La Voz Judía


La Voz Judía
El final de la ocupación
Por Rabino Avi Shafran

Del mismo modo que una víctima de reiterados acosos sufridos en su escuela decide que lo mejor es permanecer lejos del patio durante los recreos, recientemente Israel optó por no presentarse para ser juzgado por la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, un cuerpo que cuenta con venerados miembros como el Congo, Nigeria, Arabia Saudita, Uganda, Malasia y Qatar.
El organismo de las Naciones Unidas y una cantidad de países entre los que se incluyen los EE.UU. pidieron, junto con Israel, no ser los únicos países que se niegan a presentarse para una “Revisión Periódica Universal” de la C.D.H.
Pero el gobierno de Israel, haciendo gala de su jutzpá, sólo decidió decir simplemente “no” a tener que presentarse sólo para volver a ser atacado por un grupo que demostró una preocupante y profunda fijación en una disputa política en un mundo en el cual, en ciertos lugares, las autoridades amputan de manera rutinaria partes del cuerpo, asesinan ciudadanos alegremente, encarcelan a gente inocente sin juicio previo, y tratan a los seres humanos como esclavos.
El New York Times, como era predecible, hizo su fantástica concesión al considerar que la C.D.H. no era “infalible” aunque de todos modos acertaba al decir que la única democracia libre y estable del Medio Oriente estaba demostrando “un desinterés por someterse al mismo escrutinio que el resto de los países” privándose a sí mismo de “tener una oportunidad para defenderse de los cargos de abuso” –como si fuera posible que Israel pudiera llegar a decir algo en su defensa que mágicamente convirtiera a la gente trastornada y llena de odio en personas razonables.
Algunos informes de un panel de la C.D.H., recientemente dados a conocer, eran reveladores. El panel, formado por representantes de Francia, Pakistán y Botswana, sostenía que el establecimiento de asentamientos judíos en territorios “ocupados” y en disputa violaban los Acuerdos de Ginebra y configuraban un crimen de guerra.
Según afirmaban, “entre otras cosas”, el Washington Post abonando sus dichos había publicado una corrección dentro de una historia aparecida entre las noticias que identificaba al Muro Occidental como “el sitio más sagrado para el Judaísmo”.
Luego de ser engatusado por los inspectores vigilantes del grupo CAMERA, el periódico hizo una concesión: en lugar de lo antedicho puso que el muro era “el lugar más sagrado donde los judíos podían rezar” pero que “el sitio más sagrado para el Judaísmo es el Monte del Templo”.
El error del Post es muy común. La BBC ha cometido el mismo error así como lo han hecho muchas otras agencias de noticias. Es un error que vale la pena analizar.
Obviamente, el mundo musulmán tiene su propio relato, pero la historia aceptada por siglos antes de que el bisabuelo del fundador del Islam naciera era la de que el Monte del Templo, como su nombre lo indica, era el lugar de la estructura sagrada central del Judaísmo, construida primero por el Rey Salomon un milenio antes del mismo advenimiento del Cristianismo. El deseo de restauración del Templo como lugar de oración para el Judaísmo ha sido el rezo principal durante casi 2.000 años desde que el Segundo Templo fuera destruido por los antiguos romanos.
Cuando Israel recuperó Jerusalem, incluido el Monte del Templo, de manos de Jordania en 1967, los judíos y otros se convocaron ante el Muro de los Lamentos; copiosas lágrimas fueron derramadas, y los creyentes rezaron así como lo siguen haciendo hasta hoy en día. Pero Israel dejó en claro que el Monte del Templo, propiamente hablando, permanecería bajo jurisdicción del Waqf, la autoridad islámica.
Hasta estos días permanece bajo la autoridad del waqf, y aún cuando algunos sectores entre los grupos nacionalistas exigen que Israel afirme su dominio sobre el sitio del Templo, Israel asegura que ninguno de tales grupos puede dar ningún paso para avanzar en esa causa. Y ningún líder judío religioso respetable, tanto si es Jaredí o si pertenece a los sectores religiosos nacionales, tiene vocación por ninguna clase de cambio impuesto a ese statu-quo.
Pero todo judío creyente sabe que, sin ninguna clase de esfuerzo político o militar, algún día el sitio más sagrado del Judaísmo dejará de albergar, bien una mezquita –como actualmente-, o una iglesia –como lo hizo en distintos lugares en la historia post-Templo Judío, y pasará a tener un Tercer Templo construido Divinamente. Aquel a quien le rezamos tres veces al día, “Y que tus ojos puedan ver Tu retorno a Sion, por misericordia”, traspasará –para su misma sorpresa indudablemente- a las Naciones Unidas.
Mientras tanto, sin embargo, los judíos están obligados a aceptar el hecho de que el Mesías aún no ha llegado, y que –aunque resulte más que obvio- nosotros vivimos en un mundo a menudo inhóspito para nosotros. Nosotros también estamos obligados a darnos cuenta de que, a fin de hacernos merecedores de la llegada del Mesías, debemos mirarnos interiormente y convertirnos en los mejores judíos posibles, amables, caritativos y observantes –dedicados sinceramente, en otras palabras, a las leyes de la Torá y a sus enseñanzas. No obstante, nosotros también haríamos bien en recordarnos –al menos a nosotros mismos- que aunque existan ideas confusas en la Comisión de Derechos Humanos- si alguna parte del territorio del Medio Oriente verdaderamente merece el epíteto de “ocupado”- es precisamente aquel que está más allá del Muro Occidental.

 

La Tribuna Judía 76

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