de psicóloga), se aisló de sus amistades, dejó de tener novio. Dejó todo, se metió para adentro y se quedó sola”. La voz de Beatriz es suave y apacible, pero la angustia que le provoca rememorar los cambios que la droga ocasionara a su hija, hace que su voz se vuelva casi imperceptible. Sin embargo, Beatriz y su marido no comprendían bien qué le pasaba a su hija: “ Yo veía que ella no se sentía bien, que tenía algún problema psicológico, pero de ahí a pensar en las drogas...” El misterio no tardó en develarse: “De esto me enteré por la bebida. Ella estaba tomando mucho y un día tuvo como un delirio y fue que nos llamaron y la internaron”.



La búsqueda de una salida la llevó a MAOR. Fue precisamente Patricia, la operadora terapéutica de la institución que - tras una recaída de alcohol muy fuerte – llevó a la hija de Beatriz a Alcohólicos Anónimos. Ahora ya hace un año que su hija está sin beber. “Ella está muy bien, está estudiando otra carrera, está buscando trabajo y tiene voluntad de hacer cosas. Eso es lo importante”- rescata Beatriz, quien sigue en su lucha, a través de las reuniones que mantiene junto a un grupo de padres semana por medio en la institución. “Uno acá puede hablar, se siente comprendida y contenida. Hasta ahora es el único lugar que tengo. Y es que en la colectividad, de adicción y de alcohol se habla poco, sigue siendo un tema tabú. Todavía tenemos mucho por hacer en nuestra comunidad”.




Hablar de MAOR, es hablar del Rab Dr. Mordejai Maarabi y de una historia que comenzó hace diez años cuando, tras el encuentro con un grupo de adultos y adolescentes judíos que buscaban refugio y apoyo en los grupos de Narcóticos Anónimos y Alcohólicos Anónimos, decide “enfrentar las cosas, dar la cara. Y trabajar para ello contra la corriente – según relata el Rabino-, junto con un grupo de profesionales y adictos en recuperación. El trabajo fue arduo: “No siempre contamos con el apoyo institucional. En honor a la verdad, contadas han sido las instancias comunitarias que han dado crédito a nuestra tarea”- arremete Maarabi. Sin embargo, el esfuerzo dio sus frutos, y lograron desarrollar un espacio de Asistencia y Prevención de la Drogadependencia y el Alcoholismo, el primero en sentido comunitario propiamente dicho y dirigido por tanto a la población judía que lo requiriese.



14 años, 5 meses y algunos días más, es el tiempo que Patricia F. está sin consumir.“ Es mucho tiempo y a la vez también puedo decir poco tiempo. Siempre uno está cerca de reincidir como uno nuevo.”- confiesa esta mujer de 46 años que pasó parte de su vida – 16 años- presa de las pastillas, de las anfetaminas, de la marihuana, la morfina, del ácido lisérgico y sobre todo de mucho alcohol. Pese a provenir de una familia de clase media alta, sus padres “no supieron ver mis dificultades”, y fue así que la droga le brindó la respuesta que no encontraba en ningún lado, ni en su casa ni en la comunidad, pero al precio de perder su casa, su dinero, su trabajo, y de descuidar la relación con su hija. Hasta que un día dijo basta cuando unos amigos la “depositaron” en Alcohólicos Anónimos. Unos años más tarde se produjo el contacto con el Rabino Maarabi y su reencuentro con la religión y sus raíces judías perdidas. Hoy día, Patricia es operadora terapéutica de MAOR y pese a acarrear Hepatitis C y cirrosis como insignias de su pasado, se siente “con todas las ínfulas de los que tienen 20. Y es yo volví a nacer hace 14 años y tengo otra oportunidad”. Lo que no es poco.



No obstante, la lucha contra la adicción es ardua y no todos logran traspasar las vallas que interpone el camino de la recuperación. Mientras que la Lic. Herz habla de más de un 30 % de personas que logran culminar su tratamiento, el Lic. Anapolsky de MAOR afirma que sólo el 15 % puede dejar de ingerir substancias y durante un tiempo muy prolongado no tener recaídas. Pese a las discrepancias en las cifras, ambos coinciden en que la solución, la búsqueda de la cura, no debe estar puesta únicamente en la lucha contra la substancia.



En efecto, para la Lic. Herz, “todos los chicos saben los daños que la droga provoca, pero consumen igual. Y es que el problema no está en sólo dar información sobre la sustancia. Hay que trabajar con ellos en identidad personal, valores, proyectos de vida, para que estos adquieran un juicio de valor crítico que les permita saber qué es bueno y malo para ellos”. En este línea de pensamiento, el Lic. Anapolsky sostiene que “la única manera de pelearla es desde la prevención, desde un trabajo con los chicos, con los padres. “A veces es más nocivo, más tóxico el silencio, la mentira y la falta de preocupación amorosa por un hijo, que la sustancia en sí”.



Y es que la lógica de la droga es la lógica del ocultamiento, porque en muchas ocasiones la adicción se usa para tapar una zona vulnerable del individuo. “El consumo de drogas tiene que ver con un intento fallido por intentar encontrar alivio ante una situación de conflicto. Y de esta forma lo que tenemos es un doble problema: el de los daños que trae aparejado la sustancia, más la situación de conflicto que no logró su resolución”- apunta el Licenciado. Por ello, para la Lic Herz, “por más que el adicto logre finalizar con mucho sacrificio el tratamiento, si éste no cuenta con una red afectiva que lo sostenga , un trabajo y un proyecto de vida, como herramientas para volver a enfrentarse con una realidad hostil y frustrante, posiblemente tenga recaídas”.



Tal es la situación que atraviesa uno de los padres que acuden a MAOR. “Hace un año y medio que nos dimos cuenta de lo que pasaba con nuestro chico. No fue difícil, ya veníamos con este problema con nuestro hijo mayor”. Mientras su segundo hijo abandonó el tratamiento, el otro dejó de consumir drogas pero ahora se volcó por el alcohol. “ Yo me río porque siempre digo que me vinieron fallados. Trato de no pensar así, pero esto para mí fue un mazazo”. La bronca y el dolor tiñen las palabras de este hombre, pero aún así no logran avasallarlo: “Ahora queda lucharla. No hay otra.”



Y en esta lucha dispar y cruel, no hay más alternativa que abrir los ojos y actuar. Las horas corren, las distancias se acortan; la droga cada vez se vuelve más familiar...también en nuestra comunidad.

Julio de 2004 - Tamuz de 5764
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