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Periódico Judío Independiente
Una visión desde el judaísmo
La responsabilidad del hombre para con los animales

Por Moshé Korin
Existen cuestiones que no toda sociedad humana se ha planteado, pero que sin duda debería formularse, más aún en nuestros tiempos, en los cuales la mayoría de los hombres enarbolan el dominio sobre la tierra y sus animales, como si fueran objetos cuya existencia consiste, simplemente, en satisfacernos a nuestro antojo.

“En el momento que Dios creó al hombre, lo puso frente a todos los árboles del jardín y le dijo: ´observa mi creación, cuán bellos y agradables son, y todos los hice por ti. Ten cuidado de no dañar mi mundo, ya que si lo haces no habrá quién lo enmiende.” (Midrash Raba Kohelet 7, 28)

El judaísmo profesa un enorme respeto por los animales al punto tal que se puede mencionar el extenso código de leyes bíblico-talmúdicas englobadas en el concepto de “Tzahar Baalei Jaim”, tendiente a evitar todo sufrimiento a los animales. Este respeto se introduce en el mismo inicio de la Torá (Pentateuco), cuando leemos que los animales han sido creados antes que el hombre.

Y de la mano de este concepto, hallamos también las justificaciones del Kashrut o Kosher: las leyes y preceptos judaicos que rigen la alimentación. Éstos evitan el sufrimiento del animal, disminuyendo al mínimo su dolor al ser sacrificados para nuestro consumo alimentario.

Indican además, un límite, al hombre, al señalar que no todo está a nuestra humana disposición, no todo animal puede comerse; debe ser rumiante y poseer pezuñas cortadas-así por ejemplo el caballo cumple con la primera condición y no con la segunda, lo contrario de lo que ocurre con el cerdo. Pero también debemos agregar que estas leyes instauran, exhortano de modo simbólico la percepción de la sacralidad de la vida, ya que se restringe la ingesta de la sangre del animal.

Por otra parte, en los inicios bíblicos, los animales no eran utilizados como parte de la alimentación humana.

“Rabí Yehuda dijo:

´- Al primer hombre no le fue permitido comer carne, puesto que en la Torá está escrito que el Eterno dio hierba y frutos para el hombre y todos los seres vivos (Génesis 1,29). Recién luego del diluvio le fue permitida, a la humanidad, carne.´ ” (Tratado Sanhedrin, 59)”

Es decir, luego de la catástrofe, que dejó recursos escasos, es permitida la alimentación por medio de animales, pero como se ha mencionado más arriba, no sin miramientos.

Otro camino por el cual nuestras sabias escrituras nos inducen al respeto del animal es la prescripción bíblica de no sentarse a comer sin haber alimentado antes a los animales.

Refiriéndose a la explotación de los animales por parte del hombre en Devarim ( Deuteronomio) 22:10, se prescribe:

“No ararás con Buey y asno juntos”

Debido a que el asno no puede hacer el mismo esfuerzo que el buey, no se lo debe forzar a que trabaje a la par de él, pues ello lo dañaría. Rashí, comentando este versículo refiere que lo mismo puede extenderse a todo tipo de dos especies en el mundo.

También en Devarim 25:4 hallamos:

“No pondrás bozal al buey mientras trilla”

Dado que los animales necesitan comer mientras trabajan, está prohibido impedírselo, recayendo esta prohibición, además, en todo animal, cualquiera sea su labor.

Y aún dentro de los animales permitidos para la alimentación, hallamos dos importantes señalamientos que restringen al hombre para evitar un camino de cruel depredación.

En Vaikrá ( Levítico) 22:28 está escrito:

“Y un animal vacuno u ovino, a él y a su cría no habréis de degollar en un mismo día.”

Y en concordante significado con esta indicación se encuentra la frase que expresa “no cocinarás el cabrito en la leche de su madre”. Puesto que ambas acciones prohibidas implicarían la desaparición de dos generaciones a la vez, aún si algunos tipos de animales no han desarrollado el sentido de pertenencia filiatoria, el hombre racional y sapiente está exhortado a velar por todas las especies.

Dentro de los relatos talmúdicos hallamos, tal vez, el mayor ejemplo de cómo la falta de piedad para con los animales se tradujo en desventuras para el propio sabio compilador de la Mishná (Compendio de seis textos explicativos de la Bibila, previos al Talmud), Rabí Iehuda Hanasí.

“Una vez, yendo por un camino, un carnero que era llevado al matadero escapó y se escondió bajo las vestiduras de Rabí Yehuda, quien exclamó: -Vete, fuiste creado para esto.

Entonces una voz sentenció desde los cielos: ´-ya que no tienes compasión de mis criaturas, tampoco la habrá para ti´. Y desde aquel día su cuerpo se cubrió de llagas.

Cierto día, su sirvienta estaba limpiando la casa y en un rincón encontró la cría de una comadreja. La mujer ya estaba dispuesta a barrer los hijuelos, cuando escuchó la voz de Rabí Yehuda que dijo: -´pobrecitos, déjalos estar´-.

Entonces se escuchó una voz de los cielos: -´Tu tienes compasión de mis criaturas, por eso mereces tú compasión´-.

Y desde aquel día se curó por completo.”

(Tratado Bava Metzía)

Otras civilizaciones se vanagloriaron de la caza como deporte, nuestra Torá, en cambio, contiene un implícito desprecio por esta actividad. Nuestra Halajá permite la caza tan sólo con fines prácticos, tales como suministrar alimentos o eliminar animales dañinos, bien diferente al hecho de que nos parezcan repugnantes o insignificantes.

Para concluir esta breve reseña que intenta enhebrar milenarias enseñanzas, sólo me resta recordar que uno de los líderes más importantes del Israel bíblico, Moshé, fue pastor de ovejas y fue descrito por el Midrash como un hombre sensible con los animales, razón por la cual Dios lo eligió para conducir al rebaño de Israel.

Más allá de la fe religiosa, de los mandatos de la Torá y de sus interpretaciones talmúdicas, creo indudable que cada una de sus palabras está cargada de sabiduría, de un profundo significado y de una lección para todos.

Valgan de prueba la coherencia entre los diversos aspectos arriba mencionados.

Es, a mi entender, claro el mensaje. En pocas palabras podría resumirse, que no somos dueños, ni patrones, ni cualquier otra figura que permita que tratemos a los animales como objetos a nuestro servicio y que permita despojarlos de su vida sin sentido, así como no estamos tampoco eximidos de considerar que ellos sufran, aún si este sufrir, es diferente del nuestro.


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