Comunidades


Periódico Judío Independiente
Una experiencia judeo-argentina en Irán
LOS JUDIOS QUE NO CONOCEMOS

Por Tatiana Sidlik, especial para Comunidades, desde Teherán
Mis bisabuelos llegaron a Argentina escapándose de la guerra y el hambre desde Polonia, Rumania, Odesa y Ucrania. Así crecí yo en el seno de una familia judía no religiosa. Me crié en un “ghetto”: jardín, primaria, secundaria y club de la colectividad. Ingresé a la universidad y comencé a viajar de mochilera por Sudamérica.

A mis 32 años decidí emprender un viaje por Asia. El país que más atraía mi atención era Irán, poseedor de una cultura milenaria que trasciende a su regimen islamista.

Si la gente no judía ya cree que viajar a Irán es muy peligroso, imaginen entonces la reacción de mi entorno al saber que una judía quiere ir a conocer ese país: “no podés viajar a Irán siendo judía”, “con tu apellido no te van a dejar entrar”, “te van a secuestrar o matar”, “en Irán odian a los judíos”.

Decidí que ocultaría lo máximo posible mi condición de judía en aquel país. Empecé por dejar libre el casillero de religión en el formulario de aplicación a la visa, ya que además tenía miedo de que rechazaran mi aplicación y no poder viajar. Obtuve mi visa, a pesar de mis dos apellidos judíos. Tendría 30 días para permanecer en el país. No me alcanzó y terminé viajando por tierras persas durante 2 meses.

Mi viaje comenzó en Turquía con la idea de cruzar por tierra a Irán. Este fue mi primer contacto con el Islam, la primera vez que vi mujeres cubiertas ; mis primeros pasos dentro de hermosas mezquitas, y hasta me hospedé en casas de musulmanes en los primeros días del Ramadán, compartiendo sus costumbres en el mes más importante para ellos.

Crucé la frontera. Todo mi recorrido por Irán lo hice viajando a dedo y alojándome en veinte casas de familia .
Ingresé a Irán por una ciudad llamada Tabriz. Al ir a conocer una mezquita, me llevé una gran sorpresa cuando se me acercó una chica con chador a hablarnos y terminó recorriendo la ciudad con nosotros durante todo el día. Pero ¿cómo, acaso las mujeres musulmanas religiosas no son reprimidas a las que los hombres no dejan hacer más nada que cocinar y criar a sus hijos? .Está chica era un encanto, super sociable, simpática y desenvuelta.

Las sorpresas sobre la hospitalidad de los iraníes continuaron día tras día durante dos meses. Cuando me llevaban en la ruta y los camioneros me preparaban comida, o cuando las familias que me hospedaban se tomaban el tiempo de llevarme a conocer su mundo. Poco a poco me sentía en casa, sentía que podía ser yo misma, sin necesidad de ocultar mi identidad.

Al llegar a Teherán comencé a preguntar por la comunidad judía. Busqué en Internet y mandé un email a la Asociación Judía en Irán. Allí, encontrar una dirección no es fácil. La oficina de la comunidad judía en Irán no estaba donde indicaba mi gps. Así que empecé a preguntar a la gente de los negocios, medio desconfiada, sin decir exactamente lo que buscaba, por miedo. Pero cuando pregunté en lo que supongo era una especie de remisería, tuve que decirles que buscaba la oficina de la comunidad judía. Me guiaron al lugar durante tres cuadras. Yo quería conocer otras sinagogas.
Cuando las familias musulmanas que me hospedaban me preguntaban a dónde iba les contaba que soy judía y que iría a la sinagoga a celebrar Shabbat. La reacción de todos era curiosidad y ganas de ayudarme.

Fui un viernes por la noche a la sinagoga Yusef Abad, la más concurrida de Teherán. Me sorprendí mucho por la cantidad de gente que asistía , mucho más que a mi comunidad en Ramos Mejía. Y aunque cueste creer, en las sinagogas de Irán, no hay barrotes, ni personal de seguridad en la puerta, como en Argentina. Nada. Entramos caminando hasta dentro de la sinagoga.

Son muy ortodoxos; algo totalmente nuevo para mi que vengo de una comunidad tradicionalista. Todos vestían muy elegantes y las mujeres llevaban un velo en la cabeza, al igual que las iraníes, porque también es una costumbre de las judías ortodoxas cubrir su pelo. No había un rabino o seminarista; todos rezaban al unísono, y subían a la bimá diferentes niños y adultos que guiaban al resto. Pero lo que más me gustó fue ver los sidurim escritos en hebreo y farsi. Una hoja en un idioma y la hoja de enfrente en el otro. Me generó cierta emoción. Al igual que observar las típicas alfombras persas junto al Aaron a Kodesh . Creo que esa era la hermandad que tanto buscaba.

Mientras transcurría la ceremonia, entre miradas curiosas y murmullos, me invitaron a la cena en casa de una familia. El padre se llamaba Elías, igual que mi hermano. Cuando finalizó, todos nos saludaron muy amablemente. Me invitaron a la cena sabática. Allí todo era extraño y familiar al mismo tiempo. Mi familia no celebra el Shabbat, por lo tanto yo no estaba muy al tanto de qué debía hacer. Simplemente me dejé guiar.

El señor mayor pasó por cada uno de los lugares, tocando la cabeza de cada persona y diciendo unas palabras en hebreo. Luego algunos rezos y finalmente comenzamos a comer. Al igual que los musulmanes en la cena de fin del Ramadán, comenzaron comiendo fruta y dátiles. Luego siguió una gran variedad de platos mientras conversábamos. Cuando llegué alrededor de las doce de la noche a la casa en que me hospedaba, Masoud, preocupado como un padre pasó a recogerme para llevarme a su casa. Otra muestra de hospitalidad ..

A la mañana siguiente fui a otra sinagoga. Era muy linda; de arquitectura redondeada con algunas palabras escritas en hebreo por fuera. Por dentro su estructura circular daba la sensación de un anfiteatro. Nuevamente alfombras persas y sidurim en ambos idiomas. Presencié toda la ceremonia, esta vez del lado de las mujeres. Todas eran muy simpáticas, la curiosidad les ganaba y me sacaban charla durante la ceremonia.

Cuando la misma finalizó un señor me alcanzó al centro. En el camino le hice muchísimas preguntas que respondió muy amablemente. Me contó que cuando la revolución islámica se hizo del poder en 1979, la mayoría de los judíos iraníes comenzaron a migrar a Israel y a EE.UU. Casi todas sus familias migraron, pero ellos decidieron quedarse, porque así lo sentían; porque son iraníes y aman su patria. Pero casi todos los judíos iraníes tienen sus familias en Israel.. Él, al igual que Elías me contó que no tiene ningún problema viviendo en Irán; que los respetan mucho y que sus mejores amigos son iraníes musulmanes.

Paseando por las calles de Teheran, cerca del bazar, encontré una tienda de antigüedades judías. Era un mundo de reliquias de la historia de los judíos en Irán. Donde se posaban mis ojos veía cosas familiares: folletos, fotos, candelabros, alfombras, azulejos, adornitos y demás cosas con letras en hebreo, pero con cierta influencia persa, a lo mejor por los colores.

Mis visitas a sinagogas siguieron. Cuando fui a Isfahan, lugar donde hubo una gran comunidad judía en el pasado, también visité una hermosa sinagoga con aire de club social. Había nenes corriendo y jugando por el patio; todos curiosos y simpáticos al verme. Me regalaron un cd de imágenes de sinagogas en Irán y cuando volví a la casa de la pareja que me estaba hospedado me pidieron verlo. Javad es un joven de contextura e y es muy curioso. Me pidió ver el video porque él no sabía casi nada sobre el judaísmo. Lo vimos y todo el tiempo me hacía preguntas. Parecía feliz de estar aprendiendo y sorprendido de que todas esas hermosas sinagogas estén en su país.

En la actualidad más de 10.000 judíos viven en Irán. Es el país de Medio Oriente, luego de Israel, con la mayor comunidad judía. Ellos profesan su religión libremente, pero tienen prohibido hacer proselitismo. Incluso hay una ley que dice que si un judío se convierte al Islam, se hace heredero absoluto de la familia. Más allá de esta ley, y de algunos agravios que han recibido por distorsiones sobre judaísmo y sionismo, incentivadas por la prensa del régimen, ellos llevan una vida normal allí y por eso se quedan.

Tienen representación en el Parlamento y se hacen escuchar. Pueden opinar sobre los problemas o las incomodidades que sienten. Por ejemplo, manifestaron el agravio que han sentido cuando el presidente del país negó el Holocausto.

Los judíos habitan tierras persas desde hace casi 2.500 años, cuando Ciro El Grande les ofreció vivir libremente practicando su religión mientras los babilonios los expulsaron de Israel. Lo que hoy día conocemos como Irán ha sido refugio del pueblo judío en varias migraciones durante la historia. Por eso es que la identidad de los judíos iraníes es tan fuerte: “puedo hablar en inglés y rezar en hebreo, pero solo puedo pensar en persa” dijo el Dr. Siamak Moreh, Representante del Parlamento.

A pesar de todo lo que me decían, no se qué tan peligroso es Irán para los judíos si sus comunidades no necesitan de barrotes ni vigilancia, como sí lo necesitan nuestras comunidades en Argentina. Si mi vecina en Haedo me gritó “judía de m…” pero los iraníes musulmanes me trataron como una más de su familia.

No necesité ocultar mi identidad, no fui secuestra, ni asesinada, todo lo contrario, me han tratado con una hospitalidad y tolerancia como si fuese un miembro de su familia. ¿Puedo decir que judíos y los musulmanes podrían aspirar a un presente mejor como en el pasado?


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