La Voz Judía


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Como plataforma de lanzamiento
De esclavos sufrientes a pueblo liberado

Por Rabí Peisaj Krohn

El cumplimiento de dos mandamientos Divinos fue esencial en la transformación de varios millones de esclavos en una nación
Cuando los judíos en Egipto se preparaban para su primer Corbán Pésaj (sacrificio pascual) se les previno: “El que no sea circunciso no podrá participar”. A menos que cada hombre llevara el testimonio de Avraham Avinu – dice el Midrash – no podía probar el corbán. La razón de este requisito la da una parábola del Midrash: “Un rey celebró una reunión festiva para todos sus amigos pero hizo una estipulación: que cualquiera que participase de la reunión debía llevar una insignia oficial. Lo mismo ocurrió en Egipto. Se celebraba una fiesta para el pueblo de D-s. Para participar de ella, cada hombre debía usar el emblema que testificara su lealtad al rey”.
Los judíos se reunieron de inmediato y Moisés (según algunos, Josué) los circuncidó. D-s bendijo a cada uno. Viendo el cumplimiento de ambas mitzvot, el Pésaj y la Milá, entendió que los judíos verdaderamente merecían la redención. Esa misma noche abandonaron Egipto.
El midrash parece simple, pues combina un razonamiento satisfactorio con una parábola nada complicada. Uno tendería a dejarlo así. Pero al analizar los conceptos de Pésaj y milá, al desarrollar la relación entre ambos, se presenta un cuadro fascinante de lo que aconteció en Egipto y de cómo, en la noche de Pésaj, surgió una nación.
Cada nación, como los individuos que comprende, tiene características particulares que la hacen singularmente reconocible y discernible de las demás. Esos rasgos comienzan a formarse a medida que la nación crece y va madurando con el tiempo y la experiencia. Pero una nación nueva, como un flamante niño, requiere orientación... En Egipto había nacido la nación judía, y como un niño judío necesitaba en primer lugar la milá – el brit códesh – el santo pacto de la circuncisión.
Un filósofo le preguntó una vez al Rabí Hoshea: “Si la milá es tan favorable ante los ojos de D-s, ¿por qué el hombre no nace circunciso?. El Rabí le respondió: “Todo lo que es creado requiere una acción modificadora. Así, el lupino debe ser endulzado. El trigo debe ser triturado. Y el hombre mismo requiere enmienda.”
El propósito del hombre es tomar las cosas como las encuentra y luego desarrollarlas, mejorarlas y refinarlas hasta el nivel de la perfección. Esta responsabilidad le incumbe tanto al hombre como a su medio, tanto a la esfera interna de su vida como a la externa, y es manifestada en el acto de la milá. Desde el principio de la vida de un judío, poco tiempo después de su nacimiento, comienza el ticún (proceso de corrección, de perfeccionamiento). En realidad, la circunsición es primariamente responsabilidad del padre, por cuanto es él quien se responsabiliza de la crianza y desarrollo del niño. La corrección de un infante recién nacido, aunque esté físicamente completo, es el comienzo de su desarrollo espiritual.
Al ordenarle a Abraham la circuncisión, D-s le dijo: “Has hecho todo lo que te he pedido. Ahora vé ante Mí y sé perfecto: circuncí-date”. De tal mo-do, para Abra-ham el acto de la milá fue el logro de la perfección. Para las generaciones posteriores, fue un signo del Pacto que D-s celebró con Abraham, para recordarnos que debemos procurar la perfección que alcanzó Abraham.
Dice el Midrash: “Una vez que los judíos en Egipto se circuncidaron, D-s sabía que cumplirían el Pacto que El había hecho con Abraham y que tratarían de perfeccionarse como él. De tal manera, la circuncisión debe ser considerada como un requisito previo del Éxodo, pues sin ella los judíos no hubieran merecido la redención.”
La circuncisión ha sido siempre una marca de la identidad judía, no solo física, sino también como símbolo de la eterna lucha de los judíos por la perfección.

LA SANGRE DE LA UNIDAD
Hasta el Exodo, los judíos en Egipto constituían un pueblo disperso y dividido. Algunos habían logrado un nivel de autoridad. Otros se habían enriquecido y otros se habían convertido en ciudadanos honorables. Pensaban que no debían irse de Egipto del todo. Otros, como los de la tribu de Efraín, calcularon mal el tiempo adecuado para la redención y se fueron de Egipto treinta años más tarde, solo para ser muertos a manos de los filisteos.
El Corbán Pésaj fue una expresión inicial de comunidad, pues unió a todos los judíos en una causa común, indicando su voluntad de convertirse en el pueblo de D-s y seguir sus directivas.
La palabra hebrea que significa sacrificio – Corbán – tiene su raíz en la palabra Carov, que quiere decir aproximarse o acercarse. Al responder al mandato del sacrificio pascual, aún al riesgo de sus vidas – por cuanto el cordero sacrificado era una deidad egipcia -, los judíos, como grupo, se aproximaron a D-s. Las leyes que reglaban la preparación del Corbán Pésaj transuntaban la unidad, desde el momento en que debía ser comido en grupos. Todos participaban, cada cual con sus respectivas familias, sin que nadie pudiera dejar la asamblea. Las familias reunidas, a su vez, formaron unidades más grandes, sobre la base de la dedicación común. Así, con la dedicación y el sacrificio se forjaron los lazos de la indestructible unidad judía.
Ese ingrediente esencial de la unidad fue expresado por el patriarca Jacob casi doscientos años más tarde, cuando dio su bendición final a sus hijos y les asignó sus papeles individuales en el futuro de Israel. La Torá relata que los llamó diciendo: “Reuníos y escuchad, oh hijos de Jacob, y escuchad a Israel, vuestro padre”. Los roles que fueron llamados a desempeñar en Israel solo podían ser fructuosos si actuaban como hermanos de un padre, Jacob. Con la cohesión y la complementación mutua los hijos de Jacob podían obrar verdaderamente como Hijos de Israel.
El factor unificador estuvo otra vez presente cuando la nación surgió, o sea cuando a los judíos se les enseñó a elegir un cordero para cada unidad patriarcal como sacrificio pascual.
La identificación por la milá y la unificación por el Corbán Pésaj fueron los componentes básicos de la construcción de la nueva nación.

LOS VÍNCULOS COHESIVOS
La milá y Pésaj son los únicos dos casos de mandamientos positivos cuyo incumplimiento da origen al Castigo Divino del coreis, la anulación del vínculo con la comunidad judía por la pérdida de la vida tanto en este mundo como en el próximo. Se incurre en el coreis usualmente por la activa realización de un acto que viola un dogma básico del judaísmo. Pero con relación a esas dos miztvot la abstención pasiva es el equivalente de un activo alejamiento de los compromisos del judaísmo. Cuando se impone un acto de unidad o unificación, no hacer nada implica la mayor desvinculación.
El primer Guerrer Rebe – autor del Jidushei Harim – observa que la recíproca también es verdadera. Si la inacción resulta en el coreis – separación de la finalidad – la acción debe originar el kiruv, un ostensible acercamiento a D-s. Esta aproximación no se obtiene con otras mitzvot, por cuanto tanto la milá como Pésaj se distinguen como expresiones extremas de la acción de dar. En efecto, el Rabí Yitzjak Avohab, en su Menorat Hamaor, describe la circuncisión como un sacrificio personal del hombre a D-s. Es el acto de darse como un acto de amor, y el amor es el ingrediente esencial del kiruv.

EL VÍNCULO DE LA SANGRE
En la primera noche de Pascua, D-s mismo escudriñó cada hogar judío, pasando por alto a los que habían regado sus dinteles y umbrales con la sangre del cordero pascual, y recordó otra sangre vertida en otro tiempo, la sangre inocente vertida salvajemente para suprimir las futuras generaciones judías. Ello había ocurrido años atrás, en el mismo Egipto, cuando el Faraón dispuso que fueran muertos los niños judíos recién nacidos. Muchos millares fueron asesinados por el solo hecho de ser judíos.
También recordó la sangre de las heridas causadas por el despiadado trabajo forzado a que se había sometido a Su pueblo. No había alivio alguno para esa carga de trabajo, de manera que las heridas no curaban y las costras de sangre coagulada se acumulaban una sobre otra. Ese constante flujo de sangre era interpretado por los egipcios como una mengua de la fortaleza del pueblo judío.
Pero en esa primera noche de Pésaj, cuando hicieron su aparición otras dos sangres: la de la milá y la de Pésaj, D-s djo: “Por esas sangres viviréis y cobraréis fuerzas. La milá y el Pésaj demuestran vuestra presteza a ser Mi nación”.
La sangre es portadora de la vida del hombre. La Torá se refiere a ella como néfesh, el alma del hombre. La sangre que vigoriza el corazón anatómico es también un símbolo del alma vibrante. “Vuestra devoción del alma a Mis principios es la manifestación de vuestra dedicación ilimitada”.
De ahí el pasaje de Ezequiel (XVI, 6): “Y cuando Yo pasé cerca de ti y te vi revolcándote en tu sangre, te dije: ´En tu sangre, vive´”, que se refiere ala sangre de la circuncisión y de la Pascua.
Aunque vertieron la sangre de la brutalidad, los judíos vivirán por la sangre de su vínculo con D-s.

HERALDO DE
REDENCIÓN

La relación de esas dos mitzvot entre sí y su significación especial para todo Israel se enfatiza también de otra manera. Hay dos veces en que reservamos un recuerdo especial para el profeta Elías, en la circuncisión y en el Séder. En la ceremonia dela circuncisión reservamos un asiento de honor para el profeta Elías, designado Malaj Habrit (el ángel del Pacto), y en cada Séder llenamos una quinta copa de vino que se llama cos shel Eliyahu (la copa de Elías).
El profeta Malaquías dice que Elías vendrá antes del gran día de la redención “para hacer volver los corazones de los padres a sus hijos y los corazones de los hijos a sus padres”. Los unirá en una causa común de arrepentimiento, restaurará su devoción a la Torá y los elevará a un nivel desde el cual merecerán la venida del Mesías.
El profeta Elías, el “Angel del Pacto”, asegurará la lealtad del pueblo al Pacto, el cual está reflejado en lo que dijo D-s a Abraham: “Ve ante Mí y sé perfecto”.
En la noche del Séder, cuando conmemoramos nuestra primera redención, oramos para que “la ira de D-s se derrame sobre los que trataron de devorar al pueblo judío”. Abrimos la puerta y esperamos que venga el profeta Elías y nos informe sobre la redención inminente”.

 

Nro 366 Nisan del 5765 / Abril de 2005

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